La utilización geopolítica del tema corrupción
Mario Ramos 13 de enero de 2017
Al parecer, el Imperio vuelve a sus andanzas en lo que hemos denominado –geoestrategia de la desestabilización-. En plena coyuntura electoral, el Departamento de Justicia de los EE.UU anuncia que la empresa Odebrecht entregó sobornos a funcionarios ecuatorianos por 33.5 millones de dólares para verse favorecida en contrataciones públicas durante el período 2007 – 2016, -coincidiendo- con la etapa de gobierno del presidente Correa, cuando es conocido que Odebrecht tiene presencia en Ecuador al menos 30 años y en el caso de los otros países involucrados, ese informe -a diferencia del tratamiento que se le da a Ecuador-, aborda el periodo que va del 2001 al 2016.
El problema de ese anuncio radicó en que el Departamento de Justicia estadounidense lanza la carnada sin condumio, es decir, no da a conocer los nombres de los involucrados, y la pregunta obvia es ¿por qué? Si existiera una auténtica vocación de lucha contra la corrupción y sincera voluntad de cooperación con el Estado ecuatoriano, por qué no dar la información completa con los respectivos sustentos para que las instituciones de control y justicia hagan su trabajo. ¿Por qué no dar a conocer la lista de los implicados y darle un serio golpe a la corrupción, recurriendo para la denuncia a su red amiga de medios que ha creado en Ecuador y que ha utilizado convenientemente en otras ocasiones, en algunos casos desplegando verdaderas campañas de guerra psicológica para alcanzar sus objetivos? ¿En algún momento dará los nombres? ¿O entregará los que le conviene y ocultará otros? En todo caso, es de esperar que los organismos competentes en el Ecuador hagan sus propias investigaciones y descubran a todos los envueltos en esa red de corrupción. ¿Qué busca provocar el Departamento de Justicia de los EE.UU? ¿Desestabilizar el proceso electoral ecuatoriano? ¿Intenta usar esa denuncia como mecanismo de presión geopolítica encaminada a la preservación o imposición de determinados intereses? O simplemente se propone enrarecer la atmosfera electoral para afectar al binomio Moreno-Glas de Alianza PAIS. Hemos visto al alcalde Rodas viajar presuroso a los EE.UU -en algo parecido a un show- dizque a pedir la lista de los implicados[1] en el caso Odebrecht cuando él no es autoridad competente en materia investigativa. Resulta que este funcionario, -que ahora se declara perseguido político y que no fue recibido por el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, que como era de esperar no se prestaría para una evidente pantomima-, es el principal daño colateral no calculado por el informe estadounidense, ya que él contrató la segunda etapa del Metro-Quito con Odebrecht, único trabajo que esa empresa ejecuta en Ecuador en los actuales momentos, además con la finalidad de enfriar el escándalo, esa empresa ha anunciado que se retira del consorcio que lleva a cabo esa obra, decisión que inevitablemente repercutirá en la construcción del Metro de Quito. Entrevista a Edgar Allan García sobre el tema de la corrupción.
17 de enero de 2017 Punto Noticias - Radio Pichincha Universal Lista completa -y sin censura- de políticos ecuatorianos que recibieron sobornos de Odebrecht – “Caixa 2”
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Hemos visto en estos últimos tiempos que la –geoestrategia de la desestabilización- utiliza acuciosamente como herramienta geopolítica el tema de la corrupción. En América Latina y en el mundo, ese problema es real y vasto, no hay porque ocultarlo. Sin embargo, los EE.UU han logrado emplearlo para desestabilizar a los gobiernos progresistas y dar golpes de Estado como el sucedido en Brasil. El objetivo geopolítico no es acabar con la corrupción, sino acabar con los gobiernos progresistas por más débiles que sean en su intención transformadora y colocar gobiernos lacayos que destruyan lo alcanzado en materia de integración latinoamericana. Hoy constatamos que el gobierno de Temer es un gobierno corrupto, como pueden existir otros en América Latina, pero como se ajustan a los intereses de los EE.UU no son centro de ataque injerencista.
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Programa Cara a Cara
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24 de abril de 2018
NOTA: Hoy día ha llegado a nuestro conocimiento esta interesante referencia bibliográfica:
En el libro “Estrategia y Táctica del Movimiento Nacional”, de Arturo Frondizi, publicado en 1964, hay un capítulo titulado “La corrupción, pretexto para derribar gobiernos populares” donde el ex presidente razona de una manera que mantiene una vigencia llamativa. Aquí transcribo algunos pasajes del mismo y abajo está el link al PDF y agradezco a Agustín Rossi que lo recomendó en el programa de Sandra Russo.
