El «excepcionalismo» de Estados Unidos destruye la ONU
VoltaireNet.org Thierry Meyssan 2 de abril de 2019
Debilitado y desbordado por sus competidores –Rusia y China–, Estados Unidos vuelve a sus reflejos históricos. En el plano de las relaciones exteriores, abandona el orden liberal internacional y regresa a la doctrina del “excepcionalismo”. Renunciando al compromiso que había contraído en el Consejo de Seguridad, Estados Unidos acaba de abrir la puerta a una deconstrucción del Derecho Internacional y al fin de la ONU. Esto sorprende y desconcierta a las potencias de Europa occidental. Pero no desconcierta a Rusia y China, que sí habían previsto esta situación y estaban preparándose para enfrentarla.
El 26 de marzo de 2019, Estados Unidos echa abajo el compromiso que había contraído en el Consejo de Seguridad de la ONU y afirma su “excepcionalismo” proclamando que el Golán sirio, ocupado por Israel, pertenece al país ocupante.
El ex embajador del presidente George Bush Jr. ante la ONU y actual consejero de seguridad nacional del presidente Donald Trump, John Bolton, siempre ha sido contrario a un aspecto particular de la Organización de las Naciones Unidas. Bolton estima que absolutamente nada ni nadie puede prevalecer ante la posición de Estados Unidos en absolutamente ningún tema. Por consiguiente, las 5 potencias que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU conforman un directorio mundial que determina cómo se aplica el derecho entre las naciones… pero es incapaz de imponer absolutamente nada a Estados Unidos.
El «excepcionalismo» siempre ha sido una posición de Washington, aunque el resto del mundo no acaba de darse por enterado [1]. Sin embargo, hoy reaparece en un contexto internacional muy particular y va a modificar el mundo.
El «excepcionalismo» estadounidense se refiere al mito de los «Padres Peregrinos», los puritanos perseguidos en Inglaterra, donde eran considerados peligrosos fanáticos. Aquellos puritanos huyeron a Holanda y posteriormente a América, adonde llegaron en 1620 a bordo del barco Mayflower. Allí instauraron una nueva sociedad, basada en el temor a Dios, que se consideró «la primera nación democrática», una «luz en la colina» llamada a iluminar el mundo. O sea, Estados Unidos se considera simultáneamente un «ejemplo» para los demás y estima estar investido de una «misión» que consiste en someter el mundo a la voluntad divina.
Por supuesto, la realidad histórica es muy diferente a esa narrativa, pero no es ése el tema de este trabajo.
A lo largo de 2 siglos, todos los presidentes de Estados Unidos, todos sin excepción, han utilizado como referencia esta falsificación de la historia. Por esa razón,
Estados Unidos negocia y firma tratados, pero lo hace expresando reservas para no adoptarlos ni implementar su aplicación en el derecho interno estadounidense;
Estados Unidos afirma que sigue la «voluntad de Dios» mientras que sus enemigos se niegan a hacerlo y, por tanto, juzga a sus enemigos mucho más severamente de lo que se juzgaría a sí mismo por los mismos hechos, recurriendo así al doble rasero;
Estados Unidos rechaza toda jurisdicción internacional cuando esta se aplica a sus asuntos internos.
Esa actitud favorece la confusión, sobre todo porque los europeos creen ser de mente abierta cuando en realidad no hacen ningun esfuerzo por entender las particularidades de los demás. Por eso están convencidos de que si Estados Unidos se niega a adoptar el Acuerdo de París sobre el medioambiente es por la supuesta ignorancia del presidente Trump.
No ven que en realidad esa es una posición constante de parte de Washington. Antes del acuerdo de París de 2015, se adoptó el Protocolo de Kioto –en 1997– que también fue rechazado por Washington. Estados Unidos estaba decidido a no aceptar aquel texto –después de haber participado en su redacción– porque imponía a los estadounidenses un comportamiento. El presidente Clinton trató de negociar una serie de reservas, que la ONU rechazó. Firmó entonces el Protocolo y lo envió al Senado para su ratificación. Y el Senado lo rechazó por unanimidad –votaron en contra tanto los republicanos como los demócratas– dando así al presidente Clinton un argumento para volver a la fase de negociación. Ese rechazo constante de cualquier disposición jurídica internacional que se aplique al derecho interno estadounidense no significa que Estados Unidos rechaza el objetivo del Protocolo de Kioto y del Acuerdo de París –reducir la contaminación de la atmósfera– ni que no tome disposiciones en ese sentido sino que se niega a aceptar que esos textos prevalezcan sobre el derecho interno estadounidense.
