La partición de la India
EOM Alejandro Salamanca 6 de junio de 2019
El fin del dominio colonial inglés sobre la India en 1947 originó tres nuevos Estados: India, Pakistán y Bangladés, que se independizó de Pakistán en 1971. También provocó el mayor movimiento migratorio de la Historia de la humanidad y un conflicto territorial todavía sin resolver.
Mapa político del Imperio británico en la India en 1909. Fuente: Universidad de Oxford
En mayo de 2019 se celebraron elecciones generales en la India, donde Narendra Modi renovó su mandato apelando a su buena gestión económica y al nacionalismo hindú. Uno de los principales temas de la campaña ha sido la situación de la minoría musulmana en el país ―más de 170 millones de personas― y las relaciones con Pakistán, que alcanzaron un momento crítico a finales de febrero, cuando se produjeron varios bombardeos y enfrentamientos en la frontera. El conflicto entre India y Pakistán ―en situación de calma tensa desde que ambas adquirieron armamento nuclear en 1999― se remonta a la creación de ambos países tras la Segunda Guerra Mundial. La independencia y división de la colonia británica del Raj en dos nuevos Estados ocupa un lugar fundamental en la memoria histórica y el relato nacional de la India y Pakistán, cada una con su propia versión de los hechos que los actores políticos intentan reinterpretar a su manera.
Hay quien ve en la partición la mano negra de los británicos, que supuestamente dividieron el territorio para crear conflictos y mantener a sus antiguas colonias en un estado de subdesarrollo. Por otra parte, muchos indios culpan a los líderes musulmanes de los años 30 y 40, a quienes acusan de intransigentes por insistir en la necesidad de crear un Estado propio. En Pakistán, en cambio, una de las interpretaciones más comunes es que los musulmanes de la India eran una nación autónoma y que la discriminación que habrían sufrido en un Estado unitario hizo imperativa la separación. Si bien estas tres explicaciones tienen algo de verdad, también tienen una buena dosis de reduccionismo. Aunque la partición suele ser presentada como inevitable, una nueva generación de historiadores indios y pakistaníes ha demostrado que la mayoría de los habitantes del subcontinente no esperaba tal desenlace y que había muchos otros escenarios posibles.
El trazado de nuevas fronteras no solo cambia los mapas; también afecta a las vidas de millones de personas y sus descendientes. Además de causar un conflicto territorial en Cachemira y el Punyab, la partición de la India desencadenó el mayor y más rápido movimiento migratorio de la Historia de la humanidad. En apenas dos años, 15 millones de personas cruzaron las fronteras de los dos nuevos países para establecerse de forma permanente en alguno de ellos. Cientos de miles murieron en el camino, muchos de ellos en ataques violentos y organizados.
El camino a la independencia
La India formaba parte del Imperio británico desde mediados del siglo XVIII, cuando la Compañía Británica de las Indias, un consorcio privado apoyado por la Corona, forzó a varios gobernantes indios a convertirse en sus vasallos. El dominio formal británico no comenzó hasta 1858, cuando el último sultán mogul fue depuesto y el Estado británico se hizo responsable del gobierno del subcontinente. La India británica estaba dividida administrativamente entre los territorios sometidos al control directo de Londres y los principados, una especie de estados vasallos gobernados por sultanes aliados de los británicos.
A pesar de ser una colonia, en la India británica se celebraron elecciones desde 1920, si bien el poder central no dejó de estar en manos de los ingleses. Esta medida se debía a la presión del movimiento anticolonial indio —integrado tanto por hindúes como por musulmanes y sijes—, que desde principios del siglo XX llevaba cosechando éxitos mediante protestas y boicots, a pesar de la dura represión de los británicos en sucesos como la masacre de Amritsar. El sistema estaba basado en el sufragio censitario: solo los indios más acomodados —apenas un quinto de la población en 1935— tenían derecho a voto y el voto femenino estaba muy restringido. Los escaños de los distintos Parlamentos estaban divididos en líneas religiosas, con un número fijo de representantes asignado a cada comunidad ―incluidos los blancos―, y el virrey o gobernador general —representante del Gobierno británico— seguía teniendo amplios poderes. Los estados nativos o principados, que ocupaban un 40% del territorio y donde vivía un cuarto de la población, quedaban excluidos del sistema. La política electoral, por tanto, estaba limitada a las clases altas y medias de las zonas bajo control directo de los británicos.
