30 de enero de 2025
«Ideología woke»: el cáncer por extirpar
Las ideas que expone el presidente argentino Javier Milei han despertado el interés mediático mundial y en forma creciente se difunden e inspiran a las derechas de América Latina. Volvió a recalcar sus puntos centrales en el reciente Foro de Davos (World Economic Forum, 20-24/enero, 2025). Se concentró en atacar la “ideología woke” (término originado en los Estados Unidos) que ha “desviado” el camino del mundo occidental e “infecta de socialismo” al Estado y las instituciones, de modo que hay un “deber moral” y una “responsabilidad histórica” por “desmantelarla”. Afirmó: “es el cáncer que hay que extirpar” y la atribuyó a los progresismos y las izquierdas (https://t.ly/XDi1W ; https://t.ly/t8Wio). Por eso, Milei exclamó en un post/X: “Zurdos hijos de putas tiemblen” (https://t.ly/2sm88). Y saludó entusiasta la llegada de Donald Trump, a quien considera un aliado en la defensa de lo que resume en la trilogía “vida, libertad y propiedad privada”.
Pero es impresionante cómo las derechas ideológicas y fanatizadas con la perversa idea de la “libertad económica” tergiversan la historia, la desconocen o la ocultan. Los Estados Unidos del siglo XIX se condujeron frente al mundo occidental con dos doctrinas: el Monroísmo y el Destino Manifiesto. Sirvieron para justificar el expansionismo territorial y el intervencionismo en América Latina y el Caribe. Al comenzar el siglo XX, con Theodore Roosevelt (1901–1909) las intervenciones para defender las empresas e intereses estadounidenses marcaron su camino imperialista, agresivamente justificado con la política del «Big Stick» («Gran Garrote») y el “Corolario Roosevelt” (1904). La situación solo cambió con la diplomacia del “Buen Vecino” impulsada por Franklin D. Roosevelt (1933–1945) quien, además, con las políticas del New Deal, transformó al país impulsando una economía del bienestar con seguridad social; ayudas a desempleados, pobres, ancianos, discapacitados, familias con hijos; mejores salarios y derechos para los trabajadores; subsidios agrícolas; reforma industrial; grandes obras públicas mediante el fortalecimiento intervencionista del Estado, aumento del gasto público, bonos de deuda interna y fuertes impuestos progresivos que sobrepasaron el 70% para los ricos. Los Estados Unidos se convirtieron en una sociedad más igualitaria, con redistribución de la riqueza, expansión de la clase media (con educación, salud, vivienda y seguridad social) y gran progreso material, que sirvió de ejemplo sobre los avances posibles con capitalismo. Fue la verdadera “edad de oro” de los Estados Unidos.
Décadas después, John F. Kennedy (1961–1963), al mismo tiempo que promovió los derechos civiles en su país y especialmente reconociendo los de la población afroamericana, lanzó el programa Alianza para el Progreso, interesado en el desarrollo de América Latina, aunque bajo las premisas de la Guerra Fría. Sin embargo, fue el presidente Ronald Reagan (1981–1989) quien desmontó el Estado de bienestar mantenido por décadas, promoviendo la desregulación de los mercados, reducción de impuestos a las corporaciones y a los ricos, recortes a los programas de ayuda y seguridad social, flexibilidad laboral, privatizaciones y retorno a las agresivas políticas de antecesores como Theodore Roosevelt frente a Latinoamérica. Todo ello produjo el aumento de la pobreza y la marginación social en su propio país, concentración de la riqueza, aumento del poder de las corporaciones. Son resultados inevitables del neoliberalismo estudiados, entre otros, por Joseph Stiglitz y advertido incluso por Francis Fukuyama, otrora adalid del “fin de la historia” gracias a la globalización y el neoliberalismo, idea que tuvo que revisar y hasta desechar años después, pasando a ser crítico de las políticas de Trump y hasta abogando por regulaciones estatales.
En las décadas posteriores cabe resaltar el papel “conciliador” de Barack Obama (2009–2017), quien incluso normalizó relaciones diplomáticas con Cuba. Su política contrastó, de inmediato, con la primera presidencia de Donald Trump (2017–2021) quien impuso una línea dura contra la inmigración, enormes sanciones contra Cuba y Venezuela, tanto como reimpulsó las políticas de hegemonía norteamericana en el mundo (“America First”), basadas en la defensa de la seguridad y la potenciación de la economía aperturista interna, con privilegio para las corporaciones. Imposible no recordar, nuevamente, a Theodore Roosevelt.
Contradiciendo las ideas anarcocapitalistas libertarias, el “wokismo” norteamericano no vino exactamente de las “izquierdas” ni de “socialistas” o “comunistas”, sino de presidentes con visión social, que lograron construir una sociedad de bienestar y aceptable equilibrio, que resultó desmontada precisamente cuando se impusieron las ideas de la economía libre, el mercado libre y la empresa privada como fundamento de la felicidad. Y si acudimos a la historia de Europa podrá comprobarse que el modelo de economía social de mercado y el Estado de bienestar que allí se construyó sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, tuvo como eje la redistribución de la riqueza, fuertes impuestos a las rentas y universales bienes y servicios públicos. ¿Los desmontarán ahora por provenir de una supuesta “ideología woke”?
