El PKK, el partido que está transformando a toda una región
EOM Elena Jiménez 8 de septiembre de 2019
La llamada cuestión kurda ha sido un foco de problemas en Oriente Próximo desde la disolución del Imperio otomano. En Turquía, el PKK ha sido el actor protagonista de esta lucha y sus reivindicaciones no afectan solo a la estabilidad interna del país, sino al sistema de alianzas de toda la región. Mitad partido político y mitad guerrilla, el PKK ha sufrido una evolución ideológica y táctica clave para entender su historia.
Tropas de las YPG. Fuente: Kurdish PKK Guerillas (Wikimedia)
Los kurdos son hoy considerados el mayor grupo étnico del mundo sin un Estado propio. Se estima que hay en torno a unos 40 millones repartidos entre Irán, Irak, Siria y Turquía, así como entre países europeos —especialmente Alemania—, EE. UU. y otros de Oriente Próximo como Libia. La discriminación y las duras condiciones de vida a las que han sido sometidos en sus países de origen les han llevado a protagonizar una larga historia de revoluciones y conflictos armados. En Turquía —país que alberga la mayor cantidad de kurdos—, la guerra entre el Estado y parte de la comunidad kurda —organizada bajo el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK por sus siglas en kurdo)— lleva activa 35 años y ha causado 40.000 muertos y cientos de miles de desplazados. No obstante, las consecuencias más relevantes de este conflicto no recaen solo en Turquía, sino que se extienden a lo largo de sus fronteras y se han convertido en un factor transversal de su política exterior.
Hoy, los kurdos turcos han dejado de reivindicar un Estado propio y el nombre del PKK se ha diluido entre las múltiples siglas que operan en Siria, Irán e Irak para conseguir un modelo social en el que la etnicidad kurda deje de ser incompatible con los derechos humanos. Pero para comprender cómo se ha llegado hasta aquí y por qué los kurdos pueden cambiar el equilibrio de poder en Oriente Próximo se pretende analizar cuál ha sido el origen y evolución del Partido de los Trabajadores Kurdos y cómo sus ideas han traspasado las fronteras de la República de Turquía.
Para ampliar: “Definiendo el Kurdistán”, Gemma Roquet en El Orden Mundial, 2017
La Turquía moderna, enemiga de los kurdos
Tras la Primera Guerra Mundial y la derrota de los otomanos, el Imperio se preparaba para disolverse. En un primer tratado firmado en Sèvres, Francia, en 1920, se preveía la creación de un Estado kurdo independiente en Anatolia Oriental: Kurdistán. Contra este acuerdo se levantaron los nacionalistas turcos liderados por Mustafá Kemal. En este contexto, el Tratado de Sèvres nunca fue ratificado y tres años más tarde, en 1923, fue sustituido por el Tratado de Lausana, con el que los kurdos fueron divididos entre los cuatro Estados antes mencionados —Turquía, Siria, Irak e Irán—. Turquía se convierte entonces en el país con mayor cantidad de kurdos, con aproximadamente 15 millones, lo que supone el 20% de su población.
Hoy, los kurdos turcos han dejado de reivindicar un Estado propio y el nombre del PKK se ha diluido entre las múltiples siglas que operan en Siria, Irán e Irak para conseguir un modelo social en el que la etnicidad kurda deje de ser incompatible con los derechos humanos. Pero para comprender cómo se ha llegado hasta aquí y por qué los kurdos pueden cambiar el equilibrio de poder en Oriente Próximo se pretende analizar cuál ha sido el origen y evolución del Partido de los Trabajadores Kurdos y cómo sus ideas han traspasado las fronteras de la República de Turquía.
Para ampliar: “Definiendo el Kurdistán”, Gemma Roquet en El Orden Mundial, 2017
La Turquía moderna, enemiga de los kurdos
Tras la Primera Guerra Mundial y la derrota de los otomanos, el Imperio se preparaba para disolverse. En un primer tratado firmado en Sèvres, Francia, en 1920, se preveía la creación de un Estado kurdo independiente en Anatolia Oriental: Kurdistán. Contra este acuerdo se levantaron los nacionalistas turcos liderados por Mustafá Kemal. En este contexto, el Tratado de Sèvres nunca fue ratificado y tres años más tarde, en 1923, fue sustituido por el Tratado de Lausana, con el que los kurdos fueron divididos entre los cuatro Estados antes mencionados —Turquía, Siria, Irak e Irán—. Turquía se convierte entonces en el país con mayor cantidad de kurdos, con aproximadamente 15 millones, lo que supone el 20% de su población.
