7 de junio de 2023
Darle una oportunidad a la guerra: «una guerra que los pacifistas puedan respaldar»
El imperio que alguna vez fue poderoso ahora es desafiado y se siente asediado. Desconcertado por la negativa de tantos países en desarrollo a unirse al aislamiento de Rusia. Occidente ahora está despertando a la realidad de un orden global emergente, policéntrico y fluido. Estas tendencias están destinadas a continuar…Aquí está la clave: “la UE es mucho más débil de lo que cree”
Observatorio de la crisis ALASTAIR CROOKE
Más de un año después de la Operación Especial de Rusia, el estallido inicial de entusiasmo europeo, por el rechazo occidental a Rusia, se ha disipado. El estado de ánimo, en cambio, se ha convertido en “un temor existencial, en una persistente sospecha que la civilización occidental puede destruirse a sí misma”, escribe la profesora Helen Thompson .
Por un instante, la euforia se fusionó en torno a una supuesta proyección de la Unión Europea como potencia mundial; como un actor clave a punto de competir a escala mundial. Inicialmente, los acontecimientos parecían coincidir con la convicción que Europa tiene “poder para controlar la economía de su entorno”: Europa iba a derrocar a una gran potencia, Rusia, solo mediante un golpe de Estado financiero. La UE se sentía a ‘seis pies de altura’.
Parecía un momento estimulante: “La guerra volvió a dibujar el maniqueo esquema que ha estado dormitando durante mucho tiempo: la presencia de un conflicto existencial entre Rusia y Occidente que esta vez asumió dimensiones ontológicas y apocalípticas. En los fuegos espirituales de la guerra, el mito de ‘Occidente’ fue rebautizado”, sugiere Arta Moeini .
Después de la decepción inicial, ante la ausencia de una “muerte rápida”, persistió la esperanza de que «si a las sanciones tuvieran más tiempo y se hicieran más amplias, Rusia seguramente colapsaría». Esa esperanza se ha convertido en polvo. Y la realidad de lo que Europa se ha hecho a sí misma ha comenzado a aparecer claro y prístino, de ahí la terrible advertencia del profesor Thomson:
“Aquellos que asumen que el mundo político puede ser reconstruido por los esfuerzos de la voluntad humana, nunca antes han tenido que apostar tanto por la tecnología sobre la energía [fósil], como el motor de nuestro avance material”.
Sin embargo, para los euroatlánticos, lo que Ucrania parecía ofrecer, finalmente, era la validación del anhelo de centralizar el poder en la UE, lo suficiente como para merecer un lugar en la «mesa principal» con los EEUU, como socios en el Gran Juego.
Ocurrió lo contrario, Ucrania, para bien o para mal, puso en evidencia la profunda dependencia militar de Europa de Washington y de la OTAN.
Más concretamente, hubo quienes sostuvieron que el conflicto de Ucrania abría la posibilidad de consolidar la extraña metamorfosis de la OTAN como alianza militar a una alianza de paz ilustrada y progresista. Como decía Timothy Garton Ash en The Guardian en 2002, “La OTAN se ha convertido en un movimiento de paz europeo” donde se podrían encontrar “John Lennon con George Bush”.
La guerra de Ucrania se presenta, en este sentido, como una “guerra que incluso los ex pacifistas pueden respaldar. Todos sus defensores parecían estar cantando “Dale una oportunidad a la guerra””.
Lily Lynch, una escritora residente en Belgrado, argumenta:
“…especialmente en los últimos 12 meses, líderes femeninas telegénicas como la Primera Ministra finlandesa, Sanna Marin, la Ministra de Relaciones Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, y la Primera Ministra de Estonia, Kaia Kallas, han servido como portavoces del militarismo ilustrado en Europa…”
“Ningún partido político en Europa ejemplifica mejor el cambio del pacifismo militante al atlantismo ardiente a favor de la guerra que los Verdes alemanes. La mayoría de los Verdes originales fueron radicales durante las protestas estudiantiles de 1968… Pero cuando los miembros fundadores entraron en la mediana edad, comenzaron a aparecer fisuras, que algún día desgarrarían su partido”.
