Donald Trump: se terminó la incertidumbre y otras notas
La elección de Donald Trump puso de moda la palabra “incertidumbre” en los análisis respecto a la futura conducta de su administración. No obstante, en apenas dos semanas, se han esclarecido muchas cosas y todo indica que el presidente tratará de hacer valer lo que prometió en su campaña electoral.
La personalidad del nuevo presidente incorpora cierta sensación de irracionalidad a su discurso y efectivamente algunas de sus propuestas asustan por su proyección y contenido. Sin embargo, no debemos engañarnos, Trump parece ser un hombre hábil y decidido, con una agenda que se corresponde con los intereses de los sectores que lo llevaron a la presidencia y con la ideología que estos grupos representan.
Fiel a su mensaje populista contra la clase política norteamericana, Trump propuso introducir una enmienda constitucional para implantar límites de tiempo al mandato de los congresistas, prohibir que los funcionarios del Congreso y de la Casa Blanca se conviertan en lobistas en los cinco años posteriores al abandono de sus cargos, así como congelar la mayoría de las contrataciones del gobierno federal, con vista a disminuir la burocracia.
Se trata de acciones que responden a la necesidad de aportar control y credibilidad a un sistema caracterizado por la polarización y el descrédito público, por lo que con seguridad gozarán del apoyo de buena parte de la población. Sin embargo, también auguran un incremento de las contradicciones del Ejecutivo con el Congreso, incluso dentro del propio Partido Republicano, con efectos predecibles en el estado de gobernabilidad del país.
En función de cumplir con la visión proteccionista que define su política comercial, anunció que renegociaría el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y que cancelaría la participación de Estados Unidos en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). A su vez, su elección decretó la muerte definitiva del Acuerdo Trasatlántico, el cual ya venía confrontando sus propios problemas debido a la falta de consenso con las contrapartes europeas.
En la práctica, de esta manera resulta desmantelada la estructura comercial que se suponía idónea para las empresas transnacionales de Estados Unidos, a lo que se suma la amenaza de imponer gravámenes de hasta un 45 % a las importaciones chinas, mexicanas y de otros países, lo que plantea enormes consecuencias para las reglas actuales del mercado mundial capitalista, especialmente para el funcionamiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC), y anuncian lo que algunos especialistas consideran será una guerra comercial a escala planetaria, con efectos nocivos para todos los países.
También estas medidas pueden afectar negativamente al sector financiero, principal sostén de la hegemonía económica norteamericana, debido a su posible impacto en el valor y la credibilidad del dólar, la posibilidad del retiro de activos extranjeros de los bonos de la reserva federal y potenciales afectaciones en el mercado bursátil, a consecuencia de la inestabilidad que generaría esta situación.
La pregunta que se impone es por qué Donald Trump está dispuesto a correr estos riesgos. Por la sencilla razón de que la globalización neoliberal también afecta a importantes sectores de la economía norteamericana, especialmente a los productores nacionales orientados hacia el mercado interno, así como a los trabajadores vinculados a los mismos, los cuales constituyen la base social del nuevo gobierno. Estamos en presencia de una crisis estructural de la economía y el balance político de Estados Unidos, cuya solución no es ajena a las necesidades del país.
El problema es que las soluciones planteadas por Trump no van encaminadas al establecimiento de un comercio más justo para todas las partes, sino que están orientadas a acentuar la asimetría de poderes a escala internacional e imponer con más fuerza las condiciones de Estados Unidos al resto del mundo. “América primero es su consigna” y por “América” está claro que se entiende a los Estados Unidos.
Incluso mirado hacia lo interno de la sociedad estadounidense, aunque esta política pudiera generar una mayor inversión en el sector productivo y la infraestructura nacional, beneficiando a algunos trabajadores por el aumento de las oportunidades de empleo, la ideología que la acompaña augura un deterioro del salario para aumentar la competitividad de estas industrias, un aumento del costo de la vida como resultado del incremento de los precios y altos niveles de discriminación y desprotección social, aumentando los desajustes y las tensiones sociales.
Se trata además de una política claramente depredadora del medio ambiente, la naturaleza y el respeto a las tradiciones de los pueblos aborígenes. Entre las medidas anunciadas por Trump está levantar las restricciones a la extracción de carbón y a las perforaciones para crudo y gas natural; eliminar cualquier obstáculo a los proyectos de energía fósil, como el oleoducto Keystone XL, así como cancelar los pagos de Estados Unidos a los programas de cambio climático de la ONU. A ello se suma una orden ejecutiva destinada a disminuir un 75 % las regulaciones federales al emprendimiento de negocios, lo que algunos consideran conduce al retorno del capitalismo salvaje de otras épocas.
Los inmigrantes no solo se verán afectados por la lógica económica discriminatoria antes mencionada, sino por criterios de seguridad interna relacionados con la “protección de las fronteras” y la lucha contra el terrorismo. Trump ha decretado detener la ayuda federal a las llamadas “ciudades santuarios”, lugares donde, según el criterio del gobierno, los funcionarios locales no persiguen con el rigor exigido a los inmigrantes ilegales. En estos casos ya se han visto afectadas ciudades tan importantes como Washington DC y New York.