Presencia de kurdos en Oriente Próximo, zonas que controlan en la actualidad, y propuestas de Kurdistán independiente según el Tratado de Sèvres y las reivindicaciones kurdas de 1919 y 1945.
En la Turquía de Kemal, laica y tremendamente intolerante con las minorías étnicas, no había cabida para la identidad kurda. En 1924 se prohíbe el uso de su lengua, lo que aviva el hasta entonces dormido nacionalismo kurdo y lo expande hacia las clases populares, ya que en un principio fue una lucha asociada a los intelectuales. Como consecuencia de ello, en los años 20 y 30 del siglo XX se dan diversas revueltas kurdas. Las más significativas fueron la del jeque Saïd (1925), la del monte Ararat (1927-1931), y la de Dersim (1936-1938). Todas ellas dieron lugar a una brutal respuesta del Gobierno turco, que aplicó durante esos años unas duras políticas represivas contra los kurdos. Las regiones orientales fueron militarizadas y se modificó su estructura demográfica forzando el desplazamiento de kurdos a otros lugares del país y repoblándolas con turcos. En la región de Dersim —la última en rebelarse— la política de la tierra quemada acabó con el movimiento nacionalista, que solo resurgiría a partir de los 70 de la mano de los kurdos iraquíes.
El PKK, nacimiento y evolución a través de la lucha contra el Estado
A pesar de que el independentismo estuvo relativamente dormido durante más de 20 años entre los kurdos turcos, no pasó lo mismo con los del resto de la región. En 1946, los kurdos iraníes fundaron la República de Mahabad gracias al apoyo soviético, aunque solo gozó de un año de independencia. En 1961, el Partido Demócrata del Kurdistán (PDK o KDP por sus siglas en inglés) se enfrenta al Estado iraquí en una guerra de guerrillas que dura hasta 1970 y que culmina con la consecución de una relativa autonomía para el norte de Irak de mayoría kurda. Estos pequeños logros, a pesar de la dura represión a la que estaba sometido el pueblo kurdo en Turquía, sirvieron de inspiración para la creación, en 1978, del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
El PKK estuvo, desde el comienzo, liderado por Abdullah Öcalan y fundamentado en los principios del marxismo-leninismo. Su propósito era el de enfrentarse al Estado turco a través de la guerra de guerrillas para la construcción de un Kurdistán unificado, socialista e independiente, con lo cual no solo estaba dirigido a los kurdos turcos sino a los de toda la región. Tras el golpe de Estado de 1980 en Turquía, Öcalan y numerosos miembros del PKK se exilian al valle de Bekaa —tradicionalmente libanés pero entonces ocupado por Siria—, donde se entrenan con el visto bueno del Gobierno sirio y se preparan para iniciar la guerra contra el Estado turco.
La lucha armada contra el Estado comienza oficialmente en 1984, cuando el brazo armado del PKK ataca dos puestos de vigilancia en las provincias de Siirt y Hakkari, al sudeste de Turquía. En esos primeros años de constantes atentados, el PKK afianza su poder y engrosa sus filas, pero también se crean las Guardias Rurales o Guardias de Villas (GKK por sus siglas en turco), grupos paramilitares al servicio del Estado para la persecución de los simpatizantes del PKK. En los 90, la extrema violencia ejercida por Öcalan y los suyos —así como sus vinculaciones con el crimen organizado— empezó a generar la oposición de los civiles. Además, la acción del GKK y la caída de la URSS —que había sido un considerable apoyo para los kurdos— fue desviando la balanza hacia un posible triunfo del Estado turco.
Es de hecho en el 90 cuando la estrategia del partido cambia y este decide abandonar los ataques contra civiles para centrarse en el ataque contra los principales pilares del Estado. De este modo, sus objetivos empiezan a ser, sobre todo, personalidades influyentes del régimen turco. Asimismo, el movimiento comienza a trabajar para la construcción de un partido político. No obstante, el debilitamiento del PKK en la guerra contra el Estado es inevitable y en 1995 Öcalan se ve obligado a anunciar un alto al fuego, lo que terminó de confirmar la fragilidad de la guerrilla.
