Egipto e Israel, de enemigos mortales a aliados fieles
EOM Carlos Palomino 7 de julio de 2019
Egipto fue durante muchos años el gran azote árabe de Israel. Varias guerras, décadas de tensión y su fuerte defensa del pueblo palestino situaban a Egipto como el enemigo número uno del país hebreo. Todo cambió hace 40 años, cuando ambos Estados firmaron la paz tras un vuelco diplomático. Desde entonces Egipto ha pasado de ser el “gran traidor árabe” al país que mejor relación tiene con su vecino, haciendo de su vínculo con Israel una de las alianzas más indiscutibles de Oriente Próximo.
Sadat, Jimmy Carter y el primer ministro israelí Menájem Begin en la firma del acuerdo de paz en 1979. Fuente: CIA (Flickr).
Pasaban las 4 de la tarde del 14 de mayo de 1948 cuando los asistentes que habían sido invitados de forma secreta a un encuentro en la calle Rotschild, en Tel Aviv, escuchaban a David Ben Gurión proclamar la creación del Estado de Israel. El que sería después el primer ministro del recién nacido Estado cambió en aquel preciso instante la historia de dos pueblos, el árabe y el judío, que se condenarían desde aquella misma tarde a un conflicto que dura ya más de 70 años.
La propuesta de repartición que había hecho la ONU del territorio palestino bajo mandato británico fue desde el inicio ampliamente rechazada tanto por los árabes que residían en Palestina como por el resto de los Estados árabes de la zona. Egipto, junto con el resto de los países de la recién creada Liga Árabe —y el apoyo popular alimentado por un sentimiento panarabista que comenzaba a fraguarse—, decidió atacar al nuevo Estado de Israel. Esta decisión fue, pese a sus desastrosas consecuencias, el motivo más fuerte de unión para el pueblo árabe, que llevaría en las décadas futuras la liberación de Palestina como política exterior innegociable. Sin embargo, el mismo Estado egipcio que en la década de los 40 se negaba con las armas a reconocer un país creado por imposiciones extranjeras es hoy uno de los mayores aliados regionales de Israel.
Dos países condenados a la guerra
No habían transcurrido ni 10 horas desde la declaración de independencia de Ben Gurión cuando todos los países que hacían frontera con Israel —Egipto, Siria, Líbano y Jordania—, el Ejército Árabe de Liberación —un grupo de voluntarios bajo el mando de la Liga Árabe— y fuerzas militares de Arabia Saudí, Yemen e Irak atacaban al nuevo Estado. La ofensiva —que fue rápidamente denunciada tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética— acabó suponiendo la primera derrota árabe frente al Estado hebreo, así como uno de los episodios más dolorosos para los palestinos y más vanagloriado por los israelíes. La Nakba (“desastre” en árabe), es como se conocerá al éxodo que esta guerra produjo tanto a la población palestina que vivía dentro de las fronteras marcadas por el plan de la ONU como de la mayoría de los que se encontraban en los territorios que Israel conquistó durante la contienda.
Las fronteras delimitadas en el armisticio de 1949 siguen siendo incluso a día de hoy un motivo de confrontación. El inmediato ataque árabe provocó que las líneas iniciales marcadas por la ONU nunca se hicieran efectivas, y son hoy las fronteras de este armisticio las que han marcado las líneas rojas en muchas negociaciones de paz. El retroceso máximo al que está dispuesto Israel son las fronteras conquistadas durante la guerra de 1967, mientras que las reclamaciones territoriales del Estado palestino consideran la fronteras previas a esa guerra, y por tanto las del armisticio de 1949, como las únicas legalmente reconocibles.
La propuesta de repartición que había hecho la ONU del territorio palestino bajo mandato británico fue desde el inicio ampliamente rechazada tanto por los árabes que residían en Palestina como por el resto de los Estados árabes de la zona. Egipto, junto con el resto de los países de la recién creada Liga Árabe —y el apoyo popular alimentado por un sentimiento panarabista que comenzaba a fraguarse—, decidió atacar al nuevo Estado de Israel. Esta decisión fue, pese a sus desastrosas consecuencias, el motivo más fuerte de unión para el pueblo árabe, que llevaría en las décadas futuras la liberación de Palestina como política exterior innegociable. Sin embargo, el mismo Estado egipcio que en la década de los 40 se negaba con las armas a reconocer un país creado por imposiciones extranjeras es hoy uno de los mayores aliados regionales de Israel.