“Kosovo cambió todo: el bombardeo, de 78 días seguidos, de la OTAN de lo que quedaba de Yugoslavia en 1999, aparentemente para detener crímenes de guerra, transformaría para siempre a los Verdes alemanes. La OTAN para los Verdes se convirtió en un pacto militar activo preocupado por difundir y defender valores como los derechos humanos, la democracia, la paz y la libertad, mucho más allá de las fronteras de sus estados miembros”.
Unos años más tarde, en 2002, un funcionario de la UE (Robert Cooper) llegó a concebir Europa como un nuevo ‘imperialismo liberal’. Lo ‘nuevo’ fue que Europa habría evitado el poder militar duro, a cambio, construyó una ‘narrativa’ cuya fuerza basicamente seria el poder económico. Abogó por «una nueva era del imperio», en que las potencias occidentales ya no tendrían que seguir el derecho internacional en sus tratos con los estados «anticuados»; podrían usar la fuerza militar independientemente de las Naciones Unidas; y llegar a imponer protectorados para reemplazar regímenes que ‘gobiernan mal’.
La ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes alemanes, Annalena Baerbock, ha continuado con esta metamorfosis, regañando a los países con tradición de neutralidad militar, implorándoles que se unan a la OTAN. Ha invocado la frase del arzobispo Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. Y la “izquierda” europea ha quedado totalmente cautivada. Sus principales partidos han abandonado la neutralidad militar y la oposición a la guerra, y ahora defienden la OTAN. Es un cambio impresionante.
Todo esto puede haber sido música para los oídos de las élites europeas ansiosas que la UE ascendiera al estatus de Gran Potencia, pero este Leviatán europeo de poder blando estaba respaldado por una suposición no declarada pero esencial: la OTAN seria «la espalda fuerte de Europa». Naturalmente, esto implicaba que la UE tenía que vincularse cada vez más a la OTAN y, por lo tanto, a EEUU, que controla efectivamente la Alianza Atlántica.
Pero, la otra cara de esta aspiración, como señaló el presidente Emmanuel Macron, ha demostrado estar provista de una lógica inexorable; los europeos han terminado convirtiéndose en vasallos estadounidenses. Para entendernos, lo que Macron planteó, más bien, fue unir a Europa para la próxima ‘era de los imperios’, con la esperanza de posicionar a Europa como un ‘tercer polo’ en un concierto imperial.
Los atlantistas recalcitrantes se enfurecieron por los comentarios de Macron (que, sin embargo, obtuvo el apoyo de varios estados de la UE). Incluso pudo parecer, a estos atlantistas, que Macron estaba imitando al General de Gaulle, quien había llamado a la OTAN una «falsa pretensión» diseñada para «disfrazar el estrangulamiento de Estados Unidos sobre Europa».
Sin embargo, hay dos cismas relacionados que surgieron de esta OTAN ‘reimaginada’: en primer lugar, expuso las rivalidades europeas internas y los intereses divergentes, precisamente porque el liderazgo de la OTAN en el conflicto de Ucrania favorece los intereses de Europa Central y Oriental. Además, los halcones que quieren ‘más Estados Unidos y más guerra con Rusia’ están enfrentados al eje occidental original de la UE que aspira a una autonomía estratégica (es decir, menos ‘América’ y un final rápido del conflicto).
En segundo lugar, serán las economías europeas occidentales las que tendrán que financiar los costos y desviar su capacidad de fabricación hacia cadenas logísticas militares. El precio económico, la desindustrialización no militar y la alta inflación, potencialmente, podrían ser suficientes para romper Europa, desde el punto de vista económico.
La perspectiva de una identidad cohesiva paneuropea puede ser a la vez atractiva desde el punto de vista ontológico, y ser vista como un «accesorio apropiado» para un aspirante a «actor mundial», pero tal identidad se convierte en una caricatura cuando el mosaico de Europa se transforma en una identidad abstracta desterritorializada, que reduce a las personas a lo más abstracto.