El PKK, nacimiento y evolución a través de la lucha contra el Estado
A pesar de que el independentismo estuvo relativamente dormido durante más de 20 años entre los kurdos turcos, no pasó lo mismo con los del resto de la región. En 1946, los kurdos iraníes fundaron la República de Mahabad gracias al apoyo soviético, aunque solo gozó de un año de independencia. En 1961, el Partido Demócrata del Kurdistán (PDK o KDP por sus siglas en inglés) se enfrenta al Estado iraquí en una guerra de guerrillas que dura hasta 1970 y que culmina con la consecución de una relativa autonomía para el norte de Irak de mayoría kurda. Estos pequeños logros, a pesar de la dura represión a la que estaba sometido el pueblo kurdo en Turquía, sirvieron de inspiración para la creación, en 1978, del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
El PKK estuvo, desde el comienzo, liderado por Abdullah Öcalan y fundamentado en los principios del marxismo-leninismo. Su propósito era el de enfrentarse al Estado turco a través de la guerra de guerrillas para la construcción de un Kurdistán unificado, socialista e independiente, con lo cual no solo estaba dirigido a los kurdos turcos sino a los de toda la región. Tras el golpe de Estado de 1980 en Turquía, Öcalan y numerosos miembros del PKK se exilian al valle de Bekaa —tradicionalmente libanés pero entonces ocupado por Siria—, donde se entrenan con el visto bueno del Gobierno sirio y se preparan para iniciar la guerra contra el Estado turco.
La lucha armada contra el Estado comienza oficialmente en 1984, cuando el brazo armado del PKK ataca dos puestos de vigilancia en las provincias de Siirt y Hakkari, al sudeste de Turquía. En esos primeros años de constantes atentados, el PKK afianza su poder y engrosa sus filas, pero también se crean las Guardias Rurales o Guardias de Villas (GKK por sus siglas en turco), grupos paramilitares al servicio del Estado para la persecución de los simpatizantes del PKK. En los 90, la extrema violencia ejercida por Öcalan y los suyos —así como sus vinculaciones con el crimen organizado— empezó a generar la oposición de los civiles. Además, la acción del GKK y la caída de la URSS —que había sido un considerable apoyo para los kurdos— fue desviando la balanza hacia un posible triunfo del Estado turco.
Es de hecho en el 90 cuando la estrategia del partido cambia y este decide abandonar los ataques contra civiles para centrarse en el ataque contra los principales pilares del Estado. De este modo, sus objetivos empiezan a ser, sobre todo, personalidades influyentes del régimen turco. Asimismo, el movimiento comienza a trabajar para la construcción de un partido político. No obstante, el debilitamiento del PKK en la guerra contra el Estado es inevitable y en 1995 Öcalan se ve obligado a anunciar un alto al fuego, lo que terminó de confirmar la fragilidad de la guerrilla.
La guerra de guerrillas entre el Estado turco y el PKK se prolonga ya durante más de 30 años.
Durante la guerra contra el Estado turco, el apoyo internacional fue de vital importancia para la supervivencia del PKK. Siria, como ya se ha mencionado, fue el primero en ofrecer asilo a su líder y a sus militantes. ¿El motivo? Probablemente la eterna disputa abierta con Turquía por el territorio de Hatay y la distribución de las aguas de los ríos Tigris y Éufrates. No obstante, a partir de 1992 empiezan los acercamientos entre Turquía y Siria para poner fin a la presencia del PKK en el valle de Bekaa. En 1998, el Acuerdo de Adana confirmó la alianza turco-siria en la lucha contra el terrorismo y a Öcalan no le quedó más remedio que salir del país. El líder del PKK buscaría refugio en Rusia, Grecia e Italia, hasta llegar a Kenia, donde fue detenido en febrero de 1999. Desde entonces, Abdullah Öcalan ha permanecido detenido y condenado a cadena perpetua en una prisión de alta seguridad en la pequeña isla turca de İmralı, situada en el mar de Mármara y relativamente cercana a Estambul.
