Geopolítica del Mediterráneo, un mar entre tres continentes
EOM Clara R. Venzalá 17 de mayo de 2020
El mar Mediterráneo ha sido uno de los puntos geopolíticos más importantes de la historia: el control de las rutas marítimas o la influencia sobre los países de su litoral han formado parte de los objetivos de distintas potencias durante siglos. En la actualidad, el Mediterráneo cede protagonismo a otras zonas del mundo, aunque nunca desaparece del interés global. Mientras, se enfrenta a importantes retos como la migración, el cambio climático y tensiones entre sus países ribereños.
Mapa del mar Mediterráneo del siglo XIX. Fuente: Wikimedia.
Escribir sobre el mar Mediterráneo entraña una paradoja: su gran riqueza histórica hace difícil encontrar una forma de empezar el texto que le haga justicia. Esta enorme masa de agua de más de 2,5 millones de kilómetros cuadrados separa el sur de Europa, el norte de África y el extremo occidental de Asia. Desde ese enclave privilegiado, el Mediterráneo ha sido testigo de incontables intercambios culturales, económicos y políticos a lo largo de la historia. Algunas civilizaciones incluso debieron su auge al control de este mar, entre las que destaca el Imperio romano: su hegemonía, que duró siglos, se asentó sobre las rutas marítimas mediterráneas y el dominio de los territorios de los alrededores. Más tarde, distintas potencias han seguido disputándose el Mediterráneo hasta prácticamente el siglo XXI.
El mar que baña tres continentes
Los pueblos mediterráneos comparten unos rasgos comunes fruto de siglos de condiciones climáticas similares, el dominio de distintos imperios y constantes intercambios culturales y comerciales. Esos rasgos forman una idiosincrasia mediterránea que abandera la célebre dieta mediterránea, que se basa en productos autóctonos. Hoy son veintidós los países que se bañan en la cuenca mediterránea.
La importancia geoestratégica del Mediterráneo reside principalmente en que conecta tres continentes: África, Asia y Europa. Eso ha permitido que hoy siga siendo una importante ruta de transporte marítimo por la que se mueven decenas de millones de contenedores cada año cargados de todo tipo de mercancía. El principal puerto de contenedores en el Mediterráneo es El Pireo, en Grecia, con un tráfico de más de cinco millones de contenedores, uno de los más importantes del mundo junto a otros como el de Algeciras, en el sur de España, o Tánger Med, en Marruecos.
Sin embargo, las ventajas del Mediterráneo no se han traducido en una economía dinámica para los países de su cuenca. En contra están las barreras aduaneras, las alianzas políticas o la inestabilidad que agita algunos países. De hecho, pese a su importancia, los puertos mediterráneos no pueden competir con los del norte de Europa, mucho más relevantes a nivel global, con Rotterdam y Amberes a la cabeza. Para diferenciarse, los mediterráneos apuestan por convertirse en los mejores puertos hub: puertos especializados en funcionar como punto de apoyo en rutas intercontinentales o de largo recorrido. Muchos de esos puertos se sitúan cerca de los puntos estratégicos clave del Mediterráneo: los estrechos.
Para ampliar: “Las principales rutas comerciales marítimas del mundo”, El Orden Mundial, 2019
Los estrechos, protagonistas de la historia mediterránea
Además de una posición singular, el Mediterráneo posee unas características geográficas especiales. Es un mar cerrado al que solo se puede acceder por determinados estrechos: Gibraltar en el oeste, el estrecho del Bósforo y el de los Dardanelos en el noreste, y el canal de Suez en el sureste. Además, el Mediterráneo se parte en el centro por otro estrecho que conforman las islas de Malta y Sicilia. Todos esos estrechos funcionan como cuellos de botella, o choke points, pues limitan la navegación marítima facilitando su control.
