Estado Islámico resurge en Mozambique
Al Mayadeen 30 de mayo de 2020
Conocidos por decapitar a los disidentes e incendiar casas, el grupo Ansar al-Sunnah intenta un resurgimiento del Estado Islámico en Mozambique, en una de cuyas provincias, la norteña Cabo Delgado, obligaron al desplazamiento de más de 150,000 personas.
Su táctica violenta varió en tiempos recientes con el ofrecimiento de comida saqueada y reuniones amistosas, aunque quienes se niegan a incorporarse a sus filas, terminan decapitados.
En ataques filmados y puestos en línea, exigen la ley de la Sharia y alzan banderas del Estado Islámico.
Los analistas recalcan que esos irregulares antes sombríos buscan reclutar locales, mientras lanzan ataques a ciudades más grandes abrumadores para un Ejército desmoralizado, al tiempo que crea una crisis humanitaria en la zona más pobre del país africano.
A medida que los insurgentes ganan terreno y escogen objetivos más grandes (la ciudad estratégica de Macomia, por ejemplo), las autoridades locales abandonan sus puestos en números crecientes y propician lo que la publicación The New Humanitarian describe como tierra de nadie.
“Quizás quieran mostrar algo, un ideal, un concepto, pero asesinan sin piedad si sienten alguna amenaza” apuntó Liazzat Bonate, profesor de Mozambique en la Universidad de Indias Occidentales.
Desde marzo comenzó en Cabo Delgado la retirada de los pocos grupos de ayuda internacional hacia Pemba, la capital de la provincia.
Aunque muchos analistas dicen que la entrega de bienes saqueados indica un intento para conquistar popularidad, testigos de ataques recientes dijeron que el grupo no tiene piedad de aquellos que se salen de la línea.
Cuando lanzaron su primer ataque en Cabo Delgado hace más de dos años y medio, los residentes los reconocieron como miembros de una secta islamista local que había surgido tiempo atrás.
A medida que los ataques aumentaron, la violencia se hizo más difícil de entender, porque no se veía un liderazgo dentro de los terroristas y tampoco declaraciones públicas que revelarán objetivos religiosos.
El descubrimiento de uno de los campos de gas costa afuera más grandes del mundo frente a Cabo Delgado originó teorías de conspiración impulsadas por el Gobierno, cuya respuesta ha sido arrestar a periodistas e investigadores en la región.
Con las recientes incursiones, el autodenominado Ansar al-Sunnah muestra su interés por salir a la palestra con críticas hacia un Gobierno ateo que debe ser cambiado por uno islamista, según dícen.
“Hay pocas dudas sobre lo que está sucediendo ahora. Quieren establecer un Estado Islámico”, dijo Eric Morier-Genoud, un experto en Mozambique que participó en investigaciones en Cabo Delgado.
Tales mensajes los han acompañado con acciones cada vez más audaces a las ciudades distritales más importantes de la provincia.
Los soldados ofrecen poca resistencia por una escasez notoria de autoridad del Gobierno o los mandos militares.
La propensión a arremeter contra civiles de los insurgentes comenzó a atenuar mediante reuniones públicas donde entregan comida para hambreados y charlas destinadas a demeritar al Gobierno.
En marzo, residentes de Mocímboa da Praia aplaudieron y vitorearon a los irregulares que recorrían la ciudad, mientras eliminaban símbolos vinculados con el Estado e izaban sus banderas.
“Dijeron que no estaban allí para atacar a la gente", dijo uno de los locales que pidió permanecer en el anonimato.
Atacaron la estación de policía y los cuarteles militares, agregó.
El llamamiento a ganarse adeptos, sin embargo, no impidió que decenas de miles huyeran de sus casas en los últimos meses, ni medio centenar de asesinatos contra personas que se negaron a ser reclutadas.
En ataques filmados y puestos en línea, exigen la ley de la Sharia y alzan banderas del Estado Islámico.
Los analistas recalcan que esos irregulares antes sombríos buscan reclutar locales, mientras lanzan ataques a ciudades más grandes abrumadores para un Ejército desmoralizado, al tiempo que crea una crisis humanitaria en la zona más pobre del país africano.
A medida que los insurgentes ganan terreno y escogen objetivos más grandes (la ciudad estratégica de Macomia, por ejemplo), las autoridades locales abandonan sus puestos en números crecientes y propician lo que la publicación The New Humanitarian describe como tierra de nadie.
“Quizás quieran mostrar algo, un ideal, un concepto, pero asesinan sin piedad si sienten alguna amenaza” apuntó Liazzat Bonate, profesor de Mozambique en la Universidad de Indias Occidentales.
Desde marzo comenzó en Cabo Delgado la retirada de los pocos grupos de ayuda internacional hacia Pemba, la capital de la provincia.
Aunque muchos analistas dicen que la entrega de bienes saqueados indica un intento para conquistar popularidad, testigos de ataques recientes dijeron que el grupo no tiene piedad de aquellos que se salen de la línea.
Cuando lanzaron su primer ataque en Cabo Delgado hace más de dos años y medio, los residentes los reconocieron como miembros de una secta islamista local que había surgido tiempo atrás.
A medida que los ataques aumentaron, la violencia se hizo más difícil de entender, porque no se veía un liderazgo dentro de los terroristas y tampoco declaraciones públicas que revelarán objetivos religiosos.
El descubrimiento de uno de los campos de gas costa afuera más grandes del mundo frente a Cabo Delgado originó teorías de conspiración impulsadas por el Gobierno, cuya respuesta ha sido arrestar a periodistas e investigadores en la región.
Con las recientes incursiones, el autodenominado Ansar al-Sunnah muestra su interés por salir a la palestra con críticas hacia un Gobierno ateo que debe ser cambiado por uno islamista, según dícen.
“Hay pocas dudas sobre lo que está sucediendo ahora. Quieren establecer un Estado Islámico”, dijo Eric Morier-Genoud, un experto en Mozambique que participó en investigaciones en Cabo Delgado.
Tales mensajes los han acompañado con acciones cada vez más audaces a las ciudades distritales más importantes de la provincia.
Los soldados ofrecen poca resistencia por una escasez notoria de autoridad del Gobierno o los mandos militares.
La propensión a arremeter contra civiles de los insurgentes comenzó a atenuar mediante reuniones públicas donde entregan comida para hambreados y charlas destinadas a demeritar al Gobierno.
En marzo, residentes de Mocímboa da Praia aplaudieron y vitorearon a los irregulares que recorrían la ciudad, mientras eliminaban símbolos vinculados con el Estado e izaban sus banderas.
“Dijeron que no estaban allí para atacar a la gente", dijo uno de los locales que pidió permanecer en el anonimato.
Atacaron la estación de policía y los cuarteles militares, agregó.
El llamamiento a ganarse adeptos, sin embargo, no impidió que decenas de miles huyeran de sus casas en los últimos meses, ni medio centenar de asesinatos contra personas que se negaron a ser reclutadas.