¿De verdad cambió Trump de casaca?
VoltaireNet.org Thierry Meyssan 12 de abril de 2017
Las cancillerías y la prensa aseguran que el presidente Trump ha cambiado su política y que traicionó a sus electores al aceptar la renuncia del general Flynn y con el bombardeo contra la base aérea siria de Shairat. Por su parte, Thierry Meyssan expone una serie de incoherencias que hacen pensar lo contrario: la agresión militar estadounidense contra Siria podría en realidad estar dirigida contra los aliados de Washington.
Michael T. Flynn y su amigo Sebastian Gorka muestran cada uno el libro del otro. El general Michael Flynn, representante de la política anti-yihadistas, se vio obligado a renunciar a sus funciones como consejero de seguridad nacional. Sebastian Gorka se mantiene como consejero adjunto del presidente Trump. Según Gorka, las apariencias del bombardeo de Shairat disimulan la realidad en cuanto a la política actual de la Casa Blanca.
Después de ser electo presidente de Estados Unidos gracias a un programa tendiente a poner fin al imperialismo y a servir los verdaderos intereses de su pueblo, ¿es posible que Donald Trump haya cambiado bruscamente de casaca, sólo 3 meses después de su llegada a la Casa Blanca?
Esa es la interpretación ultramayoritaria del bombardeo del 6 de abril de 2017 contra la base siria de Shairat. Todos los aliados de Estados Unidos han aprobado esa acción en nombre de supuestos principios humanitarios. Todos los aliados de Siria la condenaron en nombre del Derecho Internacional.
Sin embargo, durante el debate en el Consejo de Seguridad de la ONU, el representante del secretario general de Naciones Unidas no apoyó el argumento de un ataque químico supuestamente perpetrado por Damasco. Ese funcionario de la ONU resaltó, por el contrario, que era por el momento imposible saber cómo pudo tener lugar ese ataque. El representante de Bolivia incluso puso en duda la existencia misma de ese incidente químico, reportado únicamente por los White Helmets, o “Cascos Blancos”, que no son otra cosa que un grupo de al-Qaeda que el MI6 británico utiliza para cubrir sus necesidades en materia de propaganda contra Siria. En todo caso, todos los expertos militares subrayan que los gases de combate se utilizan mediante disparos de obuses pero nunca, absolutamente nunca, mediante bombardeos aéreos.
Como quiera que sea, el ataque estadounidense contra la base siria de Shayrat se caracterizó por su aparente brutalidad: los 59 misiles BGM-109 Tomahawk utilizados representaban una potencia total equivalente a casi 2 bombas atómicas como la de Hiroshima. Pero el ataque se caracterizó también por su ineficacia: aunque hubo mártires que murieron tratando de apagar un incendio, los daños fueron muy poco importantes, tanto que al día siguiente la base ya estaba funcionando nuevamente.
O sea, la US Navy es un «tigre de papel» o esta operación no fue más que una puesta en escena.
De ser así, sería más fácil entender por qué la defensa antiaérea rusa no reaccionó, ya que esa ausencia de reacción implicaría que los sistemas de misiles antiaéreos rusos S-400 –cuyo funcionamiento es automático– habían sido voluntariamente desactivados antes del ataque.
Todo se desarrolló como si la Casa Blanca hubiese imaginado una artimaña cuyo objetivo final sería arrastrar a sus aliados a una guerra contra los utilizadores de armas químicas, o sea contra los yihadistas. En efecto, hasta ahora, según Naciones Unidas, los únicos casos realmente comprobados de uso de ese tipo de arma en Siria e Irak son los que se atribuyen a los yihadistas.
Durante los 3 últimos meses, Estados Unidos rompió con la política del republicano George Bush hijo –quien firmó la declaración de guerra contra Siria contenida en el texto de la Syrian Accountablity Act– y del demócrata Barack Obama –quien respaldó la «primavera árabe», o sea la reedición de la «Gran Revuelta Árabe», organizada por los británicos en 1916. Pero Donald Trump no había logrado convencer a sus aliados –principalmente a los alemanes, británicos y franceses– para modificar esa política.
Aprovechando lo que parece ser un cambio radical de la política de la Casa Blanca, Londres ha multiplicado sus declaraciones contra Siria, Rusia e Irán. El ministro británico de Exteriores, Boris Johnson, incluso canceló su visita a Moscú.
Pero, si Washington ha cambiado de política, ¿por qué, haciendo exactamente lo contrario que su homólogo británico, el secretario de Estado Rex Tillerson confirma su próximo viaje a Moscú?
¿Y por qué el presidente chino Xi Jinping, quien se hallaba precisamente con su homólogo estadounidense durante el bombardeo contra la base aérea siria de Shairat, reaccionó tan pasivamente a pesar de que China ha hecho uso 6 veces de su derecho al veto en el Consejo de Seguridad para proteger a Siria?