Así, los estrechos llevan siglos siendo lugares de importancia estratégica codiciados por distintas potencias: enclaves que conquistar, posiciones vulnerables que defender, espacios envueltos en la leyenda o puertas a otros mundos. Empezando por el oeste, el estrecho de Gibraltar, que ofrece salida directa al océano Atlántico, ya es mencionado en textos clásicos como el fin del mundo conocido. Además, Gibraltar también es el punto en el que Europa y África están más cerca, separados por solo catorce kilómetros, lo que supone al mismo tiempo oportunidades y riesgos.
Para ampliar: “Gibraltar, el istmo de la discordia”, Astrid Portero en El Orden Mundial, 2019
Por su parte, los estrechos del Bósforo y los Dardanelos separan el Mediterráneo del mar Negro, la puerta de entrada a Asia. Una de las epopeyas más importantes de la cultura occidental, la guerra de Troya narrada en la Ilíada de Homero, tiene lugar precisamente en esta región. Se cree incluso que el mito pudo inspirarse en un conflicto real entre las potencias de la época por el control de los estrechos, que ya entonces daban una importante ventaja geopolítica. En la actualidad, ambos estrechos están bajo control de Turquía, y su relevancia se mantiene, ya que son un puente de abastecimiento de recursos energéticos y la única salida de Rusia al Mediterráneo.
Por último, la construcción del canal de Suez en el siglo XIX incrementó el valor geopolítico del Mediterráneo, abriendo una puerta directa al mar Rojo y al océano Índico. El canal se convirtió en la ruta más rápida para acceder a Asia desde Europa sin tener que rodear África, y varios países se disputaron su control hasta que el Gobierno egipcio lo nacionalizó en 1956. El canal es crucial en las rutas comerciales que conectan los puertos europeos con las fábricas de Asia y con los hidrocarburos del golfo Pérsico, y su importancia queda probada en los costes que supondría su cierre. Durante la inestabilidad que vivió Egipto en las revueltas de 2011, por ejemplo, se calculó que si el canal cerraba al tráfico el precio del crudo se incrementaría un 10%.
Para ampliar: “El canal de Suez, la joya de la corona egipcia”, Ismael Nour en El Orden Mundial, 2019
El control de los estrechos ha motivado decenas de conflictos a lo largo de la historia, como demuestra Malta, que ha sido invadida y ha cambiado de manos en varias ocasiones por su posición central. Pero además de beneficiosas rutas comerciales, el Mediterráneo ofrece interesantes recursos naturales que también juegan un rol importante para las economías locales, como la pesca, que en ciertos lugares se sigue practicando con técnicas milenarias y sostenibles.
El mar que baña tres continentes
Los pueblos mediterráneos comparten unos rasgos comunes fruto de siglos de condiciones climáticas similares, el dominio de distintos imperios y constantes intercambios culturales y comerciales. Esos rasgos forman una idiosincrasia mediterránea que abandera la célebre dieta mediterránea, que se basa en productos autóctonos. Hoy son veintidós los países que se bañan en la cuenca mediterránea.
La importancia geoestratégica del Mediterráneo reside principalmente en que conecta tres continentes: África, Asia y Europa. Eso ha permitido que hoy siga siendo una importante ruta de transporte marítimo por la que se mueven decenas de millones de contenedores cada año cargados de todo tipo de mercancía. El principal puerto de contenedores en el Mediterráneo es El Pireo, en Grecia, con un tráfico de más de cinco millones de contenedores, uno de los más importantes del mundo junto a otros como el de Algeciras, en el sur de España, o Tánger Med, en Marruecos.
Sin embargo, las ventajas del Mediterráneo no se han traducido en una economía dinámica para los países de su cuenca. En contra están las barreras aduaneras, las alianzas políticas o la inestabilidad que agita algunos países. De hecho, pese a su importancia, los puertos mediterráneos no pueden competir con los del norte de Europa, mucho más relevantes a nivel global, con Rotterdam y Amberes a la cabeza. Para diferenciarse, los mediterráneos apuestan por convertirse en los mejores puertos hub: puertos especializados en funcionar como punto de apoyo en rutas intercontinentales o de largo recorrido. Muchos de esos puertos se sitúan cerca de los puntos estratégicos clave del Mediterráneo: los estrechos.
