El gasto militar en Oriente Próximo
EOM 30 de diciembre de 2018
Descripción del mapa
Al ser una de las regiones más conflictivas del mundo, el gasto militar en Oriente Próximo es una variable clave para entender adecuadamente las tensiones y guerras que a día de hoy se pueden observar en la zona.
Arabia Saudí probablemente sea el centro de todo. Su abultada proporción de gasto militar, unido a un PIB elevado gracias al petróleo, ha hecho que el país de los Saud haya lanzado en los últimos años una ofensiva geopolítica de enorme impacto para tratar de ganar la primacía regional. Así, ha participado de forma indirecta en las guerras de Siria e Irak apoyando —bien con armamento o con financiación— a distintos grupos de rebeldes —un término que abarca desde la inicial oposición democrática a toda una colección de grupos yihadistas— y directamente en la guerra de Yemen, en la represión de las revueltas en Baréin y en un bloqueo a Catar.
La motivación principal para este elevado gasto es, primero, que puede acometerlo a nivel económico, y también forzar una carrera armamentística en la región para desangrar a sus contrincantes tanto en el plano de la economía como sobre el terreno al contar con equipos más modernos. Desde hace unos años, su principal rival en la región es Irán, y más recientemente y de forma secundaria, Turquía, que busca hacerse su propio espacio de influencia.
Más allá de la desproporcionada cifra saudí --que es incluso superada por Omán—, toda la región se sitúa en cifras altas para los estándares mundiales, lo que evidencia la enorme competencia entre países y también las importantes amenazas que sobrevuelan la región. Así, de forma más discreta pero igualmente relevante también se sitúan Israel o Emiratos Árabes Unidos, una potencia tradicional y emergente en el plano militar, respectivamente.
Al ser una de las regiones más conflictivas del mundo, el gasto militar en Oriente Próximo es una variable clave para entender adecuadamente las tensiones y guerras que a día de hoy se pueden observar en la zona.
Arabia Saudí probablemente sea el centro de todo. Su abultada proporción de gasto militar, unido a un PIB elevado gracias al petróleo, ha hecho que el país de los Saud haya lanzado en los últimos años una ofensiva geopolítica de enorme impacto para tratar de ganar la primacía regional. Así, ha participado de forma indirecta en las guerras de Siria e Irak apoyando —bien con armamento o con financiación— a distintos grupos de rebeldes —un término que abarca desde la inicial oposición democrática a toda una colección de grupos yihadistas— y directamente en la guerra de Yemen, en la represión de las revueltas en Baréin y en un bloqueo a Catar.
La motivación principal para este elevado gasto es, primero, que puede acometerlo a nivel económico, y también forzar una carrera armamentística en la región para desangrar a sus contrincantes tanto en el plano de la economía como sobre el terreno al contar con equipos más modernos. Desde hace unos años, su principal rival en la región es Irán, y más recientemente y de forma secundaria, Turquía, que busca hacerse su propio espacio de influencia.
Más allá de la desproporcionada cifra saudí --que es incluso superada por Omán—, toda la región se sitúa en cifras altas para los estándares mundiales, lo que evidencia la enorme competencia entre países y también las importantes amenazas que sobrevuelan la región. Así, de forma más discreta pero igualmente relevante también se sitúan Israel o Emiratos Árabes Unidos, una potencia tradicional y emergente en el plano militar, respectivamente.
El gasto militar en América
Descripción del mapa
Cuando hablamos de gasto militar en el mundo, el continente americano no suele centrar los análisis por una razón tan aparentemente obvia como incorrecta: no existen conflictos importantes en la región ni despegues de potencias que justificasen una carrera armamentística o un gasto desmesurado. Pero esa concepción tradicional del conflicto o la guerra —como las que puede haber en Afganistán, Siria, Yemen o Ucrania— hace que queden fuera del radar conflictos muy relevantes y que se llevan extendiendo décadas. El caso de México contra el narcotráfico —que de hecho es de los conflictos más sangrientos del siglo actual—; los países centroamericanos contra las maras o Colombia frente a los narcos y grupos guerrilleros como el ELN o los rescoldos de las reconvertidas FARC.
Mención especial requiere el caso de Estados Unidos. El país, que por sí solo copa cerca de un tercio del gasto en Defensa del mundo, fundamenta buena parte de su poderío en el músculo militar. Año tras año invierte cientos de miles de millones de dólares en mantener la vasta infraestructura militar que posee a lo largo del planeta, así como en I+D militar para continuar liderando las capacidades armamentísticas y logísticas.
No obstante, el ejemplo estadounidense no es muy distinto al de otros en el que el ejército tiene una importante influencia en el Estado y en la vida política del país —más allá de otras características políticas o económicas—. En Cuba, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba son un actor básico dentro del Estado como garantes mismos de la revolución. No es de extrañar, por tanto, que al igual que en otros muchos países en los que las fuerzas armadas tienen un papel central en la vida política —Egipto o Irán, por poner algunos ejemplos—, se trate de cuidar su lealtad y bienestar asignando una parte sustancial del esfuerzo económico del país. En democracias liberales como Chile, las fuerzas militares son también una institución reconocida y cuidada. Tal es así que una parte de los ingresos del nacionalizado cobre van a parar por ley van a reforzar las capacidades militares.