El neoliberalismo que se introdujo en América Latina ha sido aún más ruinoso para la vida y el trabajo en todos los países donde se impuso desde la época del “reaganismo” y en Chile y el Cono Sur a sangre y fuego, de la mano de dictaduras militares terroristas desde las décadas de 1960 y, sobre todo, 1970. Transformó a la región en la más desigual del mundo y privilegió a élites económicas incapaces de generar desarrollo con bienestar social, si se comparan los resultados de las épocas aperturistas con los adelantos que se lograron cuando hubo gobiernos que fortalecieron las obras, infraestructuras y servicios públicos, al mismo tiempo que realizaron redistribución de la riqueza en la búsqueda de justicia social, que son conceptos aborrecidos por los anarcocapitalistas. Esas economías orientadas hacia el bienestar social se dieron, por ejemplo, con los gobiernos del primer ciclo progresista latinoamericano desde inicios del siglo XXI, para no remontarnos a otros momentos como el de los gobiernos “populistas” clásicos o durante el desarrollismo.
También puede verificarse que los derechos sociales, laborales, comunitarios, ambientales, así como las ideas sobre diversidad, identidad. igualdad de género, etc., han debido surgir en diversos momentos de la historia contemporánea de los Estados Unidos, el mundo Occidental y, sin duda, en América Latina, por la necesidad de avanzar en la equidad y por lo menos contrarrestar la voracidad rentista y explotadora de los grandes ricos propietarios del capital. De modo que habría que agradecer a la “ideología woke” de haber evitado un mundo de mayores desigualdades en beneficio de los capitalistas y condenar, al mismo tiempo, la ideología de la “libertad económica” que solo ha destruido los derechos ya logrados.
Desde luego ha crecido la ideología de la “libertad económica” entre las élites empresariales y los ricos de América Latina. En países como Ecuador la oligarquía está apoderada del Estado desde 2017 con la progresiva ruina de la democracia. Además, el nuevo ascenso presidencial de Donald Trump abre otro momento favorable a los intereses de esos sectores hegemónicos, con la posibilidad inmediata de que, envalentonados por las condiciones que se crearán desde los Estados Unidos, no dudarán en implantar regímenes de derechas rentistas originados en elecciones ciudadanas, pero más autoritarios, persecutores y represivos. Unas derechas que, movidas por su convencimiento sobre el supuesto beneficio social que traen los propietarios del capital, rápidamente pasan a ser derechas-fachas, es decir, destructoras de la convivencia democrática. Los “wokis” no son el cáncer contemporáneo, sino las ideas del neoliberalismo revestido como libertarianismo.
Historia y Presente – blog
www.historiaypresente.com
Pero es impresionante cómo las derechas ideológicas y fanatizadas con la perversa idea de la “libertad económica” tergiversan la historia, la desconocen o la ocultan. Los Estados Unidos del siglo XIX se condujeron frente al mundo occidental con dos doctrinas: el Monroísmo y el Destino Manifiesto. Sirvieron para justificar el expansionismo territorial y el intervencionismo en América Latina y el Caribe. Al comenzar el siglo XX, con Theodore Roosevelt (1901–1909) las intervenciones para defender las empresas e intereses estadounidenses marcaron su camino imperialista, agresivamente justificado con la política del «Big Stick» («Gran Garrote») y el “Corolario Roosevelt” (1904). La situación solo cambió con la diplomacia del “Buen Vecino” impulsada por Franklin D. Roosevelt (1933–1945) quien, además, con las políticas del New Deal, transformó al país impulsando una economía del bienestar con seguridad social; ayudas a desempleados, pobres, ancianos, discapacitados, familias con hijos; mejores salarios y derechos para los trabajadores; subsidios agrícolas; reforma industrial; grandes obras públicas mediante el fortalecimiento intervencionista del Estado, aumento del gasto público, bonos de deuda interna y fuertes impuestos progresivos que sobrepasaron el 70% para los ricos. Los Estados Unidos se convirtieron en una sociedad más igualitaria, con redistribución de la riqueza, expansión de la clase media (con educación, salud, vivienda y seguridad social) y gran progreso material, que sirvió de ejemplo sobre los avances posibles con capitalismo. Fue la verdadera “edad de oro” de los Estados Unidos.
Décadas después, John F. Kennedy (1961–1963), al mismo tiempo que promovió los derechos civiles en su país y especialmente reconociendo los de la población afroamericana, lanzó el programa Alianza para el Progreso, interesado en el desarrollo de América Latina, aunque bajo las premisas de la Guerra Fría. Sin embargo, fue el presidente Ronald Reagan (1981–1989) quien desmontó el Estado de bienestar mantenido por décadas, promoviendo la desregulación de los mercados, reducción de impuestos a las corporaciones y a los ricos, recortes a los programas de ayuda y seguridad social, flexibilidad laboral, privatizaciones y retorno a las agresivas políticas de antecesores como Theodore Roosevelt frente a Latinoamérica. Todo ello produjo el aumento de la pobreza y la marginación social en su propio país, concentración de la riqueza, aumento del poder de las corporaciones. Son resultados inevitables del neoliberalismo estudiados, entre otros, por Joseph Stiglitz y advertido incluso por Francis Fukuyama, otrora adalid del “fin de la historia” gracias a la globalización y el neoliberalismo, idea que tuvo que revisar y hasta desechar años después, pasando a ser crítico de las políticas de Trump y hasta abogando por regulaciones estatales.
