El Sinaí, oasis del yihadismo
6 de julio de 2016
La península del Sinaí se ha convertido en una de las zonas más escabrosas del mundo. La fuerza que han cobrado los grupos yihadistas, especialmente en el norte, junto con las redes de tráfico de órganos, personas, armas y droga, forma parte de un contexto que el Gobierno egipcio parece incapaz de resolver. Con el panorama interno cargado de tensión y como foco del terrorismo salafista actual, Egipto se esfuerza por mantener el equilibrio en sus relaciones internacionales.
Los murales heridos. Fuente: Gigi Ibrahim
Poco o nada se sabe del día a día en el norte de la península del Sinaí. El Gobierno egipcio tiene vetada la entrada a la zona a periodistas y prácticamente a cualquier tipo de visitante por “motivos de seguridad” desde 2014. Desde entonces, la información de lo que está ocurriendo allí se recibe solo por cauces oficiales o a través de activistas locales. Que el norte del Sinaí se estaba convirtiendo en nido de movimientos yihadistas era una circunstancia conocida desde hacía años, desde antes de la llegada del general Al Sisi al poder, incluso antes de la revolución de 2011. Hasta podría afirmarse que el yihadismo tiene cierta tradición en el norte del Sinaí. Y tanto parte de las causas del nacimiento de esa insurgencia islamista como el descontrol sobre ella tienen su explicación.
El Sinaí estuvo ocupado por Israel en el contexto de la guerra de los Seis Días y, tras los acuerdos de Camp David, pasó de nuevo a manos egipcias, pero con matices: se dividió administrativamente en cuatro zonas. Las zonas A y B, en el oeste y centro de la península, están bajo control total egipcio. Sobre la zona C, que ocupa toda la zona este, tienen derecho a actuar la policía egipcia y la llamada Fuerza Multinacional de Paz y Observadores, un cuerpo de vigilancia del alto el fuego y desmilitarización de la región establecido tras los acuerdos de Camp David y que, aunque tanto Israel como Egipto estaban de acuerdo con su creación, se constituyó al margen de la ONU porque se temía el veto de la URSS. Por último, la zona D bordea la frontera con Israel y es precisamente este país el que tiene derecho a desplegar batallones en el área, por lo que los movimientos del ejército egipcio quedan limitados.
El Sinaí estuvo ocupado por Israel en el contexto de la guerra de los Seis Días y, tras los acuerdos de Camp David, pasó de nuevo a manos egipcias, pero con matices: se dividió administrativamente en cuatro zonas. Las zonas A y B, en el oeste y centro de la península, están bajo control total egipcio. Sobre la zona C, que ocupa toda la zona este, tienen derecho a actuar la policía egipcia y la llamada Fuerza Multinacional de Paz y Observadores, un cuerpo de vigilancia del alto el fuego y desmilitarización de la región establecido tras los acuerdos de Camp David y que, aunque tanto Israel como Egipto estaban de acuerdo con su creación, se constituyó al margen de la ONU porque se temía el veto de la URSS. Por último, la zona D bordea la frontera con Israel y es precisamente este país el que tiene derecho a desplegar batallones en el área, por lo que los movimientos del ejército egipcio quedan limitados.
Desmilitarización del Sinaí desde 1979. Fuente: ETHZ
Pero, más allá de la distribución administrativa, hay un detalle importante a la hora de comprender la situación en el Sinaí: su geografía. Con una superficie de algo menos de 60.000 km2, la península del Sinaí se ubica en una localización privilegiada que la convierte en un territorio muy atractivo para el turismo, pero también muy jugoso para la geopolítica: limita al norte con el mar Mediterráneo, al sur con el mar Rojo, al oeste con el istmo de Suez y al este con Israel y el golfo de Ácaba, que comunica con la península arábiga; también limita en el noreste con la franja de Gaza. El sur es una zona muy rocosa, montañosa; el norte, principalmente un desierto. Y los caminos del desierto solo los conocen los que durante generaciones han vivido allí: los beduinos.
Los amos del desierto El papel de los beduinos en el conflicto del Sinaí es crucial, pero su relación con el Estado egipcio es complicada. Por un lado, se apunta a una falta de confianza desde el valle del Nilo derivada de la fuerte unión entre clanes y tribus —que muchas veces traspasa las fronteras egipcias hasta, por ejemplo, tener lazos familiares en Gaza— y debido a la simpatía hacia Israel por el trato recibido durante la ocupación; por otro lado, algunas políticas de El Cairo han llevado a la marginación política y social de los beduinos —como dato ilustrativo, los beduinos tienen prohibido el acceso al ejército—. Únicos grandes conocedores de cada duna del desierto y con fama de buenos guerreros, son piezas claves para la destrucción del yihadismo en el Sinaí, pero existe una gran tensión entre los beduinos y las fuerzas de seguridad egipcias.
