25 de mayo de 2025
Ecuador: ¿Qué le pasó a la izquierda?
A un mes de la victoria electoral de Noboa
Viento Sur Andrés Madrid
Hace poco más de un mes, el 13 de abril de 2025, Daniel Noboa Azín 1, del partido Acción Democrática Nacional (ADN), ganó la reelección presidencial. En contraste, la derecha socialdemócrata, representada por Luisa Gonzáles del partido Revolución Ciudadana (RC) —vinculado al expresidente Rafael Correa—, perdió por tercera vez la carrera por el sillón presidencial. El eje discursivo correísmo/anticorreísmo resurgió como estrategia electoral, pero esta dicotomía no explica la crisis estructural del capitalismo ni refleja los antagonismos de clase, como algunos sectores intentaron posicionar. La lógica electoral, convertida en una jaula de hierro, capturó a las masas seducidas por promesas inmediatas. Más de 1,2 millones de votos ratificaron a Noboa, figura asociada a los intereses del capital transnacional y el imperialismo estadounidense.
Este análisis se distancia de las interpretaciones simplistas que atribuyen su triunfo al uso del Estado, el marketing político, los errores de su contrincante, campañas de desinformación o teorías de mega fraude. En su lugar, se examinan tres factores clave:
1. Dato no mata relato
Existe un mito en ciertos círculos académicos y mediáticos: los datos objetivos determinan el éxito político. Sin embargo, la política se define por la capacidad de imponer narrativas y ejercer poder, no solo por estadísticas. Noboa, posesionado en noviembre de 2023, enfrentó un interinato marcado por escándalos y cifras adversas:
Sumado a estos factores, la destitución de su vicepresidenta Verónica Abad, las denuncias de violencia vicaria por parte de su exesposa Gabriela Goldbaum, la subida de precios de combustibles y la elusión de licencias para campaña no impidieron su victoria. ¿Por qué la población lo aprueba pese a ser un régimen plutocrático? ¿Por qué los análisis de la izquierda institucional y la socialdemocracia fueron tan erráticos?
2. La conquista de mentes y corazones
El triunfo electoral de Daniel Noboa ha generado tres interpretaciones predominantes. La primera —articulada por analistas como Durán Barba, García y Ricaurte— gira en torno al marketing político. Según esta visión, Noboa logró diferenciarse del arquetipo del político tradicional —incluido el correísmo— al capitalizar los errores de su contrincante, Luisa González. Entre estos destacan propuestas ambiguas como la "dolarización a la ecuatoriana" 2, "los gestores de paz" 3, la polémica cercanía a Maduro, la reactivación de la Ley de Comunicación 4 y los escándalos revelados en los chats de Augusto Verduga 5, exconsejero del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS).
Un segundo enfoque —defendido por autores como Andino y Santiago— responsabiliza a la maquinaria estatal. Aquí se argumenta que el uso sistemático de recursos públicos, funcionarios y aparatos institucionales con fines proselitistas habría sido decisivo. Esta práctica, sin embargo, no es novedosa: desde inicios del siglo XXI, los gobiernos ecuatorianos han normalizado la instrumentalización del Estado durante campañas, lo que cuestiona su papel como factor exclusivo en este proceso.
La tercera lectura, encabezada por Rafael Correa, apunta a un mega fraude mediante bolígrafos con tinta deleble que habrían alterado votos. Esta tesis, no obstante, tropieza con un hecho incómodo: Revolución Ciudadana desplegó un ejército de observadores entrenados en procesos electorales, lo que debilita la narrativa de una manipulación generalizada.
Críticas transversales revelan los límites de estas explicaciones. La obsesión por el marketing, por ejemplo, reduce al votante a lo que Durán Barba (2011) llamó "simios con sueños racionales", una metáfora que deshumaniza y simplifica el vínculo entre estrategias comunicativas y preferencias ciudadanas. Además, aunque el uso del Estado con fines electorales es real, su recurrencia histórica lo convierte en un elemento estructural antes que en una variable decisiva única. Por último, la teoría del fraude ignora tanto la capacidad de vigilancia de Rafael Correa como un dato incuestionable: Noboa supo conectar con el inmediatismo de la población.
Más allá de las narrativas en pugna, el triunfo se explica por la eficacia de Noboa en ofrecer respuestas simbólicas —aunque efímeras— a demandas urgentes. Los estados de excepción contra la violencia, el despliegue militar en calles o los bonos económicos por 500 millones de dólares durante la campaña operaron como espejismos de solución en un contexto donde lo estructural queda relegado ante la urgencia electoral.
Para ilustrar estas aseveraciones, tomemos primero el caso de los niños asesinados en Las Malvinas. El relato de la izquierda institucional se concentra en la tesis de que "el Estado irrespetó los derechos humanos". Aunque esto es cierto, su límite radica en no ofrecer respuestas concretas al problema estructural de la violencia en las poblaciones. Existe una asfixia en las condiciones materiales de vida de los sectores populares —agravada por la inseguridad y el narcotráfico— que obliga a las propias comunidades, no al Estado, a desestimar el discurso de los derechos humanos para buscar justicia por sus propios medios. El caso de Los 4 de Las Malvinas, una ejecución extrajudicial y crimen de Estado, revela esta contradicción: la narrativa imperante de la izquierda institucional y la socialdemocracia no conecta con las necesidades inmediatas de la población.
La postura de Noboa, en cambio, sí lo hizo. Al recurrir a la militarización, los estados de excepción, la cesión de soberanía y los complejos carcelarios bajo la retórica de la mano dura, su discurso negó el Estado de derecho en su concepción liberal, pero resonó en sectores que priorizan la supervivencia. La población respalda estas medidas desde la lógica de que así se enfrenta a las bandas, valorando más la presencia militar en las calles que las narrativas abstractas sobre derechos humanos, especialmente en zonas donde la violencia los ha borrado de facto.
Esto no ignora que la violencia se expresa, ante todo, como falta de empleo, servicios básicos, transporte digno, atención médica y alimentos. Noboa no pretende resolver estos problemas de fondo; sin embargo, en el mercado de los votos —la mal llamada democracia— su imagen se vendió mejor que la de sus rivales. ¿Por qué? Porque en el contexto actual de guerra abierta contra el pueblo y necesidades urgentes, la dimensión de los derechos —humanos, étnicos, de género— ha dejado de operar como elemento movilizador para amplios sectores populares. La eficacia de Noboa radicó en capitalizar este vacío: ofreció espejismos de orden inmediato en un escenario donde lo estructural sigue siendo una promesa incumplida.