Paradójicamente, la guerra de Ucrania, lejos de consolidar la ‘identidad’ de la UE, como se imaginó al principio, la ha fracturado bajo las tensiones del esfuerzo concertado para debilitar y colapsar a Rusia.
En tercer lugar, como ha observado Arta Moeini, directora del Instituto para la Paz y la Diplomacia :
“El empeño estadounidense para la expansión de la OTAN desde 1991 ha ampliado la alianza al agregar una serie de estados en la línea divisoria de Europa Central y Oriental. La estrategia, que comenzó con la administración Clinton, defendida por completo por la administración George W. Bush, fue crear un pilar pro estadounidense en el continente, centrado en Varsovia, lo que forzaría un cambio hacia el este en el centro de gravedad de la alianza, lejos del tradicional eje franco-alemán”.
“Al utilizar la ampliación de la OTAN para debilitar los viejos centros de poder en Europa que podrían haberle hecho frente ocasionalmente a Washington (como en el período previo a la invasión de Irak) Estados Unidos decidió trabajar por una Europa más obediente a corto plazo. El resultado, sin embargo, fue la formación de un gigante de 31 miembros con profundas asimetrías de poder y baja compatibilidad de intereses” – que es mucho más débil y vulnerable – de lo que cree ser.
Aquí está la clave: “la UE es mucho más débil de lo que cree”. El comienzo del conflicto estuvo definido por una mentalidad embelesada, la de una Europa ‘motora y agitadora’ en los asuntos mundiales, e hipnotizada por la prosperidad europea de la posguerra.
Los líderes de la UE se convencieron a sí mismos que esta prosperidad les había dado influencia y profundidad económica para contemplar la guerra desde lejos, y capear sus reveses, con sanguinidad panglossiana. Ha producido más bien lo contrario: ha puesto en peligro su proyecto.
En The Imperial Life Cycle de John Raply y Peter Heather , sus autores explican el ciclo:
“Los imperios se vuelven ricos y poderosos y alcanzan la supremacía a través de la explotación económica de su periferia colonial. Pero en el proceso, inadvertidamente estimulan el desarrollo económico de esa periferia, hasta que esas naciones avanzan para desplazar al otrora poder supremo”.
La prosperidad de Europa en la era de la posguerra, por tanto, no fue tanto obra de ella misma, sino que se benefició de la cola de las acumulaciones labradas a partir de un ciclo anterior, ahora invertido.
“Las economías de más rápido crecimiento en el mundo ahora están todas en la antigua periferia; las economías con peor desempeño se encuentran desproporcionadamente en Occidente. Estas son las tendencias económicas que han creado nuestro panorama actual de conflicto de superpotencias, sobre todo entre Estados Unidos y China”.
Estados Unidos puede pensar en sí mismo como exento del molde colonial europeo, sin embargo, fundamentalmente, su modelo es:
“un pegamento político-cultural actualizado que podríamos llamar “neoliberalismo, OTAN y mezclilla”, que sigue el molde imperial atemporal. La gran ola de descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial estaba destinada a terminar con eso, pero el sistema de Bretton Woods, que creó un régimen comercial que favorecía a los productores industriales sobre los productos primarios consagró al dólar como moneda de reserva global, asegurando que el flujo neto de recursos financieros siguiera moviéndose desde los países en desarrollo a las naciones más desarrollados. Incluso cuando las economías de los nuevos estados independientes crecieron, las economías del G7 y sus socios crecieron más”.
El imperio que alguna vez fue poderoso ahora es desafiado y se siente asediado. Desconcertado por la negativa de tantos países en desarrollo a unirse al aislamiento de Rusia, Occidente ahora está despertando a la realidad de un orden global emergente, policéntrico y fluido. Estas tendencias están destinadas a continuar. El peligro es que, económicamente debilitados y en crisis, los países occidentales intenten reapropiarse del triunfalismo occidental, pero carecen de la fuerza y la profundidad económicas para hacerlo:
“En el Imperio Romano, los estados periféricos desarrollaron la capacidad política y militar para acabar con la dominación romana por la fuerza… El Imperio Romano podría haber sobrevivido, si no se hubiera debilitado con guerras sobre su ascendente rival Persa”.