Dos países condenados a la guerra
No habían transcurrido ni 10 horas desde la declaración de independencia de Ben Gurión cuando todos los países que hacían frontera con Israel —Egipto, Siria, Líbano y Jordania—, el Ejército Árabe de Liberación —un grupo de voluntarios bajo el mando de la Liga Árabe— y fuerzas militares de Arabia Saudí, Yemen e Irak atacaban al nuevo Estado. La ofensiva —que fue rápidamente denunciada tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética— acabó suponiendo la primera derrota árabe frente al Estado hebreo, así como uno de los episodios más dolorosos para los palestinos y más vanagloriado por los israelíes. La Nakba (“desastre” en árabe), es como se conocerá al éxodo que esta guerra produjo tanto a la población palestina que vivía dentro de las fronteras marcadas por el plan de la ONU como de la mayoría de los que se encontraban en los territorios que Israel conquistó durante la contienda.
Las fronteras delimitadas en el armisticio de 1949 siguen siendo incluso a día de hoy un motivo de confrontación. El inmediato ataque árabe provocó que las líneas iniciales marcadas por la ONU nunca se hicieran efectivas, y son hoy las fronteras de este armisticio las que han marcado las líneas rojas en muchas negociaciones de paz. El retroceso máximo al que está dispuesto Israel son las fronteras conquistadas durante la guerra de 1967, mientras que las reclamaciones territoriales del Estado palestino consideran la fronteras previas a esa guerra, y por tanto las del armisticio de 1949, como las únicas legalmente reconocibles.
Cronología de la formación del Estado hebreo.
A esta primera guerra árabe-israelí le siguieron innumerables conflictos. Egipto, que tras la llegada al poder del presidente Nasser en 1954 se había convertido en el núcleo ideológico del panarabismo, fue el primero en enfrentarse de manera directa con Israel tras la gran derrota árabe de 1948. En 1956, la gran promesa del nasserismo de nacionalizar el canal de Suez se hacía realidad, controlando así todo el paso marítimo del mar Mediterráneo al mar Rojo. Esta situación llevó a un conflicto no solo con Francia y Gran Bretaña —las potencias que en aquel momento controlaban el canal—, sino también con Israel, a la cual le había cerrado el acceso de forma explícita. La intervención de la ONU hizo de la derrota militar que volvió a vivir Egipto el primer gran triunfo frente a Israel, ya que se les permitió nacionalizar el canal.
En 1967 se viviría un nuevo episodio en el historial bélico egipcio-israelí. La guerra de los Seis Días fue la consecuencia inmediata a la decisión egipcia de expulsar del Sinaí a las tropas de la ONU y cerrar los estrechos de Tirán. Durante la escalada de tensiones, Nasser apostó a miles de soldados en el Sinaí. Esto alarmó inmediatamente a Israel, que decidió tomar la delantera atacando por sorpresa a la Fuerza Aérea egipcia y destruyéndola casi por completo. Este conflicto significó otra derrota y humillación para los árabes, y un nuevo avance de Israel en las fronteras de Oriente Próximo: arrebató a Egipto la península del Sinaí y la franja de Gaza, a Siria los Altos del Golán y a Jordania Jerusalén Este, asestando un golpe no solo político sino también religioso. La pérdida de estos territorios ha sido una de las victorias estratégicas más relevantes para el país hebreo.
