El nuevo mundo surge ante nosotros
VoltaireNet.org Thierry Meyssan 24 de octubre de 2019
Thierry Meyssan señala la extrema importancia, no de la retirada estadounidense de Siria sino del derrumbe de los puntos de referencia actuales del mundo. Estima que estamos entrando en un corto periodo de transición en el cual los que hoy controlan los acontecimientos, que son los «capitalistas financieros» –aunque los actores que designa de esa manera no tienen nada que ver con el capitalismo original ni tampoco con la banca original– van a ser apartados en beneficio de las reglas de derecho que Rusia enunció… en 1899
El rey Salman de Arabia Saudita recibe al presidente ruso, el pacificador Vladimir Putin.
Estamos viviendo algo que sólo se ve una o dos veces cada 100 años. Está surgiendo un nuevo orden mundial y todas las referencias anteriores desaparecen. Los que antes fueron increíblemente vilipendiados ahora triunfan mientras que los que solían dictar su voluntad están en pleno descenso al infierno. Es cada vez más evidente que las declaraciones oficiales y las interpretaciones que los periodistas divulgan ya no corresponden a los hechos. Los comentaristas tendrán que cambiar de discurso, rápida y radicalmente, o van verse barridos por el remolino de la Historia.
En febrero de 1943, la victoria soviética ante la invasión nazi cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. A partir de ese hecho, lo que vino después ya era inevitable. Pero todavía hubo que esperar que tuvieran lugar el desembarco anglo-estadounidense en las playas de Normandía –en junio de 1944–, la conferencia de Yalta –en febrero de 1945– y la capitulación del Reich –el 8 de mayo de 1945– para finalmente ver el nacimiento del mundo nuevo.
En un solo año, el Reich nazi había perdido su lugar y se veía reemplazado por nuevas potencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. En aquel mundo nuevo, el Reino Unido y Francia, que 12 años antes aún eran las dos primeras potencias mundiales, quedaban como espectadores del proceso de descolonización de sus respectivos imperios.
Hoy estamos viviendo un momento similar.
Cada periodo histórico tiene su propio sistema económico y construye una superestructura política destinada a proteger ese sistema. Al final de la guerra fría y con el derrumbe de la URSS, el presidente Bush padre desmovilizó un millón de militares estadounidenses y confió la búsqueda de la prosperidad a los dirigentes de las grandes transnacionales. Estos últimos se aliaron al dirigente chino Deng Xiaping y trasladaron grandes cantidades de empleos estadounidenses a China, país que se convirtió así en la gran fábrica del mundo. Pero, lejos de ofrecer prosperidad a sus conciudadanos, los dirigentes de las transnacionales acapararon sus ganancias, provocando la lenta desaparición de las clases medias en las naciones de Occidente. En 2001, financiaron los atentados del 11 de septiembre para imponer al Pentágono la estrategia Rumsfeld/Cebrowski de destrucción de los Estados [1]. El presidente Bush hijo transformó entonces el «Medio Oriente ampliado», o «Gran Medio Oriente» en campo de batalla de una «guerra sin fin».
La liberación en una semana de una cuarta parte del territorio nacional sirio no es sólo la victoria de Bachar al-Assad, el presidente sirio que desde hace 8 años «tiene que irse». Es también el fracaso de la estrategia militar tendiente a instaurar la supremacía del capitalismo financiero. Ha sucedido lo que parecía inimaginable. El orden mundial se ha modificado y la subsiguiente secuencia de acontecimientos es inevitable.
La fastuosa acogida al presidente ruso Vladimir Putin en Arabia Saudita y en Emiratos Árabes Unidos es una muestra del espectacular cambio de posición de las potencia del Golfo Arábigo-Pérsico, que ahora se pasan al bando ruso.
La también espectacular redistribución de las cartas en Líbano es igualmente muestra del mismo fracaso político del capitalismo financiero. En un país dolarizado donde desde hace un mes ya no se encuentran dólares, donde los bancos cierran sus puertas y se limitan las extracciones de dinero que los clientes pueden realizar, las manifestaciones anticorrupción no podrán detener la caída del orden anterior.
