¿ALCANZA EL CORREÍSMO?
La Kolmena Abraham Verduga Sánchez 22 de julio de 2019
«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». A. Gramsci.
Hace algún tiempo escribí un artículo titulado “¿Qué carajo es el correísmo?” en un intento por llenar de contenido (teórico) una etiqueta invocada hasta el cansancio por los actores de la política nacional, incluidos, claro, los medios de comunicación. Se puede estar de acuerdo o no con la propuesta planteada sobre el significado del “correísmo”, pero en lo que todos podemos convenir es que no existe actualmente en el Ecuador un eje político más polarizante que el fenómeno en cuestión. Así, por ejemplo, solo hace falta tomar una postura más o menos alineada con la “agenda progresista” para ser observado sospechosamente como “correísta”; y así mismo, cualquier crítica formulada contra la administración del expresidente Rafael Correa, aun fundamentada, deberá entenderse como signo inequívoco de “anticorreísmo” consumado. Bajo esta lógica, peligrosamente reduccionista, seguramente es correísta todo aquel que cuestione la mediocridad-traición del régimen de Moreno sin que importen ya sus opiniones vertidas respecto al gobierno anterior; y como si fuera poco, se puede también ser correísta episódico o por etapas, algo así como si el correísmo fuera un espíritu que deambula por el Ecuador apoderándose de almas incautas para motivar ciertas acciones o pronunciamientos públicos en momentos coyunturales. Muestra de esto es lo que ocurre con algunos reconocidos opositores ( ≠ enemigos) del gobierno de la Revolución Ciudadana, quienes, según dicen las malas lenguas, últimamente han sido vistos hablando bien de Correa, o lo que es peor, ejercitando críticas contra Moreno, lo que constituye prueba irrebatible de su mudanza al “lado oscuro de la fuerza”. Me refiero a personajes como Ramiro Aguilar, Augusto Tandazo o Marco Aníbal Navas, y otras tantas voces respetadas, quienes han osado practicar valores “anticuados” como la sensatez y la objetividad al dar a conocer sus opiniones sobre el acontecer nacional. Un último ejemplo que ilustra bien el tinglado maniqueo al que asiste el Ecuador es el caso del cura Tuárez, cuya impoluta alma habría sido poseída por el correísmo tan pronto se produjo su elección como presidente del CPCCS, y demostración de ello son los anuncios “inesperados” sobre la revisión de lo actuado por el Consejo de Trujillo y el inicio de una investigación sobre las denuncias de corrupción que salpican al gobierno de Lenín Moreno. Frente a este preocupante escenario y mientras el exorcismo-descorreización de Tuárez no logre ejecutarse, los anticorreístas han resuelto llevar adelante un juicio político que aparte a esta alma perdida de una institución -caída en “desgracia democrática”- que tiene a más de uno con las barbas en remojo. Ya lo decía el actor político Vistazo en su última portada: “De este cura ¡líbranos Señor!”.