El viraje ideológico del PKK: del marxismo al confederalismo democrático
Ya desde el alto al fuego de 1995, el PKK se enfrascó en un proceso de revisionismo y autocrítica donde no solo se cuestionaba sus métodos, sino sus propias bases ideológicas, hasta entonces apoyadas en el marxismo ortodoxo. La detención de Öcalan fue, lejos del fin del partido, el principio de una nueva etapa. La primera respuesta fue la movilización masiva del pueblo kurdo dentro y fuera de Turquía, lo que permitió una internacionalización sin precedentes de la causa kurda. De hecho, en un primer momento, Öcalan fue condenado a muerte, pero las presiones de la Unión Europea para que Turquía eliminara la pena de muerte como parte del proceso de adhesión llevó a que esta fuera conmutada por la cadena perpetua.
Durante sus primeros años en prisión, Öcalan se centró en la redacción de varios textos cuyo objetivo principal era dejar por escrito las nuevas líneas ideológicas del partido, que ya se venía intuyendo desde 1995 y que se sumarían a sus tesis sobre la libertad de las mujeres. En primer lugar, Öcalan renuncia a la creación de un Estado kurdo y lo elimina de los objetivos del PKK y, por otro lado, propone la línea del confederalismo democrático o “democracia radical” como forma de organización social de los kurdos de Turquía y del resto de la región. De este modo, el cometido del PKK ya no era enfrentarse al Estado para la consecución de la independencia, sino lograr la paz y una cierta autonomía que le permitiera a los kurdos de Turquía, Irak, Irán y Siria tejer redes de cooperación y de organización horizontal.
El viraje ideológico del PKK: del marxismo al confederalismo democrático
Ya desde el alto al fuego de 1995, el PKK se enfrascó en un proceso de revisionismo y autocrítica donde no solo se cuestionaba sus métodos, sino sus propias bases ideológicas, hasta entonces apoyadas en el marxismo ortodoxo. La detención de Öcalan fue, lejos del fin del partido, el principio de una nueva etapa. La primera respuesta fue la movilización masiva del pueblo kurdo dentro y fuera de Turquía, lo que permitió una internacionalización sin precedentes de la causa kurda. De hecho, en un primer momento, Öcalan fue condenado a muerte, pero las presiones de la Unión Europea para que Turquía eliminara la pena de muerte como parte del proceso de adhesión llevó a que esta fuera conmutada por la cadena perpetua.
Durante sus primeros años en prisión, Öcalan se centró en la redacción de varios textos cuyo objetivo principal era dejar por escrito las nuevas líneas ideológicas del partido, que ya se venía intuyendo desde 1995 y que se sumarían a sus tesis sobre la libertad de las mujeres. En primer lugar, Öcalan renuncia a la creación de un Estado kurdo y lo elimina de los objetivos del PKK y, por otro lado, propone la línea del confederalismo democrático o “democracia radical” como forma de organización social de los kurdos de Turquía y del resto de la región. De este modo, el cometido del PKK ya no era enfrentarse al Estado para la consecución de la independencia, sino lograr la paz y una cierta autonomía que le permitiera a los kurdos de Turquía, Irak, Irán y Siria tejer redes de cooperación y de organización horizontal.
A la izquierda, la primera bandera del PKK, de 1978. A la derecha, una de las últimas, de 2002. La comparación de ambas evidencia el viraje ideológico del partido, que deja atrás los símbolos marxistas. Fuente: Wikimedia
Aunque la nueva línea ideológica provocó escisiones del partido, fue bien acogida por buena parte de los seguidores de Öcalan, que en 1999 crearon el Congreso Nacional del Kurdistán (CNK), que se localizaría primero en Ámsterdam y luego en Bruselas, y al que serían invitadas las organizaciones kurdas de toda la región. De 1999 en adelante, el PKK trabajaría en un acercamiento con el Gobierno turco por lograr la paz y movería sus bases al Qandil, en Irak, donde trabajaría mano a mano con los kurdos iraquíes y sirios en la construcción de un pequeño paraíso kurdo.