Un segundo tema evidente es la demanda de trabajo y empleo 6. La mayoría de la población carece de recursos para cubrir necesidades inmediatas como alimentación, salud, servicios básicos o deudas. Los bonos entregados por Noboa —calificados por algunos como inmorales o antiéticos—, pese a su carácter momentáneo y limitado, aliviaron materialmente a familias en crisis. Aunque no resuelven problemas estructurales, la diferencia entre comer o no comer en los sectores más vulnerables sienta una base de apoyo social que Noboa supo capitalizar. Contrario a las narrativas públicas, su victoria se explica porque la élite que representa logró hegemonizar mentes y corazones, partiendo de respuestas concretas que consolidaron su poder.
Esta práctica, además, no es nueva. En elecciones anteriores, el partido que hoy es oposición (Revolución Ciudadana) duplicó el valor del Bono de Desarrollo Humano durante campañas, cuando ejercía el gobierno. Su entonces candidato-presidente, Rafael Correa, al igual que Noboa, no pidió licencia para hacer proselitismo, un acto entonces legal pero cuestionado. La diferencia radica en que, tras la reforma al Código de la Democracia impulsada por el correísmo en su rol opositor, tales acciones hoy son ilegales. Sin embargo, la lógica subyacente persiste: usar recursos estatales para ganar adhesiones inmediatas.
Frente a esto, la socialdemocracia y la izquierda institucional podrían recurrir a Paulo Freire y diagnosticar un síndrome del oprimido: la internalización de la lógica del opresor por parte de las víctimas, que terminan replicando su dominación (Freire, 2005). O, en su versión más simplista, tildar al pueblo de fascista, florindo, burro, con frases como después no se quejen. Pero la reflexión de fondo, en clave gramsciana, es que no hay hegemonía —conquista de adhesiones genuinas— sin una mínima intervención material en la realidad (Thwaites Rey, 2007). Mientras Noboa ofreció, al menos simbólicamente, paliativos concretos, sus rivales se enclaustraron en discursos abstractos o en la denuncia ética, sin proponer alternativas tangibles en un contexto donde la sobrevivencia prima sobre la ideología.
3. Derecha radical e ‹izquierda› moderada
Más allá de los matices teóricos del liberalismo económico —como la síntesis neoclásica—, el capitalismo opera con dos estilos definidos de política económica: el libre mercado y el keynesianismo. En Ecuador, estas visiones se enfrentaron hace un mes en las elecciones: el proyecto neoliberal-oligárquico de Noboa contra el keynesiano-socialdemócrata de González. Este escenario refleja una pugna interburguesa, donde dos facciones de la clase dominante —con intereses no antagónicos— disputan el modelo de acumulación y la gestión de lo social. Ambos grupos, pese a retóricas opuestas, comparten prácticas estatales desde 2014, como evidencian las políticas de la derecha socialdemócrata (RC) y la neoliberal (ADN).
Tabla 1. Prácticas compartidas derecha socialdemócrata (RC) y derecha neoliberal (ADN)
Este análisis se distancia de las interpretaciones simplistas que atribuyen su triunfo al uso del Estado, el marketing político, los errores de su contrincante, campañas de desinformación o teorías de mega fraude. En su lugar, se examinan tres factores clave:
- La implementación de respuestas materiales y punitivas a demandas sociales, junto con la capitalización del descontento popular, en particular el rechazo al correísmo.
- Las convergencias económicas y políticas entre la derecha neoliberal (ADN) y la socialdemocracia (RC), que limitaron la diferenciación programática.
- La crisis de la izquierda institucional, y la ausencia de un proyecto anticapitalista cohesionado.
1. Dato no mata relato
Existe un mito en ciertos círculos académicos y mediáticos: los datos objetivos determinan el éxito político. Sin embargo, la política se define por la capacidad de imponer narrativas y ejercer poder, no solo por estadísticas. Noboa, posesionado en noviembre de 2023, enfrentó un interinato marcado por escándalos y cifras adversas:
- Finales de 2023: El Ministerio de Ambiente otorgó a la empresa Vinazin S.A., de la que Lavinia Valbonesi —esposa del presidente— es accionista mayoritaria, un registro ambiental para un proyecto inmobiliario privado en Olón, dentro de un Área de Bosque y Vegetación Protectora.
- Junio de 2024: Contratos de desayunos escolares por más de 150 millones de dólares se asignaron a la Corporación de Alimentos y Bebidas (CORPABE S.A.), vinculada a Isabel Noboa Pontón, tía del presidente.
- Febrero de 2025: El Ministerio de Energía y Minas adjudicó el campo Sacha (77 000 barriles diarios) al consorcio SINOPETROL, vinculado a familiares de Noboa. Por presión electoral, el 12 de marzo se revirtió la decisión.
- NARPOTEC: Puerto controlado por la familia Noboa en Guayaquil, donde se incautaron 151 paquetes de cocaína en 2025. Un contratista de la empresa fue detenido, pero liberado gracias a un abogado vinculado al Gobierno (Revista Raya, 2025).
- Crisis energética (2023-2024): Apagones recurrentes causaron pérdidas de 7500 millones de dólares en el sector comercial e industrial. Existe una gran posibilidad de que el fenómeno se repita el año en curso (Cámara de Comercio de Quito, 2025).
- Violencia: Ecuador registra una de las tasas de homicidios más altas del mundo. Solo en los primeros 50 días de 2025, se contabilizaron más de 1300 asesinatos, lo que equivale a un promedio de un homicidio por hora. Esta tendencia se intensificó hacia el primer trimestre del año, cuando la cifra casi se duplicó, alcanzando los 2361 casos, un hito que ha sido calificado como uno de los períodos más violentos de su historia. Pese a los 85 000 operativos militares realizados durante el año por el denominado Bloque de Seguridad—integrado por las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional—, las acciones han tenido un impacto mínimo o nulo en la reducción de la criminalidad.
- Caso Los 4 de Las Malvinas:En diciembre de 2024, cuatro niños afrodescendientes fueron detenidos en el sur de Guayaquil por efectivos militares durante una patrulla nocturna. El Gobierno mantuvo el caso bajo manipulación deliberada hasta después de las elecciones, cuando el testimonio de los uniformados implicados reveló que las víctimas habían sido secuestradas, torturadas y posteriormente asesinadas.
- Injerencia norteamericana: El 29 de marzo de 2025, Daniel Noboa se reunió con Donald Trump y solicitó la colaboración de Erik Prince, fundador de la empresa militar privada Blackwater, quien se trasladó al país durante la primera semana de abril. Estas acciones se enmarcaron en una serie de políticas controvertidas: declaraciones recurrentes de estados de excepción —la última, emitida el 12 de abril, menos de 24 horas antes de la segunda vuelta electoral—, militarización de la sociedad civil e impunidad jurídica para miembros de las fuerzas de seguridad, entre otras medidas.