Lo cierto es que en esta lucha entre el bien y el mal no hay lugar para los matices, o se es o no se es. No hay otro dilema posible. Ahora bien, hablemos en serio. ¿Estamos conscientes de que este jueguito pueril no durará para siempre y que dejará, como es natural, ganadores y perdedores? De momento el único gran perdedor con la banalización de la política es el pueblo, huérfano de representantes que den respuestas a sus problemas cotidianos. Se entiende que la derecha de nuestro país, tan vaciada de ideas y de creatividad, no encuentre mejor escenario para la articulación de su estrategia política-electoral que la confusión reinante, pero… ¿y la izquierda? ¿En verdad siguen creyendo que aquello de usar las “mismas balas del enemigo” es la maniobra más eficaz para recuperar hegemonía? El fuego cruzado entre correístas y anticorreístas cumple a la perfección el cometido de los segundos: el hartazgo social. ¿Hay acaso un mejor caldo de cultivo para que germinen las propuestas de “cambio” (duranbarbistas) que el aturdimiento popular? Pues no, no lo hay. Por supuesto que los arquitectos del framing noticioso son los medios de comunicación, a quienes obviamente no les interesa propiciar debates por fuera del clivaje en cuestión (porque entre paréntesis, les doy una primicia: hay vida humana afuera del universo correísmo-anticorreísmo, solo que los medios no nos lo quieren contar) ya que preparan el terreno para lo que será, muy pronto, la noticia del siglo: el descubrimiento del “paraíso poscorreísta”. Vendrán entonces dinosaurios políticos como Nebot vestidos de mesías para vendernos un nuevo país, un país adoquinado y “empalmerado” hasta el último rincón; un Ecuador que supere la grave crisis provocada por Moreno, líder de los anticorreístas y su antecesor Correa, fundador de la “secta” que lleva su nombre. Aquí una digresión: que nadie olvide, por favor, que Nebot es el principal influencer de Moreno y que su silencio estratégico responde a intenciones más oscuras que su bigote pintado. Aparecerán también los outsiders políticos ejercitando discursos de tercera vía, nos dirán que ya llegó la hora de superar las ideologías y otros cuentos chinos. Así, cuanto más se recrudezca la barbarie morenista inscrita en el oscuro capítulo del “correísmo-anticorreísmo”, mejor será la cosecha para los rentistas del caos en ese paraíso capitalista que anunciarán con trompetas los “profetas” de la caja boba. Pero mientras eso ocurra, el triunfo de la derecha y de la prensa “libre e independiente” seguirá siendo el mantenernos distraídos jugando en su mesa de ping-pong y en las canchas gratuitas de las redes sociales, vertedero de odios y miserias, ese atractivo espejismo para entusiastas tuiteros que reemplazaron la protesta por la guerra de hashtags y que abandonaron las calles para arreglar el mundo a fuerza de likes… Lo repito en voz alta: el triunfo de la derecha no reside en convencernos de su “modelo exitoso” sino en asegurar nuestra permanencia sobre el terreno de “lo opinable”, y la realidad es que en la arena dispuesta (su arena) hoy solo caben discusiones sobre la dicotomía planteada: o estás en la trinchera correísta, o estás en la trinchera anticorreísta. ¡Qué viva la democracia bicolor!
Pero el correísmo es mucho más que lo que quieren hacer de él, es el símbolo más potente de la izquierda ecuatoriana y, por si fuere necesario aclararlo, no es patrimonio exclusivo de sus líderes históricos: «Sé bien que yo, ya no soy yo, soy todo un pueblo», decía el expresidente Correa parafraseando a Chávez en uno de sus discursos más recordados. De ahí que es difícil explicar la perplejidad de ese pueblo que permitió la mayor transformación social que ha vivido el Ecuador desde la Revolución Alfarista. ¿Por qué no es capaz de reaccionar ante la arremetida de la barbarie neoliberal? ¿Qué ocurrió con ese pueblo protagonista, empoderado de sus conquistas? ¿Por qué luce tan arrinconado, impasible, indiferente? ¿Es que ha perdido su derecho a soñar? La respuesta no es fácil. Obviaré las reflexiones en torno al deficitario trabajo del proyecto político en el campo de la cultura para centrarme exclusivamente en dos puntos que considero cruciales: 1) La orfandad de liderazgos; y 2) la ausencia de una hoja de ruta que oriente el derrotero para migrar de una posición de repliegue (resistencia), que ha durado demasiado, hacia una nueva etapa: la revancha popular (ofensiva). Si el correísmo, como categoría política -no la parodia descrita al principio de este artículo- no es capaz de vertebrar una estrategia para entrar con fuerza en la disputa de la “coyuntura”, que es siempre una construcción mediática (y política), estará condenado a perder vigencia, tarde o temprano. ¿Quién carajo decide por nosotros qué es la coyuntura? ¿Es que acaso no es coyuntural la discusión de la agenda 2030? ¿Por qué la prensa no nos habla de la amenaza de la economía algorítmica en el mercado laboral? ¿Para cuándo la etiqueta de coyuntura sobre los grandes desafíos que enfrentan las ciudades costeras del país -como Guayaquil o la isla de Jambelí- por consecuencia de la elevación del nivel del mar? ¿Estamos conscientes de los altísimos costos humanos y económicos que supondrá para nuestro entorno el cambio climático? “Ya habrá tiempo, todo el tiempo del mundo para preocuparnos de esos temas” habrá pensado don Julio César; “Seguro alcanzo a dar la primicia” dirá don Alfonso… ¿Queda claro quiénes son los dueños de la coyuntura? ¿Qué opinan los jóvenes, los llamados a encarar los complejos escenarios venideros?
