¿Quién está detrás de la orgía de sangre contra el pueblo colombiano?
PCC 26 de agosto de 2018
Mientras el presidente Iván Duque Márquez, termina de repartir la torta burocrática entre sus áulicos, el país nacional se desangra. Aquí, allá y más allá, siguen cayendo líderes populares, indígenas, campesinos, sindicales, dirigentes políticos, etc, en medio del sepulcral silencio mediático.
Colombia es repartida como cualquier baratija parte por parte, centímetro por centímetro entre esta clase avara, corrupta y criminal. Quien coge más, quien abarca más, quien toma la delantera en cuestión de burocracia. Parecen aves de rapiña que caen con avidez sobre el cuerpo descompuesto para devorarlo en un santiamén.
Álvaro Uribe Vélez, Cesar Gaviria Trujillo y Andrés Pastrana Arango, cadáveres políticos insepultos, se unen como carroñeros a tomar las mejores partes para sí, sin el más elemental respeto por un país que sueña con ser feliz, aunque sea una utopía distante y nebulosa por el momento.
El presidente, para congraciarse con estas ratas de cuello blanco, anuncia descaradamente más impuestos para el pueblo y menos para los integrantes de su clase social: Multinacionales y transnacionales. Lo dice sin remordimiento por esos 10 millones de incautos que corrieron a apoyarlo con el único compromiso de cerrarle el paso al “castrochavismo”.
Y mientras en las alturas hay una disputa al estilo piñata, o sea, quien coge más, al interior del pueblo cunde el pánico, el miedo, ante la orgía de sangre que se viene presentando silenciosamente. El país nacional es como una mazorca que se viene desgranando inexorablemente sin que nadie se dé cuenta. El duelo es solo para los familiares y allegados.
Ojo, ¿Por quién doblan las campanas? Se pregunta Ernest Hemingway y el mismo se responde: “Doblan por ti”. La dinámica que estamos viviendo es como cerrar los ojos y esperar lo que tiene que ocurrir. Es como llevar a la realidad el dramático poema de Bertoldo Brecht: Se llevaron a todos y no me importó, ahora me llevan a mí, pero es demasiado tarde.
La fetidez de la descomposición de la clase dominante hace metástasis. Es decir, se hace cada día más evidente. Sin embargo, los aparatos ideológicos y represivos son tan violentos y agresivos, que todavía el país nacional considera que se puede vivir en este régimen excluyente, sectario y egoísta. Se acude a la resignación y al rebusque como tablas de salvación.
Esos líderes y lideresas que tratan de sobreponerse a ese manto de inmovilismo que nos ofrece la clase dominante a través de sus aparatos ideológicos y represivos, son los que vienen asesinando solapadamente, silenciosamente.
Y estamos tan adoctrinados y amaestrados que terminamos en unos casos “justificando” estos crímenes, subvalorándolos o condenando a los familiares a su suerte. “Por algo sería”, es la voz silenciosa que se escucha, generalmente en estos casos.
¿Quién estará detrás de estos crimines horripilantes? ¿Son hechos aislados y por líos de faldas? ¿Es que esas víctimas caías en desgracia no tenían derecho a vivir y ser feliz? ¿Es que el derecho de vivir es exclusividad de la clase dominante?
Hay quienes sostienen que no hay ningún indicio que sea el Estado mafioso, a través de un sector del militarismo en alianza con el paramilitarismo. Si no es el Estado mafioso, narcotraficante, latifundista y paramilitar, entonces, ¿Quién?
La indiferencia mata. La insolidaridad destruye la condición humana. Es más: La indiferencia no nos coloca a salvo. Muchos suelen decir tímidamente: “No soy ni de derecha, ni de izquierda; no me meto ni con el uno, ni con el otro”. Eso no lo salva. Hay que asumir una postura clara y consecuente: Luchar por la vida, la justicia social y la paz.
Eso nos debe llevar a la solidaridad militante, a sentir el dolor ajeno como propio, a compartir y a luchar a brazo torcido contra la injusticia, contra el crimen organizado y contra la vil explotación del hombre por el hombre.
Ser solidario es respaldar decididamente la consulta contra la corrupción, salir a votar copiosamente, invitar a la familia, a los amigos y amigas. Hacerlo bien temprano.