En todo caso, el excepcionalismo implica que Estados Unidos es «una Nación diferente a cualquier otra». Estados Unidos se ve a sí mismo como un ejemplo de democracia en su propio suelo pero se niega a ser igual que los demás países, que por esa razón, no pueden de ninguna manera considerar a Estados Unidos como un país democrático. Durante la guerra fría, los miembros de la OTAN optaron por ignorar esa característica cultural de Estados Unidos mientras que sus enemigos no prestaban atención a ella. Durante el periodo transcurrido entre la desaparición de la Unión Soviética y el declive de Occidente, periodo durante el cual el mundo fue unipolar, el particularismo estadounidense simplemente no se discutía. Pero hoy está destruyendo el sistema de seguridad colectiva.
Hay que señalar, de paso, que existen otros dos Estados cuya doctrina es cercana al excepcionalismo estadounidense. Esos dos Estados son Israel y Arabia Saudita.
Después de haber planteado ese contexto, veamos de qué manera la cuestión de la soberanía sobre la meseta del Golán ha encendido la mecha de un verdadero polvorín.
Estados Unidos y el Golán
Como resultado de la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel ocupó la meseta siria del Golán. La resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, «insistiendo en la inadmisibilidad de la adquisición de territorio por medio de la guerra», ordenaba la «retirada de las fuerzas armadas israelíes de los territorios que ocuparon durante el reciente conflicto» [2].
En 1981, el parlamento israelí decidía unilateralmente violar esa resolución del Consejo de Seguridad de la ONU y anexar la meseta del Golán. El Consejo de Seguridad respondió con la adopción de la resolución 497 que declaraba aquella ley israelí «nula y sin valor», precisando que «no tiene efecto alguno desde el punto de vista del derecho internacional» [3].
En 38 años, la ONU no ha logrado imponer la aplicación de esas resoluciones. Pero estas eran al menos textos considerados indiscutibles y contaban con el respaldo de Estados Unidos.
Sin embargo, el 26 de marzo de 2019, Estados Unidos reconoció la “soberanía” de Israel sobre el Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra [4]. Con ese acto de reconocimiento, Estados Unidos se desdijo de los votos que había emitido como miembro del Consejo de Seguridad sobre la cuestión del Golán, durante 52 años, y contradijo además los principios establecidos en la Carta de las Naciones Unidas [5], principios que rigen la elaboración del derecho internacional desde hace 74 años.
La ONU continuará existiendo por algunos años, pero sus resoluciones ya sólo tendrán un valor relativo dado el hecho que los países que las adoptan han dejado de considerarlas de obligatorio cumplimiento. Se inicia así el proceso de deconstrucción del derecho internacional. Entramos en un periodo donde impera la ley del más fuerte, como sucedió antes de la Primera Guerra Mundial y la creación de la Sociedad de las Naciones.
Las mentiras descaradas que el secretario de Estado Colin Powell profirió ante el Consejo de Seguridad el 11 de febrero de 2003, sobre la supuesta responsabilidad de Irak en los atentados del 11 de septiembre de 2001 y las inexistentes armas iraquíes de destrucción masiva [6], ya nos habían enseñado que la palabra de Estados Unidos tiene un valor muy relativo, incluso cuando afirma algo ante ese órgano de la ONU. Pero es la primera vez que Estados Unidos contradice su propio voto emitido como miembro del Consejo de Seguridad.