Para ampliar: “Las tribus del Sinaí, de la antigüedad a nuestros días: un elemento clave para la ecuación geopolítica global”, J. Gil Fuensanta, A. James y A. Lorca en IEEE, 2014
Pasando por alto el complejo entramado de tribus beduinas, la práctica totalidad de ellas han sufrido históricamente marginación estatal por parte de los diferentes Gobiernos centrales egipcios. Por eso muchos clanes beduinos encuentran su vía de ingresos principal en el contrabando, especialmente a través de la red de túneles que conecta con Gaza. Esta situación, sin que sirva de justificación, simplemente es fruto de la confluencia de varios factores contextuales, como las trabas del Gobierno egipcio para el progreso de los beduinos —por ejemplo, la dificultad para encontrar trabajo o acceder a recursos básicos como la educación—, el tratamiento despectivo, la estrechísima relación con sus parientes gazatíes o la desmilitarización de una zona por la que se orientan perfectamente.
El contrabando es fundamental para la supervivencia de los habitantes de la Franja, pero la dejadez tanto del Gobierno egipcio como de la ONU ha permitido que en determinadas áreas proliferen redes de trata de personas e incluso de órganos. En cualquier caso, los traficantes nunca fueron los únicos que se aprovecharon de la especial situación geográfica, política y social de la península del Sinaí. Desde principios de siglo se ha documentado la llegada de yihadistas que buscaban refugio entre las dunas para conspirar, organizarse y captar nuevos reclutas entre los jóvenes desencantados y, en ocasiones, analfabetos.
Yihadistas en el Sinaí Las complejas circunstancias políticas, el vacío de seguridad, la geografía y la situación conflictiva de los habitantes beduinos con el Estado egipcio dibujan un escenario caótico ideal para el asentamiento de grupos salafistas prácticamente desde que apareciera esta corriente de extremismo religioso tal como la conocemos hoy. Mientras medio mundo se preguntaba por Osama bin Laden en la primera década de los años 2000, la península del Sinaí ya aglutinaba grupos de pensamiento y acción parecidos al de la persona más buscada por aquel entonces. De hecho, se produjeron numerosos ataques que sumaron cientos de muertos en esos años, dirigidos principalmente contra complejos turísticos.
Los amos del desierto El papel de los beduinos en el conflicto del Sinaí es crucial, pero su relación con el Estado egipcio es complicada. Por un lado, se apunta a una falta de confianza desde el valle del Nilo derivada de la fuerte unión entre clanes y tribus —que muchas veces traspasa las fronteras egipcias hasta, por ejemplo, tener lazos familiares en Gaza— y debido a la simpatía hacia Israel por el trato recibido durante la ocupación; por otro lado, algunas políticas de El Cairo han llevado a la marginación política y social de los beduinos —como dato ilustrativo, los beduinos tienen prohibido el acceso al ejército—. Únicos grandes conocedores de cada duna del desierto y con fama de buenos guerreros, son piezas claves para la destrucción del yihadismo en el Sinaí, pero existe una gran tensión entre los beduinos y las fuerzas de seguridad egipcias.
Para ampliar: “Las tribus del Sinaí, de la antigüedad a nuestros días: un elemento clave para la ecuación geopolítica global”, J. Gil Fuensanta, A. James y A. Lorca en IEEE, 2014
Pasando por alto el complejo entramado de tribus beduinas, la práctica totalidad de ellas han sufrido históricamente marginación estatal por parte de los diferentes Gobiernos centrales egipcios. Por eso muchos clanes beduinos encuentran su vía de ingresos principal en el contrabando, especialmente a través de la red de túneles que conecta con Gaza. Esta situación, sin que sirva de justificación, simplemente es fruto de la confluencia de varios factores contextuales, como las trabas del Gobierno egipcio para el progreso de los beduinos —por ejemplo, la dificultad para encontrar trabajo o acceder a recursos básicos como la educación—, el tratamiento despectivo, la estrechísima relación con sus parientes gazatíes o la desmilitarización de una zona por la que se orientan perfectamente.