Para ampliar: “Visitando Qandil: el santuario del PKK”, Antonio Ponce en El Orden Mundial, 2015
El PKK, persiguiendo la paz
La captura de Öcalan trajo consigo una considerable disminución de la violencia, resultado de sucesivos ceses al fuego que fueron respetados por ambas partes. El cambio de táctica fue tan visible como el de ideología y la acción política fue ganando cada vez más peso en detrimento de la lucha armada. El BDP (Partido Democrático y por la Paz) y el HDP (Partido Democrático de los Pueblos) se convertirían en los principales defensores de los reclamos kurdos en el Parlamento turco, ya que el PKK, al ser considerado una organización terrorista, no podía optar a representación parlamentaria. El BDP, hoy extinto, conseguiría en 2011 treinta escaños; el HDP, considerado su sucesor, entraría en 2015 en el Parlamento.
La llegada al poder de Erdoğan en 2002 y la intensificación de las negociaciones para entrar en la UE también favorecieron la pacificación del país. Sin embargo, no fue hasta enero de 2013 cuando se hizo público el inicio de las conversaciones entre el Gobierno de Erdoğan y el PKK para lograr la paz en Turquía, lo que se conocería como el proceso de İmralı, en referencia a la isla en la que se sitúa la prisión de Öcalan. Aunque a principio de ese año al proceso le sobrevoló un clima de optimismo basado en el apoyo del propio Öcalan y en algunos avances del Gobierno para despenalizar el uso de la lengua kurda, lo cierto es que la mayoría de los reclamos del pueblo kurdo fueron desoídos, puesto que para el partido de Erdoğan —Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco)— la cuestión kurda era demasiado controvertida y podía minar el mantenimiento de la amplia mayoría de la que gozaba en el parlamento.
El devenir de la guerra de Siria, en la que el régimen turco y el pueblo kurdo tienen un rol fundamental, repercutió muy negativamente en el proceso de pacificación interna, sobre todo a partir de 2014, cuando el PKK acusó a Ankara de favorecer a Dáesh al cerrar sus fronteras frente al asedio de Kobane —ciudad al norte de Siria considerada uno de los principales símbolos de la resistencia kurda frente al Dáesh—, lo que impedía el paso de las milicias kurdas para luchar contra el Dáesh. No era nada nuevo que Turquía se negara a prestar su apoyo a la lucha kurda en Siria, a pesar de estar teóricamente “en el mismo bando”, consciente de que si los kurdos sirios triunfaban en su proyecto de autogestión política, esos reclamos corrían el riesgo de traspasar la frontera turca.
Para ampliar: “Visitando Qandil: el santuario del PKK”, Antonio Ponce en El Orden Mundial, 2015
El PKK, persiguiendo la paz
La captura de Öcalan trajo consigo una considerable disminución de la violencia, resultado de sucesivos ceses al fuego que fueron respetados por ambas partes. El cambio de táctica fue tan visible como el de ideología y la acción política fue ganando cada vez más peso en detrimento de la lucha armada. El BDP (Partido Democrático y por la Paz) y el HDP (Partido Democrático de los Pueblos) se convertirían en los principales defensores de los reclamos kurdos en el Parlamento turco, ya que el PKK, al ser considerado una organización terrorista, no podía optar a representación parlamentaria. El BDP, hoy extinto, conseguiría en 2011 treinta escaños; el HDP, considerado su sucesor, entraría en 2015 en el Parlamento.
La llegada al poder de Erdoğan en 2002 y la intensificación de las negociaciones para entrar en la UE también favorecieron la pacificación del país. Sin embargo, no fue hasta enero de 2013 cuando se hizo público el inicio de las conversaciones entre el Gobierno de Erdoğan y el PKK para lograr la paz en Turquía, lo que se conocería como el proceso de İmralı, en referencia a la isla en la que se sitúa la prisión de Öcalan. Aunque a principio de ese año al proceso le sobrevoló un clima de optimismo basado en el apoyo del propio Öcalan y en algunos avances del Gobierno para despenalizar el uso de la lengua kurda, lo cierto es que la mayoría de los reclamos del pueblo kurdo fueron desoídos, puesto que para el partido de Erdoğan —Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco)— la cuestión kurda era demasiado controvertida y podía minar el mantenimiento de la amplia mayoría de la que gozaba en el parlamento.