Para ampliar: “Las principales rutas comerciales marítimas del mundo”, El Orden Mundial, 2019
Los estrechos, protagonistas de la historia mediterránea
Además de una posición singular, el Mediterráneo posee unas características geográficas especiales. Es un mar cerrado al que solo se puede acceder por determinados estrechos: Gibraltar en el oeste, el estrecho del Bósforo y el de los Dardanelos en el noreste, y el canal de Suez en el sureste. Además, el Mediterráneo se parte en el centro por otro estrecho que conforman las islas de Malta y Sicilia. Todos esos estrechos funcionan como cuellos de botella, o choke points, pues limitan la navegación marítima facilitando su control.
Así, los estrechos llevan siglos siendo lugares de importancia estratégica codiciados por distintas potencias: enclaves que conquistar, posiciones vulnerables que defender, espacios envueltos en la leyenda o puertas a otros mundos. Empezando por el oeste, el estrecho de Gibraltar, que ofrece salida directa al océano Atlántico, ya es mencionado en textos clásicos como el fin del mundo conocido. Además, Gibraltar también es el punto en el que Europa y África están más cerca, separados por solo catorce kilómetros, lo que supone al mismo tiempo oportunidades y riesgos.
Para ampliar: “Gibraltar, el istmo de la discordia”, Astrid Portero en El Orden Mundial, 2019
Por su parte, los estrechos del Bósforo y los Dardanelos separan el Mediterráneo del mar Negro, la puerta de entrada a Asia. Una de las epopeyas más importantes de la cultura occidental, la guerra de Troya narrada en la Ilíada de Homero, tiene lugar precisamente en esta región. Se cree incluso que el mito pudo inspirarse en un conflicto real entre las potencias de la época por el control de los estrechos, que ya entonces daban una importante ventaja geopolítica. En la actualidad, ambos estrechos están bajo control de Turquía, y su relevancia se mantiene, ya que son un puente de abastecimiento de recursos energéticos y la única salida de Rusia al Mediterráneo.
Por último, la construcción del canal de Suez en el siglo XIX incrementó el valor geopolítico del Mediterráneo, abriendo una puerta directa al mar Rojo y al océano Índico. El canal se convirtió en la ruta más rápida para acceder a Asia desde Europa sin tener que rodear África, y varios países se disputaron su control hasta que el Gobierno egipcio lo nacionalizó en 1956. El canal es crucial en las rutas comerciales que conectan los puertos europeos con las fábricas de Asia y con los hidrocarburos del golfo Pérsico, y su importancia queda probada en los costes que supondría su cierre. Durante la inestabilidad que vivió Egipto en las revueltas de 2011, por ejemplo, se calculó que si el canal cerraba al tráfico el precio del crudo se incrementaría un 10%.
Para ampliar: “El canal de Suez, la joya de la corona egipcia”, Ismael Nour en El Orden Mundial, 2019
El control de los estrechos ha motivado decenas de conflictos a lo largo de la historia, como demuestra Malta, que ha sido invadida y ha cambiado de manos en varias ocasiones por su posición central. Pero además de beneficiosas rutas comerciales, el Mediterráneo ofrece interesantes recursos naturales que también juegan un rol importante para las economías locales, como la pesca, que en ciertos lugares se sigue practicando con técnicas milenarias y sostenibles.
El Mediterráneo funciona como enlace entre tres continentes para todo tipo de productos, incluido el gas.
Otro de los recursos que más importancia ha adquirido en los últimos años es el gas. Mientras los países del Mediterráneo occidental, incluido España, se abastecen de los hidrocarburos de Argelia, el gas está cambiando la situación geopolítica en el extremo oriental del mar. El descubrimiento de yacimientos en aguas israelíes, libanesas, palestinas, chipriotas y egipcias ha abierto un conflicto regional: entre los interesados en explotar y comercializar el gas —Italia, Chipre y Grecia— se ha excluido a Turquía, reavivando viejas disputas en torno a la soberanía de las aguas mediterráneas.
