La guerra de Ucrania, del Maidán al Donbás
EOM Javier Espadas 21 de mayo de 2020
La guerra del Donbás, en el este de Ucrania, corría el riesgo de convertirse en uno de los conflictos olvidados del espacio postsoviético, como los de Transnistria, Nagorno Karabaj, Abjasia u Osetia del Sur. Desde su estallido en 2014 tras la revuelta del Maidán, el conflicto se ha cobrado la vida de más de 13.000 personas y ha visto fracasar varios planes de paz. Sin embargo, la llegada de Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania en 2019 y un cierto cambio de postura por parte de Rusia acercan la guerra a su resolución.
Soldados ucranianos en el este del país. Fuente: Ministerio de Defensa de Ucrania (Flickr).
Víktor Yanukóvich, el entonces presidente de Ucrania, viajó a Moscú el 17 de diciembre de 2013 para aceptar la oferta de su homólogo ruso, Vladímir Putin, de exportar gas natural a Ucrania a precio reducido. Rusia también extendería una línea de crédito de 15.000 millones de dólares para evitar la bancarrota del Gobierno de Kiev. Con ese viaje, Yanukóvich puso fin a meses de acercamiento a la Unión Europea, con la que había estado negociando un acuerdo de libre comercio.
Este giro hacia Moscú encendió los ánimos de parte de la población ucraniana, que anhelaba un futuro, si no europeo, al menos más independiente de Rusia. Las protestas proeuropeas contra Yanukóvich que estallaron entonces en la céntrica plaza del Maidán de Kiev acabarían derribando el Gobierno y convirtiéndose, como consecuencia de la represión policial, en la revolución más importante de la historia de la Ucrania independiente. En la región del Donbás, en el este del país, los sucesos del Maidán darían lugar a una guerra civil que sigue abierta seis años después.
De Maidán al Donbás
Durante la Revolución del Maidán, los ucranianos ocuparon permanentemente el centro de la capital, Kiev, montaron campamentos, celebraron conciertos y actos culturales, y se organizaron en grupos de autodefensa para protegerse de los cuerpos policiales. La policía de Yanukóvich, que reprimió duramente las protestas, se apoyó además en los titushki, jóvenes violentos a los que el Gobierno pagaba para que provocaran el caos y disuadieran a la gente de salir a protestar.
A medida que la confrontación aumentaba, las protestas proeuropeas se transformaron en un movimiento mucho mayor que incluía grupos nacionalistas y ciudadanos hastiados con la corrupción y la represión del Gobierno. La violencia llegaría a su punto álgido en febrero de 2014, forzando a Yanukóvich a escapar a Rusia el día 21 de ese mes. Al día siguiente, el Parlamento aprobó terminar su mandato y emitió una orden de arresto contra él, culminando así la Revolución de Maidán y abriendo un nuevo periodo en la historia del país.
Este giro hacia Moscú encendió los ánimos de parte de la población ucraniana, que anhelaba un futuro, si no europeo, al menos más independiente de Rusia. Las protestas proeuropeas contra Yanukóvich que estallaron entonces en la céntrica plaza del Maidán de Kiev acabarían derribando el Gobierno y convirtiéndose, como consecuencia de la represión policial, en la revolución más importante de la historia de la Ucrania independiente. En la región del Donbás, en el este del país, los sucesos del Maidán darían lugar a una guerra civil que sigue abierta seis años después.
De Maidán al Donbás
Durante la Revolución del Maidán, los ucranianos ocuparon permanentemente el centro de la capital, Kiev, montaron campamentos, celebraron conciertos y actos culturales, y se organizaron en grupos de autodefensa para protegerse de los cuerpos policiales. La policía de Yanukóvich, que reprimió duramente las protestas, se apoyó además en los titushki, jóvenes violentos a los que el Gobierno pagaba para que provocaran el caos y disuadieran a la gente de salir a protestar.