El devenir de la guerra de Siria, en la que el régimen turco y el pueblo kurdo tienen un rol fundamental, repercutió muy negativamente en el proceso de pacificación interna, sobre todo a partir de 2014, cuando el PKK acusó a Ankara de favorecer a Dáesh al cerrar sus fronteras frente al asedio de Kobane —ciudad al norte de Siria considerada uno de los principales símbolos de la resistencia kurda frente al Dáesh—, lo que impedía el paso de las milicias kurdas para luchar contra el Dáesh. No era nada nuevo que Turquía se negara a prestar su apoyo a la lucha kurda en Siria, a pesar de estar teóricamente “en el mismo bando”, consciente de que si los kurdos sirios triunfaban en su proyecto de autogestión política, esos reclamos corrían el riesgo de traspasar la frontera turca.
El Kurdistán está en una zona de influencias disputadas entre Turquía e Irán, pero también Irak y Siria; los cuatro países tienen en sus fronteras una numerosa población kurda.
Con la liberación de Kobane por parte de las milicias kurdas y el espíritu pacifista alentado por Öcalan, el 2015 comienza con un optimismo que en nada se parece al clima de tensiones con el que finaliza. La guerra de Siria y las elecciones de julio terminan de enturbiar el panorama turco: el HDP consigue entrar en el Parlamento y acaba con la mayoría absoluta del AKP, con lo que Erdoğan empieza a sospechar que el apaciguamiento del PKK no está jugando a su favor en las urnas. El 21 de julio hay un atentado contra un centro kurdo en Suruç que el Gobierno trata de atribuir al Dáesh. El 25, el PKK declara el fin del alto al fuego y el 26 comete su primer atentado desde 2013. La guerra vuelve a estar activa en el interior de Turquía y no iba a dejar indiferente al resto de la región.
El sueño de Öcalan, ¿una realidad fuera de Turquía?
Si por algo se ha caracterizado la guerra turco-kurda desde 2015 es por haberse librado más intensamente fuera de las fronteras de Turquía que dentro. El enemigo ya no solo es el PKK ni el resto de los kurdos que habitan en Turquía, sino también los que, alrededor de la región y muy especialmente en Siria, están aprovechando el vacío de poder de la guerra para poner en marcha el ideal de comunidad horizontal, interétnica y feminista que promulgaba el confederalismo democrático de Öcalan.
El perfecto ejemplo es la revolución de Rojava, un proceso por el cual los kurdos sirios —con el apoyo de otros kurdos de la región y minorías étnicas de la zona— implementaron en el norte del territorio sirio un sistema político autónomo, basado en la democracia directa, la política asamblearia y la activa participación de las mujeres. Si bien esta revolución da comienzo en 2012, llega a su punto álgido a partir de 2014, cuando EE. UU. empieza a considerar a las Unidades de Protección Popular (YPG) y a su facción femenina (YPJ) como el mejor aliado en la lucha contra el Dáesh. En octubre de 2015 EE.UU. impulsa la creación de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), en las que las facciones kurdas pasan a tener un enorme protagonismo y con las que la atención mediática sobre Rojava crece incansablemente. Hoy, la lucha de los kurdos en la guerra de Siria es conocida internacionalmente y su modelo sociopolítico es considerado un referente para la izquierda mundial.
Para ampliar: “Rojava, la revolución anarquista de Oriente Próximo”, Daniel Roselló en El Orden Mundial, 2019
La clásica alianza turco-estadounidense no ha impedido que el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, haya manifestado en varias ocasiones su desaprobación hacia el apoyo estadounidense de la causa kurda. Para Erdoğan, el YPG es una extensión del PKK y no lo quiere campando a sus anchas tan cerca de sus fronteras, consciente de que Rojava puede convertirse en un segundo valle de Bekaa y ser un campo de entrenamiento de los —aún considerados— terroristas del PKK. De ahí que Turquía haya puesto en peligro tantas veces su alianza con EE. UU., especialmente con el bombardeo de Afrín en 2018 y la operación turco-iraní contra el PKK en marzo de 2019.
Hoy cabe preguntarse si la evolución táctica e ideológica del PKK ha sido una estrategia para conseguir la paz o si en realidad era solo una forma de ganar legitimidad y avanzar así en la guerra. De lo que no hay ninguna duda es de que el lavado de imagen de una organización que ya no se presenta como un grupo terrorista, sino como un movimiento social internacionalizado, ha puesto al régimen turco en el punto de mira de la izquierda más progresista y se ha ganado las simpatías de otros movimientos sociales transnacionales como el feminista.