Para ampliar: “El gas natural abre una lucha geopolítica en el Mediterráneo oriental”, Eduardo Saldaña en El Orden Mundial, 2019
¿Unión en el Mediterráneo?
Compartiendo historia, cultura o recursos naturales, los países mediterráneos también han tratado de poner en marcha proyectos de cooperación política. Uno de los primeros intentos fue el proceso de Barcelona de 1995, que pretendía crear una organización internacional entre los países de la cuenca mediterránea, la Asociación Euromediterránea. Integrada por los entonces quince países miembros de la Unión Europea y por otros doce países mediterráneos, la Asociación Euromediterránea sirvió de marco para tratar por primera vez de forma explícita cuestiones de seguridad en la región. Sin embargo, la reactivación del conflicto de Israel y Palestina estancó los progresos a principios de los 2000.
Francia impulsó en 2007 una alternativa, la Unión por el Mediterráneo. Esta nueva organización tiene metas similares a su antecesora, incluyendo asegurar la estabilidad y paz en la región, y sí parece haberse consolidado, al menos como cita diplomática habitual y como lanzadera de proyectos sociales. La Unión por el Mediterráneo reúne a 43 países: los veintisiete miembros de la Unión Europea y otros dieciséis países del litoral mediterráneo; además, en sus encuentros también participa la Liga Árabe. Otra iniciativa diplomática es el Diálogo 5+5, también impulsado por Francia y que reúne a cinco países europeos y otros cinco africanos del Mediterráneo occidental: Malta, Italia, Francia, Portugal y España por un lado, y Marruecos, Argelia, Libia, Mauritania y Túnez por otro. Por su parte, otros actores como la OTAN o la Unión Europea han creado sus propias herramientas para promover relaciones con los Estados mediterráneos.
Una iniciativa diplomática distinta que también se ha puesto en marcha el marco regional son los Juegos del Mediterráneo, unos eventos deportivos de inspiración olímpica. Estos juegos se llevan celebrando desde 1951 con el objetivo de fomentar la identidad común y la buena relación entre los países de la región. Con todo, tampoco han quedado exentos de fricciones políticas: Yugoslavia, por ejemplo, dio plantón a España en los Juegos de Barcelona de 1955 como muestra de rechazo a la dictadura del general Franco. También ese mismo año, los países árabes vetaron la participación de Israel, que nunca ha asistido a esos juegos.
En líneas generales, las iniciativas diplomáticas en el Mediterráneo han obtenido pobres resultados, en buena medida porque los distintos países han priorizado otras alianzas o intereses. En el caso de los países del norte, su orientación diplomática está claramente centrada en la Unión Europea. Los del sur y el este, por su parte, están lastrados por tensiones regionales, inestabilidad política y guerras que les impiden cooperar, y también dan más importancia a organizaciones como la Liga Árabe.
Para ampliar: “Multilateralismo, no te rayes, Trump no te merece”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2020
Un mar de interés global
Incapaces de construir un foro diplomático de éxito, los países del Mediterráneo mantienen antiguas tensiones territoriales que amenazan la estabilidad de la región. Una de las más peligrosas es la que comparten Turquía y Grecia por la isla de Chipre y zonas del Egeo, a pesar de ser ambos miembros de la OTAN. También son graves la división entre los vecinos Argelia y Marruecos, que llevan años con la frontera cerrada o la rencilla entre España y Reino Unido con respecto a Gibraltar; y, por supuesto, el perenne conflicto entre Israel y Palestina. Las revueltas árabes pusieron al Mediterráneo en el centro del mundo en 2011, al igual que los conflictos de los últimos años: la guerra de los Balcanes y la guerra civil de Argelia en los noventa, o las actuales guerras en Libia y Siria. Unas décadas antes, el Mediterráneo también vivió las distintas guerras árabo-israelíes y fue un escenario importante de las dos guerras mundiales.
Aunque haya perdido algo de su protagonismo pasado a favor de Asia, el Mediterráneo sigue ocupando un lugar importante en la política internacional actual. En esta región se reúnen sólidas potencias locales, como Francia, Italia, Israel o Turquía, con otras potencias externas, como Estados Unidos o Reino Unido, que tienen presencia militar por toda la región. Además, en los últimos años están aumentando su presencia dos nuevos actores: Rusia y China, aunque con estrategias muy distintas.