A medida que la confrontación aumentaba, las protestas proeuropeas se transformaron en un movimiento mucho mayor que incluía grupos nacionalistas y ciudadanos hastiados con la corrupción y la represión del Gobierno. La violencia llegaría a su punto álgido en febrero de 2014, forzando a Yanukóvich a escapar a Rusia el día 21 de ese mes. Al día siguiente, el Parlamento aprobó terminar su mandato y emitió una orden de arresto contra él, culminando así la Revolución de Maidán y abriendo un nuevo periodo en la historia del país.
Campamento en la plaza del Maidán de Kiev a principios de julio de 2014. En el escudo se puede leer en ucraniano “el Donbás es Ucrania”. El cartel con la bandera rusa dice: “No necesitamos su ayuda”. También se leen los nombres de las ciudades de Donetsk, Mariúpol y Kramatorsk, todas en la región del Donbás. Fotografía original del autor.
Inmediatamente después se formó un Gobierno de transición y se convocaron elecciones presidenciales para el 25 de mayo, que ganaría el oligarca Petro Poroshenko, conocido por su apoyo a los manifestantes del Maidán. Sin embargo, la caída del Gobierno no fue recibida de la misma manera en toda Ucrania. En las regiones de Donetsk, Lugansk, Crimea y en la ciudad de Sebastopol, en el sureste del país, donde la mayoría de la población es rusoparlante, Yanukóvich había recibido más del 70% de los votos en las presidenciales de 2010, alcanzando el 90% en algunas zonas. Allí pronto se organizaron grupos contrarios al Maidán para mostrar su oposición a los sucesos de Kiev. La postura prorrusa de Crimea se explica porque la península había pertenecido a Rusia hasta hace pocas décadas, pero las razones de los habitantes del Donbás —que incluye los óblast de Donetsk y Lugansk— eran algo más complejas.
Para ampliar: “El legado soviético y la construcción del sentimiento nacional en Ucrania”, Javier Espadas en El Orden Mundial, 2020
Donetsk y Lugansk son regiones muy industrializadas ricas en recursos como el carbón, que les permitían aportar un 20% del PIB del país en 2013 suponiendo solo un 5% del territorio. Durante el dominio soviético, los mineros eran muy respetados, y la propaganda incluso ensalzó a algunos como héroes. La situación cambió con la independencia de Ucrania en 1991. Las crisis económicas, la caída de las subvenciones al sector minero y las políticas lingüísticas de discriminación positiva en favor del ucraniano alienaron a la población de la región. El Donbás apoyaba masivamente a Yanukóvich y su postura prorrusa, y no aplaudió la revolución que le derrocó. Rusia vio una oportunidad en ese descontento y supo capitalizarlo.
Solo unos días después de la huida de Yakunóvich a Moscú, el 27 de febrero de 2014, unos “hombrecillos verdes” armados tomaron el parlamento de Crimea, en la ciudad de Simferópol. Poco a poco, esos hombres fueron capturando las bases militares de Crimea, encontrando poca resistencia a su paso. Semanas más tarde, el Kremlin comenzó a insinuar que estos grupos armados con uniformes sin insignias eran en realidad soldados rusos. Tras un referéndum exprés en el que Crimea dio un apoyo casi unánime a la unión con Rusia, Putin firmó el 18 de marzo su anexión a la Federación Rusa, una anexión considerada ilegal por la mayoría de la comunidad internacional y rechazada por el Gobierno de Ucrania.
Además, la anexión de Crimea ha dado a Rusia el control del estrecho de Kerch, que da acceso al pequeño mar de Azov desde el mar Negro. Los barcos ucranianos deben ahora cruzar aguas controladas por Moscú para alcanzar importantes ciudades portuarias del este del país como Mariúpol. A pesar de que el derecho del mar garantiza paso libre por los estrechos, ya se han producido diversos incidentes entre Ucrania y Rusia.