En las décadas posteriores cabe resaltar el papel “conciliador” de Barack Obama (2009–2017), quien incluso normalizó relaciones diplomáticas con Cuba. Su política contrastó, de inmediato, con la primera presidencia de Donald Trump (2017–2021) quien impuso una línea dura contra la inmigración, enormes sanciones contra Cuba y Venezuela, tanto como reimpulsó las políticas de hegemonía norteamericana en el mundo (“America First”), basadas en la defensa de la seguridad y la potenciación de la economía aperturista interna, con privilegio para las corporaciones. Imposible no recordar, nuevamente, a Theodore Roosevelt.
Contradiciendo las ideas anarcocapitalistas libertarias, el “wokismo” norteamericano no vino exactamente de las “izquierdas” ni de “socialistas” o “comunistas”, sino de presidentes con visión social, que lograron construir una sociedad de bienestar y aceptable equilibrio, que resultó desmontada precisamente cuando se impusieron las ideas de la economía libre, el mercado libre y la empresa privada como fundamento de la felicidad. Y si acudimos a la historia de Europa podrá comprobarse que el modelo de economía social de mercado y el Estado de bienestar que allí se construyó sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, tuvo como eje la redistribución de la riqueza, fuertes impuestos a las rentas y universales bienes y servicios públicos. ¿Los desmontarán ahora por provenir de una supuesta “ideología woke”?
El neoliberalismo que se introdujo en América Latina ha sido aún más ruinoso para la vida y el trabajo en todos los países donde se impuso desde la época del “reaganismo” y en Chile y el Cono Sur a sangre y fuego, de la mano de dictaduras militares terroristas desde las décadas de 1960 y, sobre todo, 1970. Transformó a la región en la más desigual del mundo y privilegió a élites económicas incapaces de generar desarrollo con bienestar social, si se comparan los resultados de las épocas aperturistas con los adelantos que se lograron cuando hubo gobiernos que fortalecieron las obras, infraestructuras y servicios públicos, al mismo tiempo que realizaron redistribución de la riqueza en la búsqueda de justicia social, que son conceptos aborrecidos por los anarcocapitalistas. Esas economías orientadas hacia el bienestar social se dieron, por ejemplo, con los gobiernos del primer ciclo progresista latinoamericano desde inicios del siglo XXI, para no remontarnos a otros momentos como el de los gobiernos “populistas” clásicos o durante el desarrollismo.
También puede verificarse que los derechos sociales, laborales, comunitarios, ambientales, así como las ideas sobre diversidad, identidad. igualdad de género, etc., han debido surgir en diversos momentos de la historia contemporánea de los Estados Unidos, el mundo Occidental y, sin duda, en América Latina, por la necesidad de avanzar en la equidad y por lo menos contrarrestar la voracidad rentista y explotadora de los grandes ricos propietarios del capital. De modo que habría que agradecer a la “ideología woke” de haber evitado un mundo de mayores desigualdades en beneficio de los capitalistas y condenar, al mismo tiempo, la ideología de la “libertad económica” que solo ha destruido los derechos ya logrados.
Desde luego ha crecido la ideología de la “libertad económica” entre las élites empresariales y los ricos de América Latina. En países como Ecuador la oligarquía está apoderada del Estado desde 2017 con la progresiva ruina de la democracia. Además, el nuevo ascenso presidencial de Donald Trump abre otro momento favorable a los intereses de esos sectores hegemónicos, con la posibilidad inmediata de que, envalentonados por las condiciones que se crearán desde los Estados Unidos, no dudarán en implantar regímenes de derechas rentistas originados en elecciones ciudadanas, pero más autoritarios, persecutores y represivos. Unas derechas que, movidas por su convencimiento sobre el supuesto beneficio social que traen los propietarios del capital, rápidamente pasan a ser derechas-fachas, es decir, destructoras de la convivencia democrática. Los “wokis” no son el cáncer contemporáneo, sino las ideas del neoliberalismo revestido como libertarianismo.
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Errores de interpretación sobre la evolución de Estados Unidos (1/2)
Como puede verse, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca modifica grandemente las reglas del juego en el escenario internacional. Pero las acciones de Trump suelen ser objeto de interpretaciones erróneas –la mayoría de los analistas pasan por alto los usos y costumbres propios de los estadounidenses y proyectan sobre Donald Trump los debates políticos locales de sus propios países. La confusión se hace aún mayor debido al hecho que casi todos han adoptado la ideología que estaba de moda en Washington. Muchos ven aquella ideología como la doxa estadounidense, cuando en realidad era sólo un momento de la historia de Estados Unidos y todos olvidan generalmente sus numerosas escuelas de pensamiento.
VoltaireNet.org
(...)
La lucha contra la ideología woke
El wokismo se describe generalmente como una reacción ante el recuerdo del esclavismo y de la segregación racial. Se considera que los descendientes de los colonizadores europeos, ahora conscientes de los horrores que se cometieron en el pasado, tratan hoy de hacer algo para compensar aquel comportamiento de sus antecesores.
Esa no es mi opinión. A mi modo de ver, el wokismo no tiene nada que ver con aquellos crímenes. Si se adopta una visión antropológica de la cuestión, hay que reconocer que fenómenos idénticos existieron en todas las grandes religiones. En el cristianismo, en Orígenes de Alejandría (también conocido como Orígenes Adamantius), el padre de la Iglesia del siglo III, quien mejor representa ese fenómeno ya que se dice que llegó a castrarse para tener la garantía de no poder cometer pecado, o, más recientemente, está el ejemplo de Juan Calvino, quien se hizo célebre al aplicar en la teocrática República de Ginebra los mismos métodos que la Inquisición española.