También, en una de las medidas que mayor reacción ha provocado dentro y fuera de Estados Unidos, decidió suspender de manera temporal la inmigración de personas provenientes de países supuestamente asociadas con el terrorismo internacional, dígase de mayoría musulmana, así como incrementar la investigación de antecedentes en todos los casos, lo que tornará más difícil obtener una visa norteamericana, incluso para ciudadanos europeos. Hasta la fiscal general interina cuestionó la legalidad de estas medias y se negó a implementarlas, lo que condujo a su inmediata cesantía.
En el caso de América Latina, lo más escandaloso ha sido reafirmar la intención de completar la construcción de un muro en la frontera sur e imponer a los mexicanos el pago de esta humillante obra. A la vez, se plantea incrementar la persecución y la deportación masiva de los inmigrantes indocumentados, algo que Obama ya venía haciendo, e incluso es posible que algunos inmigrantes legales, los cuales gozan de la condición de residentes permanentes, también sean víctimas de estas prácticas.
El discurso xenófobo que sustenta esta política saca a flote las tendencias neofascistas presentes en la administración de Donald Trump, por lo que es de esperar que se incremente el clima de hostilidad y rechazo hacia todos los latinoamericanos residentes en Estados Unidos, con consecuencias terribles para estas personas. También plantea una barrera moral para las relaciones de la región con Estados Unidos, con presiones adicionales para los gobiernos pronorteamericanos, además afectados por el desmantelamiento de los mecanismos de libre comercio.
En política exterior el gobierno de Donald Trump también ha roto patrones, al asumir posiciones muy duras contra la Unión Europea y el papel de la OTAN, así como en las relaciones con otros aliados, como Japón y Australia, a lo que suma el llamativo acercamiento a Rusia, con posibles implicaciones para la política norteamericana en el Medio Oriente, aunque en este escenario las señales son más contradictorias, debido a su apoyo a Israel y las sanciones incrementadas contra Irán.
En realidad estamos en una situación bastante inédita en la historia reciente de Estamos Unidos, en buena medida resultado de los problemas que atraviesa ese país, con la agravante de que las elecciones decidieron que se adoptara la opción ideológicamente más reaccionaria para superarlas.
De todas formas, las crisis son también fuente de oportunidades y lo bueno que está sucediendo es la evidencia de que hay que buscar otras alternativas para construir un mundo mejor. En Estados Unidos también hay tendencias que defienden este pensamiento.
Fuente: Progreso Semanal
La personalidad del nuevo presidente incorpora cierta sensación de irracionalidad a su discurso y efectivamente algunas de sus propuestas asustan por su proyección y contenido. Sin embargo, no debemos engañarnos, Trump parece ser un hombre hábil y decidido, con una agenda que se corresponde con los intereses de los sectores que lo llevaron a la presidencia y con la ideología que estos grupos representan.
Fiel a su mensaje populista contra la clase política norteamericana, Trump propuso introducir una enmienda constitucional para implantar límites de tiempo al mandato de los congresistas, prohibir que los funcionarios del Congreso y de la Casa Blanca se conviertan en lobistas en los cinco años posteriores al abandono de sus cargos, así como congelar la mayoría de las contrataciones del gobierno federal, con vista a disminuir la burocracia.
Se trata de acciones que responden a la necesidad de aportar control y credibilidad a un sistema caracterizado por la polarización y el descrédito público, por lo que con seguridad gozarán del apoyo de buena parte de la población. Sin embargo, también auguran un incremento de las contradicciones del Ejecutivo con el Congreso, incluso dentro del propio Partido Republicano, con efectos predecibles en el estado de gobernabilidad del país.
En función de cumplir con la visión proteccionista que define su política comercial, anunció que renegociaría el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y que cancelaría la participación de Estados Unidos en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). A su vez, su elección decretó la muerte definitiva del Acuerdo Trasatlántico, el cual ya venía confrontando sus propios problemas debido a la falta de consenso con las contrapartes europeas.
En la práctica, de esta manera resulta desmantelada la estructura comercial que se suponía idónea para las empresas transnacionales de Estados Unidos, a lo que se suma la amenaza de imponer gravámenes de hasta un 45 % a las importaciones chinas, mexicanas y de otros países, lo que plantea enormes consecuencias para las reglas actuales del mercado mundial capitalista, especialmente para el funcionamiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC), y anuncian lo que algunos especialistas consideran será una guerra comercial a escala planetaria, con efectos nocivos para todos los países.
También estas medidas pueden afectar negativamente al sector financiero, principal sostén de la hegemonía económica norteamericana, debido a su posible impacto en el valor y la credibilidad del dólar, la posibilidad del retiro de activos extranjeros de los bonos de la reserva federal y potenciales afectaciones en el mercado bursátil, a consecuencia de la inestabilidad que generaría esta situación.
