De la URSS a Ferraz: descomposición de las élites vs esperanza postlaborista
David de Ugarte - Fecha: 7 de octubre de 2016 - El Correo de las Indias
La crisis de las élites, de la URSS al PSOE, sigue un patrón que amenaza no solo a las instituciones aparentemente más sólidas sino a los grandes estados. Entender los orígenes de ese proceso es fundamental para entender las tareas que tenemos por delante.
Uno de los fenómenos más fascinantes de la descomposición es el desmoronamiento sin guerra, revolución o antagonistas visibles, de instituciones centenarias de poder. Visto en conjunto se asemeja a un fractal sin fin cuyo punto de partida y modelo fue el derrumbe del PCUS (1987) y con él del bloque (1989) y del estado soviético (1992). La Liga Comunista Yugoslava y con ella el estado titoista repitió poco después el guión.Pero no cesa: en menos de un año hemos visto como el colapso del partido conservador británico ha recorrido su etapa Gorvachev e irremediablemente pone en cuestión la cohesión del Reino Unido. En EEUU es muy probable que el partido republicano haya pasado directamente a la fase Yeltsin con Trump y gane o pierda las presidenciales ante Clinton no se recupere nunca. Por no hablar del PSOE.
Sin el concurso aparente de ningún antagonista, instituciones políticas aparentemente sólidas intentan reaccionar a los primeros signos de colapso y se parten como un barco de maderas podridas en el primer intento de viraje, abriendo la caja de Pandora del reequilibrio de poder entre caciques locales, de los zares centroasiáticos a Milosevic pasando por Salmond o Mas, que inevitablemente descubren en la revivificación del nacionalismo la tabla de salvación, la última salida rentista para sus redes clientelares.
El momento que precipita la cadena de acontecimientos es siempre el mismo: un intento aparentemente naive de recobrar legitimidad y aprobación popular. Puede ser una política de reformas como la Perestroika y la Glastnost (reestructuración y transparencia) de Gorvachev, puede ser un plebiscito como el Brexit o la independencia escocesa o incluso una política de gestos como el apoyo moral de Zapatero a la reforma del estatuto catalán. El punto de llegada también tiene un punto de fuga común aunque no siempre se alcance: la desintegración de los grandes estados y el renacer del nacionalismo. Más allá de ejemplos y personajes concretos (cada tarea histórica, grandiosa o lamentable, parece encontrar personajes de su talla), lo que se corrobora es la absoluta incompetencia de una clase dirigente que parece empeñada en pasar del desgaste producto del carácter rentista y esterilizador de sus propios mecanismos internos de selección al descrédito de la destrucción de los últimos elementos cohesionadores del estado.
Únasele la crisis económica y el fenómeno se acelerará como se vio en EEUU en 2010. Por no hablar de España. O Gran Bretaña.
La crisis del modelo económico se ha convertido en crisis social y crisis política permanente de la mano de unas élites infelices y carentes de imaginación cuyo único móvil parece ser «querer salvar los trastos» en el ocaso de su mundo.
Lo que no estamos viendo
Lo más fascinante de todos estos procesos es la ausencia de un sujeto claro, de un antagonista social, un «motor de la Historia». Parecen puros y simples suicidios de unas élites incompetentes. Pero hay grandes corrientes de macro de fondo y en particular un motor común último: una brutal crisis de las escalas que pone en cuestión tanto las políticas económicas clásicas (socialistas primero, socialdemócratas y neoliberales después) y reduce el juego político a una lucha a la desesperada de grandes capitales, empresas y grupos de poder por capturar rentas directas del mercado y del estado (desde las renovables a la propiedad intelectual pasando por la política monetaria o la inmigración no ha habido discusión importante con otro fondo en Europa y las Américas). Rentas que, como hemos visto en los países mediterráneos y especialmente en Grecia, acabarán poniendo en cuestión otras rentas muy distintas, las sociales, que son el último pilar de la cohesión social.