No se debe olvidar que lo que hoy es Estados Unidos partió de una colonia creada en Plymouth (en la llamada Nueva Inglaterra, más exactamente en Massachusetts) por un grupo de puritanos, o sea calvinistas. El Lord Protector, Oliver Cromwell, los había enviado al “nuevo continente” como misioneros, pero no tanto para convertir a los “pieles rojas” como para convertir a los europeos católicos enviados por el rey de España. En las colonias que los puritanos creaban en Norteamérica las mujeres tenían que cubrirse la cabeza, la plegaria era obligatoria, los homosexuales eran castigados con latigazos, etc. Aquellos fanáticos son las mismas personas que los estadounidenses de hoy llaman los “Padres Peregrinos” (no confundir con los “Padres Fundadores”, que fueron juristas). Y cada año, los estadounidenses les rinden homenaje con la celebración del Thanksgiving. Aquellos personajes importaron la idea de que la política debía ser “pura” y fueron los iniciadores de las destrucciones de estatuas de “herejes”.
En 2014, el término woke (palabra de la lengua inglesa que significa “despierto”) comenzó a utilizarse para designar a las personas conscientes de las consecuencias sociales que todavía tienen en Estados Unidos el esclavismo y la discriminación racial. Al calor de la “convergencia de luchas”, el término se extendió a los reclamos vinculados a la orientación sexual e incluso al género. Al tratarse de un movimiento que buscaba la “pureza”, en el sentido religioso del término, sus seguidores comenzaron a exigir a la sociedad en general la imposición de prácticas “correctas” o “buenas” para combatir las discriminaciones, raciales u otras, presentadas como “sistémicas”. De hecho, ese movimiento milita por la «discriminación positiva» como medio de favorecer a todas las minorías.
Por supuesto, es evidente que el esclavismo fue una cruel realidad en Estados Unidos y que aquella realidad aún condiciona ciertos comportamientos actuales. Pero es más que dudoso que la simple destrucción de todo lo que pueda recordar aquella época llegue a resolver los problemas de nuestra época. Y es todavía menos probable que favorecer a los candidatos negros sea lo que les permita realmente liberarse de la condición de sus ancestros. Son muchos los que perciben instintivamente que esos “remedios” son peores que los males que supuestamente combaten.
Eso es, en todo caso, lo que han podido comprobar los habitantes woke de Los Ángeles al ver sus casas arrasadas por los incendios. Inmediatamente notaron la ineficacia de los bomberos reclutados según los criterios de la «discriminación positiva», y no en función de sus capacidades reales.
El wokismo es, en definitiva, una versión moderna del puritanismo de los «Padres Peregrinos», pero Estados Unidos es un país heterogéneo y multicultural.
Hay que reconocer que, antes de que el Partido Republicano, asaltado por el “trumpismo”, se convirtiera en jacksoniano, el Partido Demócrata, bajo la influencia de Barack Obama y Joe Biden, se había convertido al wokismo. Todo eso ha dado lugar a numerosas confusiones ya que el conjunto de la clase política de Washington abandonó, por motivos ideológicos, su comportamiento tradicional, al que ahora comienza a regresar.
Durante la última campaña electoral estadounidense, con vista a la elección presidencial, dos jóvenes influencers se destacaron por su denuncia del wokismo. La periodista negra Candace Owens –hoy en plena offensiva contra el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y su esposa [2]– calificó el movimiento Black Lives Matters de «banda de chiquillos llorones que se hacen pasar por oprimidos para llamar la atención». Por su parte, el influencer gay Milo Yiannopoulos –está casado con otro hombre– presentó exitosamente sus parodias del feminismo lésbico y del movimiento LGTBQIA+. Estos dos influencers llevaron numerosos negros y gays a no votar por el Partido Demócrata, como lo hacían sus padres o abuelos, sino por Donald Trump.
En su discurso de investidura, Donald Trump ya anunciaba el fin de las políticas de «discriminación positiva» y precisó que a partir de ahora el Estado federal reconoce sólo dos sexos. Parece un cambio espectacular, pero se produce en un momento en que la gran mayoría de los electores estadounidenses ya están convencidos [3].
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La lucha contra la ideología woke
El wokismo se describe generalmente como una reacción ante el recuerdo del esclavismo y de la segregación racial. Se considera que los descendientes de los colonizadores europeos, ahora conscientes de los horrores que se cometieron en el pasado, tratan hoy de hacer algo para compensar aquel comportamiento de sus antecesores.
Esa no es mi opinión. A mi modo de ver, el wokismo no tiene nada que ver con aquellos crímenes. Si se adopta una visión antropológica de la cuestión, hay que reconocer que fenómenos idénticos existieron en todas las grandes religiones. En el cristianismo, en Orígenes de Alejandría (también conocido como Orígenes Adamantius), el padre de la Iglesia del siglo III, quien mejor representa ese fenómeno ya que se dice que llegó a castrarse para tener la garantía de no poder cometer pecado, o, más recientemente, está el ejemplo de Juan Calvino, quien se hizo célebre al aplicar en la teocrática República de Ginebra los mismos métodos que la Inquisición española.