Para ampliar: “El mar de Azov, el tercer frente de la guerra de Ucrania”, Blas Moreno en El Orden Mundial, 2018
Por otro lado, los grupos anti-Maidán del Donbás se organizaron para ocupar los edificios gubernamentales y declarar la independencia unilateral de las regiones de Donetsk y Lugansk en mayo de 2014. Tras un cruento enfrentamiento con las tropas ucranianas, apoyadas por voluntarios, los rebeldes retrocedieron y en agosto parecía que Kiev lograría restablecer el orden. Sin embargo, el apoyo económico, militar y de inteligencia que Rusia ofreció a las milicias permitió su supervivencia, y los rebeldes recuperaron terreno en una contraofensiva en septiembre. Desde entonces, el frente se ha mantenido más o menos estancado en esas líneas.
Para ampliar: “El legado soviético y la construcción del sentimiento nacional en Ucrania”, Javier Espadas en El Orden Mundial, 2020
Donetsk y Lugansk son regiones muy industrializadas ricas en recursos como el carbón, que les permitían aportar un 20% del PIB del país en 2013 suponiendo solo un 5% del territorio. Durante el dominio soviético, los mineros eran muy respetados, y la propaganda incluso ensalzó a algunos como héroes. La situación cambió con la independencia de Ucrania en 1991. Las crisis económicas, la caída de las subvenciones al sector minero y las políticas lingüísticas de discriminación positiva en favor del ucraniano alienaron a la población de la región. El Donbás apoyaba masivamente a Yanukóvich y su postura prorrusa, y no aplaudió la revolución que le derrocó. Rusia vio una oportunidad en ese descontento y supo capitalizarlo.
Solo unos días después de la huida de Yakunóvich a Moscú, el 27 de febrero de 2014, unos “hombrecillos verdes” armados tomaron el parlamento de Crimea, en la ciudad de Simferópol. Poco a poco, esos hombres fueron capturando las bases militares de Crimea, encontrando poca resistencia a su paso. Semanas más tarde, el Kremlin comenzó a insinuar que estos grupos armados con uniformes sin insignias eran en realidad soldados rusos. Tras un referéndum exprés en el que Crimea dio un apoyo casi unánime a la unión con Rusia, Putin firmó el 18 de marzo su anexión a la Federación Rusa, una anexión considerada ilegal por la mayoría de la comunidad internacional y rechazada por el Gobierno de Ucrania.
Además, la anexión de Crimea ha dado a Rusia el control del estrecho de Kerch, que da acceso al pequeño mar de Azov desde el mar Negro. Los barcos ucranianos deben ahora cruzar aguas controladas por Moscú para alcanzar importantes ciudades portuarias del este del país como Mariúpol. A pesar de que el derecho del mar garantiza paso libre por los estrechos, ya se han producido diversos incidentes entre Ucrania y Rusia.
Para ampliar: “El mar de Azov, el tercer frente de la guerra de Ucrania”, Blas Moreno en El Orden Mundial, 2018
Por otro lado, los grupos anti-Maidán del Donbás se organizaron para ocupar los edificios gubernamentales y declarar la independencia unilateral de las regiones de Donetsk y Lugansk en mayo de 2014. Tras un cruento enfrentamiento con las tropas ucranianas, apoyadas por voluntarios, los rebeldes retrocedieron y en agosto parecía que Kiev lograría restablecer el orden. Sin embargo, el apoyo económico, militar y de inteligencia que Rusia ofreció a las milicias permitió su supervivencia, y los rebeldes recuperaron terreno en una contraofensiva en septiembre. Desde entonces, el frente se ha mantenido más o menos estancado en esas líneas.
