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Centro Andino de Estudios Estratégicos

HOPE, el proyecto geopolíticamente disruptivo de la diplomacia iraní

Relaciones Internacionales         Teresita DUSSART         14 de enero de 2020
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@Teresita Dussart, todos derechos de propiedad intelectual y reproducción reservados
En el contexto de protestas y de «máxima presión«, concepto acuñado por el exasesor a la seguridad nacional de Estados Unidos, John Bolton, Iran intenta mantener su agenda.  El domingo en Teherán, el Emir Qatarí, Sheik Tamin Bin Hadad Al Tani se reunió con los dos representantes del gobierno bicéfalo iraní, el presidente Hassan Rouhani y el Ayatola Ali Khameney. Casi concomitantemente en Muscat (Omán), Mohamed Javad Zarif, ministro de asunto exteriores de Iran, se reunió con el nuevo Sultán, Haithan Bin Tariq Al Said. El mensaje subyacente de tal actividad diplomática con sus más rodados aliados de entre las petromonarquías, parece haber consistido en demostrar la continuidad de la política con los países que bordean el estrecho de Ormuz.

Kacem Soleimani fue asesinado precisamente cuando acudía a una reunión con un intermediario iraquí encargado de la shuttle diplomacy con Arabia Saudí, quien debía entregarle una respuesta determinante para el proyecto faro de la diplomacia iraní y, singularmente de su arquitecto, Javad Zarif. Un proyecto disruptivo de un punto de vista geopolítico, que Javad Zarid había considerado como lo suficiente maduro para hacerlo público en Naciones Unidas el 27 de septiembre de 2019 y para el cual cuenta con el apoyo del Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Gutteres. 

Ese proyecto es el Hormuz Peace Endeavor (HOPE), un tratado de Paz entre los países que bordean el tan estratégico estrecho, por donde pasa 60% de la producción de petróleo del mundo, entre los cuales se encuentra, además de Iran, las siete petromonarquías que conforman el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG): Bahréin, el Sultanato de Omán, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar, y Arabia Saudita. La variable de ajuste para lograr el acuerdo de todos los miembros del CCG es el beneplácito de Arabia Saudí, aliado de Estados Unidos por antonomasia (aunque patrocinador de los mayores atentados contra intereses americanos sin que nadie se inmute). Arabia Saudí es, hasta la fecha, el correveidile {alcahuete según la RAE}en el Golfo del concepto boltoniano, ya citado, de “máxima presión”. No obstante, se perciben cambios. Hasta hace poco una línea infranqueable ostracizaba Qatar y Omán, del resto de los estados miembros del CCG, por sus vínculos más equilibrados con Iran. Aunque sutil, a medida que la estrella de Mohamed Bin Salman (MBS) ha ido empalideciendo, especialmente después del vil asesinato del periodista Jamal Kashoggi en circunstancias inauditas, se percibe un tímido deshielo en la guerra fría del Golfo. Lo que parecía imposible, podría ser negociable. La firma de un acuerdo garantizando la libertad de navegación, la no confrontación y la seguridad energética seria lo que propondría el acuerdo HOPE.

El índice de impresentabilidad de MBS no es el único factor. Está la cuestión de la eficiencia. Arabia Saudí ya no se vería tan convencido que Estados Unidos es la fuerza que pueda garantizar la estabilidad en la región. Desde 2018, a partir de la salida intempestiva de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Iran, el Joint Comprehensive Plan of Action (JCPoA) surgieron en forma de provocaciones varios accidentes y sabotajes de tankers en el estrecho de Ormuz. El juego de suma cero entre Iran y Estados Unidos ha generado un clima de región al borde de la crisis de nervios. Domina la idea que la política doméstica americana; sus mentiras pueriles y sus giros a 180° entre aliados de un día y enemigos el otro, representa un lastre superior de la ventaja que se pueda retirar de ello.