Los estertores del orden agonizante se hacen sentir por todas partes. En Ecuador, el presidente Lenín Moreno atribuye a su predecesor Rafael Correa –quien vive en Bélgica– y a un símbolo de la resistencia frente a la explotación financierista –el presidente venezolano Nicolás Maduro– la responsabilidad de haber organizado lo que en realidad es un levantamiento popular contra las medidas del capitalismo financiero.
El Reino Unido ya retiró de Siria sus fuerzas especiales y ahora está tratando de salir del Estado supranacional que es la Unión Europea. Después de haberse planteado la posibilidad de conservar el Mercado Común (el proyecto de Theresa May), el Reino Unido decide romper con toda la construcción europea, conforme al proyecto de Boris Johnson. Mientras tanto, después de los errores de los ex presidentes Nicolas Sarkozy y Francois Hollande, a los que se agregan ahora los errores del presidente Emmanuel Macron, Francia pierde súbitamente toda credibilidad e influencia.
Por su parte, los Estados Unidos del presidente Donald Trump dejan de ser la «nación indispensable», el «policía del mundo» al servicio del capitalismo financiero para tratar de convertirse nuevamente una gran potencia económica. Así que Estados Unidos retira su arsenal nuclear de Turquía y se dispone a cerrar el CentCom en Qatar mientras que todos reconocen a Rusia como la potencia «pacificadora» que hace prevaler el derecho internacional que ella misma había creado cuando convocó –en 1899– la «Conferencia Internacional por la Paz» de La Haya, cuyos principios los miembros de la OTAN han venido pisoteando.
En febrero de 1943, la victoria soviética ante la invasión nazi cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. A partir de ese hecho, lo que vino después ya era inevitable. Pero todavía hubo que esperar que tuvieran lugar el desembarco anglo-estadounidense en las playas de Normandía –en junio de 1944–, la conferencia de Yalta –en febrero de 1945– y la capitulación del Reich –el 8 de mayo de 1945– para finalmente ver el nacimiento del mundo nuevo.
En un solo año, el Reich nazi había perdido su lugar y se veía reemplazado por nuevas potencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. En aquel mundo nuevo, el Reino Unido y Francia, que 12 años antes aún eran las dos primeras potencias mundiales, quedaban como espectadores del proceso de descolonización de sus respectivos imperios.
Hoy estamos viviendo un momento similar.
Cada periodo histórico tiene su propio sistema económico y construye una superestructura política destinada a proteger ese sistema. Al final de la guerra fría y con el derrumbe de la URSS, el presidente Bush padre desmovilizó un millón de militares estadounidenses y confió la búsqueda de la prosperidad a los dirigentes de las grandes transnacionales. Estos últimos se aliaron al dirigente chino Deng Xiaping y trasladaron grandes cantidades de empleos estadounidenses a China, país que se convirtió así en la gran fábrica del mundo. Pero, lejos de ofrecer prosperidad a sus conciudadanos, los dirigentes de las transnacionales acapararon sus ganancias, provocando la lenta desaparición de las clases medias en las naciones de Occidente. En 2001, financiaron los atentados del 11 de septiembre para imponer al Pentágono la estrategia Rumsfeld/Cebrowski de destrucción de los Estados [1]. El presidente Bush hijo transformó entonces el «Medio Oriente ampliado», o «Gran Medio Oriente» en campo de batalla de una «guerra sin fin».
La liberación en una semana de una cuarta parte del territorio nacional sirio no es sólo la victoria de Bachar al-Assad, el presidente sirio que desde hace 8 años «tiene que irse». Es también el fracaso de la estrategia militar tendiente a instaurar la supremacía del capitalismo financiero. Ha sucedido lo que parecía inimaginable. El orden mundial se ha modificado y la subsiguiente secuencia de acontecimientos es inevitable.
La fastuosa acogida al presidente ruso Vladimir Putin en Arabia Saudita y en Emiratos Árabes Unidos es una muestra del espectacular cambio de posición de las potencia del Golfo Arábigo-Pérsico, que ahora se pasan al bando ruso.