Sumado a estos factores, la destitución de su vicepresidenta Verónica Abad, las denuncias de violencia vicaria por parte de su exesposa Gabriela Goldbaum, la subida de precios de combustibles y la elusión de licencias para campaña no impidieron su victoria. ¿Por qué la población lo aprueba pese a ser un régimen plutocrático? ¿Por qué los análisis de la izquierda institucional y la socialdemocracia fueron tan erráticos?
2. La conquista de mentes y corazones
El triunfo electoral de Daniel Noboa ha generado tres interpretaciones predominantes. La primera —articulada por analistas como Durán Barba, García y Ricaurte— gira en torno al marketing político. Según esta visión, Noboa logró diferenciarse del arquetipo del político tradicional —incluido el correísmo— al capitalizar los errores de su contrincante, Luisa González. Entre estos destacan propuestas ambiguas como la "dolarización a la ecuatoriana" 2, "los gestores de paz" 3, la polémica cercanía a Maduro, la reactivación de la Ley de Comunicación 4 y los escándalos revelados en los chats de Augusto Verduga 5, exconsejero del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS).
Un segundo enfoque —defendido por autores como Andino y Santiago— responsabiliza a la maquinaria estatal. Aquí se argumenta que el uso sistemático de recursos públicos, funcionarios y aparatos institucionales con fines proselitistas habría sido decisivo. Esta práctica, sin embargo, no es novedosa: desde inicios del siglo XXI, los gobiernos ecuatorianos han normalizado la instrumentalización del Estado durante campañas, lo que cuestiona su papel como factor exclusivo en este proceso.
La tercera lectura, encabezada por Rafael Correa, apunta a un mega fraude mediante bolígrafos con tinta deleble que habrían alterado votos. Esta tesis, no obstante, tropieza con un hecho incómodo: Revolución Ciudadana desplegó un ejército de observadores entrenados en procesos electorales, lo que debilita la narrativa de una manipulación generalizada.
Críticas transversales revelan los límites de estas explicaciones. La obsesión por el marketing, por ejemplo, reduce al votante a lo que Durán Barba (2011) llamó "simios con sueños racionales", una metáfora que deshumaniza y simplifica el vínculo entre estrategias comunicativas y preferencias ciudadanas. Además, aunque el uso del Estado con fines electorales es real, su recurrencia histórica lo convierte en un elemento estructural antes que en una variable decisiva única. Por último, la teoría del fraude ignora tanto la capacidad de vigilancia de Rafael Correa como un dato incuestionable: Noboa supo conectar con el inmediatismo de la población.
Más allá de las narrativas en pugna, el triunfo se explica por la eficacia de Noboa en ofrecer respuestas simbólicas —aunque efímeras— a demandas urgentes. Los estados de excepción contra la violencia, el despliegue militar en calles o los bonos económicos por 500 millones de dólares durante la campaña operaron como espejismos de solución en un contexto donde lo estructural queda relegado ante la urgencia electoral.
Para ilustrar estas aseveraciones, tomemos primero el caso de los niños asesinados en Las Malvinas. El relato de la izquierda institucional se concentra en la tesis de que "el Estado irrespetó los derechos humanos". Aunque esto es cierto, su límite radica en no ofrecer respuestas concretas al problema estructural de la violencia en las poblaciones. Existe una asfixia en las condiciones materiales de vida de los sectores populares —agravada por la inseguridad y el narcotráfico— que obliga a las propias comunidades, no al Estado, a desestimar el discurso de los derechos humanos para buscar justicia por sus propios medios. El caso de Los 4 de Las Malvinas, una ejecución extrajudicial y crimen de Estado, revela esta contradicción: la narrativa imperante de la izquierda institucional y la socialdemocracia no conecta con las necesidades inmediatas de la población.
La postura de Noboa, en cambio, sí lo hizo. Al recurrir a la militarización, los estados de excepción, la cesión de soberanía y los complejos carcelarios bajo la retórica de la mano dura, su discurso negó el Estado de derecho en su concepción liberal, pero resonó en sectores que priorizan la supervivencia. La población respalda estas medidas desde la lógica de que así se enfrenta a las bandas, valorando más la presencia militar en las calles que las narrativas abstractas sobre derechos humanos, especialmente en zonas donde la violencia los ha borrado de facto.
Esto no ignora que la violencia se expresa, ante todo, como falta de empleo, servicios básicos, transporte digno, atención médica y alimentos. Noboa no pretende resolver estos problemas de fondo; sin embargo, en el mercado de los votos —la mal llamada democracia— su imagen se vendió mejor que la de sus rivales. ¿Por qué? Porque en el contexto actual de guerra abierta contra el pueblo y necesidades urgentes, la dimensión de los derechos —humanos, étnicos, de género— ha dejado de operar como elemento movilizador para amplios sectores populares. La eficacia de Noboa radicó en capitalizar este vacío: ofreció espejismos de orden inmediato en un escenario donde lo estructural sigue siendo una promesa incumplida.
Un segundo tema evidente es la demanda de trabajo y empleo 6. La mayoría de la población carece de recursos para cubrir necesidades inmediatas como alimentación, salud, servicios básicos o deudas. Los bonos entregados por Noboa —calificados por algunos como inmorales o antiéticos—, pese a su carácter momentáneo y limitado, aliviaron materialmente a familias en crisis. Aunque no resuelven problemas estructurales, la diferencia entre comer o no comer en los sectores más vulnerables sienta una base de apoyo social que Noboa supo capitalizar. Contrario a las narrativas públicas, su victoria se explica porque la élite que representa logró hegemonizar mentes y corazones, partiendo de respuestas concretas que consolidaron su poder.
Esta práctica, además, no es nueva. En elecciones anteriores, el partido que hoy es oposición (Revolución Ciudadana) duplicó el valor del Bono de Desarrollo Humano durante campañas, cuando ejercía el gobierno. Su entonces candidato-presidente, Rafael Correa, al igual que Noboa, no pidió licencia para hacer proselitismo, un acto entonces legal pero cuestionado. La diferencia radica en que, tras la reforma al Código de la Democracia impulsada por el correísmo en su rol opositor, tales acciones hoy son ilegales. Sin embargo, la lógica subyacente persiste: usar recursos estatales para ganar adhesiones inmediatas.
Frente a esto, la socialdemocracia y la izquierda institucional podrían recurrir a Paulo Freire y diagnosticar un síndrome del oprimido: la internalización de la lógica del opresor por parte de las víctimas, que terminan replicando su dominación (Freire, 2005). O, en su versión más simplista, tildar al pueblo de fascista, florindo, burro, con frases como después no se quejen. Pero la reflexión de fondo, en clave gramsciana, es que no hay hegemonía —conquista de adhesiones genuinas— sin una mínima intervención material en la realidad (Thwaites Rey, 2007). Mientras Noboa ofreció, al menos simbólicamente, paliativos concretos, sus rivales se enclaustraron en discursos abstractos o en la denuncia ética, sin proponer alternativas tangibles en un contexto donde la sobrevivencia prima sobre la ideología.