En 1973 estalló la que sería conocida como la guerra de Yom Kipur, el último gran conflicto entre ambos Estados. Egipto y Siria atacaron a Israel durante una de las celebraciones más importantes del judaísmo (el Yom Kipur, también conocido como “Día del Perdón”), en un intento de recuperar los territorios que habían perdido durante la guerra de los Seis Días. Pese a que una vez más el resultado sería una derrota árabe, en este caso en el acuerdo de alto el fuego Israel sí hizo varias concesiones en el Sinaí a Egipto. Sin embargo, desde aquel mismo instante las prioridades egipcias cambiarían, y lo que comenzó como una lucha territorial en Palestina y por los palestinos se convirtió en un asunto interno de Egipto, que priorizó la recuperación de sus territorios perdidos y comenzó a acercarse a Occidente y a distanciarse de otros actores de Oriente Próximo.
Para ampliar: “Del desarrollo político-económico y la proyección internacional de Egipto tras la Guerra Fría: estrategias de una potencia subregional en Medio Oriente”, Lourdes Patricia Íñiguez-Torres en InterNaciones (Universidad de Guadalajara, México), 2017
El inicio de una larga amistad
En 1967 se viviría un nuevo episodio en el historial bélico egipcio-israelí. La guerra de los Seis Días fue la consecuencia inmediata a la decisión egipcia de expulsar del Sinaí a las tropas de la ONU y cerrar los estrechos de Tirán. Durante la escalada de tensiones, Nasser apostó a miles de soldados en el Sinaí. Esto alarmó inmediatamente a Israel, que decidió tomar la delantera atacando por sorpresa a la Fuerza Aérea egipcia y destruyéndola casi por completo. Este conflicto significó otra derrota y humillación para los árabes, y un nuevo avance de Israel en las fronteras de Oriente Próximo: arrebató a Egipto la península del Sinaí y la franja de Gaza, a Siria los Altos del Golán y a Jordania Jerusalén Este, asestando un golpe no solo político sino también religioso. La pérdida de estos territorios ha sido una de las victorias estratégicas más relevantes para el país hebreo.
En 1973 estalló la que sería conocida como la guerra de Yom Kipur, el último gran conflicto entre ambos Estados. Egipto y Siria atacaron a Israel durante una de las celebraciones más importantes del judaísmo (el Yom Kipur, también conocido como “Día del Perdón”), en un intento de recuperar los territorios que habían perdido durante la guerra de los Seis Días. Pese a que una vez más el resultado sería una derrota árabe, en este caso en el acuerdo de alto el fuego Israel sí hizo varias concesiones en el Sinaí a Egipto. Sin embargo, desde aquel mismo instante las prioridades egipcias cambiarían, y lo que comenzó como una lucha territorial en Palestina y por los palestinos se convirtió en un asunto interno de Egipto, que priorizó la recuperación de sus territorios perdidos y comenzó a acercarse a Occidente y a distanciarse de otros actores de Oriente Próximo.
Para ampliar: “Del desarrollo político-económico y la proyección internacional de Egipto tras la Guerra Fría: estrategias de una potencia subregional en Medio Oriente”, Lourdes Patricia Íñiguez-Torres en InterNaciones (Universidad de Guadalajara, México), 2017
El inicio de una larga amistad
División de la Península del Sinaí en cuatro zonas de influencias delimitadas militarmente para ambos países. Fuente: Wikipedia
Una relación de 29 años marcada por el enfrentamiento cambiaría de forma radical con un sorprendente viaje a Israel del presidente egipcio Anuar el Sadat en 1977. El dirigente egipcio había sido la mano derecha de Nasser y le sustituyó tras su fallecimiento en 1970, y cuando llegó al poder adoptó una política continuista marcada por la tensión y la no aceptación hacia el Estado de Israel. Pero poco después, ahogado por la pobre situación económica de Egipto, Sadat se vio obligado a cambiar drásticamente de postura. El acercamiento de Egipto a Estados Unidos —fomentado por una intensa labor diplomática ejercida por el secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger-- fue la primera piedra en la construcción de la nueva relación entre Israel y Egipto. Ese año, Sadat se convirtió en el primer dirigente árabe en visitar Jerusalén.