Hay que batallar contra este flagelo inherente al capitalismo. Hay que saber quiénes son los autores intelectuales de la orgía de sangre humana y plebeya que hoy viene bañando la patria de Bolívar, Sucre y Anzoátegui. No simplemente para saberlo, sino para ayudar a cambiar esa cruda realidad de la muerte, por la cultura de la vida y de la esperanza. Realmente nos merecemos una segunda oportunidad sobre la tierra como la dinastía de los Buendía en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez.
Álvaro Uribe Vélez, Cesar Gaviria Trujillo y Andrés Pastrana Arango, cadáveres políticos insepultos, se unen como carroñeros a tomar las mejores partes para sí, sin el más elemental respeto por un país que sueña con ser feliz, aunque sea una utopía distante y nebulosa por el momento.
El presidente, para congraciarse con estas ratas de cuello blanco, anuncia descaradamente más impuestos para el pueblo y menos para los integrantes de su clase social: Multinacionales y transnacionales. Lo dice sin remordimiento por esos 10 millones de incautos que corrieron a apoyarlo con el único compromiso de cerrarle el paso al “castrochavismo”.
Y mientras en las alturas hay una disputa al estilo piñata, o sea, quien coge más, al interior del pueblo cunde el pánico, el miedo, ante la orgía de sangre que se viene presentando silenciosamente. El país nacional es como una mazorca que se viene desgranando inexorablemente sin que nadie se dé cuenta. El duelo es solo para los familiares y allegados.
Ojo, ¿Por quién doblan las campanas? Se pregunta Ernest Hemingway y el mismo se responde: “Doblan por ti”. La dinámica que estamos viviendo es como cerrar los ojos y esperar lo que tiene que ocurrir. Es como llevar a la realidad el dramático poema de Bertoldo Brecht: Se llevaron a todos y no me importó, ahora me llevan a mí, pero es demasiado tarde.
La fetidez de la descomposición de la clase dominante hace metástasis. Es decir, se hace cada día más evidente. Sin embargo, los aparatos ideológicos y represivos son tan violentos y agresivos, que todavía el país nacional considera que se puede vivir en este régimen excluyente, sectario y egoísta. Se acude a la resignación y al rebusque como tablas de salvación.
Esos líderes y lideresas que tratan de sobreponerse a ese manto de inmovilismo que nos ofrece la clase dominante a través de sus aparatos ideológicos y represivos, son los que vienen asesinando solapadamente, silenciosamente.
Y estamos tan adoctrinados y amaestrados que terminamos en unos casos “justificando” estos crímenes, subvalorándolos o condenando a los familiares a su suerte. “Por algo sería”, es la voz silenciosa que se escucha, generalmente en estos casos.
¿Quién estará detrás de estos crimines horripilantes? ¿Son hechos aislados y por líos de faldas? ¿Es que esas víctimas caías en desgracia no tenían derecho a vivir y ser feliz? ¿Es que el derecho de vivir es exclusividad de la clase dominante?
Hay quienes sostienen que no hay ningún indicio que sea el Estado mafioso, a través de un sector del militarismo en alianza con el paramilitarismo. Si no es el Estado mafioso, narcotraficante, latifundista y paramilitar, entonces, ¿Quién?
La indiferencia mata. La insolidaridad destruye la condición humana. Es más: La indiferencia no nos coloca a salvo. Muchos suelen decir tímidamente: “No soy ni de derecha, ni de izquierda; no me meto ni con el uno, ni con el otro”. Eso no lo salva. Hay que asumir una postura clara y consecuente: Luchar por la vida, la justicia social y la paz.
Eso nos debe llevar a la solidaridad militante, a sentir el dolor ajeno como propio, a compartir y a luchar a brazo torcido contra la injusticia, contra el crimen organizado y contra la vil explotación del hombre por el hombre.
Ser solidario es respaldar decididamente la consulta contra la corrupción, salir a votar copiosamente, invitar a la familia, a los amigos y amigas. Hacerlo bien temprano.
Hay que batallar contra este flagelo inherente al capitalismo. Hay que saber quiénes son los autores intelectuales de la orgía de sangre humana y plebeya que hoy viene bañando la patria de Bolívar, Sucre y Anzoátegui. No simplemente para saberlo, sino para ayudar a cambiar esa cruda realidad de la muerte, por la cultura de la vida y de la esperanza. Realmente nos merecemos una segunda oportunidad sobre la tierra como la dinastía de los Buendía en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez.
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