La Liga Árabe, ¿un proyecto fallido?
EOM Carlos Palomino 31 de diciembre de 2018
En una de las regiones con mayor concentración de pugnas geopolíticas y guerras, la Liga de los Estados Árabes pretende ser la organización que une, coordina y media entre los países árabes. Los conflictos, las tensiones territoriales, las diferencias en las formas de gobernar o el terrorismo son solo algunas de las complicadas tareas de una organización con muchos desencuentros y un futuro incierto en una zona donde la política exterior es en muchas ocasiones la clave para la estabilidad interna.
Bandera de la Liga de Estados Árabes.
La Liga de los Estados Árabes o Liga Árabe se fundó en 1945 --el mismo año que nacía la Organización de las Naciones Unidas (ONU)-- como una de las primeras organizaciones regionales tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque los países fundadores de la Liga estaban todos —a excepción de Egipto— situados en la península arábiga, en la actualidad contiene países del norte y del cuerno africanos. Existen tres motivos fundamentales por los que la organización ha aceptado a países tan diversos: la geoestrategia, la religión y el concepto actual del término árabe.
La palabra árabe es hoy en día un concepto lingüístico y cultural. Sin embargo, el peso de lo lingüístico es superior al cultural a la hora de crear sentimientos de pertenencia en un grupo tan heterogéneo como el árabe, pues el parecido cultural entre un mauritano y un catarí es mínimo. Otro motivo es el peso del islam, religión mayoritaria en los miembros de la Liga. El último factor es el geoestratégico y geopolítico, lo cual explica la incorporación de un país que controla la entrada al mar Rojo como es Somalia, ya que políticamente se considera un Estado fallido. El rechazo a la entrada de la República Árabe Saharaui Democrática también responde a motivos geopolíticos, dado el veto continuo de Marruecos. En la actualidad 22 países conforman la Liga de los Estado Árabes, cuya sede se encuentra en El Cairo.
Para ampliar: “Escalada de tensiones al oeste del mar Rojo”, Juan Bautista Cartes en El Orden Mundial, 2018
La palabra árabe es hoy en día un concepto lingüístico y cultural. Sin embargo, el peso de lo lingüístico es superior al cultural a la hora de crear sentimientos de pertenencia en un grupo tan heterogéneo como el árabe, pues el parecido cultural entre un mauritano y un catarí es mínimo. Otro motivo es el peso del islam, religión mayoritaria en los miembros de la Liga. El último factor es el geoestratégico y geopolítico, lo cual explica la incorporación de un país que controla la entrada al mar Rojo como es Somalia, ya que políticamente se considera un Estado fallido. El rechazo a la entrada de la República Árabe Saharaui Democrática también responde a motivos geopolíticos, dado el veto continuo de Marruecos. En la actualidad 22 países conforman la Liga de los Estado Árabes, cuya sede se encuentra en El Cairo.
Para ampliar: “Escalada de tensiones al oeste del mar Rojo”, Juan Bautista Cartes en El Orden Mundial, 2018
Países miembros de la Liga Árabe. Fuente: Liga de los Estados Árabes
Ideología y estructura de la Liga
La organización nació a la luz de la ideología panarabista --nacionalismo que busca la unidad política de los Estados árabes-- surgida en el siglo XIX y las luchas anticolonialistas. Esta corriente, que creció en paralelo al pensamiento nacionalista islámico, pasó por múltiples fases hasta lograr convertirse en la organización independiente que es hoy. Durante el periodo de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial, hubo varios intentos de unificación de territorios; surgieron propuestas de personalidades como el primer ministro iraquí Nuri al Said, que en 1937 sugirió unificar Palestina, Irak y Jordania oriental, o la presentada en 1938 por el político británico Malcolm MacDonald para unir Líbano, Siria, Jordania oriental y Palestina. Todas estas propuestas de unión fueron desoídas por las potencias presentes en la zona —Reino Unido y Francia—.