Hay quien ve en la partición la mano negra de los británicos, que supuestamente dividieron el territorio para crear conflictos y mantener a sus antiguas colonias en un estado de subdesarrollo. Por otra parte, muchos indios culpan a los líderes musulmanes de los años 30 y 40, a quienes acusan de intransigentes por insistir en la necesidad de crear un Estado propio. En Pakistán, en cambio, una de las interpretaciones más comunes es que los musulmanes de la India eran una nación autónoma y que la discriminación que habrían sufrido en un Estado unitario hizo imperativa la separación. Si bien estas tres explicaciones tienen algo de verdad, también tienen una buena dosis de reduccionismo. Aunque la partición suele ser presentada como inevitable, una nueva generación de historiadores indios y pakistaníes ha demostrado que la mayoría de los habitantes del subcontinente no esperaba tal desenlace y que había muchos otros escenarios posibles.
El trazado de nuevas fronteras no solo cambia los mapas; también afecta a las vidas de millones de personas y sus descendientes. Además de causar un conflicto territorial en Cachemira y el Punyab, la partición de la India desencadenó el mayor y más rápido movimiento migratorio de la Historia de la humanidad. En apenas dos años, 15 millones de personas cruzaron las fronteras de los dos nuevos países para establecerse de forma permanente en alguno de ellos. Cientos de miles murieron en el camino, muchos de ellos en ataques violentos y organizados.
El camino a la independencia
La India formaba parte del Imperio británico desde mediados del siglo XVIII, cuando la Compañía Británica de las Indias, un consorcio privado apoyado por la Corona, forzó a varios gobernantes indios a convertirse en sus vasallos. El dominio formal británico no comenzó hasta 1858, cuando el último sultán mogul fue depuesto y el Estado británico se hizo responsable del gobierno del subcontinente. La India británica estaba dividida administrativamente entre los territorios sometidos al control directo de Londres y los principados, una especie de estados vasallos gobernados por sultanes aliados de los británicos.
A pesar de ser una colonia, en la India británica se celebraron elecciones desde 1920, si bien el poder central no dejó de estar en manos de los ingleses. Esta medida se debía a la presión del movimiento anticolonial indio —integrado tanto por hindúes como por musulmanes y sijes—, que desde principios del siglo XX llevaba cosechando éxitos mediante protestas y boicots, a pesar de la dura represión de los británicos en sucesos como la masacre de Amritsar. El sistema estaba basado en el sufragio censitario: solo los indios más acomodados —apenas un quinto de la población en 1935— tenían derecho a voto y el voto femenino estaba muy restringido. Los escaños de los distintos Parlamentos estaban divididos en líneas religiosas, con un número fijo de representantes asignado a cada comunidad ―incluidos los blancos―, y el virrey o gobernador general —representante del Gobierno británico— seguía teniendo amplios poderes. Los estados nativos o principados, que ocupaban un 40% del territorio y donde vivía un cuarto de la población, quedaban excluidos del sistema. La política electoral, por tanto, estaba limitada a las clases altas y medias de las zonas bajo control directo de los británicos.
Porcentaje de población musulmana en la India en 1909. Las diferencias religiosas ayudan a comprender las actuales fronteras del subcontinente indio. Fuente: Universidad de Columbia
La segregación religiosa en la esfera parlamentaria obedecía a la política de dividir para reinar, activamente practicada por los británicos desde que en 1857 una rebelión conjunta de soldados hindúes, sijes y musulmanes hizo tambalearse al Gobierno colonial. Desde entonces, los administradores británicos se habían esforzado por fomentar los enfrentamientos entre las distintas comunidades religiosas para justificar su presencia en la India como árbitros necesarios para garantizar la paz y la convivencia. Así, se discriminó a favor de los musulmanes en el Ejército, pero en su contra en la Administración, donde el hindi se convirtió en la lengua preferente de uso además del inglés. Esto generó recelo y desconfianza entre las distintas comunidades y desató episodios intermitentes de violencia interreligiosa desde finales del XIX hasta la partición, aunque también hubo ejemplos de solidaridad y cooperación entre comunidades.