No se debe olvidar que lo que hoy es Estados Unidos partió de una colonia creada en Plymouth (en la llamada Nueva Inglaterra, más exactamente en Massachusetts) por un grupo de puritanos, o sea calvinistas. El Lord Protector, Oliver Cromwell, los había enviado al “nuevo continente” como misioneros, pero no tanto para convertir a los “pieles rojas” como para convertir a los europeos católicos enviados por el rey de España. En las colonias que los puritanos creaban en Norteamérica las mujeres tenían que cubrirse la cabeza, la plegaria era obligatoria, los homosexuales eran castigados con latigazos, etc. Aquellos fanáticos son las mismas personas que los estadounidenses de hoy llaman los “Padres Peregrinos” (no confundir con los “Padres Fundadores”, que fueron juristas). Y cada año, los estadounidenses les rinden homenaje con la celebración del Thanksgiving. Aquellos personajes importaron la idea de que la política debía ser “pura” y fueron los iniciadores de las destrucciones de estatuas de “herejes”.
En 2014, el término woke (palabra de la lengua inglesa que significa “despierto”) comenzó a utilizarse para designar a las personas conscientes de las consecuencias sociales que todavía tienen en Estados Unidos el esclavismo y la discriminación racial. Al calor de la “convergencia de luchas”, el término se extendió a los reclamos vinculados a la orientación sexual e incluso al género. Al tratarse de un movimiento que buscaba la “pureza”, en el sentido religioso del término, sus seguidores comenzaron a exigir a la sociedad en general la imposición de prácticas “correctas” o “buenas” para combatir las discriminaciones, raciales u otras, presentadas como “sistémicas”. De hecho, ese movimiento milita por la «discriminación positiva» como medio de favorecer a todas las minorías.
Por supuesto, es evidente que el esclavismo fue una cruel realidad en Estados Unidos y que aquella realidad aún condiciona ciertos comportamientos actuales. Pero es más que dudoso que la simple destrucción de todo lo que pueda recordar aquella época llegue a resolver los problemas de nuestra época. Y es todavía menos probable que favorecer a los candidatos negros sea lo que les permita realmente liberarse de la condición de sus ancestros. Son muchos los que perciben instintivamente que esos “remedios” son peores que los males que supuestamente combaten.
Eso es, en todo caso, lo que han podido comprobar los habitantes woke de Los Ángeles al ver sus casas arrasadas por los incendios. Inmediatamente notaron la ineficacia de los bomberos reclutados según los criterios de la «discriminación positiva», y no en función de sus capacidades reales.
El wokismo es, en definitiva, una versión moderna del puritanismo de los «Padres Peregrinos», pero Estados Unidos es un país heterogéneo y multicultural.
Hay que reconocer que, antes de que el Partido Republicano, asaltado por el “trumpismo”, se convirtiera en jacksoniano, el Partido Demócrata, bajo la influencia de Barack Obama y Joe Biden, se había convertido al wokismo. Todo eso ha dado lugar a numerosas confusiones ya que el conjunto de la clase política de Washington abandonó, por motivos ideológicos, su comportamiento tradicional, al que ahora comienza a regresar.
Durante la última campaña electoral estadounidense, con vista a la elección presidencial, dos jóvenes influencers se destacaron por su denuncia del wokismo. La periodista negra Candace Owens –hoy en plena offensiva contra el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y su esposa [2]– calificó el movimiento Black Lives Matters de «banda de chiquillos llorones que se hacen pasar por oprimidos para llamar la atención». Por su parte, el influencer gay Milo Yiannopoulos –está casado con otro hombre– presentó exitosamente sus parodias del feminismo lésbico y del movimiento LGTBQIA+. Estos dos influencers llevaron numerosos negros y gays a no votar por el Partido Demócrata, como lo hacían sus padres o abuelos, sino por Donald Trump.
En su discurso de investidura, Donald Trump ya anunciaba el fin de las políticas de «discriminación positiva» y precisó que a partir de ahora el Estado federal reconoce sólo dos sexos. Parece un cambio espectacular, pero se produce en un momento en que la gran mayoría de los electores estadounidenses ya están convencidos [3].
(...)
31 de enero de 2025
¿La agenda 'woke' como causa de la decadencia de Occidente?
Miembros prominentes de las derechas políticas, como los presidentes Javier Milei y Donald Trump, han hecho del 'antiwokismo' una bandera de lucha.
RT
"Estar despierto", atento a luchas políticas y culturales. A eso remite originariamente el uso de la palabra 'woke' en el discurso público estadounidense. No obstante, en el presente, las cosas han cambiado y el término se ha redefinido para abarcar banderas a favor de asuntos como la diversidad sexual, la agenda verde, el antirracismo y el feminismo. Al mismo tiempo, también se ha erigido en una suerte paraguas en el que encuentra cabida el rechazo virulento hacia distintas formas de reivindicación y derechos humanos.
Por lo tanto, el término es ambiguo y ha sido esa ambigüedad la que ha permitido que se posicione como expresión de la polarización política. Del lado del denuesto, se lo escucha en bocas de figuras representantes del conservadurismo y las derechas políticas como los presidentes Donald Trump y Javier Milei, o el magnate Elon Musk.
Sin empacho, estos agentes han asociado lo 'woke' con "la izquierda", "el colectivismo" y la crisis de la cultura occidental. Bajo su punto de vista, este mundo ha entrado en un espiral de decadencia al abandonar "valores tradicionales" como la familia biparental heteronormativa, la libertad de expresión o el mantenimiento de estructuras formales de igualdad ante la ley, en tanto se entiende que estas son garantía de la aplicación imparcial de la justicia.