3. Derecha radical e ‹izquierda› moderada
Más allá de los matices teóricos del liberalismo económico —como la síntesis neoclásica—, el capitalismo opera con dos estilos definidos de política económica: el libre mercado y el keynesianismo. En Ecuador, estas visiones se enfrentaron hace un mes en las elecciones: el proyecto neoliberal-oligárquico de Noboa contra el keynesiano-socialdemócrata de González. Este escenario refleja una pugna interburguesa, donde dos facciones de la clase dominante —con intereses no antagónicos— disputan el modelo de acumulación y la gestión de lo social. Ambos grupos, pese a retóricas opuestas, comparten prácticas estatales desde 2014, como evidencian las políticas de la derecha socialdemócrata (RC) y la neoliberal (ADN).
Tabla 1. Prácticas compartidas derecha socialdemócrata (RC) y derecha neoliberal (ADN)
Las coincidencias son palpables. En la Asamblea Nacional, RC y ADN votaron juntos a favor de la Ley de Eficiencia Económica y Generación de Empleo (2023) y el proyecto de reforma constitucional para asistencia militar extranjera (2025). Durante la campaña, González reforzó su alineación con el poder económico: se reunió con Mónica Heller, figura proisraelí ligada a las cámaras de comercio, y propuso repatriar a migrantes venezolanos, sumándose al discurso securitario de Jean Tópic, mercenario cercano a Nayib Bukele.
La socialdemocracia 8, además, mostró ambigüedades que ahondaron su desconexión. En territorios afectados por la minería, su oferta de respetar consultas populares —sin plantear una moratoria o reversión de concesiones— resultó insuficiente. Tampoco hubo autocrítica por violaciones a derechos indígenas —desde la educación intercultural hasta ejecuciones extrajudiciales— cometidas bajo sus gobiernos. En el discurso de Tixán, espacio donde se sellaron alianzas previas a la segunda vuelta, primaron eslóganes vacíos como esperanza o patria, evadiendo respuestas concretas a demandas urgentes.
Mientras la derecha avanza con pragmatismo —controla el gobierno, el Estado y la economía ampliada—, la socialdemocracia e izquierda institucional fantasean, enclaustrándose en retóricas. La primera, influenciada por figuras como Milei, Trump o Bukele, radicaliza su defensa de la propiedad privada y su guerra existencial contra el comunismo. Las segundas, en cambio, llaman a la desradicalización, sin notar que su moderación consolida su techo de cristal. La burguesía, así, hegemoniza tanto los medios materiales (poder económico, monopolio de la violencia, dominio institucional) como los inmateriales (ideología, medios de comunicación, sentido común), configurando lo que se define como poder-realmente-existente: la tríada de la propiedad privada (Marx), el Estado como aparato de dominación de clase (Lenin) y la hegemonía en tanto conquista de mentes y corazones (Gramsci) (Iza, Tapia y Madrid, 2024, p. 27).
Tras los resultados electorales, el correísmo enfrenta un dilema. Pese a su presencia legislativa y en gobiernos locales, las deserciones internas y el odio sembrado por las élites —que asocian a RC con el comunismo pese a su distancia ideológica— erosionan su base. El rechazo, funcional a los intereses de la oligarquía, se nutre de un malestar popular que la izquierda› institucional no supo canalizar. En este juego, la derecha no solo gana elecciones: redefine las reglas del poder.
4. Paradojas de la izquierda
Dos paradojas resumen la encrucijada ecuatoriana. La primera: Noboa triunfó al canalizar el descontento popular, tal como Correa en 2006 capitalizó el hartazgo neoliberal. Azín incluso absorbió el malestar expresado en las paralizaciones de 2019 y 2022. Fue él —no la izquierda— quien encarnó la ruptura, desafiando marcos normativos y conectando con la desidia de las mayorías mediante una actuación separada de la política tradicional.
La segunda es más punzante: mientras socialdemocracia e izquierda institucional exigen respeto a la Constitución y al Estado de derecho, la derecha oligárquica los vulnera sistemáticamente. Esto contradice la tradición crítica de la izquierda histórica, que postuló la transformación radical del orden 9. La derecha estira los límites de lo permitido, mientras sus rivales refuerzan un statu quo que dicen combatir.
Los últimos años muestran un patrón claro: las conquistas de la izquierda anticapitalista y el campo popular más significativas —como los levantamientos de Octubre de 2019 y Junio de 2022, liderados por la CONAIE— surgieron fuera de los cauces institucionales. Aquí emerge otra tensión: el derecho a la resistencia choca con la soberanía del Estado, un dilema jurídico que refleja un conflicto material. Movimientos como el Black Lives Matter (EUA), los chalecos amarillos (Francia), o la experiencia panafricana de Ibrahim Traoré en Burkina Faso y otros países del Sahel confirman que la legitimidad popular suele ganarse al margen de la legalidad burguesa. No obstante, la izquierda institucional, atrapada en su conservadurismo --más papista que el Papa—, defiende el contrato social que la asfixia, mientras la derecha desdibuja fronteras normativas para cosechar apoyo popular y hacer negocios.
Este cinismo se replica en alianzas como la de Pachakutik con el gobierno de Noboa el 7 de mayo de 2025, continuando vergonzosamente una política de conciliación de clases. Personajes como Ricardo Vanegas, Guadalupe Llori o Salvador Quishpe —que en 2021 pactaron con el gobierno de Guillermo Lasso— no son excepciones: son síntomas de un sistema de partidos donde priman intereses de clase y espejismos de movilidad social. Hablar de traición es ingenuo; el problema es estructural. La llamada disciplina orgánica se desvanece ante los cálculos pragmáticos en espacios de poder como la Asamblea 10.
Por último, la izquierda anticapitalista tampoco ha renovado sus estrategias tras los levantamientos de Octubre y Junio. Su atomización y falta de recursos materiales e intelectuales le impiden construir un proyecto de poder con identidad propia. Este vacío allanó el camino para que el clan Noboa capitalizara el descontento.
El desafío es claro: el fascismo no es un monstruo venidero, sino una amenaza larvada en los pasillos de partidos neoliberales y socialdemócratas, en ONG elitistas, en varios periodistas influyentes, en la oficialidad represiva y en una intelectualidad derechista radicalizada. Noboa golpeará económicamente a los sectores populares, pero el batacazo fascista se cuece en las entrañas del poder-realmente-existente. Superar esta ceguera teórica y práctica exige que la izquierda anticapitalista se reinvente, trascendiendo sus hitos históricos.