La principal fuerza electoral durante los años 20, 30 y 40 fue el Congreso Nacional Indio (CNI), la organización política más antigua del país y la única con presencia en la mayoría de las regiones. Si bien contaba con miembros de todas las confesiones, la mayor parte de sus miembros eran hindúes y era en las circunscripciones asignadas a esta religión donde obtenía mejores resultados. El CNI alcanzó por primera vez el poder en 1937 con victorias electorales en la mayoría de los Estados indios.
Para ampliar: “La rebelión de los Cipayos (1857–1858)”, Guadalupe de la Fuente, 2017
Los años de entreguerras también estuvieron marcados por numerosos movimientos de protesta. Los más famosos, aunque no los únicos, fueron los dirigidos por Mohandas Gandhi, un abogado hindú de casta mercantil. Gandhi estudió en Inglaterra y pasó dos décadas en Sudáfrica, donde desarrolló sus ideas y estrategias anticoloniales. Al regresar a la India lideró sucesivas acciones antibritánicas a lo largo del país caracterizadas por un estilo no violento y por un simbolismo visual ―viajaba en vagones de tercera clase e iba ataviado con ropas que él mismo tejía― muy importante en un país con más de un 90% de población analfabeta. Gandhi ascendió rápidamente en el CNI y lideró tres grandes ciclos de campañas de desobediencia civil: el movimiento de no cooperación entre 1920 y 1922, la marcha de la sal de 1930 y las protestas para exigir la retirada británica en 1942.
Los británicos, tratando de evitar masacres como la de Amritsar, respondieron a cada uno de estos pulsos con moderación, encarcelando a los líderes del CNI ―que recibían mejor trato que los presos comunes― y otorgando pequeñas concesiones al movimiento nacionalista. En 1942, con un país colapsado por protestas no tan pacíficas ―se destruyeron comisarías y edificios gubernamentales y se cortaron las líneas de telégrafo y ferrocarril, a la vez que un antiguo miembro del CNI vetado por Gandhi lideraba un autoproclamado ejército de liberación nacional con el apoyo del Eje―, el CNI conseguiría arrancar a los británicos la promesa de independencia a cambio de su colaboración en la Segunda Guerra Mundial, aunque la mayoría de sus miembros permanecieron en prisión hasta acabar el conflicto.
El nacionalismo musulmán
Cuando el Gobierno del CNI dimitió en 1942, los británicos buscaron nuevos apoyos en la Liga Musulmana de Muhammad Ali Jinnah. Este partido, que apenas controlaba un cuarto de los escaños reservados a los musulmanes, sería clave en las negociaciones que llevaron a la independencia y partición de la India, ya que era el único partido musulmán presente en todas las provincias del subcontinente y había obtenido muy buenos resultados en los distritos donde los musulmanes eran minoría. Paradójicamente, Jinnah y la Liga defendían desde comienzos de la década de los 40 la idea de Pakistán o la necesidad de crear estados federados dominados por los musulmanes en las provincias donde fueran mayoritarios.
A pesar de su nombre, la Liga Musulmana no era un partido islamista, ya que no proponía un modelo de gobierno basado en la sharía. Sus miembros, modernizadores laicos, estaban más bien preocupados por la cuestión de la representatividad, tanto en el sistema colonial ―de ahí su insistencia en los electorados confesionales―como en una hipotética India independiente. El grupo fue fundado a principios del siglo XX por varios miembros de la aristocracia ashraf ―nobles supuestamente descendientes de Mahoma― que buscaban defender sus intereses en un marco de lealtad hacia los británicos. El carácter predominantemente hindú del CNI, especialmente de sus bases, hizo que muchos musulmanes temiesen una India independiente donde las minorías estuvieran permanentemente subordinadas. El colaboracionismo de los primeros líderes de la Liga dio paso a una nueva generación más combativa educada en la Universidad Musulmana de Aligarh, fundada por Syed Ahmed Khan, considerado uno de los padres intelectuales de Pakistán.