Esa ventaja solo puede consistir en seguridad. A contrapié de lo que tuiteó Donald Trump el 3 de enero, “Iran nunca gano una guerra, pero nunca perdió una negociación”; es fáctico y de público conocimiento que desde hace 2700 años Iran gano casi todas sus guerras. Más cerca en el tiempo, como lo reconocen los propios militares americanos, Saddam Hussein no hubiese caído en 2003 si no fuere por la ayuda de Iran. Por si acaso, también es el ganador de la guerra Iran-Irak que va de 1980 a 1988, cuando Saddam Hussein aún era un eximio aliado de Estados Unidos.  Pero, por sobre todo, Iran es el ganador de la última guerra contra el terrorismo, en el Sham. Por algo los últimos bolsones de yihadistas de Isis celebraron el asesinato de Soleimani. La batalla de Mosul contra los terroristas del Estado Islámico fue ganada por milicias chiitas y sus aliados kurdos, en algunos casos protegidos a lo lejos por la aviación americana porque, a pesar de todo del odio a Iran, de su capacidad de coordinar sus milicias dependía la seguridad global, incluida la de aquellas naciones que financiaron o entrenaron los yihadistas, cuando no le brindaron profundidad de campo estratégico.

Lo mismo se puede decir de la guerra en Afganistán donde las milicias chiitas fueron decisorias en la lucha contra los talibanes. La propensión por parte de Estados Unidos a perder sus guerras y traicionar los proxys que les salvan las papas del fuego ya es leyenda. Primero los kurdos luego Soleimani. El único terreno donde Estados Unidos no necesita del apoyo paradójico de Iran, es en Yemen, donde sostiene sin matices el genocidio houtí perpetrado por Arabia Saudí.

El haber asesinado un militar que estuvo objetivamente en la trinchera, se piense lo que se piense de los Pasdaran, de un modo tan cobarde, tan poco conforme a las leyes de la guerra, deja aun dentro de los más iranofobos, aun cuando no lo puedan o quieran confesar una sensación de algo de transgresivo. Algo que una potencia militar que se honre decididamente no puede, no debe hacer. Un acto de un nivel de felonía por así decir paradigmático. Donald Trump quiso comparar la muerte de Soleimani con la de Oussama Ben Laden, pero no es lo mismo por dos motivos, Soleimani lucho contra Ben Laden y muchos chiitas fueron víctimas de Al Quaeda. Por último, porque la muerte de Ben Laden en Pakistán fue el resultado de una operación militar, no de un lanzamiento de misil a distancia.
Sería muy ingenuo para los postulantes de la política de la “presión máxima” sobre Iran, pensar que, si se llegaba a “caer el régimen” (siendo Iran el único país de la región en ser calificado de régimen en medio de un conjunto de monarquías totalitarias, sin ningún tipo de apego hacia forma alguna de democracia); Iran dejaría de ser el archipiélago de mayor influencia regional que constituye por ahora, teniendo como único rival y de lejos a la Turquía de Recep Erdogan como bastión protector de los sunitas. Más iluso sería pensar que las arbitrariedades, las humillaciones incesantes, como la amenaza de destruir 52 sitios culturales de la madre de casi todas las civilizaciones del mundo o el recuerdo de los efectos producidos por las sanciones que aquejan a los civiles iraníes, reformistas y conservadores por igual, se evaporarían de un día para otro.

Link: Relaciones Internacionales

Jaque mate a Trump en Irak

elPeriódico         Ramón Lobo         15 de enero de 2020
Si EEUU debe retirar sus tropas de territorio iraquí, Irán habrá logrado el mejor triunfo: vencer sin siquiera combatir
Pese a que el ajedrez procede de la India, el imperio persa lo elevó a la categoría de juego de estrategia. Un gran jugador, y los iranís lo son, no realiza movimientos sin tener estudiada la respuesta a la posible respuesta del rival, adentrándose en un laberinto de opciones, réplicas y contrarréplicas. El ataque contra dos bases con soldados estadounidenses en Irak es una pieza dentro de una partida que comenzó en 1979, y que aún no ha terminado. Donald Trump, que juega al póker - como escribía la semana pasada-, ha preferido mantener la posición sobre el tablero antes que comer ficha. Es lo que quería Teherán, por eso ha evitado causar bajas. Avisó del ataque a sus aliados iraquís, una manera de lograr que todo el mundo se pusiera a salvo.