Andrés Madrid, docente de la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas Amawtay Wasi. Ha dictado cátedra en la Universidad Central del Ecuador y Universidad de Guayaquil. Magister en Estudios Latinoamericanos con Mención Política y Cultura por la Universidad Andina Simón Bolívar. Licenciado en Artes por la Universidad Central del Ecuador. Coautor de los libros Sinchi, el Levantamiento Popular Plurinacional de Junio 2022 en Ecuador y Estallido, la Rebelión de Octubre en Ecuador. Y autor de En busca de la chispa en la pradera.
La socialdemocracia 8, además, mostró ambigüedades que ahondaron su desconexión. En territorios afectados por la minería, su oferta de respetar consultas populares —sin plantear una moratoria o reversión de concesiones— resultó insuficiente. Tampoco hubo autocrítica por violaciones a derechos indígenas —desde la educación intercultural hasta ejecuciones extrajudiciales— cometidas bajo sus gobiernos. En el discurso de Tixán, espacio donde se sellaron alianzas previas a la segunda vuelta, primaron eslóganes vacíos como esperanza o patria, evadiendo respuestas concretas a demandas urgentes.
Mientras la derecha avanza con pragmatismo —controla el gobierno, el Estado y la economía ampliada—, la socialdemocracia e izquierda institucional fantasean, enclaustrándose en retóricas. La primera, influenciada por figuras como Milei, Trump o Bukele, radicaliza su defensa de la propiedad privada y su guerra existencial contra el comunismo. Las segundas, en cambio, llaman a la desradicalización, sin notar que su moderación consolida su techo de cristal. La burguesía, así, hegemoniza tanto los medios materiales (poder económico, monopolio de la violencia, dominio institucional) como los inmateriales (ideología, medios de comunicación, sentido común), configurando lo que se define como poder-realmente-existente: la tríada de la propiedad privada (Marx), el Estado como aparato de dominación de clase (Lenin) y la hegemonía en tanto conquista de mentes y corazones (Gramsci) (Iza, Tapia y Madrid, 2024, p. 27).
Tras los resultados electorales, el correísmo enfrenta un dilema. Pese a su presencia legislativa y en gobiernos locales, las deserciones internas y el odio sembrado por las élites —que asocian a RC con el comunismo pese a su distancia ideológica— erosionan su base. El rechazo, funcional a los intereses de la oligarquía, se nutre de un malestar popular que la izquierda› institucional no supo canalizar. En este juego, la derecha no solo gana elecciones: redefine las reglas del poder.
4. Paradojas de la izquierda
Dos paradojas resumen la encrucijada ecuatoriana. La primera: Noboa triunfó al canalizar el descontento popular, tal como Correa en 2006 capitalizó el hartazgo neoliberal. Azín incluso absorbió el malestar expresado en las paralizaciones de 2019 y 2022. Fue él —no la izquierda— quien encarnó la ruptura, desafiando marcos normativos y conectando con la desidia de las mayorías mediante una actuación separada de la política tradicional.
La segunda es más punzante: mientras socialdemocracia e izquierda institucional exigen respeto a la Constitución y al Estado de derecho, la derecha oligárquica los vulnera sistemáticamente. Esto contradice la tradición crítica de la izquierda histórica, que postuló la transformación radical del orden 9. La derecha estira los límites de lo permitido, mientras sus rivales refuerzan un statu quo que dicen combatir.
Los últimos años muestran un patrón claro: las conquistas de la izquierda anticapitalista y el campo popular más significativas —como los levantamientos de Octubre de 2019 y Junio de 2022, liderados por la CONAIE— surgieron fuera de los cauces institucionales. Aquí emerge otra tensión: el derecho a la resistencia choca con la soberanía del Estado, un dilema jurídico que refleja un conflicto material. Movimientos como el Black Lives Matter (EUA), los chalecos amarillos (Francia), o la experiencia panafricana de Ibrahim Traoré en Burkina Faso y otros países del Sahel confirman que la legitimidad popular suele ganarse al margen de la legalidad burguesa. No obstante, la izquierda institucional, atrapada en su conservadurismo --más papista que el Papa—, defiende el contrato social que la asfixia, mientras la derecha desdibuja fronteras normativas para cosechar apoyo popular y hacer negocios.
Este cinismo se replica en alianzas como la de Pachakutik con el gobierno de Noboa el 7 de mayo de 2025, continuando vergonzosamente una política de conciliación de clases. Personajes como Ricardo Vanegas, Guadalupe Llori o Salvador Quishpe —que en 2021 pactaron con el gobierno de Guillermo Lasso— no son excepciones: son síntomas de un sistema de partidos donde priman intereses de clase y espejismos de movilidad social. Hablar de traición es ingenuo; el problema es estructural. La llamada disciplina orgánica se desvanece ante los cálculos pragmáticos en espacios de poder como la Asamblea 10.
Por último, la izquierda anticapitalista tampoco ha renovado sus estrategias tras los levantamientos de Octubre y Junio. Su atomización y falta de recursos materiales e intelectuales le impiden construir un proyecto de poder con identidad propia. Este vacío allanó el camino para que el clan Noboa capitalizara el descontento.
El desafío es claro: el fascismo no es un monstruo venidero, sino una amenaza larvada en los pasillos de partidos neoliberales y socialdemócratas, en ONG elitistas, en varios periodistas influyentes, en la oficialidad represiva y en una intelectualidad derechista radicalizada. Noboa golpeará económicamente a los sectores populares, pero el batacazo fascista se cuece en las entrañas del poder-realmente-existente. Superar esta ceguera teórica y práctica exige que la izquierda anticapitalista se reinvente, trascendiendo sus hitos históricos.
Andrés Madrid, docente de la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas Amawtay Wasi. Ha dictado cátedra en la Universidad Central del Ecuador y Universidad de Guayaquil. Magister en Estudios Latinoamericanos con Mención Política y Cultura por la Universidad Andina Simón Bolívar. Licenciado en Artes por la Universidad Central del Ecuador. Coautor de los libros Sinchi, el Levantamiento Popular Plurinacional de Junio 2022 en Ecuador y Estallido, la Rebelión de Octubre en Ecuador. Y autor de En busca de la chispa en la pradera.
Referencias
- Duran Barba, Jaime y Santiago Nieto (2011). El arte de ganar: cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas. Buenos Aires: Debate.
- Freire, Paulo (2005). Pedagogía del Oprimido. México: Editores Siglo XXI.
- Iza, Leonidas y Andrés Tapia (2025). «La izquierda entre la socialdemocracia y el neofascismo». Revista Jacobin. En: https://jacobinlat.com/2025/02/entre-la-socialdemocracia-y-el-neofascismo-cual-es-el-papel-de-la-izquierda/
- Iza, Leonidas, Andrés Tapia y Andrés Madrid (2024). Sinchi. El Levantamiento Popular Plurinacional de Junio de 2022 en Ecuador. Quito: RedKapari, Editorial Abya-Yala, Ediciones Amawtay Wasi.