Para ampliar: “Sayyid Ahmad Khan”, Alejandro Salamanca en Desvelando Oriente, 2016
El primero en teorizar sobre la existencia de una nación musulmana en la India fue el líder de la Liga en los años 30, el poeta Muhammad Iqbal, honrado como otro de los padres fundadores de la mitología nacional pakistaní. Poco después se popularizó el término Pakistán, que significa etimológicamente ‘la tierra de los puros’, pero también hacía referencia a las regiones indias de mayoría musulmana: Punyab, Afgania —la frontera con Afganistán—, Cachemira, Sind y Baluchistán. La idea solo cobró fuerza política en los años 40. Inicialmente, Jinnah y los líderes de la Liga no concebían realmente la posibilidad de crear un Estado independiente para los musulmanes ―Pakistán ni siquiera estaba bien definido territorialmente y los distritos de mayoría islámica no eran contiguos―, sino que aspiraban a una India federal donde el centro no pudiera imponerse a las provincias y donde la élite ashraf no perdiera su cuota de poder.
La Liga Musulmana pasó de recibir menos de un 5% de los votos musulmanes en 1937 a ser la principal fuerza musulmana en las elecciones de 1945 y 1946, especialmente en las regiones donde los musulmanes eran minoría; en aquellas donde eran mayoría los resultados estuvieron mucho más ajustados por la presencia de partidos locales multiconfesionales. Puede resultar sorprendente que la campaña por Pakistán tuviera eco en las regiones donde los musulmanes eran minoría, pero, en un momento en el que el CNI iba adoptando una retórica y estética cada vez más hindú y en el que su hegemonía electoral y parlamentaria era aplastante, la Liga parecía la mejor opción para la mayoría de los musulmanes con derecho a voto. No obstante, el estamento religioso conservador, aglutinado en torno a la escuela de Deoband, se opuso activamente al separatismo musulmán y colaboró con el CNI. Hubo enfrentamientos violentos entre partidarios y detractores de Pakistán y algunos de los opositores al separatismo fueron asesinados, lo que sin duda facilitó las cosas para la Liga. En todo caso, la campaña de Pakistán —que no evocaba necesariamente un territorio definido, sino el sentimiento de pertenencia a la comunidad musulmana— fue un tremendo éxito de movilización.
La partición
Jinnah maniobró hábilmente ―estableciendo alianzas y pactos con otras fuerzas― para ser reconocido como representante y único interlocutor de los musulmanes en las negociaciones por la independencia. Las otras partes fueron el Gobierno británico ―encarnado primero en Archibald Wavell y después en Luis Mountbatten― y el CNI, representado por Jawaharlal Nehru. La prioridad de los británicos, en una situación económica muy delicada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, era organizar la independencia de forma rápida, sin perder mucho tiempo en negociaciones. Jinnah, preocupado por la representatividad, insistía en que los musulmanes eran una nación autónoma que debía tener un estatus de igualdad con respecto a la nación hindú. Nehru, que aspiraba a implantar en la India un modelo centralista inspirado en el socialismo, no estaba dispuesto a aceptar un modelo federal. La falta de entendimiento entre ambos líderes se trasladó a las calles: 4.000 personas murieron en Calcuta en agosto de 1946 a consecuencia del Día de Acción Directa y los disturbios y enfrentamientos se trasladaron a otras regiones del norte y el este del país.
La principal fuerza electoral durante los años 20, 30 y 40 fue el Congreso Nacional Indio (CNI), la organización política más antigua del país y la única con presencia en la mayoría de las regiones. Si bien contaba con miembros de todas las confesiones, la mayor parte de sus miembros eran hindúes y era en las circunscripciones asignadas a esta religión donde obtenía mejores resultados. El CNI alcanzó por primera vez el poder en 1937 con victorias electorales en la mayoría de los Estados indios.
Para ampliar: “La rebelión de los Cipayos (1857–1858)”, Guadalupe de la Fuente, 2017
Los años de entreguerras también estuvieron marcados por numerosos movimientos de protesta. Los más famosos, aunque no los únicos, fueron los dirigidos por Mohandas Gandhi, un abogado hindú de casta mercantil. Gandhi estudió en Inglaterra y pasó dos décadas en Sudáfrica, donde desarrolló sus ideas y estrategias anticoloniales. Al regresar a la India lideró sucesivas acciones antibritánicas a lo largo del país caracterizadas por un estilo no violento y por un simbolismo visual ―viajaba en vagones de tercera clase e iba ataviado con ropas que él mismo tejía― muy importante en un país con más de un 90% de población analfabeta. Gandhi ascendió rápidamente en el CNI y lideró tres grandes ciclos de campañas de desobediencia civil: el movimiento de no cooperación entre 1920 y 1922, la marcha de la sal de 1930 y las protestas para exigir la retirada británica en 1942.