El contrabando es fundamental para la supervivencia de los habitantes de la Franja, pero la dejadez tanto del Gobierno egipcio como de la ONU ha permitido que en determinadas áreas proliferen redes de trata de personas e incluso de órganos. En cualquier caso, los traficantes nunca fueron los únicos que se aprovecharon de la especial situación geográfica, política y social de la península del Sinaí. Desde principios de siglo se ha documentado la llegada de yihadistas que buscaban refugio entre las dunas para conspirar, organizarse y captar nuevos reclutas entre los jóvenes desencantados y, en ocasiones, analfabetos.
Yihadistas en el Sinaí Las complejas circunstancias políticas, el vacío de seguridad, la geografía y la situación conflictiva de los habitantes beduinos con el Estado egipcio dibujan un escenario caótico ideal para el asentamiento de grupos salafistas prácticamente desde que apareciera esta corriente de extremismo religioso tal como la conocemos hoy. Mientras medio mundo se preguntaba por Osama bin Laden en la primera década de los años 2000, la península del Sinaí ya aglutinaba grupos de pensamiento y acción parecidos al de la persona más buscada por aquel entonces. De hecho, se produjeron numerosos ataques que sumaron cientos de muertos en esos años, dirigidos principalmente contra complejos turísticos.
Los ataques terroristas en Egipto afectan gravemente a uno de los motores económicos del país: el turismo.
La situación de la vecina Gaza en 2007 y 2008 propició la llegada de más combatientes a la zona, pero fue la revolución de 2011 la que marcó un punto de inflexión en la escalada de violencia en el norte del Sinaí con la liberación de presos salafistas de las cárceles, la disolución del sistema policial, el crecido flujo de armas desde Libia y el nacimiento de nuevos grupos muy violentos o la reactivación de otros que ya existían antes de la revolución, como es el caso de Ansar Bait al Maqdis —‘Defensores de la Santa Casa’—. Durante ese año se ataca en varias ocasiones el gasoducto que abastece a Israel —que también alcanza a Jordania— e incluso tiene lugar un ataque transfronterizo en Israel, pero el objetivo preferido de los terroristas serán los miembros de las fuerzas de seguridad. Hasta que el Dáesh llega al Sinaí. En 2014 Ansar jura fidelidad al Dáesh y protagoniza los atentados de mayor alcance, como el derribo en 2015 de un avión de pasajeros ruso o la decapitación de uno de los miembros de las tribus beduinas más importantes del Sinaí. Los civiles también serán ahora blancos de ataques. En la actualidad, el ejército egipcio aún centra sus esfuerzos en el conflicto con esta rama del Dáesh en Egipto, que ha cambiado su nombre por el de Wilayat Sinai (‘provincia del Sinaí’).
La ineficacia de la lucha antiterrorista Las respuestas por parte del Gobierno egipcio en la lucha antiterrorista se centraron en los beduinos desde la primera década de los años 2000. Las operaciones policiales y militares deterioraron aún más la situación de esta comunidad: acusados de colaborar con los terroristas, los beduinos han sufrido detenciones arbitrarias, encarcelamientos y, más recientemente, incluso ejecuciones extrajudiciales. Pero ¿colaboran realmente los beduinos con grupos salafistas? Siguiendo el mismo patrón que en el reclutamiento de jóvenes europeos para el yihadismo, los jóvenes beduinos probablemente hayan encontrado en el enrolamiento en estos grupos una alternativa de vida frente a la falta de oportunidades o descontento social. Sin embargo, miembros de Wilayat Sinai han ejecutado a beduinos y las principales tribus beduinas anunciaron en 2015 que se posicionaban contra Dáesh y advirtieron de que se armarían para combatirlo. Podría afirmarse que la relación entre terrorismo y beduinos es difusa, pero nunca hay que perder de vista que, al final, los grandes conocedores de la abrupta geografía del norte del Sinaí son estos últimos; más que una amenaza, son la gran oportunidad para eliminar la presencia yihadista en el Sinaí, un consejo que desoye el Gobierno egipcio.