“No ha habido hazaña -militar,política,económica,cultural- de trascendencia para el afianzamiento de nuestra nacionalidad y el acrecentamiento de su patrimonio material y espiritual , que no haya sido objeto de las más irresponsables campañas de difamación tendientes a invalidarlas, menospreciarlas o postergarlas.
Durante los solitarios meses de mi confinamiento en Martín García, regresé a las abandonadas lecturas de nuestra historia patria, tan coherente en su apariencia turbulenta y contradictoria, que los hechos de hoy conservan asombroso parentesco con los de antaño. En todo tiempo, quienes quisieron empujar el país hacia adelante fueron acusados de mala conducta administrativa, de cohecho y malversación. Como también a mi gobierno se le habían formulado idénticos cargos, me propuse trazar esquemáticamente esa constante que podemos llamar “de la calumnia” y que en mi caso se había cebado no tanto en mi persona, a la que algunos adversarios generosos eximían de culpa, sino en mis más cercanos y eficientes colaboradores y, especialmente, en Rogelio Frigerio y sus amigos. Con lo cual, los críticos más benignos me perdonaban la vida sin razón, pues nada hicieron en mi gobierno los “frigeristas” que no fuera fruto de la más estrecha y leal deliberación con quien asumía entonces y ratifica hoy la responsabilidad ejecutiva.
Pero antes de ocuparnos de los “negociados” atribuidos a mi gobierno, resultará pintoresca una excursión por los caminos de la historia, donde, a cada rato, tropezaremos con la constante de la calumnia como arma innoble para destruir al adversario. Y lo curioso es que, siempre, tal recurso no perseguía la reparación de la moral o la ley perdida, sino que se conformaba con lograr su objetivo político: caída la cabeza del adversario, los presuntos ladrones dejaban de ser perseguidos y castigados, como lo demuestra el hecho de que ningún proceso e investigación emprendido con fines políticos se haya esforzado en sancionar a los presuntos culpables.
LA CALUMNIA CONTRA LOS LIDERES POPULARES
Estas sabias reflexiones de Berutti demuestran que hace siglo y medio ya se conocían las tácticas políticas basadas en la denigración gratuita del adversario y había quienes eran capaces de desentrañar sus ocultos designios.
Es lamentable, entonces, que esa práctica desleal haya llegado intacta hasta nuestro días y que las calumnias que antes se lanzaron contra los próceres de nuestra independencia y organización nacional, desde San Martín hasta Rosas y Urquiza, se hayan repetido contra gobernantes contemporáneos y siempre con el mismo propósito denunciado por Berutti “Acarrearles el odio público, que su partido y amigos no pudiesen revivir y el gobierno que reemplazaba al caído se pudiese sostener sin temor de que los caídos pudiesen voltearlo”
Más lastimoso todavía es que se presten al juego partidos y hombres sinceramente dedicados a la causa popular, cuyos propios líderes y ellos mismos fueron víctimas de la insidia cada vez que, desde el gobierno o desde la oposición, ponían en peligro las posiciones y los privilegios de la minoría.
A Lisandro de la Torre estuvieron a punto de asesinarlo en el Senado de la Nación cuando desnudaba las maquinaciones de los monopolios exportadores. Pero si esa vez falló el intento y abatió en cambio a uno de sus discípulos más queridos, el arma más sutil y menos riesgosa de la calumnia se había ensañado antes con el ilustre tribuno en ocasión de su candidatura a presidente. Todos recordamos el libelo publicado por un ex socio de don Lisandro, con quien mantenía una controversia judicial, en el que se formulaban acusaciones indignas contra el candidato presidencial y que tuvo amplia acogida en la prensa y en los círculos que auspiciaban la candidatura rival. El doctor de la Torre replicó eficazmente al calumniador, pero siempre guardó su amaro recuerdo del episodio.
¿Qué no se dijo de la corrupción de los gobiernos de Hipólito Yrigoyen?
El ministro del interior del gobierno de facto surgido de la revolución militar de 1930, Matías G. González Sorondo, afirmó dos días después del triunfo del golpe que “una horda, un hampa había acampado en las esferas oficiales y plantado en ellas su acampe de mercaderes, comprándolo y vendiéndolo todo, desde lo más sagrado hasta el honor de la patria”
Y el senador Benjamín Villafañe, en pleno recinto de la cámara alta, dijo: “Al yrigoyenismo lo forman ciento diez mil prontuariados en la sección Robos y Hurtos, sesenta mil pederastas y cincuenta mil más que viven al margen de la ley, del juego y la explotación de mujeres”
“No ha habido hazaña -militar,política,económica,cultural- de trascendencia para el afianzamiento de nuestra nacionalidad y el acrecentamiento de su patrimonio material y espiritual , que no haya sido objeto de las más irresponsables campañas de difamación tendientes a invalidarlas, menospreciarlas o postergarlas.