Situación en el Donbás a 19 de Mayo de 2020. Ucrania controla el oeste y norte de los óblasts de Donetsk y Lugansk, y los rebeldes la zona color arena, incluyendo una larga extensión de la frontera con Rusia. A pesar de el frente se encuentra estático, sigue habiendo enfrentamientos. Fuente: Ministerio de Defensa de Ucrania
Entretanto, las consecuencias del conflicto llegaron lejos de la región en disputa. El 17 de julio de 2014, el vuelo MH17 de Malaysia Airlines que cubría la ruta de Ámsterdam a Kuala Lumpur fue derribado por un misil tierra-aire de fabricación rusa mientras sobrevolaba el Donbás. Fallecieron las 298 personas a bordo, la mayoría de ellos neerlandeses, y ambos bandos se culparon del ataque. La justicia de los Países Bajos aún está investigando el suceso, aunque los acusados de transportar el dispositivo tienen conexiones con la inteligencia rusa, lo que apunta a la culpabilidad de los rebeldes. Según la ONU, la guerra en el este de Ucrania se ha cobrado más de 13.000 vidas entre 2014 y 2019, y las consecuencias han llegado incluso al ámbito religioso, provocando el cisma más importante en la Iglesia ortodoxa desde el Cisma de Oriente de 1054.
Para ampliar: “Crimea, la península por la que se enfrentaron imperios”, Arsenio Cuenca en El Orden Mundial, 2019
El dilema de los batallones de voluntarios
El conflicto del Donbás tomó a las Fuerzas Armadas ucranianas por sorpresa y sin la capacidad de hacer frente a las milicias apoyadas por Moscú. Desde los primeros momentos, grupos de voluntarios tomaron las armas para frenar la ofensiva rebelde, dando un tiempo crucial al Ejército ucraniano para reaccionar. Algunos grupos, como Sector Derecho, contaban ya con estructuras armadas creadas durante el Maidán, mientras otros fueron creados espontáneamente o con ayuda de oligarcas locales. Otros tenían sus puestos de reclutamiento en Maidán, y dependían de las donaciones particulares, grupos de Whatsapp o vídeos propagandísticos para subsistir. En septiembre de 2014, se estimaban en 37 los batallones voluntarios activos, aunque si se incluyen a otros grupos más reducidos, el número total es mayor.
La respuesta del Gobierno a la revuelta en el Donbás llegaría en abril de 2014, bautizada como Operación Antiterrorista para deslegitimar las reclamaciones separatistas. El Ejército ucraniano aumentó su presencia en la región y se coordinó con los batallones de voluntarios. Tras el verano, la intensidad de los enfrentamientos decayó, y el Gobierno comenzó a integrar a los batallones en los Ministerios de Defensa e Interior. A pesar del apoyo que habían prestado durante la guerra, los grupos paramilitares, algunos de ellos económicamente dependientes de oligarcas, eran también ejércitos privados que podían ser usados por sus patrocinadores para proteger sus intereses personales.
Para ampliar: “Crimea, la península por la que se enfrentaron imperios”, Arsenio Cuenca en El Orden Mundial, 2019
El dilema de los batallones de voluntarios
El conflicto del Donbás tomó a las Fuerzas Armadas ucranianas por sorpresa y sin la capacidad de hacer frente a las milicias apoyadas por Moscú. Desde los primeros momentos, grupos de voluntarios tomaron las armas para frenar la ofensiva rebelde, dando un tiempo crucial al Ejército ucraniano para reaccionar. Algunos grupos, como Sector Derecho, contaban ya con estructuras armadas creadas durante el Maidán, mientras otros fueron creados espontáneamente o con ayuda de oligarcas locales. Otros tenían sus puestos de reclutamiento en Maidán, y dependían de las donaciones particulares, grupos de Whatsapp o vídeos propagandísticos para subsistir. En septiembre de 2014, se estimaban en 37 los batallones voluntarios activos, aunque si se incluyen a otros grupos más reducidos, el número total es mayor.
La respuesta del Gobierno a la revuelta en el Donbás llegaría en abril de 2014, bautizada como Operación Antiterrorista para deslegitimar las reclamaciones separatistas. El Ejército ucraniano aumentó su presencia en la región y se coordinó con los batallones de voluntarios. Tras el verano, la intensidad de los enfrentamientos decayó, y el Gobierno comenzó a integrar a los batallones en los Ministerios de Defensa e Interior. A pesar del apoyo que habían prestado durante la guerra, los grupos paramilitares, algunos de ellos económicamente dependientes de oligarcas, eran también ejércitos privados que podían ser usados por sus patrocinadores para proteger sus intereses personales.