Surgieron también tendencias más federalistas con la intención de crear algún organismo que reuniera a los países en una estructura con cierto margen de autonomía. En 1940, cuando Gran Bretaña perdía posiciones frente a las fuerzas del Eje en Europa, sectores de la sociedad colonial árabe optaron por no esperar al final de la contienda para solicitar apoyos. Alemania e Italia respondieron a las peticiones árabes y se declararon favorables a su unión. Esto hizo que Gran Bretaña se tomara en serio el asunto y comenzó no solo a estar de acuerdo, sino que se convirtió en un actor fundamental para la creación de lo que sería en un futuro la Liga de los Estados Árabes.
Todas las tendencias de unificación territorial fueron modificadas para dar paso a una organización que los mantenía separados como Estados, de manera que no supusieran un peligro para la estabilidad colonial ni para el equilibro de poderes entre las grandes potencias del momento. Es así como acaba creándose la organización árabe que hoy conocemos, cuyo poder de influencia es mínimo. Los países occidentales pueden, de esta manera, negociar particularmente con cada país sin tener que preocuparse por políticas comunes.
Así como otros organismos regionales —como la Unión Europea— tienen políticas que son de carácter obligatorio para todos los países, la Liga Árabe no cuenta con mecanismos que puedan obligar al cumplimiento de las resoluciones. La organización no tiene tampoco un Parlamento con un peso real; las decisiones las toman los altos cargos de los Estados en los Consejos de la Liga. Cuentan, eso sí, con un secretario general y unos subsecretarios elegidos para un período de cinco años que no dependen de ningún país y que representan y gestionan la Liga. Sin embargo, estos cargos no tienen influencia en las cuestiones políticas, más allá de estar presentes en las reuniones, mediar u orientar.
El conflicto israelí, un gran motivo de unión
En la creación de la Liga Árabe, el sionismo y el sentimiento árabe de invasión judía de la Palestina británica fueron también otro factor fundamental de cohesión. Era mayoritaria la denuncia internacional de gran parte de la población árabe, en especial la palestina, contra el asentamiento judío y las formas en las que lo llevaba a cabo. La idea de la formación de un Estado hebreo en territorio que consideraban del pueblo árabe puso en jaque la estabilidad colonial británica en la zona y desembocó en la Gran Revuelta Árabe de 1936. En muchas de las conferencias previas al nacimiento de la Liga Árabe, el asunto palestino estaba muy presente; en 1948, solo tres años después de su nacimiento, la Liga atacaría de forma conjunta y coordinada al recién proclamado Estado de Israel en virtud de su artículo 2, que expone la importancia de cooperar para salvaguardar la independencia y soberanía de los países árabes. Así como en el artículo 5 de la carta fundacional de la Liga se prohíbe el uso de la fuerza entre dos o más países miembros, la situación era distinta entre un Estado miembro y un tercer Estado —aunque siempre cabía la opción de la mediación—.
La guerra, que duraría poco más de un año, acabó con la migración masiva de los palestinos que quedaron en tierras israelíes y el crecimiento territorial de Israel en la zona --aunque la ONU hubiera dejado claro el año anterior el reparto geográfico--. Esta primera derrota de la Liga Árabe como organización dejó entrever las divisiones internas que sufría. La falta de mecanismos para controlar que las decisiones de su Consejo se cumplan es un problema que se vio durante la guerra árabe-israelí y que arrastra hasta el día de hoy. Tras el conflicto, las luchas en los países fronterizos con la recién fundada Israel eran continuas. La ONU tomó cartas en el asunto y desplazó a una unidad de sus Fuerzas de Emergencias a la península del Sinaí para intentar frenar la escalada de tensión entre israelíes y egipcios.
Para ampliar: “El desgaste económico en los territorios árabes ocupados: Cisjordania y Gaza”, Javier Esteban en El Orden Mundial, 2017
Pese a que durante la década de los 50 se rebajaron los conflictos, en 1967 Egipto expulsó a las Fuerzas de Emergencias y movilizó a su ejército hacia la frontera israelí. Esto desembocó en que el país hebreo decidiera atacar por sorpresa a las tropas egipcias en el Sinaí y la franja de Gaza, lo que daría comienzo a la guerra de los Seis Días, en la que la Liga Árabe volvería a tener un peso clave. En la cumbre de Jartum, convocada tras la derrota árabe, se proclamaron lo tres famosos noes: no al reconocimiento, a la paz o a la negociación con Israel. Fue en virtud de este acuerdo por el que la Liga Árabe suspendía al propio Egipto once años después tras firmar la paz con Israel en los acuerdos de Camp David.