La pérdida de peso diplomático de la Unión Soviética en Oriente Próximo —que vino de la mano de una pérdida de interés en el conflicto árabe-israelí por parte de Moscú—, hizo que Estados Unidos ocupara definitivamente ese espacio y se acercara a Sadat, contribuyendo a que Egipto continuara su nueva senda de política exterior, que culminaría en los acuerdos de Camp David y la firma en Washington del tratado de paz egipcio-iraelí de 1979. En el tratado se acordó además la devolución del Sinaí a Egipto, aunque en la práctica El Cairo no recuperó la soberanía absoluta sobre la península, ya que se estableció en el territorio una división en cuatro zonas con un área de contención gestionada por una misión de paz que separa a las fuerzas de ambos países.
Pese a todo, la recuperación del Sinaí supuso una gran victoria para Egipto, ya este era un territorio de importancia estratégica: la península se había convertido para Israel una fuente de energía y de relaciones exteriores. Los pozos de petróleo descubiertos por Israel en el Sinaí y la cesión de muchos de ellos a empresas norteamericanas --corporaciones que intentaron entorpecer los tratados de paz exigiendo que los campos petrolíferos no fueran incluidos en el acuerdo— le servían a Israel para cimentar su alianza con Estados Unidos haciéndose ver como un fuerte socio económico. Durante ese mismo año se produjo también la revolución iraní —país del que procedía el 60% del petróleo importado por Israel—, lo que hizo peligrar la estabilidad energética del Estado hebreo. En los últimos años, Israel ha dejado de sufrir esa dependencia energética de sus vecinos gracias al descubrimiento de reservas de gas en sus costas, lo que podría convertir a Israel en una de las potencias energéticas mundiales.
El acercamiento de Egipto a Israel fue visto por la Liga Árabe como un movimiento unilateral que dejaba de lado la causa común palestina, una traición para todo el mundo árabe. Sadat fue acusado de centrarse únicamente en la recuperación de sus territorios, y Egipto acabó siendo aislado regionalmente y suspendido de la organización panarabista. Sin embargo, el movimiento geopolítico de Sadat sería replicado por otros países árabes en las décadas siguientes, aunque el presidente egipcio jamás llegó a verlo, ya que el 6 de octubre de 1981 fue asesinado en un atentado yihadista durante un desfile militar, motivado precisamente por su política de reconciliación con Israel.
La pérdida de peso diplomático de la Unión Soviética en Oriente Próximo —que vino de la mano de una pérdida de interés en el conflicto árabe-israelí por parte de Moscú—, hizo que Estados Unidos ocupara definitivamente ese espacio y se acercara a Sadat, contribuyendo a que Egipto continuara su nueva senda de política exterior, que culminaría en los acuerdos de Camp David y la firma en Washington del tratado de paz egipcio-iraelí de 1979. En el tratado se acordó además la devolución del Sinaí a Egipto, aunque en la práctica El Cairo no recuperó la soberanía absoluta sobre la península, ya que se estableció en el territorio una división en cuatro zonas con un área de contención gestionada por una misión de paz que separa a las fuerzas de ambos países.
Pese a todo, la recuperación del Sinaí supuso una gran victoria para Egipto, ya este era un territorio de importancia estratégica: la península se había convertido para Israel una fuente de energía y de relaciones exteriores. Los pozos de petróleo descubiertos por Israel en el Sinaí y la cesión de muchos de ellos a empresas norteamericanas --corporaciones que intentaron entorpecer los tratados de paz exigiendo que los campos petrolíferos no fueran incluidos en el acuerdo— le servían a Israel para cimentar su alianza con Estados Unidos haciéndose ver como un fuerte socio económico. Durante ese mismo año se produjo también la revolución iraní —país del que procedía el 60% del petróleo importado por Israel—, lo que hizo peligrar la estabilidad energética del Estado hebreo. En los últimos años, Israel ha dejado de sufrir esa dependencia energética de sus vecinos gracias al descubrimiento de reservas de gas en sus costas, lo que podría convertir a Israel en una de las potencias energéticas mundiales.