La también espectacular redistribución de las cartas en Líbano es igualmente muestra del mismo fracaso político del capitalismo financiero. En un país dolarizado donde desde hace un mes ya no se encuentran dólares, donde los bancos cierran sus puertas y se limitan las extracciones de dinero que los clientes pueden realizar, las manifestaciones anticorrupción no podrán detener la caída del orden anterior.
Los estertores del orden agonizante se hacen sentir por todas partes. En Ecuador, el presidente Lenín Moreno atribuye a su predecesor Rafael Correa –quien vive en Bélgica– y a un símbolo de la resistencia frente a la explotación financierista –el presidente venezolano Nicolás Maduro– la responsabilidad de haber organizado lo que en realidad es un levantamiento popular contra las medidas del capitalismo financiero.
El Reino Unido ya retiró de Siria sus fuerzas especiales y ahora está tratando de salir del Estado supranacional que es la Unión Europea. Después de haberse planteado la posibilidad de conservar el Mercado Común (el proyecto de Theresa May), el Reino Unido decide romper con toda la construcción europea, conforme al proyecto de Boris Johnson. Mientras tanto, después de los errores de los ex presidentes Nicolas Sarkozy y Francois Hollande, a los que se agregan ahora los errores del presidente Emmanuel Macron, Francia pierde súbitamente toda credibilidad e influencia.
Por su parte, los Estados Unidos del presidente Donald Trump dejan de ser la «nación indispensable», el «policía del mundo» al servicio del capitalismo financiero para tratar de convertirse nuevamente una gran potencia económica. Así que Estados Unidos retira su arsenal nuclear de Turquía y se dispone a cerrar el CentCom en Qatar mientras que todos reconocen a Rusia como la potencia «pacificadora» que hace prevaler el derecho internacional que ella misma había creado cuando convocó –en 1899– la «Conferencia Internacional por la Paz» de La Haya, cuyos principios los miembros de la OTAN han venido pisoteando.
Ha sido necesario más de un siglo para entender las implicaciones de la Conferencia Internacional por la Paz realizada en La Haya, en 1899.
La Segunda Guerra Mundial puso fin a la Sociedad de las Naciones para dar paso al nacimiento de la ONU. De la misma manera, este mundo nuevo creará probablemente una nueva organización internacional basada en los principios de la Conferencia de 1899, realizada en La Haya por iniciativa del zar Nicolás II y del premio Nobel de la Paz Leon Bourgeois. Para eso, primero habrá que disolver la OTAN, que tratará de sobrevivir extendiéndose al Pacífico, y también la Unión Europea, convertida en refugio del capitalismo financiero.
Tenemos que comprender bien lo que está sucediendo. Estamos entrando en un periodo de transición. Lenin decía, en 1916, que el imperialismo era la fase suprema de la forma de capitalismo que desapareció con las dos Guerras Mundiales y con la crisis bursátil de 1929. El mundo de hoy es el mundo del capitalismo financiero, que arruina una por una las economías nacionales favoreciendo únicamente a unos pocos súper ricos. Su fase suprema suponía dividir el mundo en dos partes, poniendo de un lado los países estables y globalizados y del otro lado vastas regiones del mundo sin Estados, reducidas a servir únicamente como “reservas” de materias primas.
Ese modelo, rechazado tanto por el presidente Trump en Estados Unidos, como por los «Chalecos Amarillos» en Europa occidental y por Siria en el Levante, es el modelo que hoy agoniza ante nosotros.
Tenemos que comprender bien lo que está sucediendo. Estamos entrando en un periodo de transición. Lenin decía, en 1916, que el imperialismo era la fase suprema de la forma de capitalismo que desapareció con las dos Guerras Mundiales y con la crisis bursátil de 1929. El mundo de hoy es el mundo del capitalismo financiero, que arruina una por una las economías nacionales favoreciendo únicamente a unos pocos súper ricos. Su fase suprema suponía dividir el mundo en dos partes, poniendo de un lado los países estables y globalizados y del otro lado vastas regiones del mundo sin Estados, reducidas a servir únicamente como “reservas” de materias primas.
Ese modelo, rechazado tanto por el presidente Trump en Estados Unidos, como por los «Chalecos Amarillos» en Europa occidental y por Siria en el Levante, es el modelo que hoy agoniza ante nosotros.
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