Desde la izquierda, las críticas hacia el 'wokismo' no son menos agrias. Autores como la filósofa estadounidense Susan Neiman acusan a este sector de haber abandonado lo que califica como los tres ejes de la izquierda: el universalismo, la confianza en el progreso y la distinción clara entre la justicia y el poder. A su juicio, este cambio implicó asimismo ir en pos de una política de identidades que omite el origen de las injusticias y apuesta por la reparación histórica de grupos definidos como entidades abstractas, sin historia y sin contexto sociocultural.
Empero, conviene distinguir la naturaleza de los cuestionamientos que se hacen de lo 'woke' desde la derecha y desde la izquierda. En el primer caso, se omiten las desigualdades sistémicas derivadas del orden capitalista, que golpean con más fuerza a personas pobres, racializadas, mujeres o sexodiversas; en el segundo, se advierte una identificación correcta de algunas desigualdades presentes en la sociedad, pero se critica tanto la determinación de su origen como las maneras empleadas para apuntalar su solución.
Ello explica por qué el discurso 'antiwoke' es una bandera para las derechas políticas, mientras que para las izquierdas constituye, antes que nada, un objeto de reflexión académica y crítica que no llega a erigirse como un factor divisivo decisivo, toda vez que no es inusual que quienes se inscriben en esa posición del espectro político apoyen o hayan apoyado contingentemente luchas feministas, antirracistas, ambientales o políticas en favor de las personas sexodiversas, por citar solo algunos ejemplos.
¿Producto de exportación?
Aunque inicialmente se trató de un fenómeno estadounidense, la versión más contemporánea del discurso 'woke' ha echado mano de las redes sociales para posicionar temas, "cancelar" a figuras públicas por sus opiniones y globalizar debates que, en otras circunstancias, no habrían pasado de ser temas locales con alguna atención de la prensa.
Este rasgo ha posibilitado que figuras como Musk acusaran al entonces Twitter o a la Wikipedia de dar visibilidad a la "agenda 'woke'" y de imponer un punto de vista ideologizado y sesgado, a condición de cercenar la libertad de expresión o de someter al escarnio público a quienes manifestaran otras opiniones.
De otro costado, el activismo de redes propio del 'wokismo', dio fundamento a esos cuestionamientos y posibilitó que otros formadores de opinión se incorporaran al debate; en suma, permitió la internacionalización del término y sus críticas, que ha devenido en un producto de exportación estadounidense con claras incidencias en el Sur Global.
De ello es muestra el reciente discurso que pronunció el presidente argentino, Javier Milei, en la edición 2025 del Foro de Davos. En su intervención, que duró cerca de media hora, el mandatario presentó a lo 'woke' y al 'wokismo' como causas últimas de lo que, asegura, constituye la decadencia de Occidente.
En su decir, el 'wokismo' "es la ideología que ha colonizado las instituciones más importantes, desde partidos y Estados de los países de Occidente; la gobernanza global, pasando por organizaciones no gubernamentales, universidades y medios de comunicación, [así] como también ha marcado el curso de la conversación global durante las últimas décadas".
"Hasta que no saquemos esa ideología aberrante de nuestra cultura, nuestras instituciones y nuestras leyes, la civilización occidental e incluso, la especie humana, no logrará retomar la senda del progreso que demanda nuestro espíritu pionero. Es indispensable romper estas cadenas ideológicas, si queremos dar paso a una nueva era dorada", fustigó.
Según Milei, el problema de origen es que el 'wokismo' reemplazó la "libertad" por la "liberación" sobre la base de "la siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social, complementada por entramados teóricos marxistas cuyo fin era liberar al individuo de sus necesidades", con lo que, aseveró, se constituyó una especie de insuficiencia en torno a la "igualdad ante la ley" que se supera a partir de la reparación de "injusticias de base ocultas".
"En otras palabras: del concepto de libertad como protección fundamental del individuo frente a la intervención del tirano, pasamos al concepto de liberación mediante la intervención del Estado. Sobre esta base fue construido el 'wokismo', un régimen de pensamiento único cuyo propósito es penalizar el disenso", afirmó.
Acto seguido, el dignatario arremetió contra los feminismos, las diversidades sexuales, el calentamiento global y la interrupción voluntaria del embarazo. En particular, asoció la homosexualidad con la pederastia, al aludir al caso de una pareja gay que recibió una condena de 100 años de cárcel por abusar sexualmente de sus hijos adoptivos. La situación, aunque verídica, fue presentado como soporte para la criminalización de un grupo humano, lo que le granjeó numerosas críticas.
'Antiwokismo' y luchas sociales
Los alegatos de Milei ilustran claramente cómo el rechazo a lo que sea que se denomine 'woke', es un instrumento eficaz para denostar de la justicia social, un principio básico de las democracias liberales que está consagrado en numerosas constituciones, leyes y documentos en todo el mundo.
Aun si pudiera advertirse que el mandatario hizo uso de su habitual verbo para insuflar un debate y generar polarización en torno a su figura, sus expresiones apuntan hacia el cuestionamiento de un pilar más profundo dentro de las sociedades occidentales a las que dice defender cuando arremete contra lo 'woke': la idea de justicia social como fundamento para el pleno ejercicio y disfrute de los derechos fundamentales.
En adenda, sus discursos no suelen quedarse en declaraciones de principios; antes bien, el referente libertario ha demostrado que su estrategia de gestión se compadece con lo que proclama.