Washington justifica su decisión sobre el Golán argumentando que está actuando en función de la realidad: Israel ocupa el Golán sirio desde 1967 y comenzó a administrarlo como territorio israelí desde 1981. Según Washington, en virtud del excepcionalismo estadounidense, esa realidad –tratándose de un aliado respetuoso de Dios– prevalece sobre el derecho internacional, enunciado este último junto a otras partes cuya fe Washington considera menos digna de admiración.
Washington observa a la vez que sería una señal negativa devolver el Golán a Siria, a la que considera poco menos que una pandilla de criminales, mientras que es perfectamente justo gratificar al excelente aliado israelí. También debido a su doctrina excepcionalista, Estados Unidos, en su calidad de «Nación diferente a cualquier otra», tiene tanto ese derecho y esa misión.
Después de haber llegado a dominar el mundo, Estados Unidos –ahora debilitado– renuncia a la ONU. Tratando de conservar su posición dominante, Estados Unidos se repliega hacia la parte del mundo que todavía controla. Hasta ahora, Rusia y China veían a Estados Unidos, como dijera muy gráficamente el ministro de Exteriores ruso Serguei Lavrov, como una bestia feroz que agoniza a la que es necesario acompañar amablemente hasta que muera, cuidando de que no provoque alguna catástrofe.
Pero Estados Unidos ha detenido su decadencia eligiendo a Donald Trump como presidente y este último, después de perder la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, ha hecho un pacto con el Estado Profundo estadounidense –lo cual ha quedado demostrado con la nominación de Elliott Abrams [7] y con la retirada de la acusación de «entendimiento con el enemigo» recientemente anunciada por el fiscal independiente Robert Mueller [8]).
Pero el mundo no se dirige hacia la creación de una tercera institución mundial –después de la Sociedad de las Naciones y de la Organización de las Naciones Unidas– sino hacia una división del mundo en dos zonas organizadas según modelos jurídicos diferentes: una bajo la dominación estadounidense y otra conformada por una serie de Estados soberanos reunidos alrededor de la «Asociación de Eurasia Ampliada». Ya no sería como en los tiempos de la guerra fría, cuando era difícil viajar de los países occidentales a los «países del este» pero los dos bloques aceptaban las Naciones Unidas como sistema jurídico internacional único. El nuevo sistema permitiría viajar y comerciar de un grupo de países al otro pero estaría organizado alrededor de dos modelos de derecho diferentes.
Se trata exactamente del mundo post-occidental que el ministro ruso de Exteriores Serguei Lavrov anunció, el 28 de septiembre de 2018, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU [9].
Tenemos que observar también que, aunque Israel saludó el reconocimiento estadounidense de su “soberanía” sobre el Golán, Arabia Saudita acabó condenando la decisión de Washington. Esa posición no se corresponde con la doctrina saudita pero, ante la repulsa unánime del mundo árabe contra esa conquista territorial, Riad optó por ponerse del lado de su pueblo. Y, por la misma razón, se verá obligado a rechazar también el «Trato del Siglo» sobre Palestina.
¿Estados Unidos ha cambiado?
La prensa normal no se permite a sí misma anticipar, como nosotros acabamos de hacerlo, el fin de la ONU ni la división del mundo en dos zonas jurídicas separadas. Como no logra interpretar los acontecimientos, esa prensa se aferra a un mantra: el populista Donald Trump ha cambiado a Estados Unidos y ha destruido el orden liberal internacional.
Pero con esa afirmación se olvida de la Historia. Al término de la Primera Guerra Mundial, el presidente estadounidense Woodrow Wilson fue ciertamente uno de los principales arquitectos de la Sociedad de las Naciones. Pero esta última se basaba en la igualdad entre los Estados, conforme al pensamiento de los franceses Aristide Briand y Léon Bourgeois, lo cual chocaba directamente con el excepcionalismo estadounidense. Por esa razón, Estados Unidos nunca fue miembro de la Sociedad de las Naciones.
Por el contrario, la Organización de las Naciones Unidas, que tuvo entre sus arquitectos al presidente estadounidense Roosevelt, conjuga la existencia de una asamblea democrática –la Asamblea General– con la de un directorio mundial –el Consejo de Seguridad– inspirado en el sistema del Congreso de Viena (1815). Fue eso lo que hizo posible la participación de Estados Unidos.