La organización nació a la luz de la ideología panarabista --nacionalismo que busca la unidad política de los Estados árabes-- surgida en el siglo XIX y las luchas anticolonialistas. Esta corriente, que creció en paralelo al pensamiento nacionalista islámico, pasó por múltiples fases hasta lograr convertirse en la organización independiente que es hoy. Durante el periodo de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial, hubo varios intentos de unificación de territorios; surgieron propuestas de personalidades como el primer ministro iraquí Nuri al Said, que en 1937 sugirió unificar Palestina, Irak y Jordania oriental, o la presentada en 1938 por el político británico Malcolm MacDonald para unir Líbano, Siria, Jordania oriental y Palestina. Todas estas propuestas de unión fueron desoídas por las potencias presentes en la zona —Reino Unido y Francia—.
Surgieron también tendencias más federalistas con la intención de crear algún organismo que reuniera a los países en una estructura con cierto margen de autonomía. En 1940, cuando Gran Bretaña perdía posiciones frente a las fuerzas del Eje en Europa, sectores de la sociedad colonial árabe optaron por no esperar al final de la contienda para solicitar apoyos. Alemania e Italia respondieron a las peticiones árabes y se declararon favorables a su unión. Esto hizo que Gran Bretaña se tomara en serio el asunto y comenzó no solo a estar de acuerdo, sino que se convirtió en un actor fundamental para la creación de lo que sería en un futuro la Liga de los Estados Árabes.
Todas las tendencias de unificación territorial fueron modificadas para dar paso a una organización que los mantenía separados como Estados, de manera que no supusieran un peligro para la estabilidad colonial ni para el equilibro de poderes entre las grandes potencias del momento. Es así como acaba creándose la organización árabe que hoy conocemos, cuyo poder de influencia es mínimo. Los países occidentales pueden, de esta manera, negociar particularmente con cada país sin tener que preocuparse por políticas comunes.
Así como otros organismos regionales —como la Unión Europea— tienen políticas que son de carácter obligatorio para todos los países, la Liga Árabe no cuenta con mecanismos que puedan obligar al cumplimiento de las resoluciones. La organización no tiene tampoco un Parlamento con un peso real; las decisiones las toman los altos cargos de los Estados en los Consejos de la Liga. Cuentan, eso sí, con un secretario general y unos subsecretarios elegidos para un período de cinco años que no dependen de ningún país y que representan y gestionan la Liga. Sin embargo, estos cargos no tienen influencia en las cuestiones políticas, más allá de estar presentes en las reuniones, mediar u orientar.
El conflicto israelí, un gran motivo de unión
En la creación de la Liga Árabe, el sionismo y el sentimiento árabe de invasión judía de la Palestina británica fueron también otro factor fundamental de cohesión. Era mayoritaria la denuncia internacional de gran parte de la población árabe, en especial la palestina, contra el asentamiento judío y las formas en las que lo llevaba a cabo. La idea de la formación de un Estado hebreo en territorio que consideraban del pueblo árabe puso en jaque la estabilidad colonial británica en la zona y desembocó en la Gran Revuelta Árabe de 1936. En muchas de las conferencias previas al nacimiento de la Liga Árabe, el asunto palestino estaba muy presente; en 1948, solo tres años después de su nacimiento, la Liga atacaría de forma conjunta y coordinada al recién proclamado Estado de Israel en virtud de su artículo 2, que expone la importancia de cooperar para salvaguardar la independencia y soberanía de los países árabes. Así como en el artículo 5 de la carta fundacional de la Liga se prohíbe el uso de la fuerza entre dos o más países miembros, la situación era distinta entre un Estado miembro y un tercer Estado —aunque siempre cabía la opción de la mediación—.
La guerra, que duraría poco más de un año, acabó con la migración masiva de los palestinos que quedaron en tierras israelíes y el crecimiento territorial de Israel en la zona --aunque la ONU hubiera dejado claro el año anterior el reparto geográfico--. Esta primera derrota de la Liga Árabe como organización dejó entrever las divisiones internas que sufría. La falta de mecanismos para controlar que las decisiones de su Consejo se cumplan es un problema que se vio durante la guerra árabe-israelí y que arrastra hasta el día de hoy. Tras el conflicto, las luchas en los países fronterizos con la recién fundada Israel eran continuas. La ONU tomó cartas en el asunto y desplazó a una unidad de sus Fuerzas de Emergencias a la península del Sinaí para intentar frenar la escalada de tensión entre israelíes y egipcios.