"Llegamos al punto de normalizar que en muchos países, supuestamente civilizados, si uno mata a la mujer se llama femicidio y eso conlleva una pena más grave que si uno mata a un hombre, solo por el sexo de la víctima, legalizando de hecho que la vida de una mujer vale más que la de un hombre", alegó en Davos. Acto seguido, su ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, anunció que se eliminará el delito de feminicidio del Código Penal.
En EE.UU., epicentro de la polarización en torno a lo 'woke', se transita por caminos semejantes. En 2022, la Corte Suprema derogó el derecho constitucional al aborto y grandes compañías y el propio Gobierno ha anunciado el fin de sus políticas de inclusión y discriminación positiva, en claro acuerdo con las directrices de la administración de Donald Trump. Son conocidas las críticas al 'wokismo' formuladas por el magnate republicano y buena parte de los miembros de su gestión.
De manera tal que no se trata solo de debates académicos o de palabras pronunciadas para ganar adeptos en mítines. Esos discursos tienen efectos sobre luchas sociales de larga data y el reconocimiento de injusticias sistémicas dentro del capitalismo, aunque, como señalan desde la izquierda, no se estén poniendo en cuestión los fundamentos del sistema.
En Argentina, el campanazo resuena con fuerza. Colectivos feministas, antirracistas y LGBTIQ* anunciaron una movilización masiva en Buenos Aires y más de 100 localidades del país este 1 de febrero. A la iniciativa se sumaron centrales sindicales y organizaciones de derechos humanos como Madres de Plaza de Mayo.
Mientras, desde el Gobierno tacharon la iniciativa de "marcha política". "Es una marcha política que nuclea a todos los que están en contra de la gestión", aseguró una fuente de la Casa Rosada este jueves al portal TN. Para el Ejecutivo, la presencia de dirigentes opositores en la manifestación permitiría identificar "quién está de cada bando, para marcar la división".
Es fácil concluir que sí se trata de una marcha política, pero no por la presencia de figuras opositoras, sino porque es una muestra pública de rechazo hacia iniciativas gubernamentales que suponen el menoscabo de derechos y la perpetuación de injusticias, que avanzan sin pausas en esa nación de Suramérica.
*El movimiento internacional LGBT está calificado como organización extremista en el territorio de Rusia y prohibido en el país.
Por lo tanto, el término es ambiguo y ha sido esa ambigüedad la que ha permitido que se posicione como expresión de la polarización política. Del lado del denuesto, se lo escucha en bocas de figuras representantes del conservadurismo y las derechas políticas como los presidentes Donald Trump y Javier Milei, o el magnate Elon Musk.
Sin empacho, estos agentes han asociado lo 'woke' con "la izquierda", "el colectivismo" y la crisis de la cultura occidental. Bajo su punto de vista, este mundo ha entrado en un espiral de decadencia al abandonar "valores tradicionales" como la familia biparental heteronormativa, la libertad de expresión o el mantenimiento de estructuras formales de igualdad ante la ley, en tanto se entiende que estas son garantía de la aplicación imparcial de la justicia.
Desde la izquierda, las críticas hacia el 'wokismo' no son menos agrias. Autores como la filósofa estadounidense Susan Neiman acusan a este sector de haber abandonado lo que califica como los tres ejes de la izquierda: el universalismo, la confianza en el progreso y la distinción clara entre la justicia y el poder. A su juicio, este cambio implicó asimismo ir en pos de una política de identidades que omite el origen de las injusticias y apuesta por la reparación histórica de grupos definidos como entidades abstractas, sin historia y sin contexto sociocultural.
Empero, conviene distinguir la naturaleza de los cuestionamientos que se hacen de lo 'woke' desde la derecha y desde la izquierda. En el primer caso, se omiten las desigualdades sistémicas derivadas del orden capitalista, que golpean con más fuerza a personas pobres, racializadas, mujeres o sexodiversas; en el segundo, se advierte una identificación correcta de algunas desigualdades presentes en la sociedad, pero se critica tanto la determinación de su origen como las maneras empleadas para apuntalar su solución.
Ello explica por qué el discurso 'antiwoke' es una bandera para las derechas políticas, mientras que para las izquierdas constituye, antes que nada, un objeto de reflexión académica y crítica que no llega a erigirse como un factor divisivo decisivo, toda vez que no es inusual que quienes se inscriben en esa posición del espectro político apoyen o hayan apoyado contingentemente luchas feministas, antirracistas, ambientales o políticas en favor de las personas sexodiversas, por citar solo algunos ejemplos.
¿Producto de exportación?
Aunque inicialmente se trató de un fenómeno estadounidense, la versión más contemporánea del discurso 'woke' ha echado mano de las redes sociales para posicionar temas, "cancelar" a figuras públicas por sus opiniones y globalizar debates que, en otras circunstancias, no habrían pasado de ser temas locales con alguna atención de la prensa.
Este rasgo ha posibilitado que figuras como Musk acusaran al entonces Twitter o a la Wikipedia de dar visibilidad a la "agenda 'woke'" y de imponer un punto de vista ideologizado y sesgado, a condición de cercenar la libertad de expresión o de someter al escarnio público a quienes manifestaran otras opiniones.