El pensamiento ‘transgresor’ final es de Tom Luongo : “ Permitir que Occidente siga pensando que puede ganar es la mejor forma de fortalecer a un oponente superior”.
¡Interesante!
Por un instante, la euforia se fusionó en torno a una supuesta proyección de la Unión Europea como potencia mundial; como un actor clave a punto de competir a escala mundial. Inicialmente, los acontecimientos parecían coincidir con la convicción que Europa tiene “poder para controlar la economía de su entorno”: Europa iba a derrocar a una gran potencia, Rusia, solo mediante un golpe de Estado financiero. La UE se sentía a ‘seis pies de altura’.
Parecía un momento estimulante: “La guerra volvió a dibujar el maniqueo esquema que ha estado dormitando durante mucho tiempo: la presencia de un conflicto existencial entre Rusia y Occidente que esta vez asumió dimensiones ontológicas y apocalípticas. En los fuegos espirituales de la guerra, el mito de ‘Occidente’ fue rebautizado”, sugiere Arta Moeini .
Después de la decepción inicial, ante la ausencia de una “muerte rápida”, persistió la esperanza de que «si a las sanciones tuvieran más tiempo y se hicieran más amplias, Rusia seguramente colapsaría». Esa esperanza se ha convertido en polvo. Y la realidad de lo que Europa se ha hecho a sí misma ha comenzado a aparecer claro y prístino, de ahí la terrible advertencia del profesor Thomson:
“Aquellos que asumen que el mundo político puede ser reconstruido por los esfuerzos de la voluntad humana, nunca antes han tenido que apostar tanto por la tecnología sobre la energía [fósil], como el motor de nuestro avance material”.
Sin embargo, para los euroatlánticos, lo que Ucrania parecía ofrecer, finalmente, era la validación del anhelo de centralizar el poder en la UE, lo suficiente como para merecer un lugar en la «mesa principal» con los EEUU, como socios en el Gran Juego.
Ocurrió lo contrario, Ucrania, para bien o para mal, puso en evidencia la profunda dependencia militar de Europa de Washington y de la OTAN.
Más concretamente, hubo quienes sostuvieron que el conflicto de Ucrania abría la posibilidad de consolidar la extraña metamorfosis de la OTAN como alianza militar a una alianza de paz ilustrada y progresista. Como decía Timothy Garton Ash en The Guardian en 2002, “La OTAN se ha convertido en un movimiento de paz europeo” donde se podrían encontrar “John Lennon con George Bush”.
La guerra de Ucrania se presenta, en este sentido, como una “guerra que incluso los ex pacifistas pueden respaldar. Todos sus defensores parecían estar cantando “Dale una oportunidad a la guerra””.
Lily Lynch, una escritora residente en Belgrado, argumenta:
“…especialmente en los últimos 12 meses, líderes femeninas telegénicas como la Primera Ministra finlandesa, Sanna Marin, la Ministra de Relaciones Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, y la Primera Ministra de Estonia, Kaia Kallas, han servido como portavoces del militarismo ilustrado en Europa…”
“Ningún partido político en Europa ejemplifica mejor el cambio del pacifismo militante al atlantismo ardiente a favor de la guerra que los Verdes alemanes. La mayoría de los Verdes originales fueron radicales durante las protestas estudiantiles de 1968… Pero cuando los miembros fundadores entraron en la mediana edad, comenzaron a aparecer fisuras, que algún día desgarrarían su partido”.
“Kosovo cambió todo: el bombardeo, de 78 días seguidos, de la OTAN de lo que quedaba de Yugoslavia en 1999, aparentemente para detener crímenes de guerra, transformaría para siempre a los Verdes alemanes. La OTAN para los Verdes se convirtió en un pacto militar activo preocupado por difundir y defender valores como los derechos humanos, la democracia, la paz y la libertad, mucho más allá de las fronteras de sus estados miembros”.