Pero, la destrucción previa de los sindicatos y su función en tanto que acicate de la productividad y seguro contra la escalada de la desigualdad, otra consecuencia dramática de la crisis de las escalas, condenarán a la legítima y necesaria batalla por la defensa de las rentas sociales básicas, a canalizarse a través de nuevas formas de nacionalismo. Es el famoso populismo euroescéptico, hijo fallido de un mundo post-sindical, que tomará distintas bases a derecha o izquierda en Niza, New Castle o Murcia.
Una alternativa al colapso
Nadie parece dudar, desde el Financial Times a los viejos izquierdistas, que el capitalismo tal como lo conocemos tiene difícil remozo y que o se empieza a dar vía libre al desarrollo de un post-capitalismo de la abundancia o la descomposición solo puede traer más descomposición. Dicho de otro modo: la parte más lúcida de las élites en el poder (ni «The Guardian» ni los blogs del «FT» son precisamente el Iskra de Trotsky) aboga por dejar un espacio para que la disipación de rentas haga su trabajo, dejando emerger una economía alternativa comunitaria aunque solo sea para que aparezcan nuevos sujetos que se hagan cargo del destrozo social creado por la descomposición del estado.
Es el escenario sobre el que venimos trabajando desde que creamos el concepto de filé y que de una manera bastante práctica, ligada a nuestras posibilidades reales, se concretó en el «Manifiesto Comunero», pero que requiere de un marco y un programa de abajo a arriba, aun más amplio, el post-laborismo.
Conclusiones en el hacer
Lo que comenzará hoy en Somero 2016 es un aporte, modesto en cifras y capacidades económicas, para colocar algunos cimientos de ese «post-laborismo»: estructuras cooperativas y comunitarias de producción de alta productividad y pequeña escala, sistemas mutuales complementarios, redes educativas y de formación autónomas, etc.
Decían las Reales Ordenanzas de Carlos III, que el primer deber de un comandante era conseguir que la tropa llegara viva al combate. La fórmula expresa bien la principal dificultad de toda época histórica de descomposición. Todo en la cultura de la descomposición, desesperada y pesimista, lleva a la atomización, al individualismo, al protagonismo de egos impúdicos y al «sálvese quien pueda» adornado casi siempre de catastrofismo, localismo y deseo autodestructivo. Es el reflejo de esas clases dominantes suicidas que ya no sirven para conducir a la sociedad, que no pueden estar más alejadas del progreso. Lo primero para poder cimentar algo que merezca la pena hoy es esquivar y no dar pábulo a toda esa forma de pensar y ser para acabar no haciendo nunca. Llegar vivos al combate. Por este año, parece que lo hemos conseguido. Tendremos que perseverar mucho.
Sin el concurso aparente de ningún antagonista, instituciones políticas aparentemente sólidas intentan reaccionar a los primeros signos de colapso y se parten como un barco de maderas podridas en el primer intento de viraje, abriendo la caja de Pandora del reequilibrio de poder entre caciques locales, de los zares centroasiáticos a Milosevic pasando por Salmond o Mas, que inevitablemente descubren en la revivificación del nacionalismo la tabla de salvación, la última salida rentista para sus redes clientelares.
El momento que precipita la cadena de acontecimientos es siempre el mismo: un intento aparentemente naive de recobrar legitimidad y aprobación popular. Puede ser una política de reformas como la Perestroika y la Glastnost (reestructuración y transparencia) de Gorvachev, puede ser un plebiscito como el Brexit o la independencia escocesa o incluso una política de gestos como el apoyo moral de Zapatero a la reforma del estatuto catalán. El punto de llegada también tiene un punto de fuga común aunque no siempre se alcance: la desintegración de los grandes estados y el renacer del nacionalismo. Más allá de ejemplos y personajes concretos (cada tarea histórica, grandiosa o lamentable, parece encontrar personajes de su talla), lo que se corrobora es la absoluta incompetencia de una clase dirigente que parece empeñada en pasar del desgaste producto del carácter rentista y esterilizador de sus propios mecanismos internos de selección al descrédito de la destrucción de los últimos elementos cohesionadores del estado.