La batalla de las ideas no es otra cosa que entrar en la pelea de la agenda setting; se trata de romper con el monopolio del sentido común. ¡De esto depende la eficacia de cualquier proyecto político! Y el correísmo no está dando esta batalla, por lo menos no con la contundencia debida. No podrá hacerlo mientras no se logren propiciar ciertas circunstancias. La vuelta de tuerca estará supeditada a la resolución de algunas interrogantes clave, a saber: ¿A quién, o a quiénes, les corresponde guiar el camino en esta nueva etapa que interpela al correísmo?; ¿Alcanza el clivaje correísmo-anticorreísmo para encarar todos los debates políticos que la contemporaneidad exige? Si para la primera pregunta la respuesta es seguir dependiendo de las pautas señaladas por los líderes históricos de la Revolución Ciudadana, entonces se deberá analizar la reducida capacidad de acción de muchos de ellos,- empezando por el expresidente, Rafael Correa- quienes dedican buena parte de su tiempo y esfuerzo a defenderse de la estrategia de lawfare de la que son víctimas. Si la respuesta apunta a la renovación de liderazgos, es decir, a la entrega de la posta hacia nuevos actores políticos, la subsecuente pregunta es ¿pa’ cuándo y de qué forma se hará? ¿Es que no se han dado cuenta que el cronómetro corre y corre cada vez más rápido ante la pícara sonrisa de una derecha que se frota las manos? Respecto a la cuestión sobre si alcanza el correísmo para irrumpir en nuevas agendas como la lucha feminista, la causa GLBTI, el ecologismo, la cuestión indígena, y otros muchos debates apartados de las discusiones mainstream, la repuesta es que no, por lo menos no alcanza por ahora; y esto no debe interpretarse solo como un reproche a lo realizado durante la denominada “década ganada”, que fue mucho y en tiempo récord, sino más bien como un llamado a la necesaria actualización de la lucha socialista. Si el correísmo, como principal símbolo de la izquierda ecuatoriana, no es capaz de resignificar su contenido e incorporar en su agenda política los grandes temas que impone la modernidad -y que exigen los jóvenes- pasará a la historia como un episodio importante pero no trascendente. Lo primero es poner orden casa adentro, zanjar los imperativos pendientes como el tema de los liderazgos; la gestión del capital político; la reconstrucción de la estructura partidista; el trabajo de campo; la consolidación de alianzas duraderas (y coherentes); la formación de cuadros; la redefinición del marco ideológico; la pedagogía popular; etc. Lo segundo es la demandada renovación del proyecto político, lo que significa dejar de mirar obsesivamente por el retrovisor para poner manos a la obra en el diseño de una agenda programática, una agenda amplia y de futuro. Y para esto solo hace falta poner la mirada en la nueva sangre revolucionaria: una apuesta decidida sobre los jóvenes, sí, sobre esa generación que pasó de la adolescencia a la adultez convenciéndose de que otro Ecuador es posible; esos jóvenes que inflamaron su pecho de orgullo con los muchos aciertos pero que también han aprendido de los errores cometidos durante el camino. Una apuesta decidida sobre los jóvenes que se resisten a vivir las penurias de los 90s; son esos los jóvenes que con alegría combativa y adueñados de su futuro se unirán para arengar con los brazos en alto y los puños cerrados ¡Por lo que fueron somos, por lo que somos serán! Ya va llegando la hora de la nueva ola progresista en América Latina.