El acercamiento de Egipto a Israel fue visto por la Liga Árabe como un movimiento unilateral que dejaba de lado la causa común palestina, una traición para todo el mundo árabe. Sadat fue acusado de centrarse únicamente en la recuperación de sus territorios, y Egipto acabó siendo aislado regionalmente y suspendido de la organización panarabista. Sin embargo, el movimiento geopolítico de Sadat sería replicado por otros países árabes en las décadas siguientes, aunque el presidente egipcio jamás llegó a verlo, ya que el 6 de octubre de 1981 fue asesinado en un atentado yihadista durante un desfile militar, motivado precisamente por su política de reconciliación con Israel.
Gas natural en el mar Mediterráneo. Fuente: Al Jazeera
De traidor árabe al retorno como mediador
La vuelta de Egipto a la Liga Árabe diez años después legitimó la postura que había tomado en el pasado. La línea roja que había cruzado al negociar con el archienemigo Israel fue poco a poco olvidándose mientras se sucedían año tras año procesos de paz, cumbres e intentos de negociación entre Israel y otros países árabes. La Conferencia de Paz de Madrid en 1991, los Acuerdos de Oslo de 1993, los múltiples encuentros durante la década de los 90 entre Israel y Siria o el tratado de paz jordano-israelí de 1994 son solo algunos de los ejemplos más notables de los esfuerzos de todo un periodo, que, a juzgar por los conflictos todavía presentes en la región, no dieron los resultados deseados.
Fueron muchos los intentos de otros países vecinos por acercarse lo máximo posible al arreglo de paz que tenía Egipto con Israel, pero únicamente Jordania consiguió llegar a un acuerdo que perdurara en el tiempo. Egipto se había convertido en una pieza más dentro del puzle geoestratégico que comenzaba a montar Estados Unidos en Oriente Próximo. No en vano, Egipto lleva desde 1979 siendo el segundo mayor receptor de ayuda económica estadounidense de la zona —solo por detrás del propio Israel—, con 1.300 millones de dólares anuales destinados al Ejército egipcio.
La influencia estratégica de que goza Egipto en Gaza gracias al Sinaí le ha valido para ejercer en múltiples ocasiones como mediador en momentos de tensión entre Hamás --la organización palestina islamista que gobierna Gaza— e Israel. Sin embargo, es quizás esa frontera y la península del Sinaí las que se han convertido desde la década del 2000 en el motivo que más tensiones ha generado entre Egipto e Israel. El terrorismo islamista, el paso de armas hacia la franja de Gaza desde Egipto o los ataques a gaseoductos egipcios que suministraban energía a Israel generaron los mayores enfrentamientos políticos y reproches entre ambos Gobiernos.
La vuelta de Egipto a la Liga Árabe diez años después legitimó la postura que había tomado en el pasado. La línea roja que había cruzado al negociar con el archienemigo Israel fue poco a poco olvidándose mientras se sucedían año tras año procesos de paz, cumbres e intentos de negociación entre Israel y otros países árabes. La Conferencia de Paz de Madrid en 1991, los Acuerdos de Oslo de 1993, los múltiples encuentros durante la década de los 90 entre Israel y Siria o el tratado de paz jordano-israelí de 1994 son solo algunos de los ejemplos más notables de los esfuerzos de todo un periodo, que, a juzgar por los conflictos todavía presentes en la región, no dieron los resultados deseados.
Fueron muchos los intentos de otros países vecinos por acercarse lo máximo posible al arreglo de paz que tenía Egipto con Israel, pero únicamente Jordania consiguió llegar a un acuerdo que perdurara en el tiempo. Egipto se había convertido en una pieza más dentro del puzle geoestratégico que comenzaba a montar Estados Unidos en Oriente Próximo. No en vano, Egipto lleva desde 1979 siendo el segundo mayor receptor de ayuda económica estadounidense de la zona —solo por detrás del propio Israel—, con 1.300 millones de dólares anuales destinados al Ejército egipcio.
La influencia estratégica de que goza Egipto en Gaza gracias al Sinaí le ha valido para ejercer en múltiples ocasiones como mediador en momentos de tensión entre Hamás --la organización palestina islamista que gobierna Gaza— e Israel. Sin embargo, es quizás esa frontera y la península del Sinaí las que se han convertido desde la década del 2000 en el motivo que más tensiones ha generado entre Egipto e Israel. El terrorismo islamista, el paso de armas hacia la franja de Gaza desde Egipto o los ataques a gaseoductos egipcios que suministraban energía a Israel generaron los mayores enfrentamientos políticos y reproches entre ambos Gobiernos.