Para ampliar: “El desgaste económico en los territorios árabes ocupados: Cisjordania y Gaza”, Javier Esteban en El Orden Mundial, 2017
Pese a que durante la década de los 50 se rebajaron los conflictos, en 1967 Egipto expulsó a las Fuerzas de Emergencias y movilizó a su ejército hacia la frontera israelí. Esto desembocó en que el país hebreo decidiera atacar por sorpresa a las tropas egipcias en el Sinaí y la franja de Gaza, lo que daría comienzo a la guerra de los Seis Días, en la que la Liga Árabe volvería a tener un peso clave. En la cumbre de Jartum, convocada tras la derrota árabe, se proclamaron lo tres famosos noes: no al reconocimiento, a la paz o a la negociación con Israel. Fue en virtud de este acuerdo por el que la Liga Árabe suspendía al propio Egipto once años después tras firmar la paz con Israel en los acuerdos de Camp David.
Cronología de la formación del Estado hebreo.
Las disputas, el boicot y la negativa por parte de la institución árabe y los Estados miembros de reconocer a Israel continuaron hasta 2002, cuando, tras una cumbre de la Liga, los noes se tornaron en síes. La situación geopolítica de la zona había cambiado mucho desde 1945, así como las relaciones de los países miembros de la Liga con Estados que en su momento fueron explícitamente enemigos. Este nuevo orden ha modificado tanto la posición de la Liga como su peso dentro del mundo árabe. Y es por ello por lo que no es raro ver en la actualidad buenas relaciones entre países como Egipto, monarquías del golfo o la propia Arabia Saudí con el Estado de Israel. Aunque las relaciones hayan cambiado considerablemente, la membresía de Palestina hace que existan tensiones entre países de la Liga, especialmente cuando se discuten temas que tienen relación con el conflicto.
Para ampliar: “Israel y Arabia Saudí, una alianza por asumir en Oriente Próximo”, Jacobo Llovo en El Orden Mundial, 2018
Revoluciones, revueltas y terrorismo
La Liga Árabe ha tenido que lidiar desde su creación con situaciones de conflictos internos de forma casi permanente. Los países del mundo árabe han sufrido tal cantidad de cambios, revueltas, revoluciones y guerras desde 1945 que la Liga Árabe ha acabado siendo un mero observador. Las diferencias en las formas de gobierno de cada Estado y la calidad democrática de cada uno de ellos es en muchos casos un punto de desencuentro; en ella podemos encontrar desde monarquías absolutistas hasta democracias reconocidas internacionalmente.
Para ampliar: “Israel y Arabia Saudí, una alianza por asumir en Oriente Próximo”, Jacobo Llovo en El Orden Mundial, 2018
Revoluciones, revueltas y terrorismo
La Liga Árabe ha tenido que lidiar desde su creación con situaciones de conflictos internos de forma casi permanente. Los países del mundo árabe han sufrido tal cantidad de cambios, revueltas, revoluciones y guerras desde 1945 que la Liga Árabe ha acabado siendo un mero observador. Las diferencias en las formas de gobierno de cada Estado y la calidad democrática de cada uno de ellos es en muchos casos un punto de desencuentro; en ella podemos encontrar desde monarquías absolutistas hasta democracias reconocidas internacionalmente.
Oriente Próximo y Magreb, la Primavera Árabe vuelve a la casilla de salida.
La organización —que por sus condiciones estructurales respalda a Gobiernos, más que a ciudadanos— llega tarde a todos los cambios y conflictos que viven los países miembros. Esto se debe, más que a una falta de olfato político o de análisis, a su imposibilidad de actuar dentro de las fronteras de cada Estado. Durante las llamadas primaveras árabes, la Liga se encontró con una realidad en la que sus propios estatutos la dejaban fuera de toda posible actuación preventiva o de apoyo. El hecho de que los países miembros de la Liga tengan que aceptar tanto las formas por las que se llega a gobernar como la forma de gobierno de cualquier otro Estado miembro deja a la Liga sin capacidad de discusión o poder para denunciar prácticas antidemocráticas. Este planteamiento ha llevado a vivir situaciones ciertamente desconcertantes durante el transcurso de las primaveras árabes al condenar la institución unas actuaciones mientras aceptaba otras con unos criterios de lo más arbitrarios.