Para ampliar: “Egipto e Israel, de enemigos mortales a aliados fieles”, Carlos Palomino en El Orden Mundial, 2019
Rusia ha aprovechado la oportunidad de la guerra de Siria —en la que apoya al Gobierno de Al Assad— para consolidar su presencia en el Mediterráneo con dos bases militares en el país: el puerto de Tartús y la base aérea en Latakia. Además, Moscú ha participado en el conflicto de Libia través de mercenarios en apoyo al bando del mariscal Haftar, así como en las cumbres para los procesos de paz en el país. Ello permitirá al Gobierno ruso reclamar algún tipo de ventaja relacionada con la excelente ubicación o los ricos recursos del país una vez termine la guerra.
Para ampliar: “El gas natural abre una lucha geopolítica en el Mediterráneo oriental”, Eduardo Saldaña en El Orden Mundial, 2019
¿Unión en el Mediterráneo?
Compartiendo historia, cultura o recursos naturales, los países mediterráneos también han tratado de poner en marcha proyectos de cooperación política. Uno de los primeros intentos fue el proceso de Barcelona de 1995, que pretendía crear una organización internacional entre los países de la cuenca mediterránea, la Asociación Euromediterránea. Integrada por los entonces quince países miembros de la Unión Europea y por otros doce países mediterráneos, la Asociación Euromediterránea sirvió de marco para tratar por primera vez de forma explícita cuestiones de seguridad en la región. Sin embargo, la reactivación del conflicto de Israel y Palestina estancó los progresos a principios de los 2000.
Francia impulsó en 2007 una alternativa, la Unión por el Mediterráneo. Esta nueva organización tiene metas similares a su antecesora, incluyendo asegurar la estabilidad y paz en la región, y sí parece haberse consolidado, al menos como cita diplomática habitual y como lanzadera de proyectos sociales. La Unión por el Mediterráneo reúne a 43 países: los veintisiete miembros de la Unión Europea y otros dieciséis países del litoral mediterráneo; además, en sus encuentros también participa la Liga Árabe. Otra iniciativa diplomática es el Diálogo 5+5, también impulsado por Francia y que reúne a cinco países europeos y otros cinco africanos del Mediterráneo occidental: Malta, Italia, Francia, Portugal y España por un lado, y Marruecos, Argelia, Libia, Mauritania y Túnez por otro. Por su parte, otros actores como la OTAN o la Unión Europea han creado sus propias herramientas para promover relaciones con los Estados mediterráneos.
Una iniciativa diplomática distinta que también se ha puesto en marcha el marco regional son los Juegos del Mediterráneo, unos eventos deportivos de inspiración olímpica. Estos juegos se llevan celebrando desde 1951 con el objetivo de fomentar la identidad común y la buena relación entre los países de la región. Con todo, tampoco han quedado exentos de fricciones políticas: Yugoslavia, por ejemplo, dio plantón a España en los Juegos de Barcelona de 1955 como muestra de rechazo a la dictadura del general Franco. También ese mismo año, los países árabes vetaron la participación de Israel, que nunca ha asistido a esos juegos.
En líneas generales, las iniciativas diplomáticas en el Mediterráneo han obtenido pobres resultados, en buena medida porque los distintos países han priorizado otras alianzas o intereses. En el caso de los países del norte, su orientación diplomática está claramente centrada en la Unión Europea. Los del sur y el este, por su parte, están lastrados por tensiones regionales, inestabilidad política y guerras que les impiden cooperar, y también dan más importancia a organizaciones como la Liga Árabe.