Dado el hecho que Estados Unidos ya no está en condiciones de imponer su voluntad a Rusia ni a China, y que ya no ve interés en llegar a arreglos con ellas, Estados Unidos está retirándose del sistema de Naciones Unidas.
Resulta grotesco ver a las potencias occidentales, que tanto se aprovecharon de ese sistema durante 74 años, lloriqueando ahora ante la actitud de Estados Unidos. Tendrían que preguntarse más bien cómo fue que llegó a construirse un edificio tan inestable. La Sociedad de las Naciones había instituido la igualdad entre los Estados pero rechazó la igualdad entre los pueblos. La Organización de las Naciones Unidas trató de imponer una moral universal… ignorando el universalismo del género humano.
El «excepcionalismo» siempre ha sido una posición de Washington, aunque el resto del mundo no acaba de darse por enterado [1]. Sin embargo, hoy reaparece en un contexto internacional muy particular y va a modificar el mundo.
El «excepcionalismo» estadounidense se refiere al mito de los «Padres Peregrinos», los puritanos perseguidos en Inglaterra, donde eran considerados peligrosos fanáticos. Aquellos puritanos huyeron a Holanda y posteriormente a América, adonde llegaron en 1620 a bordo del barco Mayflower. Allí instauraron una nueva sociedad, basada en el temor a Dios, que se consideró «la primera nación democrática», una «luz en la colina» llamada a iluminar el mundo. O sea, Estados Unidos se considera simultáneamente un «ejemplo» para los demás y estima estar investido de una «misión» que consiste en someter el mundo a la voluntad divina.
Por supuesto, la realidad histórica es muy diferente a esa narrativa, pero no es ése el tema de este trabajo.
A lo largo de 2 siglos, todos los presidentes de Estados Unidos, todos sin excepción, han utilizado como referencia esta falsificación de la historia. Por esa razón,
Estados Unidos negocia y firma tratados, pero lo hace expresando reservas para no adoptarlos ni implementar su aplicación en el derecho interno estadounidense;
Estados Unidos afirma que sigue la «voluntad de Dios» mientras que sus enemigos se niegan a hacerlo y, por tanto, juzga a sus enemigos mucho más severamente de lo que se juzgaría a sí mismo por los mismos hechos, recurriendo así al doble rasero;
Estados Unidos rechaza toda jurisdicción internacional cuando esta se aplica a sus asuntos internos.
Esa actitud favorece la confusión, sobre todo porque los europeos creen ser de mente abierta cuando en realidad no hacen ningun esfuerzo por entender las particularidades de los demás. Por eso están convencidos de que si Estados Unidos se niega a adoptar el Acuerdo de París sobre el medioambiente es por la supuesta ignorancia del presidente Trump.
No ven que en realidad esa es una posición constante de parte de Washington. Antes del acuerdo de París de 2015, se adoptó el Protocolo de Kioto –en 1997– que también fue rechazado por Washington. Estados Unidos estaba decidido a no aceptar aquel texto –después de haber participado en su redacción– porque imponía a los estadounidenses un comportamiento. El presidente Clinton trató de negociar una serie de reservas, que la ONU rechazó. Firmó entonces el Protocolo y lo envió al Senado para su ratificación. Y el Senado lo rechazó por unanimidad –votaron en contra tanto los republicanos como los demócratas– dando así al presidente Clinton un argumento para volver a la fase de negociación. Ese rechazo constante de cualquier disposición jurídica internacional que se aplique al derecho interno estadounidense no significa que Estados Unidos rechaza el objetivo del Protocolo de Kioto y del Acuerdo de París –reducir la contaminación de la atmósfera– ni que no tome disposiciones en ese sentido sino que se niega a aceptar que esos textos prevalezcan sobre el derecho interno estadounidense.