- Madrid, Tito (2025). «¿A qué poder le entregamos el país?». Riksinakuy TV. https://www.youtube.com/live/-tcb2thj7ec?si=7IMJH4oMtcGAHI9h
- Marx, Carlos y Federico Engels (1973). Manifiesto del Partido Comunista. Editorial Progreso. URSS.
- Marx, Carlos y Federico Engels (1973). Obras escogidas. Tomo I. Editorial Progreso. URSS.
- Revista Raya (2025). Empresa de familia de Daniel Noboa, presidente de Ecuador, involucrada en tráfico de cocaína a Europa. En: https://revistaraya.com/familia-daniel-noboa-presidente-de-ecuador-trafico-de-cocaina-europa.html
- Thwaites Rey, Mabel (2007). Estado y Marxismo. Un siglo y medio de debates. «El Estado ‹ampliado› en el pensamiento gramsciano». Buenos Aires: Editorial Prometeo.
Notas:
- 1) Hijo del empresario ecuatoriano Álvaro Noboa Pontón, el cual ha sido catalogado por diversas fuentes financieras, como Forbes, como uno de los hombres más ricos de Latinoamérica. Su fortuna, estimada en miles de millones de dólares, se deriva de un conglomerado empresarial diversificado que incluye sectores como la agricultura (Banana Export Company), comercio, industria y bienes raíces, con presencia en más de 50 países.
- 2) Propuesta de campaña alterada por la propaganda noboísta que alertaba sobre una supuesta convertibilidad electrónica del dólar, expresada en la consigna Luisa te desdolariza. Esto posicionó la idea de que la dolarización estaba en riesgo bajo el gobierno de González.
- 3) Articulación de ciudadanos con la Policía Nacional para promover la paz en territorios afectados por violencia narco-delictiva. Para el Ejecutivo, esta propuesta podría desembocar en la creación de milicias, al estilo de las documentadas en Venezuela o Nicaragua.
- 4) Según medios corporativos, la implementación de esta ley incentivaría la censura y regulación arbitraria. Derogada durante el gobierno de Guillermo Lasso, su objetivo original en el correísmo era democratizar la comunicación». No obstante, consolidó un relato único alineado con políticas capitalistas modernizantes. La normativa establecía destinar el 34 % del espectro radioeléctrico a medios comunitarios, pero apenas se materializó un 5 %, logrado gracias a la lucha de organizaciones populares por acceder a espacios locales.
- 5) Caso Liga Azul: vinculaba a militantes correístas, incluido Verduga —destituido en septiembre de 2024—, acusados de operar para controlar nombramientos en el Consejo de la Judicatura y la Superintendencia de Bancos, así como influir en el CPPCS. La evidencia se manejó de forma discrecional para debilitar políticamente a González.
- 6) En Ecuador, la Población Económicamente Activa (PEA) alcanza casi los 9 millones de personas, de las cuales menos de 3 millones cuentan con empleo adecuado (salario básico de 470 $ en 2025). Más de 5 millones se encuentran en condiciones de empleo inadecuado o precario: ingresos inferiores al básico, jornadas menores a 40 horas semanales o subempleo, aun cuando desean trabajar más horas o aumentar sus ingresos. Esto implica que dos tercios de la PEA sobrevive en situaciones laborales no plenas, incluyendo trabajo no remunerado. Hasta diciembre de 2024, 6 millones de personas subsistían con menos de 91,43 $ mensuales, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Estas cifras reflejan condiciones paupérrimas para la mayoría de la clase trabajadora. Al consultar las principales preocupaciones ciudadanas, destacan la violencia, la inseguridad y el desempleo, con variaciones significativas según la región.
- 7) La información respecto a los posibles vínculos de RC y ADN con Grupos de Delincuencia Organizada (GDO) se obtuvieron a partir de entrevistas con informantes protegidos ubicados en barrios del norte de Guayaquil, sector conocido como la Entrada de la ocho.
- 8) Como caracterizaron Iza y Tapia (2025), el correísmo no representa una izquierda radical, sino una socialdemocracia: corriente dentro del pensamiento burgués que, retomando modelos keynesianos —desarrollados por el economista británico John Maynard Keynes—, busca prolongar los ciclos de estabilidad capitalista mediante medidas anticíclicas. El objetivo de estas políticas es sostener la acumulación de capital a través del estímulo estatal al consumo, posicionando al Estado como dinamizador económico. Keynes, cabe subrayar, nunca se alineó con la izquierda revolucionaria; de hecho, desarrolló su teoría explícitamente para contener el avance revolucionario en Europa tras las crisis de la primera mitad del siglo XX.
- 9) Véase la crítica al «partido del orden» en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx (1852)
- 10) Una institución se define por la creación de hábitos colectivos y la repetición estructurada de prácticas, no depende de individuos sino de la reproducción sistémica de comportamientos. El parlamento, en su naturaleza histórica, ha operado mediante pactos. No obstante, en las últimas décadas —y debido a la universalización del voto—, ha perdido relevancia en la definición de políticas económicas clave. Este espacio ha sido ocupado por decretos ejecutivos gestionados directamente por el Gobierno y sus ministerios, en coordinación con gremios empresariales. A los asambleístas les quedan márgenes de negociación reducidos, que, cuando existen, son aprovechados de forma táctica.
29 de mayo de 2025
|
NO BASTA CON DECIR NO: CONSTRUIR ALTERNATIVA, ORGANIZACIÓN Y PODER
Una de las imágenes que conservo de mi infancia es la de un pollo recién degollado que, en un arrebato reflejo, escapó corriendo por la cocina, desorientado, sin rumbo ni cabeza. La escena generó risas y temor entre quienes presenciábamos ese absurdo vital. Hoy, en medio del panorama político nacional, me vuelve esa imagen con fuerza. Porque una parte importante de la oposición –y en especial del movimiento progresista– parece actuar como ese pollo: desprovista de dirección política clara, atrapada en reflejos, corriendo entre estímulos sin tomar una ruta colectiva, estratégica, ni eficaz.
La derrota electoral reciente –la tercera consecutiva en lo presidencial– ha sido difícil de procesar. Aunque existen análisis y elementos estadísticos que sustentan la tesis del fraude, carecemos de pruebas concluyentes para sostenerla con fuerza legal y política. Y aunque se logró mantener la segunda fuerza en la Asamblea Nacional, ello no se ha traducido en influencia institucional ni protagonismo estratégico. Se denuncia la exclusión y la cooptación del poder por parte del oficialismo, pero no se exhiben propuestas claras de acción legislativa ni se comunica eficazmente una alternativa creíble. Peor aún, se asume una actitud binaria, como si el país se dividiera entre amigos y enemigos, patriotas y traidores, gobierno y nosotros. La política no es blanco y negro. Como nos recuerda Maquiavelo: “El príncipe debe ser flexible y saber adaptarse al cambio, en armonía con las circunstancias. Desgraciado aquel cuya conducta está en discordia con los tiempos”. Hoy, la inflexibilidad no es coherencia: es ceguera.