Los británicos, tratando de evitar masacres como la de Amritsar, respondieron a cada uno de estos pulsos con moderación, encarcelando a los líderes del CNI ―que recibían mejor trato que los presos comunes― y otorgando pequeñas concesiones al movimiento nacionalista. En 1942, con un país colapsado por protestas no tan pacíficas ―se destruyeron comisarías y edificios gubernamentales y se cortaron las líneas de telégrafo y ferrocarril, a la vez que un antiguo miembro del CNI vetado por Gandhi lideraba un autoproclamado ejército de liberación nacional con el apoyo del Eje―, el CNI conseguiría arrancar a los británicos la promesa de independencia a cambio de su colaboración en la Segunda Guerra Mundial, aunque la mayoría de sus miembros permanecieron en prisión hasta acabar el conflicto.
El nacionalismo musulmán
Cuando el Gobierno del CNI dimitió en 1942, los británicos buscaron nuevos apoyos en la Liga Musulmana de Muhammad Ali Jinnah. Este partido, que apenas controlaba un cuarto de los escaños reservados a los musulmanes, sería clave en las negociaciones que llevaron a la independencia y partición de la India, ya que era el único partido musulmán presente en todas las provincias del subcontinente y había obtenido muy buenos resultados en los distritos donde los musulmanes eran minoría. Paradójicamente, Jinnah y la Liga defendían desde comienzos de la década de los 40 la idea de Pakistán o la necesidad de crear estados federados dominados por los musulmanes en las provincias donde fueran mayoritarios.
A pesar de su nombre, la Liga Musulmana no era un partido islamista, ya que no proponía un modelo de gobierno basado en la sharía. Sus miembros, modernizadores laicos, estaban más bien preocupados por la cuestión de la representatividad, tanto en el sistema colonial ―de ahí su insistencia en los electorados confesionales―como en una hipotética India independiente. El grupo fue fundado a principios del siglo XX por varios miembros de la aristocracia ashraf ―nobles supuestamente descendientes de Mahoma― que buscaban defender sus intereses en un marco de lealtad hacia los británicos. El carácter predominantemente hindú del CNI, especialmente de sus bases, hizo que muchos musulmanes temiesen una India independiente donde las minorías estuvieran permanentemente subordinadas. El colaboracionismo de los primeros líderes de la Liga dio paso a una nueva generación más combativa educada en la Universidad Musulmana de Aligarh, fundada por Syed Ahmed Khan, considerado uno de los padres intelectuales de Pakistán.
Para ampliar: “Sayyid Ahmad Khan”, Alejandro Salamanca en Desvelando Oriente, 2016
El primero en teorizar sobre la existencia de una nación musulmana en la India fue el líder de la Liga en los años 30, el poeta Muhammad Iqbal, honrado como otro de los padres fundadores de la mitología nacional pakistaní. Poco después se popularizó el término Pakistán, que significa etimológicamente ‘la tierra de los puros’, pero también hacía referencia a las regiones indias de mayoría musulmana: Punyab, Afgania —la frontera con Afganistán—, Cachemira, Sind y Baluchistán. La idea solo cobró fuerza política en los años 40. Inicialmente, Jinnah y los líderes de la Liga no concebían realmente la posibilidad de crear un Estado independiente para los musulmanes ―Pakistán ni siquiera estaba bien definido territorialmente y los distritos de mayoría islámica no eran contiguos―, sino que aspiraban a una India federal donde el centro no pudiera imponerse a las provincias y donde la élite ashraf no perdiera su cuota de poder.