Cuando hablamos de gasto militar en el mundo, el continente americano no suele centrar los análisis por una razón tan aparentemente obvia como incorrecta: no existen conflictos importantes en la región ni despegues de potencias que justificasen una carrera armamentística o un gasto desmesurado. Pero esa concepción tradicional del conflicto o la guerra —como las que puede haber en Afganistán, Siria, Yemen o Ucrania— hace que queden fuera del radar conflictos muy relevantes y que se llevan extendiendo décadas. El caso de México contra el narcotráfico —que de hecho es de los conflictos más sangrientos del siglo actual—; los países centroamericanos contra las maras o Colombia frente a los narcos y grupos guerrilleros como el ELN o los rescoldos de las reconvertidas FARC.
Mención especial requiere el caso de Estados Unidos. El país, que por sí solo copa cerca de un tercio del gasto en Defensa del mundo, fundamenta buena parte de su poderío en el músculo militar. Año tras año invierte cientos de miles de millones de dólares en mantener la vasta infraestructura militar que posee a lo largo del planeta, así como en I+D militar para continuar liderando las capacidades armamentísticas y logísticas.
No obstante, el ejemplo estadounidense no es muy distinto al de otros en el que el ejército tiene una importante influencia en el Estado y en la vida política del país —más allá de otras características políticas o económicas—. En Cuba, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba son un actor básico dentro del Estado como garantes mismos de la revolución. No es de extrañar, por tanto, que al igual que en otros muchos países en los que las fuerzas armadas tienen un papel central en la vida política —Egipto o Irán, por poner algunos ejemplos—, se trate de cuidar su lealtad y bienestar asignando una parte sustancial del esfuerzo económico del país. En democracias liberales como Chile, las fuerzas militares son también una institución reconocida y cuidada. Tal es así que una parte de los ingresos del nacionalizado cobre van a parar por ley van a reforzar las capacidades militares.
El gasto militar en África
Descripción del mapa
El continente africano no es una de esas regiones que se nos vienen a la mente cuando hablamos de gasto militar. Sí es, por desgracia, de las que se evocan cuando se habla de conflictos interminables, enemistades enquistadas y un sinfín de grupos armados. Sin embargo, ambos conceptos están relacionados, y también se unen factores como la fragilidad del Estado o la debilidad de sus economías.
En muchos países se asiste a un dilema, que es bastante similar al de los cañones y la mantequilla. Un país puede producir o gastar solo en bienes militares —cañones—, en bienes civiles —mantequilla— o en una combinación de ambos. Esto, llevado a muchos países del continente, no es una ecuación sencilla de resolver. Si se producen muchos bienes militares —alto gasto militar— es relativamente difícil que se desarrolle la economía nacional a pesar de ser países con necesidades evidentes, desde falta de infraestructuras a elevadas tasas de pobreza. En cambio, si se prima por los bienes civiles, muchos de estos países tienen importantes carencias de seguridad y para mantener la integridad del Estado, por lo que necesitan reforzar esa parte para no colapsar. Y eso sin contar con los evidentes problemas que genera la corrupción o el peso político que tiene el estamento militar en muchos de estos estados.
Aunque no existe una relación causal directa, sí vemos cierta correlación en que en los países sumidos en conflictos armados --la banda del Sahel— o con importante influencia de los militares, como en el Magreb, el gasto militar es más alto. Por el otro lado, aquellos lugares sin conflictos militares de relevancia o con un poder civil relativamente asentado, como en el golfo de Guinea o el sudeste del continente, tienen porcentajes de gasto más leves. Con todo, siempre hay excepciones.
Tampoco debemos perder de vista que África es la región en la que más ha aumentado el gasto militar a nivel relativo en los últimos años en comparación con otras zonas del mundo. Por ello, quizás en el futuro asistamos a importantes carreras de armamento en la región.
El continente africano no es una de esas regiones que se nos vienen a la mente cuando hablamos de gasto militar. Sí es, por desgracia, de las que se evocan cuando se habla de conflictos interminables, enemistades enquistadas y un sinfín de grupos armados. Sin embargo, ambos conceptos están relacionados, y también se unen factores como la fragilidad del Estado o la debilidad de sus economías.
En muchos países se asiste a un dilema, que es bastante similar al de los cañones y la mantequilla. Un país puede producir o gastar solo en bienes militares —cañones—, en bienes civiles —mantequilla— o en una combinación de ambos. Esto, llevado a muchos países del continente, no es una ecuación sencilla de resolver. Si se producen muchos bienes militares —alto gasto militar— es relativamente difícil que se desarrolle la economía nacional a pesar de ser países con necesidades evidentes, desde falta de infraestructuras a elevadas tasas de pobreza. En cambio, si se prima por los bienes civiles, muchos de estos países tienen importantes carencias de seguridad y para mantener la integridad del Estado, por lo que necesitan reforzar esa parte para no colapsar. Y eso sin contar con los evidentes problemas que genera la corrupción o el peso político que tiene el estamento militar en muchos de estos estados.
Aunque no existe una relación causal directa, sí vemos cierta correlación en que en los países sumidos en conflictos armados --la banda del Sahel— o con importante influencia de los militares, como en el Magreb, el gasto militar es más alto. Por el otro lado, aquellos lugares sin conflictos militares de relevancia o con un poder civil relativamente asentado, como en el golfo de Guinea o el sudeste del continente, tienen porcentajes de gasto más leves. Con todo, siempre hay excepciones.
Tampoco debemos perder de vista que África es la región en la que más ha aumentado el gasto militar a nivel relativo en los últimos años en comparación con otras zonas del mundo. Por ello, quizás en el futuro asistamos a importantes carreras de armamento en la región.