De otro costado, el activismo de redes propio del 'wokismo', dio fundamento a esos cuestionamientos y posibilitó que otros formadores de opinión se incorporaran al debate; en suma, permitió la internacionalización del término y sus críticas, que ha devenido en un producto de exportación estadounidense con claras incidencias en el Sur Global.
De ello es muestra el reciente discurso que pronunció el presidente argentino, Javier Milei, en la edición 2025 del Foro de Davos. En su intervención, que duró cerca de media hora, el mandatario presentó a lo 'woke' y al 'wokismo' como causas últimas de lo que, asegura, constituye la decadencia de Occidente.
En su decir, el 'wokismo' "es la ideología que ha colonizado las instituciones más importantes, desde partidos y Estados de los países de Occidente; la gobernanza global, pasando por organizaciones no gubernamentales, universidades y medios de comunicación, [así] como también ha marcado el curso de la conversación global durante las últimas décadas".
"Hasta que no saquemos esa ideología aberrante de nuestra cultura, nuestras instituciones y nuestras leyes, la civilización occidental e incluso, la especie humana, no logrará retomar la senda del progreso que demanda nuestro espíritu pionero. Es indispensable romper estas cadenas ideológicas, si queremos dar paso a una nueva era dorada", fustigó.
Según Milei, el problema de origen es que el 'wokismo' reemplazó la "libertad" por la "liberación" sobre la base de "la siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social, complementada por entramados teóricos marxistas cuyo fin era liberar al individuo de sus necesidades", con lo que, aseveró, se constituyó una especie de insuficiencia en torno a la "igualdad ante la ley" que se supera a partir de la reparación de "injusticias de base ocultas".
"En otras palabras: del concepto de libertad como protección fundamental del individuo frente a la intervención del tirano, pasamos al concepto de liberación mediante la intervención del Estado. Sobre esta base fue construido el 'wokismo', un régimen de pensamiento único cuyo propósito es penalizar el disenso", afirmó.
Acto seguido, el dignatario arremetió contra los feminismos, las diversidades sexuales, el calentamiento global y la interrupción voluntaria del embarazo. En particular, asoció la homosexualidad con la pederastia, al aludir al caso de una pareja gay que recibió una condena de 100 años de cárcel por abusar sexualmente de sus hijos adoptivos. La situación, aunque verídica, fue presentado como soporte para la criminalización de un grupo humano, lo que le granjeó numerosas críticas.
'Antiwokismo' y luchas sociales
Los alegatos de Milei ilustran claramente cómo el rechazo a lo que sea que se denomine 'woke', es un instrumento eficaz para denostar de la justicia social, un principio básico de las democracias liberales que está consagrado en numerosas constituciones, leyes y documentos en todo el mundo.
Aun si pudiera advertirse que el mandatario hizo uso de su habitual verbo para insuflar un debate y generar polarización en torno a su figura, sus expresiones apuntan hacia el cuestionamiento de un pilar más profundo dentro de las sociedades occidentales a las que dice defender cuando arremete contra lo 'woke': la idea de justicia social como fundamento para el pleno ejercicio y disfrute de los derechos fundamentales.
En adenda, sus discursos no suelen quedarse en declaraciones de principios; antes bien, el referente libertario ha demostrado que su estrategia de gestión se compadece con lo que proclama.
"Llegamos al punto de normalizar que en muchos países, supuestamente civilizados, si uno mata a la mujer se llama femicidio y eso conlleva una pena más grave que si uno mata a un hombre, solo por el sexo de la víctima, legalizando de hecho que la vida de una mujer vale más que la de un hombre", alegó en Davos. Acto seguido, su ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, anunció que se eliminará el delito de feminicidio del Código Penal.
En EE.UU., epicentro de la polarización en torno a lo 'woke', se transita por caminos semejantes. En 2022, la Corte Suprema derogó el derecho constitucional al aborto y grandes compañías y el propio Gobierno ha anunciado el fin de sus políticas de inclusión y discriminación positiva, en claro acuerdo con las directrices de la administración de Donald Trump. Son conocidas las críticas al 'wokismo' formuladas por el magnate republicano y buena parte de los miembros de su gestión.
De manera tal que no se trata solo de debates académicos o de palabras pronunciadas para ganar adeptos en mítines. Esos discursos tienen efectos sobre luchas sociales de larga data y el reconocimiento de injusticias sistémicas dentro del capitalismo, aunque, como señalan desde la izquierda, no se estén poniendo en cuestión los fundamentos del sistema.
En Argentina, el campanazo resuena con fuerza. Colectivos feministas, antirracistas y LGBTIQ* anunciaron una movilización masiva en Buenos Aires y más de 100 localidades del país este 1 de febrero. A la iniciativa se sumaron centrales sindicales y organizaciones de derechos humanos como Madres de Plaza de Mayo.
Mientras, desde el Gobierno tacharon la iniciativa de "marcha política". "Es una marcha política que nuclea a todos los que están en contra de la gestión", aseguró una fuente de la Casa Rosada este jueves al portal TN. Para el Ejecutivo, la presencia de dirigentes opositores en la manifestación permitiría identificar "quién está de cada bando, para marcar la división".
Es fácil concluir que sí se trata de una marcha política, pero no por la presencia de figuras opositoras, sino porque es una muestra pública de rechazo hacia iniciativas gubernamentales que suponen el menoscabo de derechos y la perpetuación de injusticias, que avanzan sin pausas en esa nación de Suramérica.
*El movimiento internacional LGBT está calificado como organización extremista en el territorio de Rusia y prohibido en el país.