Para ampliar: “Multilateralismo, no te rayes, Trump no te merece”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2020
Un mar de interés global
Incapaces de construir un foro diplomático de éxito, los países del Mediterráneo mantienen antiguas tensiones territoriales que amenazan la estabilidad de la región. Una de las más peligrosas es la que comparten Turquía y Grecia por la isla de Chipre y zonas del Egeo, a pesar de ser ambos miembros de la OTAN. También son graves la división entre los vecinos Argelia y Marruecos, que llevan años con la frontera cerrada o la rencilla entre España y Reino Unido con respecto a Gibraltar; y, por supuesto, el perenne conflicto entre Israel y Palestina. Las revueltas árabes pusieron al Mediterráneo en el centro del mundo en 2011, al igual que los conflictos de los últimos años: la guerra de los Balcanes y la guerra civil de Argelia en los noventa, o las actuales guerras en Libia y Siria. Unas décadas antes, el Mediterráneo también vivió las distintas guerras árabo-israelíes y fue un escenario importante de las dos guerras mundiales.
Aunque haya perdido algo de su protagonismo pasado a favor de Asia, el Mediterráneo sigue ocupando un lugar importante en la política internacional actual. En esta región se reúnen sólidas potencias locales, como Francia, Italia, Israel o Turquía, con otras potencias externas, como Estados Unidos o Reino Unido, que tienen presencia militar por toda la región. Además, en los últimos años están aumentando su presencia dos nuevos actores: Rusia y China, aunque con estrategias muy distintas.
Para ampliar: “Egipto e Israel, de enemigos mortales a aliados fieles”, Carlos Palomino en El Orden Mundial, 2019
Rusia ha aprovechado la oportunidad de la guerra de Siria —en la que apoya al Gobierno de Al Assad— para consolidar su presencia en el Mediterráneo con dos bases militares en el país: el puerto de Tartús y la base aérea en Latakia. Además, Moscú ha participado en el conflicto de Libia través de mercenarios en apoyo al bando del mariscal Haftar, así como en las cumbres para los procesos de paz en el país. Ello permitirá al Gobierno ruso reclamar algún tipo de ventaja relacionada con la excelente ubicación o los ricos recursos del país una vez termine la guerra.
El control o influencia en puertos mediterráneos forma parte de la estrategia de China para asegurar la seguridad de sus rutas comerciales.
Por su parte, China apuesta por usar herramientas comerciales, culturales y diplomáticas. Pekín las ha puesto en práctica en conflictos como el de Siria, pero el mejor ejemplo de su estrategia es la Nueva Ruta de la Seda, cuyo extremo occidental llega hasta el Mediterráneo. En el marco de este proyecto, en los últimos años China ha adquirido la gestión del puerto griego de El Pireo y se ha convertido en accionista mayoritario en otros como el de Valencia, en España. También ha invertido en puertos clave como los de Tánger o Malta, varios puertos italianos, el Haifa en Israel o Port Said, en el canal de Suez. Al sur, Pekín extiende su influencia por África y ha abierto su primera base militar fuera de sus fronteras en Yibuti, en el Cuerno de África. Pekín pretende asegurar así el tráfico marítimo en este punto, imprescindible para conectar el océano Índico con el Mediterráneo por el estrecho de Bab al Mandeb, el mar Rojo y el canal de Suez.
Para ampliar: “La Ruta de la Seda china pone los ojos en Europa”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2019
Los retos futuros
A pesar de que las divisiones políticas impidan considerar a la región como un conjunto unido, la cuenca mediterránea enfrenta varios desafíos graves. Nuevas rutas comerciales como las que se abren con el deshielo del Ártico o la Nueva Ruta de la Seda pueden competir con el Mediterráneo y arrebatarle protagonismo. Por otra parte, la amenaza yihadista está muy presente en la región, agravada por las guerras en Siria y Libia. Hay focos en los Balcanes, Egipto y el norte de África. Más al sur, en el Sahel, la mayoría de los países sufren una inestabilidad crónica, lo que permite la expansión de grupos yihadistas y criminales que han establecido rutas de tráfico ilegal de sustancias, armas y personas.