La URSS y Rusia han lanzado varias intervenciones para asegurar su zona de influencia desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, no todos los batallones se integraron en las estructuras del Estado. Algunos, como el Batallón OUN o el brazo armado de Sector Derecho, siguen siendo independientes y han permanecido en la región. Otros grupos que sí se integraron en los Ministerios siguen muy vinculados a sus anteriores comandantes, que aún pueden movilizarlos para presionar al Gobierno. En consecuencia, los veteranos son un grupo de presión poderoso, además de muy bien valorado entre los ucranianos. Al mismo tiempo, muchos de los cientos de miles de veteranos que han regresado a sus hogares desde que comenzó la guerra afirman haber sufrido discriminación, pues a menudo se les asocia con los actos violentos y la ideología de extrema derecha que exiben algunos de ellos.
Para ampliar: “El terrorismo de extrema derecha ya es una amenaza global”, Arsenio Cuenca en El Orden Mundial, 2019
Desde 2015, el Gobierno y los voluntarios están cada vez más divididos, no solo por los intentos de Kiev de integrar a los grupos en sus estructuras, sino también por los crímenes cometidos por los paramilitares en el Donbás. De acuerdo con las autoridades ucranianas, el 20% de los voluntarios estaba involucrado en actividades criminales en la zona de guerra en 2015, y algunos de ellos han sido juzgados, aumentando la brecha entre voluntarios y autoridades. Además, los veteranos, y en especial los de extrema derecha, se han opuesto a los distintos acuerdos de paz negociados entre Ucrania y Rusia.
Con todo, la llegada a la presidencia ucraniana de Volodímir Zelenski en 2019 ha permitido un acercamiento de posturas entre Moscú y Kiev: Zelenski se ha mostrado mucho más dialogante y pragmático que su predecesor, Petro Poroshenko. En respuesta, los veteranos organizaron manifestaciones en todo el país y amenazaron incluso con acudir en masa al frente para frustrar las negociaciones de paz. El Gobierno presionó a los grupos independientes para que entregaran las armas y se retiraran del frente, y finalmente la entrega se produjo en septiembre de 2019, pero algunos grupos ignoraron las órdenes. En una imagen bastante inusual, Zelenski visitó el frente a finales de octubre para confrontar a los voluntarios que se oponían al proceso de paz, demostrando su voluntad de avanzar en la resolución del conflicto.
Para ampliar: “Volodímir Zelenski: de la televisión a la presidencia de Ucrania”, Arsenio Cuenca en El Orden Mundial, 2019
Cuatro planes de paz en un año
A pesar de los duros enfrentamientos, los esfuerzos por lograr una salida pacífica al conflicto surgieron desde el primer momento. El 20 de junio de 2014, el entonces presidente Poroshenko presentó su plan de paz para el Donbás, que incluía un corredor de seguridad para la retirada de las tropas rusas, una zona desmilitarizada de diez kilómetros a lo largo de la frontera ruso-ucraniana, el restablecimiento de los órganos gubernamentales ucranianos en el Donbás y una cierta descentralización del poder estatal. Poroshenko ofreció además otras concesiones, como una amnistía para los rebeldes que no fueran responsables de crímenes graves.
Sin embargo, este primer plan no convenció a Rusia, que había arriesgado mucho y sufría sanciones internacionales por su intervención en la guerra. Para Moscú, la vuelta a la situación anterior a 2014 no era suficiente: buscaba garantías de que Ucrania, y con ella el Donbás, no acabaría integrándose en instituciones occidentales como la UE o la OTAN. Además, Putin pretendía que Ucrania se convirtiera en un Estado federal para dar más autogobierno al Donbás. Ante la negativa rusa, el Ministerio de Exteriores ucraniano propuso el “plan de sincronización de Poroshenko”, muy similar al plan original pero cambiando el orden de los eventos. El establecimiento de la zona colchón en la frontera se haría en primer lugar, a pesar de ser inasumible para Moscú, pues suponía devolver a Ucrania el control de la zona rebelde. El plan de sincronización tampoco tuvo éxito.