La Liga Musulmana pasó de recibir menos de un 5% de los votos musulmanes en 1937 a ser la principal fuerza musulmana en las elecciones de 1945 y 1946, especialmente en las regiones donde los musulmanes eran minoría; en aquellas donde eran mayoría los resultados estuvieron mucho más ajustados por la presencia de partidos locales multiconfesionales. Puede resultar sorprendente que la campaña por Pakistán tuviera eco en las regiones donde los musulmanes eran minoría, pero, en un momento en el que el CNI iba adoptando una retórica y estética cada vez más hindú y en el que su hegemonía electoral y parlamentaria era aplastante, la Liga parecía la mejor opción para la mayoría de los musulmanes con derecho a voto. No obstante, el estamento religioso conservador, aglutinado en torno a la escuela de Deoband, se opuso activamente al separatismo musulmán y colaboró con el CNI. Hubo enfrentamientos violentos entre partidarios y detractores de Pakistán y algunos de los opositores al separatismo fueron asesinados, lo que sin duda facilitó las cosas para la Liga. En todo caso, la campaña de Pakistán —que no evocaba necesariamente un territorio definido, sino el sentimiento de pertenencia a la comunidad musulmana— fue un tremendo éxito de movilización.
La partición
Jinnah maniobró hábilmente ―estableciendo alianzas y pactos con otras fuerzas― para ser reconocido como representante y único interlocutor de los musulmanes en las negociaciones por la independencia. Las otras partes fueron el Gobierno británico ―encarnado primero en Archibald Wavell y después en Luis Mountbatten― y el CNI, representado por Jawaharlal Nehru. La prioridad de los británicos, en una situación económica muy delicada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, era organizar la independencia de forma rápida, sin perder mucho tiempo en negociaciones. Jinnah, preocupado por la representatividad, insistía en que los musulmanes eran una nación autónoma que debía tener un estatus de igualdad con respecto a la nación hindú. Nehru, que aspiraba a implantar en la India un modelo centralista inspirado en el socialismo, no estaba dispuesto a aceptar un modelo federal. La falta de entendimiento entre ambos líderes se trasladó a las calles: 4.000 personas murieron en Calcuta en agosto de 1946 a consecuencia del Día de Acción Directa y los disturbios y enfrentamientos se trasladaron a otras regiones del norte y el este del país.
En 1947 el Raj británico se divide en dos Estados: India (azul) y Pakistán (rojo). La región oriental de este último se convertirá en 1971 en un nuevo Estado, Bangladés. Fuente: The Conversation
Cuando Mountbatten asumió el virreinato en febrero de 1947, la posibilidad de una India independiente y unida era ya bastante lejana y la partición era percibida por todos los negociadores como la mejor solución. Su plan inicial consistió en ofrecer a las distintas provincias la posibilidad de unirse a India o a Pakistán, lo que entre otras cosas eliminaba la posibilidad de una Bengala independiente. Los distritos confesionales fueron agrupados en provincias: aquellas donde los musulmanes eran mayoría pasarían a ser parte de Pakistán y el resto permanecerían en India. Los principados, por otra parte, podrían escoger a cuál de los dos Estados unirse. Los derechos de las minorías serían salvaguardados, porque habría musulmanes en territorios hindúes y viceversa. No obstante, minorías como los sijes quedaban sin Estado propio y en muchas ocasiones veían sus territorios tradicionales divididos entre India y Pakistán. Al mismo tiempo, la amenaza de la violencia comunal hizo que muchos indios se preparasen para migrar. Impaciente por terminar su tarea, Mountbatten adelantó la fecha de la partición. La improvisación a la hora de establecer las fronteras y la transferencia de poder acelerada causaron el caos institucional y burocrático y facilitaron el trágico desenlace de la partición.
Para ampliar: A Concise History of Modern India, Barbara y Thomas Metcalf, 2006
El 15 de agosto de 1947 Nehru proclamó oficialmente la independencia de la India. La incertidumbre y el miedo causados por las nuevas fronteras empujaron a migrar a unos 15 millones de indios ―más del 3% de la población― que deseaban vivir en el Estado correspondiente a su comunidad religiosa. Miles de familias abandonaron los hogares donde llevaban generaciones y dejaron atrás sus viviendas y sus pertenencias. Los más acomodados viajaron en avión o en coches privados, mientras que los campesinos lo hicieron en largas columnas a pie. Las clases medias urbanas optaron por subir a trenes especiales de refugiados que se dirigían al otro lado de la frontera. Si bien en Bengala los intercambios de población fueron relativamente pacíficos, en lugares como Punyab o Cachemira desencadenaron matanzas e intentos de limpieza étnica.