Unos años más tarde, en 2002, un funcionario de la UE (Robert Cooper) llegó a concebir Europa como un nuevo ‘imperialismo liberal’. Lo ‘nuevo’ fue que Europa habría evitado el poder militar duro, a cambio, construyó una ‘narrativa’ cuya fuerza basicamente seria el poder económico. Abogó por «una nueva era del imperio», en que las potencias occidentales ya no tendrían que seguir el derecho internacional en sus tratos con los estados «anticuados»; podrían usar la fuerza militar independientemente de las Naciones Unidas; y llegar a imponer protectorados para reemplazar regímenes que ‘gobiernan mal’.
La ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes alemanes, Annalena Baerbock, ha continuado con esta metamorfosis, regañando a los países con tradición de neutralidad militar, implorándoles que se unan a la OTAN. Ha invocado la frase del arzobispo Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. Y la “izquierda” europea ha quedado totalmente cautivada. Sus principales partidos han abandonado la neutralidad militar y la oposición a la guerra, y ahora defienden la OTAN. Es un cambio impresionante.
Todo esto puede haber sido música para los oídos de las élites europeas ansiosas que la UE ascendiera al estatus de Gran Potencia, pero este Leviatán europeo de poder blando estaba respaldado por una suposición no declarada pero esencial: la OTAN seria «la espalda fuerte de Europa». Naturalmente, esto implicaba que la UE tenía que vincularse cada vez más a la OTAN y, por lo tanto, a EEUU, que controla efectivamente la Alianza Atlántica.
Pero, la otra cara de esta aspiración, como señaló el presidente Emmanuel Macron, ha demostrado estar provista de una lógica inexorable; los europeos han terminado convirtiéndose en vasallos estadounidenses. Para entendernos, lo que Macron planteó, más bien, fue unir a Europa para la próxima ‘era de los imperios’, con la esperanza de posicionar a Europa como un ‘tercer polo’ en un concierto imperial.
Los atlantistas recalcitrantes se enfurecieron por los comentarios de Macron (que, sin embargo, obtuvo el apoyo de varios estados de la UE). Incluso pudo parecer, a estos atlantistas, que Macron estaba imitando al General de Gaulle, quien había llamado a la OTAN una «falsa pretensión» diseñada para «disfrazar el estrangulamiento de Estados Unidos sobre Europa».
Sin embargo, hay dos cismas relacionados que surgieron de esta OTAN ‘reimaginada’: en primer lugar, expuso las rivalidades europeas internas y los intereses divergentes, precisamente porque el liderazgo de la OTAN en el conflicto de Ucrania favorece los intereses de Europa Central y Oriental. Además, los halcones que quieren ‘más Estados Unidos y más guerra con Rusia’ están enfrentados al eje occidental original de la UE que aspira a una autonomía estratégica (es decir, menos ‘América’ y un final rápido del conflicto).
En segundo lugar, serán las economías europeas occidentales las que tendrán que financiar los costos y desviar su capacidad de fabricación hacia cadenas logísticas militares. El precio económico, la desindustrialización no militar y la alta inflación, potencialmente, podrían ser suficientes para romper Europa, desde el punto de vista económico.
La perspectiva de una identidad cohesiva paneuropea puede ser a la vez atractiva desde el punto de vista ontológico, y ser vista como un «accesorio apropiado» para un aspirante a «actor mundial», pero tal identidad se convierte en una caricatura cuando el mosaico de Europa se transforma en una identidad abstracta desterritorializada, que reduce a las personas a lo más abstracto.
Paradójicamente, la guerra de Ucrania, lejos de consolidar la ‘identidad’ de la UE, como se imaginó al principio, la ha fracturado bajo las tensiones del esfuerzo concertado para debilitar y colapsar a Rusia.