Tras dos intentos fallidos, el 5 de septiembre de 2014, llegó el protocolo de Minsk, llamado así por haberse negociado en la capital bielorrusa. El protocolo de Minsk se fraguó en el marco del Grupo de Contacto Trilateral —que reúne a representantes de la OSCE, Ucrania, y Rusia y los rebeldes— y con la mediación de Alemania y Francia. Este acuerdo establecía un alto el fuego inmediato verificado por la OSCE y el autogobierno local de ciertas áreas de las regiones de Donetsk y Lugansk. La ley de autogobierno, aprobada en 2014 por tres años y extendida ya en dos ocasiones, exime de responsabilidad penal a las personas involucradas en los eventos del Donbás, garantiza el derecho de los habitantes a usar el ruso en los ámbitos privado y público, y reconoce el derecho de estas áreas al autogobierno de conformidad con la Constitución ucraniana. A continuación, la OSCE monitorizaría la frontera entre Ucrania y Rusia, y finalmente se producirían elecciones locales en el Donbás.
Para ampliar: “El terrorismo de extrema derecha ya es una amenaza global”, Arsenio Cuenca en El Orden Mundial, 2019
Desde 2015, el Gobierno y los voluntarios están cada vez más divididos, no solo por los intentos de Kiev de integrar a los grupos en sus estructuras, sino también por los crímenes cometidos por los paramilitares en el Donbás. De acuerdo con las autoridades ucranianas, el 20% de los voluntarios estaba involucrado en actividades criminales en la zona de guerra en 2015, y algunos de ellos han sido juzgados, aumentando la brecha entre voluntarios y autoridades. Además, los veteranos, y en especial los de extrema derecha, se han opuesto a los distintos acuerdos de paz negociados entre Ucrania y Rusia.
Con todo, la llegada a la presidencia ucraniana de Volodímir Zelenski en 2019 ha permitido un acercamiento de posturas entre Moscú y Kiev: Zelenski se ha mostrado mucho más dialogante y pragmático que su predecesor, Petro Poroshenko. En respuesta, los veteranos organizaron manifestaciones en todo el país y amenazaron incluso con acudir en masa al frente para frustrar las negociaciones de paz. El Gobierno presionó a los grupos independientes para que entregaran las armas y se retiraran del frente, y finalmente la entrega se produjo en septiembre de 2019, pero algunos grupos ignoraron las órdenes. En una imagen bastante inusual, Zelenski visitó el frente a finales de octubre para confrontar a los voluntarios que se oponían al proceso de paz, demostrando su voluntad de avanzar en la resolución del conflicto.
Para ampliar: “Volodímir Zelenski: de la televisión a la presidencia de Ucrania”, Arsenio Cuenca en El Orden Mundial, 2019
Cuatro planes de paz en un año
A pesar de los duros enfrentamientos, los esfuerzos por lograr una salida pacífica al conflicto surgieron desde el primer momento. El 20 de junio de 2014, el entonces presidente Poroshenko presentó su plan de paz para el Donbás, que incluía un corredor de seguridad para la retirada de las tropas rusas, una zona desmilitarizada de diez kilómetros a lo largo de la frontera ruso-ucraniana, el restablecimiento de los órganos gubernamentales ucranianos en el Donbás y una cierta descentralización del poder estatal. Poroshenko ofreció además otras concesiones, como una amnistía para los rebeldes que no fueran responsables de crímenes graves.