Sun Tzu en su libro 'El arte de la guerra' ofrece dos recetas aplicables a este conflicto: “Ganará quien sepa cuándo luchar y cuándo no luchar”; “la mejor victoria es vencer sin combatir”. En ambas lleva ventaja Irán. La segunda será una realidad si Trump se ve obligado a retirar sus tropas de Irak. Será un jaque mate. Irán pisa terreno seguro, por eso se ha atrevido a admitir su responsabilidad en el derribo del avión ucraniano. Ha convertido las evidencias de su grave error en un insólito ejercicio de transparencia.

La alternativa rusa

Rusia, tierra de campeones, también sabe jugar al ajedrez. Es una asignatura obligatoria que enseña a pensar, una cualidad poco útil donde escasean las libertades pues conduce a la cárcel o la melancolía. Vladimir Putin es un excelente estratega. En medio de la escalada de tensión entre su aliado iraní y EEUU se presentó de manera inesperada en Damasco (primer viaje en dos años). Se trata de un movimiento audaz: reafirma su compromiso con el régimen de Bashar el Asad --e Irán--, lanza una advertencia subliminal a Trump a la vista de todos y se ofrece como alternativa para entrenar y armar al Ejército de Irak.

China también juega al ajedrez, pero en una variante silenciosa en la que no es necesario presumir de cada avance. Ambas potencias están ahora en ventaja sobre EEUU en Oriente Próximo. ¿Y la UE? La UE paga, pero no manda; es irrelevante en Oriente Próximo. Para tener una voz necesita unidad de criterio y de acción en política exterior y en defensa, un Ejército propio más allá de la OTAN, y credibilidad. Hay mucho trabajo por hacer después del 'brexit'.
Putin es tan hábil que es capaz de sostener el arco chií frente a Arabia Saudí y llevarse bien con la monarquía absoluta de Riad. En el bando de Teherán están, por diferentes razones, Qatar y Turquía. El primero mantiene una rivalidad ideológico-religiosa con Arabia Saudí, prefiere a los Hermanos Musulmanes sobre los neosalafistas alentados y financiados por el wahabismo, una versión extrema del islam de la que beben Al Qaeda y el ISIS. Turquía es miembro de la OTAN y heredero cultural de un gran imperio, el otomano. Juega a todas las bazas, como si estuviera en el zoco. Tiene la habilidad de estar siempre en el bando ganador. Y ese bando, hoy por hoy, no es el de Trump.

Distracción y engaño

Irán ha movido su alfil, el de las bases de Irak. Veintidós misiles de consumo interno. El Guía Supremo de la Revolución, Alí Jamenei, tenía la obligación de responder al asesinato de su amigo y mano derecha, Qasem Soleimani. Estaba en juego la dignidad del país. ¿Cuál será la respuesta al movimiento de Trump? El primero es un enroque: el anuncio de que ya no se siente vinculado por los compromisos nucleares. Irán ha pisado el acelerador para lograr su bomba atómica.

En el ajedrez, como en la estrategia de Sun Tzu, es esencial la distracción y el engaño. Irán no se va a contentar con 22 misiles inofensivos. En las próximas semanas o meses se moverán los peones, los grupos afines. No descarten un gran atentado. La clave es que no lleven la huella de Irán. Los servicios secretos iranís pueden conseguir que el trabajo del ojo por ojo lo realice algún grupo suní.

EEUU entra en un largo proceso de primarias y caucus que concluirá en las elecciones del 3 de noviembre. Un Trump en campaña es peligroso, pero no más que hace un año porque siempre está en campaña. Dispone de la fuerza militar, pero carece de un plan. La superioridad en armas y soldados no permitieron ganar la guerra de Vietnam; tampoco vencer en Afganistán, donde tarde o temprano regresarán los talibanes al poder, ni en Irak. Es un poder militar que causa daño, pero no logra victorias ni refuerza su auctoritas. EEUU, el imperio que no desea ser imperio, está en decadencia, y Trump es la prueba.
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