Para ampliar: “Hacia la ruta del Ártico”, El Orden Mundial, 2020
Además, la desigualdad entre los litorales norte y sur hacen del Mediterráneo cada vez más en una frontera y menos en un espacio de unión. La violencia y la expansión demográfica obligan a miles de personas de África y Oriente Próximo a migrar hacia Europa, repercutiendo en los países mediterráneos de ambas orillas. La migración ya es uno de los mayores desafíos de la región: el mar se ha convertido en una tumba para miles de migrantes, y no hay medidas medidas contundentes que aplaquen la situación. Por si fuera poco, la crisis de refugiados sirios, esperando en Turquía y otros países a su oportunidad para llegar a la Unión Europea, representa uno de los mayores desastres humanitarios que se recuerdan.
Para ampliar: “La Ruta de la Seda china pone los ojos en Europa”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2019
Los retos futuros
A pesar de que las divisiones políticas impidan considerar a la región como un conjunto unido, la cuenca mediterránea enfrenta varios desafíos graves. Nuevas rutas comerciales como las que se abren con el deshielo del Ártico o la Nueva Ruta de la Seda pueden competir con el Mediterráneo y arrebatarle protagonismo. Por otra parte, la amenaza yihadista está muy presente en la región, agravada por las guerras en Siria y Libia. Hay focos en los Balcanes, Egipto y el norte de África. Más al sur, en el Sahel, la mayoría de los países sufren una inestabilidad crónica, lo que permite la expansión de grupos yihadistas y criminales que han establecido rutas de tráfico ilegal de sustancias, armas y personas.
Para ampliar: “Hacia la ruta del Ártico”, El Orden Mundial, 2020
Además, la desigualdad entre los litorales norte y sur hacen del Mediterráneo cada vez más en una frontera y menos en un espacio de unión. La violencia y la expansión demográfica obligan a miles de personas de África y Oriente Próximo a migrar hacia Europa, repercutiendo en los países mediterráneos de ambas orillas. La migración ya es uno de los mayores desafíos de la región: el mar se ha convertido en una tumba para miles de migrantes, y no hay medidas medidas contundentes que aplaquen la situación. Por si fuera poco, la crisis de refugiados sirios, esperando en Turquía y otros países a su oportunidad para llegar a la Unión Europea, representa uno de los mayores desastres humanitarios que se recuerdan.
La inmigración es una de los grandes retos del Mediterráneo, no solo porque una guerra como la de Siria pueda provocar crisis de refugiados como la de 2015, sino por la bomba demográfica africana que se espera para las próximas décadas.
Por último, el cambio climático se perfila como una amenaza grave e inminente. Sus consecuencias serán especialmente duras en toda la cuenca mediterránea, que ya empieza a tener problemas de desertización. La escasez de agua puede generar tensiones como las que ya se dan entre Egipto, Etiopía y Sudán por la construcción de una presa en el Nilo, o entre Israel y sus vecinos. A todo ello se añaden los riesgos internos de muchos países que sufren una grave debilidad del Estado, alto desempleo, desigualdad o inseguridad alimentaria. Como demostraron las revueltas árabes en 2011, o Sudán y Argelia en 2019, estos problemas pueden dar lugar a protestas ciudadanas que en el mejor de los casos permiten avances democráticos pero, en el peor, suponen el estallido de una guerra civil.
Con retos de seguridad, demográficos y medioambientales tan graves como los mencionados, con la amenaza de que sus puertos pierdan importancia internacional y con el descubrimiento de bolsas de gas natural que pueden cambiarlo todo, el Mediterráneo sigue, siglos después, escribiendo su historia.
Para ampliar: “Europa ya sabe que no va a poder escapar de la crisis climática”, Astrid Portero en El Orden Mundial, 2019
Con retos de seguridad, demográficos y medioambientales tan graves como los mencionados, con la amenaza de que sus puertos pierdan importancia internacional y con el descubrimiento de bolsas de gas natural que pueden cambiarlo todo, el Mediterráneo sigue, siglos después, escribiendo su historia.
Para ampliar: “Europa ya sabe que no va a poder escapar de la crisis climática”, Astrid Portero en El Orden Mundial, 2019
¿Qué es un choke point?
EOM 19 de mayo de 2020