Construir el plan desde abajo
La Joven Cuba Yassel A. Padrón Kunakbaeva 24 de junio de 2019
Foto: ACN
El pasado 14 de junio, durante la clausura del VIII Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba, en el Palacio de Convenciones, el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel dio un discurso realmente notable. Por la importancia de lo que allí se expresó, vale la pena citar algunas de sus palabras, dirigidas a los economistas cubanos:
“Es mi manera de confirmarles lo que ya ustedes saben: que el país necesita a sus profesionales de la economía; necesita de su talento, de sus aportes y de su trabajo.
Y lo necesitará particularmente para que se pueda aplicar con éxito la decisión, anunciada en este Congreso por el compañero Alejandro Gil, ministro de Economía y Planificación, de que a partir del año próximo vamos a propiciar con objetividad e intencionalidad, dentro de lo posible, que sean los trabajadores quienes elaboren los planes de sus empresas.
Alejandro habló aquí también de la necesidad de un cambio de mentalidad para hacer efectiva esta medida, reclamada durante años por los trabajadores.
Hay que saltar a un nuevo momento y saber que ya el plan «no llegará desde arriba». En mi opinión, se trata de una medida audaz y muy revolucionaria que, como dijo el ministro, exige objetividad, realismo y conciencia. ¿Y quiénes sino ustedes pueden ayudar a que así sea?”
Durante este congreso de la ANEC, se nos ha informado que el Estado Cubano, finalmente, después de décadas de planificación central, está dispuesto a avanzar hacia una concepción democrática y participativa respecto al plan de la economía. De hacerse realidad la intención planteada, se trataría de una transformación muy revolucionaria, además de ser la primera de carácter claramente socialista en un buen tiempo.
Y sin embargo, a pesar de tratarse de una medida potencialmente rupturista, en el sentido de cambiar todo lo que debe ser cambiado, no parece que el anuncio haya sacudido los cimientos de la sociedad cubana. Se puede afirmar sin dudarlo, que existen muchos cubanos que no se han enterado de la noticia, y que otros han tomado o tomarán, cuando se enteren, una actitud muy fría hacia la misma.
La idea del plan central, que viene de arriba hacia abajo, es consustancial a los socialismos de estado o de vanguardia que se han conocido en el mundo contemporáneo. China, Vietnam o Corea del Norte, los países que todavía se reclaman socialistas, no les dan la iniciativa a las empresas a la hora de construir el plan, a pesar del componente privado de algunas de esas economías. Solo se conoce un caso histórico de construcción del plan de abajo hacia arriba: la antigua Yugoslavia. Este es el modelo al que nos acercaríamos en caso de hacerse efectiva la medida.
La introducción de un principio de construcción colectiva con respecto al plan, puede ser un paso trascendental en el abandono del viejo paradigma del socialismo de estado, el cual gravita negativamente sobre el proceso de la revolución cubana. De ahí su importancia capital.
La razón por la cual este anuncio no provoca una mayor resonancia social, está dada por la falta de confianza que se ha acumulado sobre la capacidad del Estado para dar solución a los problemas del país. Esta falta de confianza es aún mayor, si se trata de creer en la capacidad del Estado para ser un factor en la emancipación y el empoderamiento de los ciudadanos. La visión que prevalece es la de una burocracia ineficiente, que siempre encuentra la manera de burlar la voluntad popular.
Incluso entre los que defendemos aún la opción revolucionaria, y creemos que Cuba debe seguir siendo socialista, una gran parte hemos dejado de creer en la capacidad del Estado y de las viejas organizaciones políticas y de masas para llevar adelante por sí solos el proyecto de la Revolución Cubana. Hoy las esperanzas de muchos activistas e intelectuales están puestas en la capacidad de la sociedad civil para construir socialismo “desde abajo”, mediante la presión popular, la crítica, la autoorganización, etc., frente a la caducidad de los métodos para construir socialismo “desde arriba”.