En medio de este unanimismo oratorio y de tantos hechos contradictorios, el consejero adjunto del presidente Trump, Sebastian Gorka, multiplica además los mensajes en sentido opuesto. Gorka asegura que la Casa Blanca sigue considerando al presidente Assad como legítimo y a los yihadistas como el enemigo a liquidar. Sebastian Gorka es un amigo muy cercano del general Michael Flynn, quien había concebido el plan de Trump contra los yihadistas en general y, en particular, contra el Emirato Islámico (Daesh).
Esa es la interpretación ultramayoritaria del bombardeo del 6 de abril de 2017 contra la base siria de Shairat. Todos los aliados de Estados Unidos han aprobado esa acción en nombre de supuestos principios humanitarios. Todos los aliados de Siria la condenaron en nombre del Derecho Internacional.
Sin embargo, durante el debate en el Consejo de Seguridad de la ONU, el representante del secretario general de Naciones Unidas no apoyó el argumento de un ataque químico supuestamente perpetrado por Damasco. Ese funcionario de la ONU resaltó, por el contrario, que era por el momento imposible saber cómo pudo tener lugar ese ataque. El representante de Bolivia incluso puso en duda la existencia misma de ese incidente químico, reportado únicamente por los White Helmets, o “Cascos Blancos”, que no son otra cosa que un grupo de al-Qaeda que el MI6 británico utiliza para cubrir sus necesidades en materia de propaganda contra Siria. En todo caso, todos los expertos militares subrayan que los gases de combate se utilizan mediante disparos de obuses pero nunca, absolutamente nunca, mediante bombardeos aéreos.
Como quiera que sea, el ataque estadounidense contra la base siria de Shayrat se caracterizó por su aparente brutalidad: los 59 misiles BGM-109 Tomahawk utilizados representaban una potencia total equivalente a casi 2 bombas atómicas como la de Hiroshima. Pero el ataque se caracterizó también por su ineficacia: aunque hubo mártires que murieron tratando de apagar un incendio, los daños fueron muy poco importantes, tanto que al día siguiente la base ya estaba funcionando nuevamente.
O sea, la US Navy es un «tigre de papel» o esta operación no fue más que una puesta en escena.
De ser así, sería más fácil entender por qué la defensa antiaérea rusa no reaccionó, ya que esa ausencia de reacción implicaría que los sistemas de misiles antiaéreos rusos S-400 –cuyo funcionamiento es automático– habían sido voluntariamente desactivados antes del ataque.
Todo se desarrolló como si la Casa Blanca hubiese imaginado una artimaña cuyo objetivo final sería arrastrar a sus aliados a una guerra contra los utilizadores de armas químicas, o sea contra los yihadistas. En efecto, hasta ahora, según Naciones Unidas, los únicos casos realmente comprobados de uso de ese tipo de arma en Siria e Irak son los que se atribuyen a los yihadistas.
Durante los 3 últimos meses, Estados Unidos rompió con la política del republicano George Bush hijo –quien firmó la declaración de guerra contra Siria contenida en el texto de la Syrian Accountablity Act– y del demócrata Barack Obama –quien respaldó la «primavera árabe», o sea la reedición de la «Gran Revuelta Árabe», organizada por los británicos en 1916. Pero Donald Trump no había logrado convencer a sus aliados –principalmente a los alemanes, británicos y franceses– para modificar esa política.
Aprovechando lo que parece ser un cambio radical de la política de la Casa Blanca, Londres ha multiplicado sus declaraciones contra Siria, Rusia e Irán. El ministro británico de Exteriores, Boris Johnson, incluso canceló su visita a Moscú.
Pero, si Washington ha cambiado de política, ¿por qué, haciendo exactamente lo contrario que su homólogo británico, el secretario de Estado Rex Tillerson confirma su próximo viaje a Moscú?
¿Y por qué el presidente chino Xi Jinping, quien se hallaba precisamente con su homólogo estadounidense durante el bombardeo contra la base aérea siria de Shairat, reaccionó tan pasivamente a pesar de que China ha hecho uso 6 veces de su derecho al veto en el Consejo de Seguridad para proteger a Siria?
En medio de este unanimismo oratorio y de tantos hechos contradictorios, el consejero adjunto del presidente Trump, Sebastian Gorka, multiplica además los mensajes en sentido opuesto. Gorka asegura que la Casa Blanca sigue considerando al presidente Assad como legítimo y a los yihadistas como el enemigo a liquidar. Sebastian Gorka es un amigo muy cercano del general Michael Flynn, quien había concebido el plan de Trump contra los yihadistas en general y, en particular, contra el Emirato Islámico (Daesh).