Estas regiones estaban llenas de soldados desmovilizados, embrutecidos por las experiencias en el frente y enardecidos por las soflamas de los líderes políticos. Muchos de estos veteranos se organizaron en milicias confesionales y atacaron pueblos y aldeas de otras comunidades. Al poco tiempo los trenes se convirtieron en el objetivo predilecto de los atacantes, que podían realizar ataques selectivos de forma más eficiente y espectacular: en muchas ocasiones los trenes llegaban a la estación de destino llenos de cadáveres, lo que provocaba nuevos ataques como represalia. Estos episodios se dieron indistintamente entre sijes, musulmanes e hindúes. Se sucedieron las violaciones en grupo y los ataques a las columnas de refugiados, y una generación entera creció marcada por el trauma. La violencia alcanzó incluso al propio Gandhi: en enero de 1948 fue asesinado por un ultranacionalista indio que se oponía a su discurso de tolerancia multiconfesional.
Para ampliar: “The three partitions of 1947”, Gyanendra Pandey, 2001
La huella de la partición
Los nuevos Estados de India y Pakistán lograron hacerse con el control de la Administración y las fuerzas de seguridad en relativamente poco tiempo. A finales de 1947 las acciones violentas habían sido sofocadas. No obstante, ambos países entraron en guerra por el control de Jammu y Cachemira, un principado que no se decidió inicialmente por integrarse en ninguno de los dos Estados, aunque más tarde optaría por la India. Pakistán logró ocupar el noroeste de la región, foco constante de tensión desde entonces.
Para ampliar: A Concise History of Modern India, Barbara y Thomas Metcalf, 2006
El 15 de agosto de 1947 Nehru proclamó oficialmente la independencia de la India. La incertidumbre y el miedo causados por las nuevas fronteras empujaron a migrar a unos 15 millones de indios ―más del 3% de la población― que deseaban vivir en el Estado correspondiente a su comunidad religiosa. Miles de familias abandonaron los hogares donde llevaban generaciones y dejaron atrás sus viviendas y sus pertenencias. Los más acomodados viajaron en avión o en coches privados, mientras que los campesinos lo hicieron en largas columnas a pie. Las clases medias urbanas optaron por subir a trenes especiales de refugiados que se dirigían al otro lado de la frontera. Si bien en Bengala los intercambios de población fueron relativamente pacíficos, en lugares como Punyab o Cachemira desencadenaron matanzas e intentos de limpieza étnica.
Estas regiones estaban llenas de soldados desmovilizados, embrutecidos por las experiencias en el frente y enardecidos por las soflamas de los líderes políticos. Muchos de estos veteranos se organizaron en milicias confesionales y atacaron pueblos y aldeas de otras comunidades. Al poco tiempo los trenes se convirtieron en el objetivo predilecto de los atacantes, que podían realizar ataques selectivos de forma más eficiente y espectacular: en muchas ocasiones los trenes llegaban a la estación de destino llenos de cadáveres, lo que provocaba nuevos ataques como represalia. Estos episodios se dieron indistintamente entre sijes, musulmanes e hindúes. Se sucedieron las violaciones en grupo y los ataques a las columnas de refugiados, y una generación entera creció marcada por el trauma. La violencia alcanzó incluso al propio Gandhi: en enero de 1948 fue asesinado por un ultranacionalista indio que se oponía a su discurso de tolerancia multiconfesional.
Para ampliar: “The three partitions of 1947”, Gyanendra Pandey, 2001
La huella de la partición
Los nuevos Estados de India y Pakistán lograron hacerse con el control de la Administración y las fuerzas de seguridad en relativamente poco tiempo. A finales de 1947 las acciones violentas habían sido sofocadas. No obstante, ambos países entraron en guerra por el control de Jammu y Cachemira, un principado que no se decidió inicialmente por integrarse en ninguno de los dos Estados, aunque más tarde optaría por la India. Pakistán logró ocupar el noroeste de la región, foco constante de tensión desde entonces.
El balance final de la partición fue desgarrador: más de tres millones y medio de personas desaparecieron en 1947, alrededor de un 15% de todos los que migraron. En Pakistán, un quinto de la población del nuevo país procedía del otro lado de la frontera. La mayoría de las familias que cambiaron de país ocuparon las viviendas que otros migrantes habían dejado vacías, aunque muchas quedaron sin hogar. Las que se negaron a abandonar sus casas se vieron expuestas a la violencia comunal, que ha reaparecido intermitentemente en ambos países desde la independencia. Pakistán, dividido en una parte occidental y otra oriental separadas por la India y con culturas e idiomas distintos, experimentaría a su vez una traumática guerra civil en 1971 que culminaría con la independencia de Bangladés.