En 2011, tras la llegada de las protestas a Libia y la reacción del coronel Muamar el Gadafi, la Liga decidió por segunda vez en su Historia suspender a un miembro de la organización. Seis meses después, con la caída y asesinato de Gadafi, se volvía a aceptar a Libia y su Gobierno Nacional de Transición, formado por diferentes miembros que se enfrentaron al coronel libio. En 2013 Egipto ya había pasado por varias fases tras el derrocamiento del presidente Hosni Mubarak y en julio de ese año se producía un golpe de Estado contra el presidente Mohamed Morsi, del partido Libertad y Justicia, fundado por los islamistas Hermanos Musulmanes. En este caso, la Liga tomó una decisión diferente y no intervino en las revueltas aludiendo que no era un acto antidemocrático. Con Siria pasó algo muy parecido al caso libio: tras la negativa a cumplir con las peticiones de detener la guerra civil, se decidió suspender de forma temporal al país de Bashar al Asad. La Liga ha estrechado vínculos con la oposición siria, incluidos sectores que se relacionan estrechamente con los Hermanos Musulmanes, aunque hoy en día esas relaciones se han enfriado bastante.
Contra el terrorismo la organización parece tener una respuesta algo más coordinada, por lo menos en la cúpula de la Liga. Si analizamos, sin embargo, las acciones particulares de cada Estado, observamos las diferentes tolerancias de cada país, así como las denuncias internacionales a países como Arabia Saudí o Catar por presunta financiación a grupos terroristas. Se han presentado propuestas como la creación de un ejército árabe de 40.000 efectivos para intentar combatir el terrorismo, tan presente en la zona, sin tener que acudir a ejércitos de potencias extranjeras. La iniciativa, que surgió en 2015, continúa aún en barbecho y sin avances relevantes.
Para ampliar: “Iniciativa de fuerza militar panárabe de la Liga de los Estados Árabes. Fortalezas y limitaciones”, Luis Feliu Bernárdez en IEEE, 2015
El futuro de la Liga: ¿modernización o desaparición?
Cuando se fundó la Liga Árabe, había pocos ejemplos de organizaciones transnacionales como las que tenemos hoy en día. Las relaciones entre países mediante organismos o acuerdos se limitaban a instituciones de representación gubernamental. La idea de macroparlamentos elegidos por los propios ciudadanos o la cesión de cierta soberanía a un ente superior era prácticamente marciana, pero las aspiraciones de una organización igualitaria con un consejo formado por representantes de cada Estado y con un voto por país —como la ONU— se vieron materializadas en la Liga. Sin embargo, este tipo de entes políticos con países a los que dirigirse, pero sin ciudadanos a los que mandar directamente dada la carencia de un mecanismo de elección directa, más que organizaciones que fomentan la cooperación, se suelen convertir en instituciones de control.
La Liga de los Estados Árabes intenta organizar —sin mucho éxito— una zona extremadamente inestable y cambiante mediante una institución con unas características más abstractas que precisas. Las carencias legales para hacer valer sus resoluciones dentro de cada Estado convierten en muchas ocasiones las decisiones de la Liga en papel mojado, ya que, según la carta fundacional, las resoluciones adoptadas por la secretaría general o el Consejo solo son vinculantes para los países miembros que las aceptan. Esta falta de capacidad reguladora y sancionadora genera un descontrol absoluto sobre cualquier política común.
El futuro de la Liga pasa necesariamente por su reforma completa o una desaparición forzada. Desde sus inicios, se ha intentado modificar más de seis veces, desde la propuesta siria en 1951 para transformarse en un ente federal hasta los intentos de modernización que propusieron en 2004 Arabia Saudí, Siria y Egipto. Si la unidad árabe sigue siendo un motivo de preocupación para estos Estados y realmente quieren convertirse en un organismo útil y con influencia, la refundación es clave. No obstante, dadas las grandes diferencias democráticas existentes entre los países del mundo árabe, ver un parlamento conjunto que discuta sobre los problemas políticos de la región se presume actualmente inconcebible.