Es en ese contexto en el que nos encontramos a Díaz-Canel sacando adelante una medida que hace realidad un viejo reclamo democratizador de los trabajadores cubanos, incluyendo allí a los intelectuales, los trabajadores del pensamiento y de la cultura. El Presidente, impulsando desde arriba una transformación que todos sabemos que no significará nada si no viene acompañada de un impulso desde abajo por parte de los trabajadores. Porque si los trabajadores no se apropian de los espacios de poder que les corresponden, con conciencia, responsabilidad y firmeza, nunca va a ocurrir la construcción de un socialismo plenamente popular.
En ocasiones como esta, uno por fuerza se acuerda de que no existe nada escrito acerca de cómo se regenera una sociedad que ha pasado por una revolución, pero que luego ha conocido deformaciones y retrocesos, impuestos por causas internas y externas. ¿Cómo reaccionar ante el reto que lanza Díaz-Canel? ¿Lo desestimamos por venir de la burocracia? ¿O saltamos de alegría por ver que “ahora sí” vamos por el buen camino?
En otro lugar he escrito que, en las condiciones que plantea la transición socialista, es inevitable mantener en ciertas circunstancias la alianza de clase entre pueblo y burocracia. A eso le añado mi apreciación de que el Estado cubano no es una realidad lineal, sino más bien oblicua, como corresponde a nuestra geografía tropical y al carácter dialéctico del proceso. No se le puede encasillar como una realidad puramente revolucionaria o puramente reaccionaria, porque si bien es cierto que la burocracia se ha separado como una clase social distinta, que ocupa un lugar privilegiado en la reproducción social, esta no ha desarticulado ni vulnerado irremediablemente el pacto social nacido de la Revolución.
Dada la fuerza que todavía tiene el Proyecto Revolucionario, la opción de vida socialista que hace una masa crítica de cubanos, la cual se evidenció en la victoria del Sí durante el referéndum constitucional, no es descabellado entender que surjan elementos progresistas de la burocracia que se propongan avanzar en la construcción del socialismo, aunque solo sea para cumplir con el rol social que les garantiza su legitimidad.
Por otro lado, desconocer el papel del Estado en la canalización del proceso cubano, poner la fe exclusivamente en lo que nazca de la iniciativa popular, y que le sea impuesto al Estado como resultado de la presión y el antagonismo, puede ser un error. Primero porque ignora cómo ha sido la dinámica real de los cambios en Cuba durante las últimas décadas. Segundo, porque no atiende al hecho de que toda conflictividad social es peligrosa en un contexto de agresividad imperialista. Cualquier cambio que podamos hacer ahorrándonos el conflicto, el enfrentamiento al Estado, etc. es preferible a un enfrentamiento que puede abrir la brecha por la que penetren aquellas fuerzas que quieren desbancar y borrar el Proyecto Revolucionario.
Creo que lo que nos corresponde en esta circunstancia, a los revolucionarios cubanos que entendemos el papel de la sociedad civil, es hacerle un acompañamiento crítico a esta medida. Celebrarla al mismo tiempo que planteamos que su alcance puede ser desde muy grande hasta ínfimo, en la medida en que se mantengan otros controles burocráticos. Contribuir a la educación y al despertar de la conciencia de los trabajadores. Exigir otras medidas que deben acompañar a esta necesariamente, como la elección mediante votación secreta de los directores de las empresas, el perfeccionamiento del trabajo sindical, etc.
Desde arriba también se puede contribuir a la construcción del socialismo. Es por eso que los marxistas creemos en la construcción de un poder popular y de un Estado. Este 14 de junio, Diaz-Canel manifestó su disposición a empujar el barco hacia buen puerto, incluso escuchando a los que contribuyen desde Internet y las redes sociales:
“Leo continuamente los análisis y cuestionamientos que han comenzado a proliferar en las redes en los últimos meses, y comprendo y comparto la angustia de quienes, honestamente, quieren apurar las salidas de los mayores problemas. En eso coincidimos absolutamente.
Soslayando algunas evaluaciones que descalifican y juzgan duramente todas las decisiones del Gobierno —sin contar con todos los elementos de juicio— valoramos los criterios y tomamos su validez en cuenta en lo que decidimos y proyectamos, aunque sé que algunos esperan más, quizás un reconocimiento público de sus razones.
Créanme que nos encantaría hacerlo si pudiéramos disponer de los recursos que cada día debemos manejar a punta de lápiz para garantizar que la justicia social conquistada se mantenga.”