El movimiento kurdo ha sabido ganarse el respeto de los Estados de Oriente Próximo y se ha convertido en un actor imposible de ignorar, hasta el punto de que se ha demostrado capaz de cambiar por completo el equilibrio de fuerzas existentes hasta el momento. Rojava no es otra cosa que la puesta en práctica de lo escrito por Öcalan desde la prisión de İmralı, y su triunfo no solo está minando el liderazgo de Erdoğan dentro de su propio país, como se pudo demostrar en las últimas elecciones municipales en marzo de 2019, sino que está modificando su clásica posición proeuropeísta y proatlántica hacia la búsqueda de apoyos en Teherán y Moscú, lo que terminaría de transformar por completo el mapa de alianzas en Oriente Próximo.
El sueño de Öcalan, ¿una realidad fuera de Turquía?
Si por algo se ha caracterizado la guerra turco-kurda desde 2015 es por haberse librado más intensamente fuera de las fronteras de Turquía que dentro. El enemigo ya no solo es el PKK ni el resto de los kurdos que habitan en Turquía, sino también los que, alrededor de la región y muy especialmente en Siria, están aprovechando el vacío de poder de la guerra para poner en marcha el ideal de comunidad horizontal, interétnica y feminista que promulgaba el confederalismo democrático de Öcalan.
El perfecto ejemplo es la revolución de Rojava, un proceso por el cual los kurdos sirios —con el apoyo de otros kurdos de la región y minorías étnicas de la zona— implementaron en el norte del territorio sirio un sistema político autónomo, basado en la democracia directa, la política asamblearia y la activa participación de las mujeres. Si bien esta revolución da comienzo en 2012, llega a su punto álgido a partir de 2014, cuando EE. UU. empieza a considerar a las Unidades de Protección Popular (YPG) y a su facción femenina (YPJ) como el mejor aliado en la lucha contra el Dáesh. En octubre de 2015 EE.UU. impulsa la creación de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), en las que las facciones kurdas pasan a tener un enorme protagonismo y con las que la atención mediática sobre Rojava crece incansablemente. Hoy, la lucha de los kurdos en la guerra de Siria es conocida internacionalmente y su modelo sociopolítico es considerado un referente para la izquierda mundial.
Para ampliar: “Rojava, la revolución anarquista de Oriente Próximo”, Daniel Roselló en El Orden Mundial, 2019
La clásica alianza turco-estadounidense no ha impedido que el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, haya manifestado en varias ocasiones su desaprobación hacia el apoyo estadounidense de la causa kurda. Para Erdoğan, el YPG es una extensión del PKK y no lo quiere campando a sus anchas tan cerca de sus fronteras, consciente de que Rojava puede convertirse en un segundo valle de Bekaa y ser un campo de entrenamiento de los —aún considerados— terroristas del PKK. De ahí que Turquía haya puesto en peligro tantas veces su alianza con EE. UU., especialmente con el bombardeo de Afrín en 2018 y la operación turco-iraní contra el PKK en marzo de 2019.
Hoy cabe preguntarse si la evolución táctica e ideológica del PKK ha sido una estrategia para conseguir la paz o si en realidad era solo una forma de ganar legitimidad y avanzar así en la guerra. De lo que no hay ninguna duda es de que el lavado de imagen de una organización que ya no se presenta como un grupo terrorista, sino como un movimiento social internacionalizado, ha puesto al régimen turco en el punto de mira de la izquierda más progresista y se ha ganado las simpatías de otros movimientos sociales transnacionales como el feminista.
El movimiento kurdo ha sabido ganarse el respeto de los Estados de Oriente Próximo y se ha convertido en un actor imposible de ignorar, hasta el punto de que se ha demostrado capaz de cambiar por completo el equilibrio de fuerzas existentes hasta el momento. Rojava no es otra cosa que la puesta en práctica de lo escrito por Öcalan desde la prisión de İmralı, y su triunfo no solo está minando el liderazgo de Erdoğan dentro de su propio país, como se pudo demostrar en las últimas elecciones municipales en marzo de 2019, sino que está modificando su clásica posición proeuropeísta y proatlántica hacia la búsqueda de apoyos en Teherán y Moscú, lo que terminaría de transformar por completo el mapa de alianzas en Oriente Próximo.