En tercer lugar, como ha observado Arta Moeini, directora del Instituto para la Paz y la Diplomacia :
“El empeño estadounidense para la expansión de la OTAN desde 1991 ha ampliado la alianza al agregar una serie de estados en la línea divisoria de Europa Central y Oriental. La estrategia, que comenzó con la administración Clinton, defendida por completo por la administración George W. Bush, fue crear un pilar pro estadounidense en el continente, centrado en Varsovia, lo que forzaría un cambio hacia el este en el centro de gravedad de la alianza, lejos del tradicional eje franco-alemán”.
“Al utilizar la ampliación de la OTAN para debilitar los viejos centros de poder en Europa que podrían haberle hecho frente ocasionalmente a Washington (como en el período previo a la invasión de Irak) Estados Unidos decidió trabajar por una Europa más obediente a corto plazo. El resultado, sin embargo, fue la formación de un gigante de 31 miembros con profundas asimetrías de poder y baja compatibilidad de intereses” – que es mucho más débil y vulnerable – de lo que cree ser.
Aquí está la clave: “la UE es mucho más débil de lo que cree”. El comienzo del conflicto estuvo definido por una mentalidad embelesada, la de una Europa ‘motora y agitadora’ en los asuntos mundiales, e hipnotizada por la prosperidad europea de la posguerra.
Los líderes de la UE se convencieron a sí mismos que esta prosperidad les había dado influencia y profundidad económica para contemplar la guerra desde lejos, y capear sus reveses, con sanguinidad panglossiana. Ha producido más bien lo contrario: ha puesto en peligro su proyecto.
En The Imperial Life Cycle de John Raply y Peter Heather , sus autores explican el ciclo:
“Los imperios se vuelven ricos y poderosos y alcanzan la supremacía a través de la explotación económica de su periferia colonial. Pero en el proceso, inadvertidamente estimulan el desarrollo económico de esa periferia, hasta que esas naciones avanzan para desplazar al otrora poder supremo”.
La prosperidad de Europa en la era de la posguerra, por tanto, no fue tanto obra de ella misma, sino que se benefició de la cola de las acumulaciones labradas a partir de un ciclo anterior, ahora invertido.
“Las economías de más rápido crecimiento en el mundo ahora están todas en la antigua periferia; las economías con peor desempeño se encuentran desproporcionadamente en Occidente. Estas son las tendencias económicas que han creado nuestro panorama actual de conflicto de superpotencias, sobre todo entre Estados Unidos y China”.
Estados Unidos puede pensar en sí mismo como exento del molde colonial europeo, sin embargo, fundamentalmente, su modelo es:
“un pegamento político-cultural actualizado que podríamos llamar “neoliberalismo, OTAN y mezclilla”, que sigue el molde imperial atemporal. La gran ola de descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial estaba destinada a terminar con eso, pero el sistema de Bretton Woods, que creó un régimen comercial que favorecía a los productores industriales sobre los productos primarios consagró al dólar como moneda de reserva global, asegurando que el flujo neto de recursos financieros siguiera moviéndose desde los países en desarrollo a las naciones más desarrollados. Incluso cuando las economías de los nuevos estados independientes crecieron, las economías del G7 y sus socios crecieron más”.
El imperio que alguna vez fue poderoso ahora es desafiado y se siente asediado. Desconcertado por la negativa de tantos países en desarrollo a unirse al aislamiento de Rusia, Occidente ahora está despertando a la realidad de un orden global emergente, policéntrico y fluido. Estas tendencias están destinadas a continuar. El peligro es que, económicamente debilitados y en crisis, los países occidentales intenten reapropiarse del triunfalismo occidental, pero carecen de la fuerza y la profundidad económicas para hacerlo:
“En el Imperio Romano, los estados periféricos desarrollaron la capacidad política y militar para acabar con la dominación romana por la fuerza… El Imperio Romano podría haber sobrevivido, si no se hubiera debilitado con guerras sobre su ascendente rival Persa”.
El pensamiento ‘transgresor’ final es de Tom Luongo : “ Permitir que Occidente siga pensando que puede ganar es la mejor forma de fortalecer a un oponente superior”.
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