En todo caso, el excepcionalismo implica que Estados Unidos es «una Nación diferente a cualquier otra». Estados Unidos se ve a sí mismo como un ejemplo de democracia en su propio suelo pero se niega a ser igual que los demás países, que por esa razón, no pueden de ninguna manera considerar a Estados Unidos como un país democrático. Durante la guerra fría, los miembros de la OTAN optaron por ignorar esa característica cultural de Estados Unidos mientras que sus enemigos no prestaban atención a ella. Durante el periodo transcurrido entre la desaparición de la Unión Soviética y el declive de Occidente, periodo durante el cual el mundo fue unipolar, el particularismo estadounidense simplemente no se discutía. Pero hoy está destruyendo el sistema de seguridad colectiva.
Hay que señalar, de paso, que existen otros dos Estados cuya doctrina es cercana al excepcionalismo estadounidense. Esos dos Estados son Israel y Arabia Saudita.
Después de haber planteado ese contexto, veamos de qué manera la cuestión de la soberanía sobre la meseta del Golán ha encendido la mecha de un verdadero polvorín.
Estados Unidos y el Golán
Como resultado de la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel ocupó la meseta siria del Golán. La resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, «insistiendo en la inadmisibilidad de la adquisición de territorio por medio de la guerra», ordenaba la «retirada de las fuerzas armadas israelíes de los territorios que ocuparon durante el reciente conflicto» [2].
En 1981, el parlamento israelí decidía unilateralmente violar esa resolución del Consejo de Seguridad de la ONU y anexar la meseta del Golán. El Consejo de Seguridad respondió con la adopción de la resolución 497 que declaraba aquella ley israelí «nula y sin valor», precisando que «no tiene efecto alguno desde el punto de vista del derecho internacional» [3].
En 38 años, la ONU no ha logrado imponer la aplicación de esas resoluciones. Pero estas eran al menos textos considerados indiscutibles y contaban con el respaldo de Estados Unidos.
Sin embargo, el 26 de marzo de 2019, Estados Unidos reconoció la “soberanía” de Israel sobre el Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra [4]. Con ese acto de reconocimiento, Estados Unidos se desdijo de los votos que había emitido como miembro del Consejo de Seguridad sobre la cuestión del Golán, durante 52 años, y contradijo además los principios establecidos en la Carta de las Naciones Unidas [5], principios que rigen la elaboración del derecho internacional desde hace 74 años.
La ONU continuará existiendo por algunos años, pero sus resoluciones ya sólo tendrán un valor relativo dado el hecho que los países que las adoptan han dejado de considerarlas de obligatorio cumplimiento. Se inicia así el proceso de deconstrucción del derecho internacional. Entramos en un periodo donde impera la ley del más fuerte, como sucedió antes de la Primera Guerra Mundial y la creación de la Sociedad de las Naciones.
Las mentiras descaradas que el secretario de Estado Colin Powell profirió ante el Consejo de Seguridad el 11 de febrero de 2003, sobre la supuesta responsabilidad de Irak en los atentados del 11 de septiembre de 2001 y las inexistentes armas iraquíes de destrucción masiva [6], ya nos habían enseñado que la palabra de Estados Unidos tiene un valor muy relativo, incluso cuando afirma algo ante ese órgano de la ONU. Pero es la primera vez que Estados Unidos contradice su propio voto emitido como miembro del Consejo de Seguridad.
Washington justifica su decisión sobre el Golán argumentando que está actuando en función de la realidad: Israel ocupa el Golán sirio desde 1967 y comenzó a administrarlo como territorio israelí desde 1981. Según Washington, en virtud del excepcionalismo estadounidense, esa realidad –tratándose de un aliado respetuoso de Dios– prevalece sobre el derecho internacional, enunciado este último junto a otras partes cuya fe Washington considera menos digna de admiración.
Washington observa a la vez que sería una señal negativa devolver el Golán a Siria, a la que considera poco menos que una pandilla de criminales, mientras que es perfectamente justo gratificar al excelente aliado israelí. También debido a su doctrina excepcionalista, Estados Unidos, en su calidad de «Nación diferente a cualquier otra», tiene tanto ese derecho y esa misión.