Sin embargo, este primer plan no convenció a Rusia, que había arriesgado mucho y sufría sanciones internacionales por su intervención en la guerra. Para Moscú, la vuelta a la situación anterior a 2014 no era suficiente: buscaba garantías de que Ucrania, y con ella el Donbás, no acabaría integrándose en instituciones occidentales como la UE o la OTAN. Además, Putin pretendía que Ucrania se convirtiera en un Estado federal para dar más autogobierno al Donbás. Ante la negativa rusa, el Ministerio de Exteriores ucraniano propuso el “plan de sincronización de Poroshenko”, muy similar al plan original pero cambiando el orden de los eventos. El establecimiento de la zona colchón en la frontera se haría en primer lugar, a pesar de ser inasumible para Moscú, pues suponía devolver a Ucrania el control de la zona rebelde. El plan de sincronización tampoco tuvo éxito.
Tras dos intentos fallidos, el 5 de septiembre de 2014, llegó el protocolo de Minsk, llamado así por haberse negociado en la capital bielorrusa. El protocolo de Minsk se fraguó en el marco del Grupo de Contacto Trilateral —que reúne a representantes de la OSCE, Ucrania, y Rusia y los rebeldes— y con la mediación de Alemania y Francia. Este acuerdo establecía un alto el fuego inmediato verificado por la OSCE y el autogobierno local de ciertas áreas de las regiones de Donetsk y Lugansk. La ley de autogobierno, aprobada en 2014 por tres años y extendida ya en dos ocasiones, exime de responsabilidad penal a las personas involucradas en los eventos del Donbás, garantiza el derecho de los habitantes a usar el ruso en los ámbitos privado y público, y reconoce el derecho de estas áreas al autogobierno de conformidad con la Constitución ucraniana. A continuación, la OSCE monitorizaría la frontera entre Ucrania y Rusia, y finalmente se producirían elecciones locales en el Donbás.
El este de Ucrania es una de las zonas de fricción entre Rusia y la OTAN.
Minsk I, como sería después conocido, no logró que el alto el fuego se respetara ni veinticuatro horas: el acuerdo no concretaba suficientemente los mecanismos de implementación ni tampoco satisfacía del todo a ninguna de las partes. En consecuencia, los bombardeos volvieron a empezar solo horas después de la firma. Fue necesario más esfuerzo diplomático para acordar el “Paquete de medidas para la implementación de los acuerdos de Minsk”, o Minsk II, en febrero de 2015, para pulir algunas de las deficiencias de su predecesor. Ahora el alto el fuego vendría seguido por la retirada de la artillería pesada del frente, que sería monitorizada por la OSCE y no se demoraría más de dos semanas.
Para ampliar: “Ucrania. De la Revolución del Maidán a la Guerra del Donbás”, Ruben Ruiz Ramas (coord.) en Comunicación social ediciones y publicaciones, 2016
Con todo, Minsk II solo fue posible gracias a que también era impreciso en algunos aspectos, especialmente en el orden de los pasos siguientes. La fórmula más respaldada para solventar estas carencias fue la propuesta en 2016 por el entonces ministro de Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier. La conocida como “fórmula Steinmeier” prevé que primero se celebren elecciones locales en el Donbás de acuerdo con la legislación ucraniana, monitorizadas por la OSCE. Segundo, siempre y cuando la organización emitiera considerara limpias esas elecciones, se otorgaría autogobierno a las zonas bajo control separatista. Por último, se devolvería el control total de la frontera con Rusia al Gobierno de Ucrania. Esta fórmula es mucho más cercana a los intereses de Rusia que a los de Ucrania: no tiene en cuenta a Crimea, Kiev accede al autogobierno y Moscú seguirá teniendo acceso al Donbás durante las elecciones locales. Por ello, tras la firma de la fórmula por parte del nuevo presidente ucraniano, Zelenski, en octubre de 2019, muchos ciudadanos y grupos nacionalistas ucranianos salieron a la calle para protestar bajo el lema “¡No a la capitulación!”.
¿Hacia el final del conflicto?