Desde El Cairo se ha combatido la amenaza yihadista a través de operaciones militares. En concreto, pueden destacarse cuatro, desarrolladas en diferentes fases repartidas en el tiempo. La Operación Águila tiene lugar en 2011 tras la caída del Gobierno de Hosni Mubarak, con la primavera árabe aún en ebullición. La pone en marcha el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que en ese momento se hace cargo de Egipto hasta la celebración de elecciones. La seguirían la Operación Sinaí en 2012, ya con el presidente Mohamed Morsi; la operación preventiva Derechos del Mártir en 2015 en las ciudades de Rafá —en la Franja—, El Arish —al norte— y Jeque Zuweid —al sur—, con el general Al Sisi en la presidencia, y, más recientemente, la Operación Sinaí 2018, lanzada en febrero de este año.
Es fácil encontrar en la prensa nacional o internacional artículos que divulgan los logros de las diferentes operaciones desde que se iniciaron en 2011. Pero lo cierto es que, con el paso del tiempo, el yihadismo ha persistido. De hecho, en 2017 Egipto sufre el peor ataque terrorista de su Historia, con más de 300 muertos, en un atentado —aún de autoría desconocida— a la salida de una mezquita sufí y que desconcierta a los analistas, ya que tanto el objetivo del atentado como el modus operandi están fuera de lo habitual. En cualquier caso, las circunstancias del atentado llamaron la atención sobre la poca efectividad de las campañas militares de Al Sisi.
Activistas y prensa han destapado casos de fabricación de pruebas falsas por parte de Egipto para convencer del éxito de las muertes de terroristas que en realidad eran jóvenes oriundos del Sinaí en un escenario preparado. Por otro lado, el Gobierno egipcio ha obtenido malas críticas y denuncias sobre sus operaciones en la zona colindante con Gaza. La excusa de los túneles que conectan con la Franja y su relación con el terrorismo yihadista ha sido una justificación para la política de tierra quemada: la demolición de hogares, comercios y todo tipo de edificios en la zona más cercana a la frontera, con consecuencias como la práctica desaparición de la localidad de Rafá, ha hecho saltar las alarmas de asociaciones pro derechos humanos por la falta de transparencia en su ejecución, por la ilegalidad en cuanto a las distancias marcadas en un primer momento para la demolición y por la gestión general del asunto. Con todo, Egipto continúa albergando terrorismo y los países vecinos, como Israel, —que colabora con su vecino en la tarea antiyihadista— así como la atención internacional, empiezan a perder la paciencia.
La ineficacia de la lucha antiterrorista Las respuestas por parte del Gobierno egipcio en la lucha antiterrorista se centraron en los beduinos desde la primera década de los años 2000. Las operaciones policiales y militares deterioraron aún más la situación de esta comunidad: acusados de colaborar con los terroristas, los beduinos han sufrido detenciones arbitrarias, encarcelamientos y, más recientemente, incluso ejecuciones extrajudiciales. Pero ¿colaboran realmente los beduinos con grupos salafistas? Siguiendo el mismo patrón que en el reclutamiento de jóvenes europeos para el yihadismo, los jóvenes beduinos probablemente hayan encontrado en el enrolamiento en estos grupos una alternativa de vida frente a la falta de oportunidades o descontento social. Sin embargo, miembros de Wilayat Sinai han ejecutado a beduinos y las principales tribus beduinas anunciaron en 2015 que se posicionaban contra Dáesh y advirtieron de que se armarían para combatirlo. Podría afirmarse que la relación entre terrorismo y beduinos es difusa, pero nunca hay que perder de vista que, al final, los grandes conocedores de la abrupta geografía del norte del Sinaí son estos últimos; más que una amenaza, son la gran oportunidad para eliminar la presencia yihadista en el Sinaí, un consejo que desoye el Gobierno egipcio.
Desde El Cairo se ha combatido la amenaza yihadista a través de operaciones militares. En concreto, pueden destacarse cuatro, desarrolladas en diferentes fases repartidas en el tiempo. La Operación Águila tiene lugar en 2011 tras la caída del Gobierno de Hosni Mubarak, con la primavera árabe aún en ebullición. La pone en marcha el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que en ese momento se hace cargo de Egipto hasta la celebración de elecciones. La seguirían la Operación Sinaí en 2012, ya con el presidente Mohamed Morsi; la operación preventiva Derechos del Mártir en 2015 en las ciudades de Rafá —en la Franja—, El Arish —al norte— y Jeque Zuweid —al sur—, con el general Al Sisi en la presidencia, y, más recientemente, la Operación Sinaí 2018, lanzada en febrero de este año.