Durante los solitarios meses de mi confinamiento en Martín García, regresé a las abandonadas lecturas de nuestra historia patria, tan coherente en su apariencia turbulenta y contradictoria, que los hechos de hoy conservan asombroso parentesco con los de antaño. En todo tiempo, quienes quisieron empujar el país hacia adelante fueron acusados de mala conducta administrativa, de cohecho y malversación. Como también a mi gobierno se le habían formulado idénticos cargos, me propuse trazar esquemáticamente esa constante que podemos llamar “de la calumnia” y que en mi caso se había cebado no tanto en mi persona, a la que algunos adversarios generosos eximían de culpa, sino en mis más cercanos y eficientes colaboradores y, especialmente, en Rogelio Frigerio y sus amigos. Con lo cual, los críticos más benignos me perdonaban la vida sin razón, pues nada hicieron en mi gobierno los “frigeristas” que no fuera fruto de la más estrecha y leal deliberación con quien asumía entonces y ratifica hoy la responsabilidad ejecutiva.
Pero antes de ocuparnos de los “negociados” atribuidos a mi gobierno, resultará pintoresca una excursión por los caminos de la historia, donde, a cada rato, tropezaremos con la constante de la calumnia como arma innoble para destruir al adversario. Y lo curioso es que, siempre, tal recurso no perseguía la reparación de la moral o la ley perdida, sino que se conformaba con lograr su objetivo político: caída la cabeza del adversario, los presuntos ladrones dejaban de ser perseguidos y castigados, como lo demuestra el hecho de que ningún proceso e investigación emprendido con fines políticos se haya esforzado en sancionar a los presuntos culpables.
LA CALUMNIA CONTRA LOS LIDERES POPULARES
Estas sabias reflexiones de Berutti demuestran que hace siglo y medio ya se conocían las tácticas políticas basadas en la denigración gratuita del adversario y había quienes eran capaces de desentrañar sus ocultos designios.
Es lamentable, entonces, que esa práctica desleal haya llegado intacta hasta nuestro días y que las calumnias que antes se lanzaron contra los próceres de nuestra independencia y organización nacional, desde San Martín hasta Rosas y Urquiza, se hayan repetido contra gobernantes contemporáneos y siempre con el mismo propósito denunciado por Berutti “Acarrearles el odio público, que su partido y amigos no pudiesen revivir y el gobierno que reemplazaba al caído se pudiese sostener sin temor de que los caídos pudiesen voltearlo”
Más lastimoso todavía es que se presten al juego partidos y hombres sinceramente dedicados a la causa popular, cuyos propios líderes y ellos mismos fueron víctimas de la insidia cada vez que, desde el gobierno o desde la oposición, ponían en peligro las posiciones y los privilegios de la minoría.
A Lisandro de la Torre estuvieron a punto de asesinarlo en el Senado de la Nación cuando desnudaba las maquinaciones de los monopolios exportadores. Pero si esa vez falló el intento y abatió en cambio a uno de sus discípulos más queridos, el arma más sutil y menos riesgosa de la calumnia se había ensañado antes con el ilustre tribuno en ocasión de su candidatura a presidente. Todos recordamos el libelo publicado por un ex socio de don Lisandro, con quien mantenía una controversia judicial, en el que se formulaban acusaciones indignas contra el candidato presidencial y que tuvo amplia acogida en la prensa y en los círculos que auspiciaban la candidatura rival. El doctor de la Torre replicó eficazmente al calumniador, pero siempre guardó su amaro recuerdo del episodio.
¿Qué no se dijo de la corrupción de los gobiernos de Hipólito Yrigoyen?
El ministro del interior del gobierno de facto surgido de la revolución militar de 1930, Matías G. González Sorondo, afirmó dos días después del triunfo del golpe que “una horda, un hampa había acampado en las esferas oficiales y plantado en ellas su acampe de mercaderes, comprándolo y vendiéndolo todo, desde lo más sagrado hasta el honor de la patria”
Y el senador Benjamín Villafañe, en pleno recinto de la cámara alta, dijo: “Al yrigoyenismo lo forman ciento diez mil prontuariados en la sección Robos y Hurtos, sesenta mil pederastas y cincuenta mil más que viven al margen de la ley, del juego y la explotación de mujeres”
27 de junio de 2018