Ya sabemos que no habrá espectacularidad, y que todos los hilos de la realidad no están en sus manos, Presidente. Pero por el camino correcto, estamos dispuestos a acompañarlo.
“Es mi manera de confirmarles lo que ya ustedes saben: que el país necesita a sus profesionales de la economía; necesita de su talento, de sus aportes y de su trabajo.
Y lo necesitará particularmente para que se pueda aplicar con éxito la decisión, anunciada en este Congreso por el compañero Alejandro Gil, ministro de Economía y Planificación, de que a partir del año próximo vamos a propiciar con objetividad e intencionalidad, dentro de lo posible, que sean los trabajadores quienes elaboren los planes de sus empresas.
Alejandro habló aquí también de la necesidad de un cambio de mentalidad para hacer efectiva esta medida, reclamada durante años por los trabajadores.
Hay que saltar a un nuevo momento y saber que ya el plan «no llegará desde arriba». En mi opinión, se trata de una medida audaz y muy revolucionaria que, como dijo el ministro, exige objetividad, realismo y conciencia. ¿Y quiénes sino ustedes pueden ayudar a que así sea?”
Durante este congreso de la ANEC, se nos ha informado que el Estado Cubano, finalmente, después de décadas de planificación central, está dispuesto a avanzar hacia una concepción democrática y participativa respecto al plan de la economía. De hacerse realidad la intención planteada, se trataría de una transformación muy revolucionaria, además de ser la primera de carácter claramente socialista en un buen tiempo.
Y sin embargo, a pesar de tratarse de una medida potencialmente rupturista, en el sentido de cambiar todo lo que debe ser cambiado, no parece que el anuncio haya sacudido los cimientos de la sociedad cubana. Se puede afirmar sin dudarlo, que existen muchos cubanos que no se han enterado de la noticia, y que otros han tomado o tomarán, cuando se enteren, una actitud muy fría hacia la misma.
La idea del plan central, que viene de arriba hacia abajo, es consustancial a los socialismos de estado o de vanguardia que se han conocido en el mundo contemporáneo. China, Vietnam o Corea del Norte, los países que todavía se reclaman socialistas, no les dan la iniciativa a las empresas a la hora de construir el plan, a pesar del componente privado de algunas de esas economías. Solo se conoce un caso histórico de construcción del plan de abajo hacia arriba: la antigua Yugoslavia. Este es el modelo al que nos acercaríamos en caso de hacerse efectiva la medida.
La introducción de un principio de construcción colectiva con respecto al plan, puede ser un paso trascendental en el abandono del viejo paradigma del socialismo de estado, el cual gravita negativamente sobre el proceso de la revolución cubana. De ahí su importancia capital.
La razón por la cual este anuncio no provoca una mayor resonancia social, está dada por la falta de confianza que se ha acumulado sobre la capacidad del Estado para dar solución a los problemas del país. Esta falta de confianza es aún mayor, si se trata de creer en la capacidad del Estado para ser un factor en la emancipación y el empoderamiento de los ciudadanos. La visión que prevalece es la de una burocracia ineficiente, que siempre encuentra la manera de burlar la voluntad popular.
Incluso entre los que defendemos aún la opción revolucionaria, y creemos que Cuba debe seguir siendo socialista, una gran parte hemos dejado de creer en la capacidad del Estado y de las viejas organizaciones políticas y de masas para llevar adelante por sí solos el proyecto de la Revolución Cubana. Hoy las esperanzas de muchos activistas e intelectuales están puestas en la capacidad de la sociedad civil para construir socialismo “desde abajo”, mediante la presión popular, la crítica, la autoorganización, etc., frente a la caducidad de los métodos para construir socialismo “desde arriba”.
Es en ese contexto en el que nos encontramos a Díaz-Canel sacando adelante una medida que hace realidad un viejo reclamo democratizador de los trabajadores cubanos, incluyendo allí a los intelectuales, los trabajadores del pensamiento y de la cultura. El Presidente, impulsando desde arriba una transformación que todos sabemos que no significará nada si no viene acompañada de un impulso desde abajo por parte de los trabajadores. Porque si los trabajadores no se apropian de los espacios de poder que les corresponden, con conciencia, responsabilidad y firmeza, nunca va a ocurrir la construcción de un socialismo plenamente popular.