Hace algún tiempo escribí un artículo titulado “¿Qué carajo es el correísmo?” en un intento por llenar de contenido (teórico) una etiqueta invocada hasta el cansancio por los actores de la política nacional, incluidos, claro, los medios de comunicación. Se puede estar de acuerdo o no con la propuesta planteada sobre el significado del “correísmo”, pero en lo que todos podemos convenir es que no existe actualmente en el Ecuador un eje político más polarizante que el fenómeno en cuestión. Así, por ejemplo, solo hace falta tomar una postura más o menos alineada con la “agenda progresista” para ser observado sospechosamente como “correísta”; y así mismo, cualquier crítica formulada contra la administración del expresidente Rafael Correa, aun fundamentada, deberá entenderse como signo inequívoco de “anticorreísmo” consumado. Bajo esta lógica, peligrosamente reduccionista, seguramente es correísta todo aquel que cuestione la mediocridad-traición del régimen de Moreno sin que importen ya sus opiniones vertidas respecto al gobierno anterior; y como si fuera poco, se puede también ser correísta episódico o por etapas, algo así como si el correísmo fuera un espíritu que deambula por el Ecuador apoderándose de almas incautas para motivar ciertas acciones o pronunciamientos públicos en momentos coyunturales. Muestra de esto es lo que ocurre con algunos reconocidos opositores ( ≠ enemigos) del gobierno de la Revolución Ciudadana, quienes, según dicen las malas lenguas, últimamente han sido vistos hablando bien de Correa, o lo que es peor, ejercitando críticas contra Moreno, lo que constituye prueba irrebatible de su mudanza al “lado oscuro de la fuerza”. Me refiero a personajes como Ramiro Aguilar, Augusto Tandazo o Marco Aníbal Navas, y otras tantas voces respetadas, quienes han osado practicar valores “anticuados” como la sensatez y la objetividad al dar a conocer sus opiniones sobre el acontecer nacional. Un último ejemplo que ilustra bien el tinglado maniqueo al que asiste el Ecuador es el caso del cura Tuárez, cuya impoluta alma habría sido poseída por el correísmo tan pronto se produjo su elección como presidente del CPCCS, y demostración de ello son los anuncios “inesperados” sobre la revisión de lo actuado por el Consejo de Trujillo y el inicio de una investigación sobre las denuncias de corrupción que salpican al gobierno de Lenín Moreno. Frente a este preocupante escenario y mientras el exorcismo-descorreización de Tuárez no logre ejecutarse, los anticorreístas han resuelto llevar adelante un juicio político que aparte a esta alma perdida de una institución -caída en “desgracia democrática”- que tiene a más de uno con las barbas en remojo. Ya lo decía el actor político Vistazo en su última portada: “De este cura ¡líbranos Señor!”.