Atentados terroristas en Egipto y el Sinaí desde 1997. Fuente: El Orden Mundial.
Para ampliar: “El Sinaí, oasis del yihadismo”, Clara Rodríguez en El Orden Mundial, 2018
A toda esta situación de inestabilidad se le suma el gran cambio político que vivió Egipto tras las revueltas árabes de 2011. Hosni Mubarak fue desalojado del poder a causa de las protestas tras tres décadas en el Gobierno, y le sucedió un presidente islamista, Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulmanes. La clausura de la embajada israelí en El Cairo durante las revueltas y la llegada al poder del islamismo hicieron saltar las alarmas tanto entre la cúpula militar egipcia como en Israel: Morsi había declarado públicamente su animadversión hacia Israel y criticado duramente los acuerdos que su país tenía con el Estado hebreo. Pese a que una vez en el Gobierno, Morsi intentó matizar sus palabras e incluso declaró su intención de mantener los tratados internacionales firmados por Gobiernos anteriores, la relación del presidente con el Ejército se distanció irremediablemente: en 2014, el general Abdelfatá al Sisi dio un golpe de Estado y reemplazó a Morsi en la presidencia de Egipto.
Para ampliar: “El invierno egipcio”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2017
Lo que Camp David unió que nada lo separe
El Gobierno de al Sisi tiene muy claras sus prioridades geopolíticas. Egipto sigue buscando cómo seguir siendo el eje en el que se apoyan los tres continentes que le rodean sin tener que recuperar el socialismo panárabe de Nasser. Su postura de amistad con todos y perfil bajo le permite negociar, mediar, actuar o recibir dinero de cualquiera de las grandes potencias actuales sin tener que rendir excesivas cuentas a nadie. La pérdida de hegemonía internacional estadounidense en favor de potencias como Rusia o China le ha permitido al Estado egipcio depender cada vez menos de su relación con Washington.
No obstante, y pese a los proyectos que el rais egipcio comienza a establecer con Rusia, China e incluso cierta dependencia económica de Arabia Saudí, sería un error pensar que Egipto no depende en gran medida de la financiación estadounidense. Las subvenciones a fondo perdido que realiza cada año Estados Unidos no son solo necesarias para Egipto, sino que también son importantes para Israel, que necesita un Egipto estable. La vuelta de un militar a la presidencia egipcia beneficia a Israel por múltiples razones: expulsa y persigue nuevamente al islam político que suponen los Hermanos Musulmanes, recupera a su mayor aliado en el conflicto permanente que tiene con Hamás en Gaza y contra el terrorismo islamista en el Sinaí, y continúa con las relaciones comerciales y la importantísima venta de gas israelí a Egipto.
Para ampliar: “Fortalecimiento de Egipto en el sistema internacional”, Manuel Mª Jiménez Rodríguez en Instituto Español de Estudios Estratégicos, 2018.
El mundo árabe continúa implicado emocionalmente en el conflicto palestino-israelí, pero los Estados que los gobiernan se dieron cuenta hace ya muchas décadas que esa guerra no les daba ningún rédito político, incluso cuando poblaciones como la egipcia sigan rechazando esta alianza —una encuesta realizada en 2013 publicó que el 63% de la población egipcia quiere anular el tratado de 1979--. La relación entre Israel y Egipto mejora cada año que pasa, y aunque parezca que discuten en la vida pública y que los cambios de Gobierno puede afectarles, siguen siendo de puertas para adentro una pareja consolidada de cara al futuro. Israel siempre estuvo al lado del caballo ganador, y entendió que la disputa con los Estados árabes se resolvería siendo paciente y no recapitulando. Cuando la polaridad del sistema internacional comenzaba a desmoronarse, y Estados Unidos se quedó solo como única potencia mundial, Egipto dio un paso hacia una reconciliación que le trajo muchos problemas. Hoy esa decisión se traduce en una de las relaciones más fuertes y duraderas de Oriente Próximo, que ni unas elecciones, ni un derrocamiento popular ni un golpe militar son capaces de alterar.