En 2011, tras la llegada de las protestas a Libia y la reacción del coronel Muamar el Gadafi, la Liga decidió por segunda vez en su Historia suspender a un miembro de la organización. Seis meses después, con la caída y asesinato de Gadafi, se volvía a aceptar a Libia y su Gobierno Nacional de Transición, formado por diferentes miembros que se enfrentaron al coronel libio. En 2013 Egipto ya había pasado por varias fases tras el derrocamiento del presidente Hosni Mubarak y en julio de ese año se producía un golpe de Estado contra el presidente Mohamed Morsi, del partido Libertad y Justicia, fundado por los islamistas Hermanos Musulmanes. En este caso, la Liga tomó una decisión diferente y no intervino en las revueltas aludiendo que no era un acto antidemocrático. Con Siria pasó algo muy parecido al caso libio: tras la negativa a cumplir con las peticiones de detener la guerra civil, se decidió suspender de forma temporal al país de Bashar al Asad. La Liga ha estrechado vínculos con la oposición siria, incluidos sectores que se relacionan estrechamente con los Hermanos Musulmanes, aunque hoy en día esas relaciones se han enfriado bastante.
Contra el terrorismo la organización parece tener una respuesta algo más coordinada, por lo menos en la cúpula de la Liga. Si analizamos, sin embargo, las acciones particulares de cada Estado, observamos las diferentes tolerancias de cada país, así como las denuncias internacionales a países como Arabia Saudí o Catar por presunta financiación a grupos terroristas. Se han presentado propuestas como la creación de un ejército árabe de 40.000 efectivos para intentar combatir el terrorismo, tan presente en la zona, sin tener que acudir a ejércitos de potencias extranjeras. La iniciativa, que surgió en 2015, continúa aún en barbecho y sin avances relevantes.
Para ampliar: “Iniciativa de fuerza militar panárabe de la Liga de los Estados Árabes. Fortalezas y limitaciones”, Luis Feliu Bernárdez en IEEE, 2015
El futuro de la Liga: ¿modernización o desaparición?
Cuando se fundó la Liga Árabe, había pocos ejemplos de organizaciones transnacionales como las que tenemos hoy en día. Las relaciones entre países mediante organismos o acuerdos se limitaban a instituciones de representación gubernamental. La idea de macroparlamentos elegidos por los propios ciudadanos o la cesión de cierta soberanía a un ente superior era prácticamente marciana, pero las aspiraciones de una organización igualitaria con un consejo formado por representantes de cada Estado y con un voto por país —como la ONU— se vieron materializadas en la Liga. Sin embargo, este tipo de entes políticos con países a los que dirigirse, pero sin ciudadanos a los que mandar directamente dada la carencia de un mecanismo de elección directa, más que organizaciones que fomentan la cooperación, se suelen convertir en instituciones de control.
La Liga de los Estados Árabes intenta organizar —sin mucho éxito— una zona extremadamente inestable y cambiante mediante una institución con unas características más abstractas que precisas. Las carencias legales para hacer valer sus resoluciones dentro de cada Estado convierten en muchas ocasiones las decisiones de la Liga en papel mojado, ya que, según la carta fundacional, las resoluciones adoptadas por la secretaría general o el Consejo solo son vinculantes para los países miembros que las aceptan. Esta falta de capacidad reguladora y sancionadora genera un descontrol absoluto sobre cualquier política común.
El futuro de la Liga pasa necesariamente por su reforma completa o una desaparición forzada. Desde sus inicios, se ha intentado modificar más de seis veces, desde la propuesta siria en 1951 para transformarse en un ente federal hasta los intentos de modernización que propusieron en 2004 Arabia Saudí, Siria y Egipto. Si la unidad árabe sigue siendo un motivo de preocupación para estos Estados y realmente quieren convertirse en un organismo útil y con influencia, la refundación es clave. No obstante, dadas las grandes diferencias democráticas existentes entre los países del mundo árabe, ver un parlamento conjunto que discuta sobre los problemas políticos de la región se presume actualmente inconcebible.