Lo cierto es que en esta lucha entre el bien y el mal no hay lugar para los matices, o se es o no se es. No hay otro dilema posible. Ahora bien, hablemos en serio. ¿Estamos conscientes de que este jueguito pueril no durará para siempre y que dejará, como es natural, ganadores y perdedores? De momento el único gran perdedor con la banalización de la política es el pueblo, huérfano de representantes que den respuestas a sus problemas cotidianos. Se entiende que la derecha de nuestro país, tan vaciada de ideas y de creatividad, no encuentre mejor escenario para la articulación de su estrategia política-electoral que la confusión reinante, pero… ¿y la izquierda? ¿En verdad siguen creyendo que aquello de usar las “mismas balas del enemigo” es la maniobra más eficaz para recuperar hegemonía? El fuego cruzado entre correístas y anticorreístas cumple a la perfección el cometido de los segundos: el hartazgo social. ¿Hay acaso un mejor caldo de cultivo para que germinen las propuestas de “cambio” (duranbarbistas) que el aturdimiento popular? Pues no, no lo hay. Por supuesto que los arquitectos del framing noticioso son los medios de comunicación, a quienes obviamente no les interesa propiciar debates por fuera del clivaje en cuestión (porque entre paréntesis, les doy una primicia: hay vida humana afuera del universo correísmo-anticorreísmo, solo que los medios no nos lo quieren contar) ya que preparan el terreno para lo que será, muy pronto, la noticia del siglo: el descubrimiento del “paraíso poscorreísta”. Vendrán entonces dinosaurios políticos como Nebot vestidos de mesías para vendernos un nuevo país, un país adoquinado y “empalmerado” hasta el último rincón; un Ecuador que supere la grave crisis provocada por Moreno, líder de los anticorreístas y su antecesor Correa, fundador de la “secta” que lleva su nombre. Aquí una digresión: que nadie olvide, por favor, que Nebot es el principal influencer de Moreno y que su silencio estratégico responde a intenciones más oscuras que su bigote pintado. Aparecerán también los outsiders políticos ejercitando discursos de tercera vía, nos dirán que ya llegó la hora de superar las ideologías y otros cuentos chinos. Así, cuanto más se recrudezca la barbarie morenista inscrita en el oscuro capítulo del “correísmo-anticorreísmo”, mejor será la cosecha para los rentistas del caos en ese paraíso capitalista que anunciarán con trompetas los “profetas” de la caja boba. Pero mientras eso ocurra, el triunfo de la derecha y de la prensa “libre e independiente” seguirá siendo el mantenernos distraídos jugando en su mesa de ping-pong y en las canchas gratuitas de las redes sociales, vertedero de odios y miserias, ese atractivo espejismo para entusiastas tuiteros que reemplazaron la protesta por la guerra de hashtags y que abandonaron las calles para arreglar el mundo a fuerza de likes… Lo repito en voz alta: el triunfo de la derecha no reside en convencernos de su “modelo exitoso” sino en asegurar nuestra permanencia sobre el terreno de “lo opinable”, y la realidad es que en la arena dispuesta (su arena) hoy solo caben discusiones sobre la dicotomía planteada: o estás en la trinchera correísta, o estás en la trinchera anticorreísta. ¡Qué viva la democracia bicolor!
Pero el correísmo es mucho más que lo que quieren hacer de él, es el símbolo más potente de la izquierda ecuatoriana y, por si fuere necesario aclararlo, no es patrimonio exclusivo de sus líderes históricos: «Sé bien que yo, ya no soy yo, soy todo un pueblo», decía el expresidente Correa parafraseando a Chávez en uno de sus discursos más recordados. De ahí que es difícil explicar la perplejidad de ese pueblo que permitió la mayor transformación social que ha vivido el Ecuador desde la Revolución Alfarista. ¿Por qué no es capaz de reaccionar ante la arremetida de la barbarie neoliberal? ¿Qué ocurrió con ese pueblo protagonista, empoderado de sus conquistas? ¿Por qué luce tan arrinconado, impasible, indiferente? ¿Es que ha perdido su derecho a soñar? La respuesta no es fácil. Obviaré las reflexiones en torno al deficitario trabajo del proyecto político en el campo de la cultura para centrarme exclusivamente en dos puntos que considero cruciales: 1) La orfandad de liderazgos; y 2) la ausencia de una hoja de ruta que oriente el derrotero para migrar de una posición de repliegue (resistencia), que ha durado demasiado, hacia una nueva etapa: la revancha popular (ofensiva). Si el correísmo, como categoría política -no la parodia descrita al principio de este artículo- no es capaz de vertebrar una estrategia para entrar con fuerza en la disputa de la “coyuntura”, que es siempre una construcción mediática (y política), estará condenado a perder vigencia, tarde o temprano. ¿Quién carajo decide por nosotros qué es la coyuntura? ¿Es que acaso no es coyuntural la discusión de la agenda 2030? ¿Por qué la prensa no nos habla de la amenaza de la economía algorítmica en el mercado laboral? ¿Para cuándo la etiqueta de coyuntura sobre los grandes desafíos que enfrentan las ciudades costeras del país -como Guayaquil o la isla de Jambelí- por consecuencia de la elevación del nivel del mar? ¿Estamos conscientes de los altísimos costos humanos y económicos que supondrá para nuestro entorno el cambio climático? “Ya habrá tiempo, todo el tiempo del mundo para preocuparnos de esos temas” habrá pensado don Julio César; “Seguro alcanzo a dar la primicia” dirá don Alfonso… ¿Queda claro quiénes son los dueños de la coyuntura? ¿Qué opinan los jóvenes, los llamados a encarar los complejos escenarios venideros?