Asumir el papel de oposición implica responsabilidad histórica, y esa responsabilidad no se ejerce desde el radicalismo declarativo ni desde el dogma. El primer proyecto económico urgente del Ejecutivo, por ejemplo, debe ser combatido con argumentos, no solo con rechazo. Si afecta derechos, si vulnera la ley, hay que explicarlo públicamente, ofrecer alternativas concretas, plantear reformas parciales, articular alianzas coyunturales, y sobre todo, hacer pedagogía política. La oposición debe mostrar que no le teme al debate, sino que lo encarna. Porque “la política es el arte de lo posible”, no el culto al imposible.
Ser oposición no significa encerrarse en sí misma. No puede bastarse con levantar la bandera de un solo agravio –por más justo que sea– si eso significa ignorar la multiplicidad de dolores y urgencias que atraviesan al país: la crisis humanitaria en salud, la precarización de los servicios públicos, el abandono de la Refinería de Esmeraldas, el desalojo violento de comunidades indígenas, los ataques a gobiernos locales, la persecución judicial y política, los escándalos de corrupción, el narcotráfico y el lavado de activos, el deterioro institucional y el debilitamiento de la seguridad social. ¿Dónde está la voz articulada de la oposición frente a estos temas? ¿Cómo pretende conectar con las masas si no acompaña sus luchas cotidianas? Como dijo nuevamente Maquiavelo: “Si quieres lograr un objetivo, haz que la acción colectiva sea necesaria. La necesidad es lo que impulsa al hombre a actuar”. Y hoy, la necesidad social es apremiante, pero encuentra poca resonancia política.
El gobierno no duerme. Cooptando aliados, penetrando estructuras, sembrando cizaña y división, polarizando a la sociedad, sabe que mientras la oposición se entretiene en sus disputas internas, ellos avanzan en la toma del Estado. Cada gesto autoritario se recubre de eficiencia; cada medida de fuerza se disfraza de modernización. Y mientras tanto, del lado progresista se repite el error de asimilar crítica con traición. No hay evaluación seria tras los errores; no hay autocrítica tras las derrotas. En el Azuay, por ejemplo, se pasó de ser mayoría a perder fuerza en la segunda vuelta, sin explicación política clara. Persisten liderazgos que no rinden cuentas ni construyen consensos. Se confunde militancia con obediencia, participación con sumisión. No hay debate interno ni horizontalidad real. Se actúa como si los cuadros que disienten debieran ser expulsados, y no escuchados. Es aquí donde Gramsci nos lanza una advertencia necesaria: “No construyas fortalezas para protegerte: son símbolo del aislamiento del poder; coartan tu flexibilidad y son un blanco fácil para los enemigos”.
En lugar de aislarse, la oposición debe mirar hacia afuera y hacia abajo. No puede bastarse con redes sociales ni con pronunciamientos desde las cúpulas. Debe regresar a los territorios, a las organizaciones sociales, a las universidades, a los sindicatos, a las juventudes que no se sienten interpeladas por las formas tradicionales de la política. La acción política no puede ser un gesto para la galería, ni una forma de prolongar una marca partidaria. Debe ser un proceso orgánico de construcción de poder colectivo, de disputa cultural, de articulación de sentido común. Porque como decía Gramsci, “el gesto por el gesto, la lucha por la lucha, el individualismo sórdido y mezquino no es más que la satisfacción caprichosa de impulsos momentáneos”. Y eso no construye hegemonía: solo fortalece al adversario.
No se puede construir un nuevo bloque histórico con sectarismo ni dogmatismo. Necesitamos abrir las puertas a nuevas voces, a nuevas formas de liderazgo, a nuevas prácticas organizativas. Debemos formar y escuchar a nuestras bases, generar cuadros con pensamiento estratégico, promover la evaluación constante y rigurosa. Gramsci afirmaba: “Toda distinción entre el dirigir y el organizar indica una desviación. Todo gran político debe ser también una gran administración”. Eso implica tener claridad sobre nuestra agenda legislativa, nuestra propuesta de gobierno alternativo, nuestros objetivos coyunturales y estructurales. La oposición no puede improvisar: debe prever, coordinar, anticiparse y actuar.
Esta etapa exige una acción política que combine radicalidad en los principios con audacia táctica. Requiere recuperar la pedagogía de lo posible, sin perder la visión utópica. Exige construir unidad desde la diversidad, abrir espacios para el pensamiento crítico y la participación amplia. No se trata de claudicar en lo ideológico, sino de comprender que la construcción del poder popular necesita alianzas amplias, acumulación progresiva, y una praxis coherente entre lo que se dice y lo que se hace.
Por eso, más que nunca, es tiempo de disputar el sentido de la política. De volver a hacer de ella un espacio de transformación, de justicia, de defensa de los derechos, de ampliación de la democracia. No podemos encerrarnos ni aislarnos. No podemos ceder a la tentación del purismo inútil ni del cálculo individual. Necesitamos reconstruir una épica colectiva, convocar a nuevas generaciones, repolitizar el territorio, reconectar con la esperanza. Como diría Maquiavelo: “Todos admiran al audaz, nadie honra al tímido”. Y como enseñó Gramsci, “toda idea es buena en cuanto esclarece una relación real y organiza una voluntad colectiva capaz de realizarla”.
El momento es difícil, sí, pero también es decisivo. Solo una oposición que piense, evalúe, escuche y actúe podrá ser alternativa. Solo una organización que proponga, acompañe, y se inserte en la vida de su pueblo será recordada como parte de la solución y no como un obstáculo más. No es momento de replicar errores pasados, sino de asumir un nuevo papel en la historia política del país: más abierto, más riguroso, más valiente.
Porque la política, cuando tiene sentido, no es un pollo sin cabeza. Es el arte de dirigir colectivamente hacia un horizonte de dignidad, justicia y libertad.
Pedo Cornejo Calderón
29/5/2025
Una de las imágenes que conservo de mi infancia es la de un pollo recién degollado que, en un arrebato reflejo, escapó corriendo por la cocina, desorientado, sin rumbo ni cabeza. La escena generó risas y temor entre quienes presenciábamos ese absurdo vital. Hoy, en medio del panorama político nacional, me vuelve esa imagen con fuerza. Porque una parte importante de la oposición –y en especial del movimiento progresista– parece actuar como ese pollo: desprovista de dirección política clara, atrapada en reflejos, corriendo entre estímulos sin tomar una ruta colectiva, estratégica, ni eficaz.
