El Waterloo del apartheid
El régimen racista de Sudáfrica había escogido el escenario que creyó más favorable para sus aventuras en el sur de Angola, pero fue justamente la batalla de Cuito Cuanavale la que, en palabras de Nelson Mandela, «marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid»
Granma Iroel Sánchez 23 de marzo de 2021
Foto: Archivo de Verde olivo
«Fidel ha empujado el mundo hacia donde él cree que debe ir»
Sidney Pollack
Sidney Pollack
«La aviación sudafricana en tierra y sus tanques volando», es la frase cargada de sarcasmo con que Fidel describió, a un grupo de diplomáticos de los países no alineados reunidos en La Habana, lo sucedido el 23 de marzo de 1988 en la localidad angolana de Cuito Cuanavale.
El régimen racista de Sudáfrica había escogido el escenario que creyó más favorable para sus aventuras en el sur de Angola, pero fue justamente la batalla de Cuito Cuanavale la que, en palabras de Nelson Mandela, «marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid».
Las fuerzas cubanas y angolanas lograron resistir, durante largas semanas, el bombardeo constante de los racistas, con el fuego de sus g-5 y g-6 de larguísimo alcance; mientras, en silencio, minaron el terreno, para convertir el avance de las fuerzas enemigas en una emboscada mortal que, el 23 de marzo, atrapó a los sudafricanos entre las minas y el fuego graneado de la artillería cubana.
Para entonces, la puntería antiaérea de los cubanos había acabado con la impunidad de la aviación sudafricana, condenada a no volar ante el riesgo de perder pilotos blancos bajo el fuego de los negros y mulatos diestros en el empleo de las Shilkas y los Iglás.
Al otro lado del sur angolano, el avance de los tanques cubanos y el posicionamiento de los Mig-29 con ventaja en esa zona, obligaría a los racistas a aceptar la Resolución 435 de la onu, que creaba las condiciones para la independencia de Namibia y desmoralizaría, para siempre, al régimen del apartheid, al que de nada le sirvieron las armas nucleares que la complicidad de Washington les permitió poseer.
El Comandante en Jefe Fidel Castro fue el brillante estratega político-militar que hizo posible lo que las sanciones internacionales y los discursos altisonantes les debían a los pueblos del sur de África. Mandela lo resumiría, así, cuando visitó Cuba y habló, el 26 de julio de 1991, en la ciudad de Matanzas: «¡La derrota del ejército racista en Cuito Cuanavale hizo posible que hoy yo pueda estar aquí con ustedes! ¡Cuito Cuanavale marca un hito en la historia de la lucha por la liberación del África austral! ¡Cuito Cuanavale marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid!».
Oliver Tambo, otro prestigioso combatiente antiapartheid, definiría a Cuito Cuanavale como «el Waterloo de Sudáfrica», un Waterloo en el que los descendientes de los esclavos arrancados de África regresaron a hacer justicia por los suyos, y la hicieron.
El régimen racista de Sudáfrica había escogido el escenario que creyó más favorable para sus aventuras en el sur de Angola, pero fue justamente la batalla de Cuito Cuanavale la que, en palabras de Nelson Mandela, «marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid».
Las fuerzas cubanas y angolanas lograron resistir, durante largas semanas, el bombardeo constante de los racistas, con el fuego de sus g-5 y g-6 de larguísimo alcance; mientras, en silencio, minaron el terreno, para convertir el avance de las fuerzas enemigas en una emboscada mortal que, el 23 de marzo, atrapó a los sudafricanos entre las minas y el fuego graneado de la artillería cubana.
Para entonces, la puntería antiaérea de los cubanos había acabado con la impunidad de la aviación sudafricana, condenada a no volar ante el riesgo de perder pilotos blancos bajo el fuego de los negros y mulatos diestros en el empleo de las Shilkas y los Iglás.
Al otro lado del sur angolano, el avance de los tanques cubanos y el posicionamiento de los Mig-29 con ventaja en esa zona, obligaría a los racistas a aceptar la Resolución 435 de la onu, que creaba las condiciones para la independencia de Namibia y desmoralizaría, para siempre, al régimen del apartheid, al que de nada le sirvieron las armas nucleares que la complicidad de Washington les permitió poseer.
El Comandante en Jefe Fidel Castro fue el brillante estratega político-militar que hizo posible lo que las sanciones internacionales y los discursos altisonantes les debían a los pueblos del sur de África. Mandela lo resumiría, así, cuando visitó Cuba y habló, el 26 de julio de 1991, en la ciudad de Matanzas: «¡La derrota del ejército racista en Cuito Cuanavale hizo posible que hoy yo pueda estar aquí con ustedes! ¡Cuito Cuanavale marca un hito en la historia de la lucha por la liberación del África austral! ¡Cuito Cuanavale marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid!».
Oliver Tambo, otro prestigioso combatiente antiapartheid, definiría a Cuito Cuanavale como «el Waterloo de Sudáfrica», un Waterloo en el que los descendientes de los esclavos arrancados de África regresaron a hacer justicia por los suyos, y la hicieron.
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