La resistencia de algunos grupos de veteranos es uno de los mayores escollos a los que se enfrenta el Gobierno de Ucrania para avanzar en el proceso de paz. Sin embargo, Zelenski ha mostrado mucha más capacidad de negociación que sus predecesores: desde su llegada al poder, se han producido varios intercambios de prisioneros entre Ucrania y Rusia e incluso con las autoridades rebeldes. La valentía de Zelenski al enfrentarse a los veteranos insumisos, temidos aún por buena parte de la clase política, lleva a pensar que quizás sea él quien acabe con el conflicto, aunque solo en el Donbás; Crimea ya parece irremediablemente en manos de Rusia.
El cambio de postura de Kiev ha sido correspondido con una actitud similar en Moscú. En febrero, Putin destituyó como responsable ruso para el Donbás a Vladislav Surkov, que orquestó las campañas de desinformación y socavamiento de la unidad nacional en Ucrania. Surkov ha sido sustituido por Dmitri Kozak, una figura más pragmática. Aunque la llegada de Kozak no signifique necesariamente que Moscú esté dispuesta a hacer nuevas concesiones, sí demuestra que Putin espera un acercamiento para implementar la fórmula Steinmeier ya en 2020. Seis años después de su inicio, la guerra de Ucrania nunca había estado más cerca de terminar.
Para ampliar: “Rusia y el espacio postsoviético en 2020”, Javier Espadas en El Orden Mundial, 2019
Para ampliar: “Ucrania. De la Revolución del Maidán a la Guerra del Donbás”, Ruben Ruiz Ramas (coord.) en Comunicación social ediciones y publicaciones, 2016
Con todo, Minsk II solo fue posible gracias a que también era impreciso en algunos aspectos, especialmente en el orden de los pasos siguientes. La fórmula más respaldada para solventar estas carencias fue la propuesta en 2016 por el entonces ministro de Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier. La conocida como “fórmula Steinmeier” prevé que primero se celebren elecciones locales en el Donbás de acuerdo con la legislación ucraniana, monitorizadas por la OSCE. Segundo, siempre y cuando la organización emitiera considerara limpias esas elecciones, se otorgaría autogobierno a las zonas bajo control separatista. Por último, se devolvería el control total de la frontera con Rusia al Gobierno de Ucrania. Esta fórmula es mucho más cercana a los intereses de Rusia que a los de Ucrania: no tiene en cuenta a Crimea, Kiev accede al autogobierno y Moscú seguirá teniendo acceso al Donbás durante las elecciones locales. Por ello, tras la firma de la fórmula por parte del nuevo presidente ucraniano, Zelenski, en octubre de 2019, muchos ciudadanos y grupos nacionalistas ucranianos salieron a la calle para protestar bajo el lema “¡No a la capitulación!”.
¿Hacia el final del conflicto?
La resistencia de algunos grupos de veteranos es uno de los mayores escollos a los que se enfrenta el Gobierno de Ucrania para avanzar en el proceso de paz. Sin embargo, Zelenski ha mostrado mucha más capacidad de negociación que sus predecesores: desde su llegada al poder, se han producido varios intercambios de prisioneros entre Ucrania y Rusia e incluso con las autoridades rebeldes. La valentía de Zelenski al enfrentarse a los veteranos insumisos, temidos aún por buena parte de la clase política, lleva a pensar que quizás sea él quien acabe con el conflicto, aunque solo en el Donbás; Crimea ya parece irremediablemente en manos de Rusia.
El cambio de postura de Kiev ha sido correspondido con una actitud similar en Moscú. En febrero, Putin destituyó como responsable ruso para el Donbás a Vladislav Surkov, que orquestó las campañas de desinformación y socavamiento de la unidad nacional en Ucrania. Surkov ha sido sustituido por Dmitri Kozak, una figura más pragmática. Aunque la llegada de Kozak no signifique necesariamente que Moscú esté dispuesta a hacer nuevas concesiones, sí demuestra que Putin espera un acercamiento para implementar la fórmula Steinmeier ya en 2020. Seis años después de su inicio, la guerra de Ucrania nunca había estado más cerca de terminar.
Para ampliar: “Rusia y el espacio postsoviético en 2020”, Javier Espadas en El Orden Mundial, 2019