A toda esta situación de inestabilidad se le suma el gran cambio político que vivió Egipto tras las revueltas árabes de 2011. Hosni Mubarak fue desalojado del poder a causa de las protestas tras tres décadas en el Gobierno, y le sucedió un presidente islamista, Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulmanes. La clausura de la embajada israelí en El Cairo durante las revueltas y la llegada al poder del islamismo hicieron saltar las alarmas tanto entre la cúpula militar egipcia como en Israel: Morsi había declarado públicamente su animadversión hacia Israel y criticado duramente los acuerdos que su país tenía con el Estado hebreo. Pese a que una vez en el Gobierno, Morsi intentó matizar sus palabras e incluso declaró su intención de mantener los tratados internacionales firmados por Gobiernos anteriores, la relación del presidente con el Ejército se distanció irremediablemente: en 2014, el general Abdelfatá al Sisi dio un golpe de Estado y reemplazó a Morsi en la presidencia de Egipto.
Para ampliar: “El invierno egipcio”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2017
Lo que Camp David unió que nada lo separe
El Gobierno de al Sisi tiene muy claras sus prioridades geopolíticas. Egipto sigue buscando cómo seguir siendo el eje en el que se apoyan los tres continentes que le rodean sin tener que recuperar el socialismo panárabe de Nasser. Su postura de amistad con todos y perfil bajo le permite negociar, mediar, actuar o recibir dinero de cualquiera de las grandes potencias actuales sin tener que rendir excesivas cuentas a nadie. La pérdida de hegemonía internacional estadounidense en favor de potencias como Rusia o China le ha permitido al Estado egipcio depender cada vez menos de su relación con Washington.
No obstante, y pese a los proyectos que el rais egipcio comienza a establecer con Rusia, China e incluso cierta dependencia económica de Arabia Saudí, sería un error pensar que Egipto no depende en gran medida de la financiación estadounidense. Las subvenciones a fondo perdido que realiza cada año Estados Unidos no son solo necesarias para Egipto, sino que también son importantes para Israel, que necesita un Egipto estable. La vuelta de un militar a la presidencia egipcia beneficia a Israel por múltiples razones: expulsa y persigue nuevamente al islam político que suponen los Hermanos Musulmanes, recupera a su mayor aliado en el conflicto permanente que tiene con Hamás en Gaza y contra el terrorismo islamista en el Sinaí, y continúa con las relaciones comerciales y la importantísima venta de gas israelí a Egipto.
Para ampliar: “Fortalecimiento de Egipto en el sistema internacional”, Manuel Mª Jiménez Rodríguez en Instituto Español de Estudios Estratégicos, 2018.
El mundo árabe continúa implicado emocionalmente en el conflicto palestino-israelí, pero los Estados que los gobiernan se dieron cuenta hace ya muchas décadas que esa guerra no les daba ningún rédito político, incluso cuando poblaciones como la egipcia sigan rechazando esta alianza —una encuesta realizada en 2013 publicó que el 63% de la población egipcia quiere anular el tratado de 1979--. La relación entre Israel y Egipto mejora cada año que pasa, y aunque parezca que discuten en la vida pública y que los cambios de Gobierno puede afectarles, siguen siendo de puertas para adentro una pareja consolidada de cara al futuro. Israel siempre estuvo al lado del caballo ganador, y entendió que la disputa con los Estados árabes se resolvería siendo paciente y no recapitulando. Cuando la polaridad del sistema internacional comenzaba a desmoronarse, y Estados Unidos se quedó solo como única potencia mundial, Egipto dio un paso hacia una reconciliación que le trajo muchos problemas. Hoy esa decisión se traduce en una de las relaciones más fuertes y duraderas de Oriente Próximo, que ni unas elecciones, ni un derrocamiento popular ni un golpe militar son capaces de alterar.