La pregunta que se impone es por qué Donald Trump está dispuesto a correr estos riesgos. Por la sencilla razón de que la globalización neoliberal también afecta a importantes sectores de la economía norteamericana, especialmente a los productores nacionales orientados hacia el mercado interno, así como a los trabajadores vinculados a los mismos, los cuales constituyen la base social del nuevo gobierno. Estamos en presencia de una crisis estructural de la economía y el balance político de Estados Unidos, cuya solución no es ajena a las necesidades del país.
El problema es que las soluciones planteadas por Trump no van encaminadas al establecimiento de un comercio más justo para todas las partes, sino que están orientadas a acentuar la asimetría de poderes a escala internacional e imponer con más fuerza las condiciones de Estados Unidos al resto del mundo. “América primero es su consigna” y por “América” está claro que se entiende a los Estados Unidos.
Incluso mirado hacia lo interno de la sociedad estadounidense, aunque esta política pudiera generar una mayor inversión en el sector productivo y la infraestructura nacional, beneficiando a algunos trabajadores por el aumento de las oportunidades de empleo, la ideología que la acompaña augura un deterioro del salario para aumentar la competitividad de estas industrias, un aumento del costo de la vida como resultado del incremento de los precios y altos niveles de discriminación y desprotección social, aumentando los desajustes y las tensiones sociales.
Se trata además de una política claramente depredadora del medio ambiente, la naturaleza y el respeto a las tradiciones de los pueblos aborígenes. Entre las medidas anunciadas por Trump está levantar las restricciones a la extracción de carbón y a las perforaciones para crudo y gas natural; eliminar cualquier obstáculo a los proyectos de energía fósil, como el oleoducto Keystone XL, así como cancelar los pagos de Estados Unidos a los programas de cambio climático de la ONU. A ello se suma una orden ejecutiva destinada a disminuir un 75 % las regulaciones federales al emprendimiento de negocios, lo que algunos consideran conduce al retorno del capitalismo salvaje de otras épocas.
Los inmigrantes no solo se verán afectados por la lógica económica discriminatoria antes mencionada, sino por criterios de seguridad interna relacionados con la “protección de las fronteras” y la lucha contra el terrorismo. Trump ha decretado detener la ayuda federal a las llamadas “ciudades santuarios”, lugares donde, según el criterio del gobierno, los funcionarios locales no persiguen con el rigor exigido a los inmigrantes ilegales. En estos casos ya se han visto afectadas ciudades tan importantes como Washington DC y New York.
También, en una de las medidas que mayor reacción ha provocado dentro y fuera de Estados Unidos, decidió suspender de manera temporal la inmigración de personas provenientes de países supuestamente asociadas con el terrorismo internacional, dígase de mayoría musulmana, así como incrementar la investigación de antecedentes en todos los casos, lo que tornará más difícil obtener una visa norteamericana, incluso para ciudadanos europeos. Hasta la fiscal general interina cuestionó la legalidad de estas medias y se negó a implementarlas, lo que condujo a su inmediata cesantía.
En el caso de América Latina, lo más escandaloso ha sido reafirmar la intención de completar la construcción de un muro en la frontera sur e imponer a los mexicanos el pago de esta humillante obra. A la vez, se plantea incrementar la persecución y la deportación masiva de los inmigrantes indocumentados, algo que Obama ya venía haciendo, e incluso es posible que algunos inmigrantes legales, los cuales gozan de la condición de residentes permanentes, también sean víctimas de estas prácticas.
El discurso xenófobo que sustenta esta política saca a flote las tendencias neofascistas presentes en la administración de Donald Trump, por lo que es de esperar que se incremente el clima de hostilidad y rechazo hacia todos los latinoamericanos residentes en Estados Unidos, con consecuencias terribles para estas personas. También plantea una barrera moral para las relaciones de la región con Estados Unidos, con presiones adicionales para los gobiernos pronorteamericanos, además afectados por el desmantelamiento de los mecanismos de libre comercio.
En política exterior el gobierno de Donald Trump también ha roto patrones, al asumir posiciones muy duras contra la Unión Europea y el papel de la OTAN, así como en las relaciones con otros aliados, como Japón y Australia, a lo que suma el llamativo acercamiento a Rusia, con posibles implicaciones para la política norteamericana en el Medio Oriente, aunque en este escenario las señales son más contradictorias, debido a su apoyo a Israel y las sanciones incrementadas contra Irán.
En realidad estamos en una situación bastante inédita en la historia reciente de Estamos Unidos, en buena medida resultado de los problemas que atraviesa ese país, con la agravante de que las elecciones decidieron que se adoptara la opción ideológicamente más reaccionaria para superarlas.
De todas formas, las crisis son también fuente de oportunidades y lo bueno que está sucediendo es la evidencia de que hay que buscar otras alternativas para construir un mundo mejor. En Estados Unidos también hay tendencias que defienden este pensamiento.
Fuente: Progreso Semanal