En ocasiones como esta, uno por fuerza se acuerda de que no existe nada escrito acerca de cómo se regenera una sociedad que ha pasado por una revolución, pero que luego ha conocido deformaciones y retrocesos, impuestos por causas internas y externas. ¿Cómo reaccionar ante el reto que lanza Díaz-Canel? ¿Lo desestimamos por venir de la burocracia? ¿O saltamos de alegría por ver que “ahora sí” vamos por el buen camino?
En otro lugar he escrito que, en las condiciones que plantea la transición socialista, es inevitable mantener en ciertas circunstancias la alianza de clase entre pueblo y burocracia. A eso le añado mi apreciación de que el Estado cubano no es una realidad lineal, sino más bien oblicua, como corresponde a nuestra geografía tropical y al carácter dialéctico del proceso. No se le puede encasillar como una realidad puramente revolucionaria o puramente reaccionaria, porque si bien es cierto que la burocracia se ha separado como una clase social distinta, que ocupa un lugar privilegiado en la reproducción social, esta no ha desarticulado ni vulnerado irremediablemente el pacto social nacido de la Revolución.
Dada la fuerza que todavía tiene el Proyecto Revolucionario, la opción de vida socialista que hace una masa crítica de cubanos, la cual se evidenció en la victoria del Sí durante el referéndum constitucional, no es descabellado entender que surjan elementos progresistas de la burocracia que se propongan avanzar en la construcción del socialismo, aunque solo sea para cumplir con el rol social que les garantiza su legitimidad.
Por otro lado, desconocer el papel del Estado en la canalización del proceso cubano, poner la fe exclusivamente en lo que nazca de la iniciativa popular, y que le sea impuesto al Estado como resultado de la presión y el antagonismo, puede ser un error. Primero porque ignora cómo ha sido la dinámica real de los cambios en Cuba durante las últimas décadas. Segundo, porque no atiende al hecho de que toda conflictividad social es peligrosa en un contexto de agresividad imperialista. Cualquier cambio que podamos hacer ahorrándonos el conflicto, el enfrentamiento al Estado, etc. es preferible a un enfrentamiento que puede abrir la brecha por la que penetren aquellas fuerzas que quieren desbancar y borrar el Proyecto Revolucionario.
Creo que lo que nos corresponde en esta circunstancia, a los revolucionarios cubanos que entendemos el papel de la sociedad civil, es hacerle un acompañamiento crítico a esta medida. Celebrarla al mismo tiempo que planteamos que su alcance puede ser desde muy grande hasta ínfimo, en la medida en que se mantengan otros controles burocráticos. Contribuir a la educación y al despertar de la conciencia de los trabajadores. Exigir otras medidas que deben acompañar a esta necesariamente, como la elección mediante votación secreta de los directores de las empresas, el perfeccionamiento del trabajo sindical, etc.
Desde arriba también se puede contribuir a la construcción del socialismo. Es por eso que los marxistas creemos en la construcción de un poder popular y de un Estado. Este 14 de junio, Diaz-Canel manifestó su disposición a empujar el barco hacia buen puerto, incluso escuchando a los que contribuyen desde Internet y las redes sociales:
“Leo continuamente los análisis y cuestionamientos que han comenzado a proliferar en las redes en los últimos meses, y comprendo y comparto la angustia de quienes, honestamente, quieren apurar las salidas de los mayores problemas. En eso coincidimos absolutamente.
Soslayando algunas evaluaciones que descalifican y juzgan duramente todas las decisiones del Gobierno —sin contar con todos los elementos de juicio— valoramos los criterios y tomamos su validez en cuenta en lo que decidimos y proyectamos, aunque sé que algunos esperan más, quizás un reconocimiento público de sus razones.
Créanme que nos encantaría hacerlo si pudiéramos disponer de los recursos que cada día debemos manejar a punta de lápiz para garantizar que la justicia social conquistada se mantenga.”
Ya sabemos que no habrá espectacularidad, y que todos los hilos de la realidad no están en sus manos, Presidente. Pero por el camino correcto, estamos dispuestos a acompañarlo.