Después de haber llegado a dominar el mundo, Estados Unidos –ahora debilitado– renuncia a la ONU. Tratando de conservar su posición dominante, Estados Unidos se repliega hacia la parte del mundo que todavía controla. Hasta ahora, Rusia y China veían a Estados Unidos, como dijera muy gráficamente el ministro de Exteriores ruso Serguei Lavrov, como una bestia feroz que agoniza a la que es necesario acompañar amablemente hasta que muera, cuidando de que no provoque alguna catástrofe.
Pero Estados Unidos ha detenido su decadencia eligiendo a Donald Trump como presidente y este último, después de perder la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, ha hecho un pacto con el Estado Profundo estadounidense –lo cual ha quedado demostrado con la nominación de Elliott Abrams [7] y con la retirada de la acusación de «entendimiento con el enemigo» recientemente anunciada por el fiscal independiente Robert Mueller [8]).
Pero el mundo no se dirige hacia la creación de una tercera institución mundial –después de la Sociedad de las Naciones y de la Organización de las Naciones Unidas– sino hacia una división del mundo en dos zonas organizadas según modelos jurídicos diferentes: una bajo la dominación estadounidense y otra conformada por una serie de Estados soberanos reunidos alrededor de la «Asociación de Eurasia Ampliada». Ya no sería como en los tiempos de la guerra fría, cuando era difícil viajar de los países occidentales a los «países del este» pero los dos bloques aceptaban las Naciones Unidas como sistema jurídico internacional único. El nuevo sistema permitiría viajar y comerciar de un grupo de países al otro pero estaría organizado alrededor de dos modelos de derecho diferentes.
Se trata exactamente del mundo post-occidental que el ministro ruso de Exteriores Serguei Lavrov anunció, el 28 de septiembre de 2018, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU [9].
Tenemos que observar también que, aunque Israel saludó el reconocimiento estadounidense de su “soberanía” sobre el Golán, Arabia Saudita acabó condenando la decisión de Washington. Esa posición no se corresponde con la doctrina saudita pero, ante la repulsa unánime del mundo árabe contra esa conquista territorial, Riad optó por ponerse del lado de su pueblo. Y, por la misma razón, se verá obligado a rechazar también el «Trato del Siglo» sobre Palestina.
¿Estados Unidos ha cambiado?
La prensa normal no se permite a sí misma anticipar, como nosotros acabamos de hacerlo, el fin de la ONU ni la división del mundo en dos zonas jurídicas separadas. Como no logra interpretar los acontecimientos, esa prensa se aferra a un mantra: el populista Donald Trump ha cambiado a Estados Unidos y ha destruido el orden liberal internacional.
Pero con esa afirmación se olvida de la Historia. Al término de la Primera Guerra Mundial, el presidente estadounidense Woodrow Wilson fue ciertamente uno de los principales arquitectos de la Sociedad de las Naciones. Pero esta última se basaba en la igualdad entre los Estados, conforme al pensamiento de los franceses Aristide Briand y Léon Bourgeois, lo cual chocaba directamente con el excepcionalismo estadounidense. Por esa razón, Estados Unidos nunca fue miembro de la Sociedad de las Naciones.
Por el contrario, la Organización de las Naciones Unidas, que tuvo entre sus arquitectos al presidente estadounidense Roosevelt, conjuga la existencia de una asamblea democrática –la Asamblea General– con la de un directorio mundial –el Consejo de Seguridad– inspirado en el sistema del Congreso de Viena (1815). Fue eso lo que hizo posible la participación de Estados Unidos.
Dado el hecho que Estados Unidos ya no está en condiciones de imponer su voluntad a Rusia ni a China, y que ya no ve interés en llegar a arreglos con ellas, Estados Unidos está retirándose del sistema de Naciones Unidas.
Resulta grotesco ver a las potencias occidentales, que tanto se aprovecharon de ese sistema durante 74 años, lloriqueando ahora ante la actitud de Estados Unidos. Tendrían que preguntarse más bien cómo fue que llegó a construirse un edificio tan inestable. La Sociedad de las Naciones había instituido la igualdad entre los Estados pero rechazó la igualdad entre los pueblos. La Organización de las Naciones Unidas trató de imponer una moral universal… ignorando el universalismo del género humano.