Únasele la crisis económica y el fenómeno se acelerará como se vio en EEUU en 2010. Por no hablar de España. O Gran Bretaña.
La crisis del modelo económico se ha convertido en crisis social y crisis política permanente de la mano de unas élites infelices y carentes de imaginación cuyo único móvil parece ser «querer salvar los trastos» en el ocaso de su mundo.
Lo que no estamos viendo
Lo más fascinante de todos estos procesos es la ausencia de un sujeto claro, de un antagonista social, un «motor de la Historia». Parecen puros y simples suicidios de unas élites incompetentes. Pero hay grandes corrientes de macro de fondo y en particular un motor común último: una brutal crisis de las escalas que pone en cuestión tanto las políticas económicas clásicas (socialistas primero, socialdemócratas y neoliberales después) y reduce el juego político a una lucha a la desesperada de grandes capitales, empresas y grupos de poder por capturar rentas directas del mercado y del estado (desde las renovables a la propiedad intelectual pasando por la política monetaria o la inmigración no ha habido discusión importante con otro fondo en Europa y las Américas). Rentas que, como hemos visto en los países mediterráneos y especialmente en Grecia, acabarán poniendo en cuestión otras rentas muy distintas, las sociales, que son el último pilar de la cohesión social.
Pero, la destrucción previa de los sindicatos y su función en tanto que acicate de la productividad y seguro contra la escalada de la desigualdad, otra consecuencia dramática de la crisis de las escalas, condenarán a la legítima y necesaria batalla por la defensa de las rentas sociales básicas, a canalizarse a través de nuevas formas de nacionalismo. Es el famoso populismo euroescéptico, hijo fallido de un mundo post-sindical, que tomará distintas bases a derecha o izquierda en Niza, New Castle o Murcia.
Una alternativa al colapso
Nadie parece dudar, desde el Financial Times a los viejos izquierdistas, que el capitalismo tal como lo conocemos tiene difícil remozo y que o se empieza a dar vía libre al desarrollo de un post-capitalismo de la abundancia o la descomposición solo puede traer más descomposición. Dicho de otro modo: la parte más lúcida de las élites en el poder (ni «The Guardian» ni los blogs del «FT» son precisamente el Iskra de Trotsky) aboga por dejar un espacio para que la disipación de rentas haga su trabajo, dejando emerger una economía alternativa comunitaria aunque solo sea para que aparezcan nuevos sujetos que se hagan cargo del destrozo social creado por la descomposición del estado.
Es el escenario sobre el que venimos trabajando desde que creamos el concepto de filé y que de una manera bastante práctica, ligada a nuestras posibilidades reales, se concretó en el «Manifiesto Comunero», pero que requiere de un marco y un programa de abajo a arriba, aun más amplio, el post-laborismo.
Conclusiones en el hacer
Lo que comenzará hoy en Somero 2016 es un aporte, modesto en cifras y capacidades económicas, para colocar algunos cimientos de ese «post-laborismo»: estructuras cooperativas y comunitarias de producción de alta productividad y pequeña escala, sistemas mutuales complementarios, redes educativas y de formación autónomas, etc.
Decían las Reales Ordenanzas de Carlos III, que el primer deber de un comandante era conseguir que la tropa llegara viva al combate. La fórmula expresa bien la principal dificultad de toda época histórica de descomposición. Todo en la cultura de la descomposición, desesperada y pesimista, lleva a la atomización, al individualismo, al protagonismo de egos impúdicos y al «sálvese quien pueda» adornado casi siempre de catastrofismo, localismo y deseo autodestructivo. Es el reflejo de esas clases dominantes suicidas que ya no sirven para conducir a la sociedad, que no pueden estar más alejadas del progreso. Lo primero para poder cimentar algo que merezca la pena hoy es esquivar y no dar pábulo a toda esa forma de pensar y ser para acabar no haciendo nunca. Llegar vivos al combate. Por este año, parece que lo hemos conseguido. Tendremos que perseverar mucho.