Para ampliar: Toba Tek Singh, Saadat Hasan Manto, 1955
La partición de la India sigue teniendo un impacto tremendo en la memoria cotidiana y en la política del subcontinente. Además de las cuatro guerras indo-pakistaníes —1947, 1965, 1971 y 1999—, la partición separó regiones integradas económicamente y cambió completamente la vida en las ciudades: en 1947 casi la mitad de los habitantes de Lahore eran sijes e hindúes y un tercio de los de Deli eran musulmanes; en la actualidad apenas quedan pequeñas comunidades. No obstante, en la India permaneció una importante minoría musulmana, que en el momento de la partición representaba una población mayor que la de Pakistán; actualmente tiene unos 160 millones de musulmanes, lo que la convierte en el tercer país con mayor número de musulmanes, por detrás de Indonesia y Pakistán. Las minorías, teóricamente protegidas por las Constituciones de India y Pakistán, han sufrido discriminación en ambos países, que han ido adquiriendo cada vez un carácter menos tolerante con sus minorías, tendencia que se ha agravado en la India con el ascenso del primer ministro Narendra Modi.
Probablemente, en los próximos años los políticos del subcontinente sigan apelando al recuerdo de la partición para movilizar a sus votantes. Si bien una escalada militar grave es poco probable, dada la pertenencia de ambos países al club nuclear, el miedo al otro es un arma muy poderosa en la política interna. Los políticos de ambos países intentan capitalizar este miedo recurriendo a simplificaciones y tratando de eliminar las referencias a un pasado compartido. Sin embargo, ni la partición ni el conflicto interreligioso eran desenlaces necesarios del mandato británico sobre India. Las distintas confesiones convivieron por lo general de forma pacífica, celebrando juntas las distintas festividades e incluso organizando debates religiosos en un clima de tolerancia que resultaría incómodo a los actuales líderes nacionalistas.
Para ampliar: “El retorno del hombre fuerte a Asia”, Andrea G. Rodríguez en El Orden Mundial, 2018
Para ampliar: Toba Tek Singh, Saadat Hasan Manto, 1955
La partición de la India sigue teniendo un impacto tremendo en la memoria cotidiana y en la política del subcontinente. Además de las cuatro guerras indo-pakistaníes —1947, 1965, 1971 y 1999—, la partición separó regiones integradas económicamente y cambió completamente la vida en las ciudades: en 1947 casi la mitad de los habitantes de Lahore eran sijes e hindúes y un tercio de los de Deli eran musulmanes; en la actualidad apenas quedan pequeñas comunidades. No obstante, en la India permaneció una importante minoría musulmana, que en el momento de la partición representaba una población mayor que la de Pakistán; actualmente tiene unos 160 millones de musulmanes, lo que la convierte en el tercer país con mayor número de musulmanes, por detrás de Indonesia y Pakistán. Las minorías, teóricamente protegidas por las Constituciones de India y Pakistán, han sufrido discriminación en ambos países, que han ido adquiriendo cada vez un carácter menos tolerante con sus minorías, tendencia que se ha agravado en la India con el ascenso del primer ministro Narendra Modi.
Probablemente, en los próximos años los políticos del subcontinente sigan apelando al recuerdo de la partición para movilizar a sus votantes. Si bien una escalada militar grave es poco probable, dada la pertenencia de ambos países al club nuclear, el miedo al otro es un arma muy poderosa en la política interna. Los políticos de ambos países intentan capitalizar este miedo recurriendo a simplificaciones y tratando de eliminar las referencias a un pasado compartido. Sin embargo, ni la partición ni el conflicto interreligioso eran desenlaces necesarios del mandato británico sobre India. Las distintas confesiones convivieron por lo general de forma pacífica, celebrando juntas las distintas festividades e incluso organizando debates religiosos en un clima de tolerancia que resultaría incómodo a los actuales líderes nacionalistas.
Para ampliar: “El retorno del hombre fuerte a Asia”, Andrea G. Rodríguez en El Orden Mundial, 2018
|
|
|