La derrota electoral reciente –la tercera consecutiva en lo presidencial– ha sido difícil de procesar. Aunque existen análisis y elementos estadísticos que sustentan la tesis del fraude, carecemos de pruebas concluyentes para sostenerla con fuerza legal y política. Y aunque se logró mantener la segunda fuerza en la Asamblea Nacional, ello no se ha traducido en influencia institucional ni protagonismo estratégico. Se denuncia la exclusión y la cooptación del poder por parte del oficialismo, pero no se exhiben propuestas claras de acción legislativa ni se comunica eficazmente una alternativa creíble. Peor aún, se asume una actitud binaria, como si el país se dividiera entre amigos y enemigos, patriotas y traidores, gobierno y nosotros. La política no es blanco y negro. Como nos recuerda Maquiavelo: “El príncipe debe ser flexible y saber adaptarse al cambio, en armonía con las circunstancias. Desgraciado aquel cuya conducta está en discordia con los tiempos”. Hoy, la inflexibilidad no es coherencia: es ceguera.
Asumir el papel de oposición implica responsabilidad histórica, y esa responsabilidad no se ejerce desde el radicalismo declarativo ni desde el dogma. El primer proyecto económico urgente del Ejecutivo, por ejemplo, debe ser combatido con argumentos, no solo con rechazo. Si afecta derechos, si vulnera la ley, hay que explicarlo públicamente, ofrecer alternativas concretas, plantear reformas parciales, articular alianzas coyunturales, y sobre todo, hacer pedagogía política. La oposición debe mostrar que no le teme al debate, sino que lo encarna. Porque “la política es el arte de lo posible”, no el culto al imposible.
Ser oposición no significa encerrarse en sí misma. No puede bastarse con levantar la bandera de un solo agravio –por más justo que sea– si eso significa ignorar la multiplicidad de dolores y urgencias que atraviesan al país: la crisis humanitaria en salud, la precarización de los servicios públicos, el abandono de la Refinería de Esmeraldas, el desalojo violento de comunidades indígenas, los ataques a gobiernos locales, la persecución judicial y política, los escándalos de corrupción, el narcotráfico y el lavado de activos, el deterioro institucional y el debilitamiento de la seguridad social. ¿Dónde está la voz articulada de la oposición frente a estos temas? ¿Cómo pretende conectar con las masas si no acompaña sus luchas cotidianas? Como dijo nuevamente Maquiavelo: “Si quieres lograr un objetivo, haz que la acción colectiva sea necesaria. La necesidad es lo que impulsa al hombre a actuar”. Y hoy, la necesidad social es apremiante, pero encuentra poca resonancia política.
El gobierno no duerme. Cooptando aliados, penetrando estructuras, sembrando cizaña y división, polarizando a la sociedad, sabe que mientras la oposición se entretiene en sus disputas internas, ellos avanzan en la toma del Estado. Cada gesto autoritario se recubre de eficiencia; cada medida de fuerza se disfraza de modernización. Y mientras tanto, del lado progresista se repite el error de asimilar crítica con traición. No hay evaluación seria tras los errores; no hay autocrítica tras las derrotas. En el Azuay, por ejemplo, se pasó de ser mayoría a perder fuerza en la segunda vuelta, sin explicación política clara. Persisten liderazgos que no rinden cuentas ni construyen consensos. Se confunde militancia con obediencia, participación con sumisión. No hay debate interno ni horizontalidad real. Se actúa como si los cuadros que disienten debieran ser expulsados, y no escuchados. Es aquí donde Gramsci nos lanza una advertencia necesaria: “No construyas fortalezas para protegerte: son símbolo del aislamiento del poder; coartan tu flexibilidad y son un blanco fácil para los enemigos”.
En lugar de aislarse, la oposición debe mirar hacia afuera y hacia abajo. No puede bastarse con redes sociales ni con pronunciamientos desde las cúpulas. Debe regresar a los territorios, a las organizaciones sociales, a las universidades, a los sindicatos, a las juventudes que no se sienten interpeladas por las formas tradicionales de la política. La acción política no puede ser un gesto para la galería, ni una forma de prolongar una marca partidaria. Debe ser un proceso orgánico de construcción de poder colectivo, de disputa cultural, de articulación de sentido común. Porque como decía Gramsci, “el gesto por el gesto, la lucha por la lucha, el individualismo sórdido y mezquino no es más que la satisfacción caprichosa de impulsos momentáneos”. Y eso no construye hegemonía: solo fortalece al adversario.
No se puede construir un nuevo bloque histórico con sectarismo ni dogmatismo. Necesitamos abrir las puertas a nuevas voces, a nuevas formas de liderazgo, a nuevas prácticas organizativas. Debemos formar y escuchar a nuestras bases, generar cuadros con pensamiento estratégico, promover la evaluación constante y rigurosa. Gramsci afirmaba: “Toda distinción entre el dirigir y el organizar indica una desviación. Todo gran político debe ser también una gran administración”. Eso implica tener claridad sobre nuestra agenda legislativa, nuestra propuesta de gobierno alternativo, nuestros objetivos coyunturales y estructurales. La oposición no puede improvisar: debe prever, coordinar, anticiparse y actuar.
Esta etapa exige una acción política que combine radicalidad en los principios con audacia táctica. Requiere recuperar la pedagogía de lo posible, sin perder la visión utópica. Exige construir unidad desde la diversidad, abrir espacios para el pensamiento crítico y la participación amplia. No se trata de claudicar en lo ideológico, sino de comprender que la construcción del poder popular necesita alianzas amplias, acumulación progresiva, y una praxis coherente entre lo que se dice y lo que se hace.
Por eso, más que nunca, es tiempo de disputar el sentido de la política. De volver a hacer de ella un espacio de transformación, de justicia, de defensa de los derechos, de ampliación de la democracia. No podemos encerrarnos ni aislarnos. No podemos ceder a la tentación del purismo inútil ni del cálculo individual. Necesitamos reconstruir una épica colectiva, convocar a nuevas generaciones, repolitizar el territorio, reconectar con la esperanza. Como diría Maquiavelo: “Todos admiran al audaz, nadie honra al tímido”. Y como enseñó Gramsci, “toda idea es buena en cuanto esclarece una relación real y organiza una voluntad colectiva capaz de realizarla”.
El momento es difícil, sí, pero también es decisivo. Solo una oposición que piense, evalúe, escuche y actúe podrá ser alternativa. Solo una organización que proponga, acompañe, y se inserte en la vida de su pueblo será recordada como parte de la solución y no como un obstáculo más. No es momento de replicar errores pasados, sino de asumir un nuevo papel en la historia política del país: más abierto, más riguroso, más valiente.
Porque la política, cuando tiene sentido, no es un pollo sin cabeza. Es el arte de dirigir colectivamente hacia un horizonte de dignidad, justicia y libertad.
Pedo Cornejo Calderón
29/5/2025