La batalla de las ideas no es otra cosa que entrar en la pelea de la agenda setting; se trata de romper con el monopolio del sentido común. ¡De esto depende la eficacia de cualquier proyecto político! Y el correísmo no está dando esta batalla, por lo menos no con la contundencia debida. No podrá hacerlo mientras no se logren propiciar ciertas circunstancias. La vuelta de tuerca estará supeditada a la resolución de algunas interrogantes clave, a saber: ¿A quién, o a quiénes, les corresponde guiar el camino en esta nueva etapa que interpela al correísmo?; ¿Alcanza el clivaje correísmo-anticorreísmo para encarar todos los debates políticos que la contemporaneidad exige? Si para la primera pregunta la respuesta es seguir dependiendo de las pautas señaladas por los líderes históricos de la Revolución Ciudadana, entonces se deberá analizar la reducida capacidad de acción de muchos de ellos,- empezando por el expresidente, Rafael Correa- quienes dedican buena parte de su tiempo y esfuerzo a defenderse de la estrategia de lawfare de la que son víctimas. Si la respuesta apunta a la renovación de liderazgos, es decir, a la entrega de la posta hacia nuevos actores políticos, la subsecuente pregunta es ¿pa’ cuándo y de qué forma se hará? ¿Es que no se han dado cuenta que el cronómetro corre y corre cada vez más rápido ante la pícara sonrisa de una derecha que se frota las manos? Respecto a la cuestión sobre si alcanza el correísmo para irrumpir en nuevas agendas como la lucha feminista, la causa GLBTI, el ecologismo, la cuestión indígena, y otros muchos debates apartados de las discusiones mainstream, la repuesta es que no, por lo menos no alcanza por ahora; y esto no debe interpretarse solo como un reproche a lo realizado durante la denominada “década ganada”, que fue mucho y en tiempo récord, sino más bien como un llamado a la necesaria actualización de la lucha socialista. Si el correísmo, como principal símbolo de la izquierda ecuatoriana, no es capaz de resignificar su contenido e incorporar en su agenda política los grandes temas que impone la modernidad -y que exigen los jóvenes- pasará a la historia como un episodio importante pero no trascendente. Lo primero es poner orden casa adentro, zanjar los imperativos pendientes como el tema de los liderazgos; la gestión del capital político; la reconstrucción de la estructura partidista; el trabajo de campo; la consolidación de alianzas duraderas (y coherentes); la formación de cuadros; la redefinición del marco ideológico; la pedagogía popular; etc. Lo segundo es la demandada renovación del proyecto político, lo que significa dejar de mirar obsesivamente por el retrovisor para poner manos a la obra en el diseño de una agenda programática, una agenda amplia y de futuro. Y para esto solo hace falta poner la mirada en la nueva sangre revolucionaria: una apuesta decidida sobre los jóvenes, sí, sobre esa generación que pasó de la adolescencia a la adultez convenciéndose de que otro Ecuador es posible; esos jóvenes que inflamaron su pecho de orgullo con los muchos aciertos pero que también han aprendido de los errores cometidos durante el camino. Una apuesta decidida sobre los jóvenes que se resisten a vivir las penurias de los 90s; son esos los jóvenes que con alegría combativa y adueñados de su futuro se unirán para arengar con los brazos en alto y los puños cerrados ¡Por lo que fueron somos, por lo que somos serán! Ya va llegando la hora de la nueva ola progresista en América Latina.