Es fácil encontrar en la prensa nacional o internacional artículos que divulgan los logros de las diferentes operaciones desde que se iniciaron en 2011. Pero lo cierto es que, con el paso del tiempo, el yihadismo ha persistido. De hecho, en 2017 Egipto sufre el peor ataque terrorista de su Historia, con más de 300 muertos, en un atentado —aún de autoría desconocida— a la salida de una mezquita sufí y que desconcierta a los analistas, ya que tanto el objetivo del atentado como el modus operandi están fuera de lo habitual. En cualquier caso, las circunstancias del atentado llamaron la atención sobre la poca efectividad de las campañas militares de Al Sisi.
Activistas y prensa han destapado casos de fabricación de pruebas falsas por parte de Egipto para convencer del éxito de las muertes de terroristas que en realidad eran jóvenes oriundos del Sinaí en un escenario preparado. Por otro lado, el Gobierno egipcio ha obtenido malas críticas y denuncias sobre sus operaciones en la zona colindante con Gaza. La excusa de los túneles que conectan con la Franja y su relación con el terrorismo yihadista ha sido una justificación para la política de tierra quemada: la demolición de hogares, comercios y todo tipo de edificios en la zona más cercana a la frontera, con consecuencias como la práctica desaparición de la localidad de Rafá, ha hecho saltar las alarmas de asociaciones pro derechos humanos por la falta de transparencia en su ejecución, por la ilegalidad en cuanto a las distancias marcadas en un primer momento para la demolición y por la gestión general del asunto. Con todo, Egipto continúa albergando terrorismo y los países vecinos, como Israel, —que colabora con su vecino en la tarea antiyihadista— así como la atención internacional, empiezan a perder la paciencia.
La falta de información contrastada impide obtener una idea clara del escenario en el norte del Sinaí y también silencia a la población civil. Cómo afectan las operaciones militares a los ciudadanos o el comportamiento del ejército egipcio son datos totalmente opacos, ya que como se ha mencionado anteriormente, está prohibida la entrada a periodistas. Según algunas ONG, la población del Norte del Sinaí está al borde del colapso humanitario. El gobierno egipcio lo desmiente, como también responde negando a las numerosas acusaciones de violación sistemática de los derechos humanos que planean sobre él. El ejecutivo de Al Sisi tiene varios frentes abiertos en su gestión del país y la situación en el norte del Sinaí es tan sólo uno de ellos. Para el presidente, que esa zona sea un nido de yihadistas seguramente es menos personal y urgente que la eliminación de todo rastro de disidencia, por ejemplo. Pero al mismo tiempo, la cuestión está lo suficientemente atendida como para evitar perder la confianza internacional y mantener el equilibrio de las relaciones de Egipto con otros países.
Una de las posibilidades para erradicar el yihadismo en el Sinaí pasa por una intervención terrestre y directa en la zona. Claro que en eso caso habría que abordar una modificación o excepción en los acuerdos de Camp David, que por ejemplo establecen como desmilitarizada toda una fracción de la península. Un trámite sencillo comparado con el otro gran obstáculo de la región: el desierto. Una actuación en la zona sería prácticamente imposible o muy ineficaz sin las tareas de inteligencia y/o logística de las tribus beduinas que lo habitan. Mientras Egipto evite una colaboración estrecha con los pueblos nómadas, continúe alimentando su descontento y por tanto permita que existan focos de radicalización; mientras Egipto centre sus esfuerzos en la brutal represión política en el valle del Nilo; y mientras Israel mantenga controlada la zona que le interesa, habrá poca evolución en el norte del Sinaí. Lo que para muchos se ha convertido en un agujero negro, para los yihadistas es todo un oasis en mitad del desierto.
Una de las posibilidades para erradicar el yihadismo en el Sinaí pasa por una intervención terrestre y directa en la zona. Claro que en eso caso habría que abordar una modificación o excepción en los acuerdos de Camp David, que por ejemplo establecen como desmilitarizada toda una fracción de la península. Un trámite sencillo comparado con el otro gran obstáculo de la región: el desierto. Una actuación en la zona sería prácticamente imposible o muy ineficaz sin las tareas de inteligencia y/o logística de las tribus beduinas que lo habitan. Mientras Egipto evite una colaboración estrecha con los pueblos nómadas, continúe alimentando su descontento y por tanto permita que existan focos de radicalización; mientras Egipto centre sus esfuerzos en la brutal represión política en el valle del Nilo; y mientras Israel mantenga controlada la zona que le interesa, habrá poca evolución en el norte del Sinaí. Lo que para muchos se ha convertido en un agujero negro, para los yihadistas es todo un oasis en mitad del desierto.