“La decadencia europea es aún lo más atractivo del mundo”
Es un pensador polémico que huye de los lugares comunes. En esta entrevista, ni Putin ni Boris Johnson se salvan de su lupa. La ira, el cinismo y las cualidades meditativas que ofrece la vida también son objeto de sus reflexiones
El País BERNA GONZÁLEZ HARBOUR 30 de enero de 2022
Añadir un filósofo al menú tan intenso de esta temporada puede ser tan arriesgado como salpimentar el plato estrella de un gran chef. Pero en el caso de Peter Sloterdijk, pensador popular, polémico, brillante, habitual revulsivo contra los lugares comunes, es ingrediente seguro. El plato lo merecerá. El alemán nacido en Karlsruhe en 1947, autor de obras que han conmovido el pensamiento como Crítica de la razón cínica o la trilogía Esferas, ha pasado esta semana por Madrid y Valladolid invitado por el Foro de la Cultura, en el que han participado 60 ponentes de todo el mundo y ha reunido a miles de asistentes a pesar de las dificultades pandémicas. Siruela ha publicado en español la mayoría de sus libros.
Catedrático de Estética y Filosofía en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe durante largos años, Sloterdijk es probablemente el filósofo vivo europeo más importante junto a Jürgen Habermas. Es un pensador de enorme imaginación, versátil, mediático, capaz de tocar todos los temas y de meterse en todo tipo de charcos. Son legendarias ya sus polémicas con el propio Habermas y otros coetáneos en torno a temas como la fiscalidad, el feminismo o el Estado de bienestar. Enemigo de la corrección política, es un gran heredero de Nietzsche y Heidegger y, en su huida del academicismo y la mirada unívoca y simplista, ha bebido también del gurú Rajneesh Osho tras sus investigaciones en la India. Sloterdijk habla despacio, parece cansado y dudoso en un inglés que apoya en palabras francesas, alemanas y hasta españolas, pero cada frase es pura esencia digna de entrar en este gran plato que nos sirve nuestro tiempo.
PREGUNTA. En Ira y tiempo, usted describe la ira como un motor que impulsa la historia. ¿Qué papel está jugando la ira hoy?
RESPUESTA. La ira surge allí donde se impone la decepción. Y la decepción aumenta cuando las promesas no se cumplen. En la medida en que vivimos en un mundo de promesas y decepciones y en que no hay sociedades políticas que no generen decepciones, la ira siempre estará ahí. Y la alternativa a la decepción es la resignación, que es lo que hay en el Este, en Rusia. Rusia está poblada por gente que ha sufrido tales procesos de promesas y decepciones que ya no creen en nada. Son más cínicos, han elegido vivir sus vidas privadas y se contentan con que la política no les estorbe demasiado. Es una actitud que no es compatible con la vida en democracia. Esta necesita esperanza, una expectativa de que las cosas mejoren. Y si no hay mejora a la vista, la resignación se impondrá.
P. ¿Entonces la democracia necesita el enfado, la ira?
R. Sí. La democracia necesita un mínimo elemento de esperanza en que las cosas mejorarán en el futuro o al menos que las pérdidas no serán demasiado importantes. La ira y el enfado siempre estarán al alcance y pueden llevar a la decepción.
P. ¿Cómo definiría esta era? ¿Una era de odio? ¿De cinismo?
R. Lo que los filósofos alemanes llaman zeitgeist desde el siglo XVIII, el espíritu de nuestro tiempo es algo que escapa a toda definición. Pero aun así hay algo en el aire, y es que los europeos de hoy sienten cierto malestar por su debilidad política. Aunque muchos siguen creyendo en el compromiso político, una gran parte de nuestra población occidental ha elegido ya la resignación, ya no creen en la política. Un importante sector de la población en Europa ha elegido el privatism, la prioridad de la vida privada.
P. ¿Y crece? ¿Es una tendencia?
R. Lo importante es que esto ayuda a los políticos, porque tener enfrente a una población resignada vuelve su trabajo más sencillo. Mira Boris Johnson. Todo el mundo ha entendido que es un payaso, que hace lo que le da la gana y que sería un error tomárselo demasiado en serio. Es la versión irónica de la resignación, que cuadra muy bien con la mentalidad británica: siempre ha tenido una cierta dosis de mofa en la esfera política. Y lo mismo con los franceses, que siempre han sido líderes en revueltas y ahora están cansados.
P. Usted que ha explicado el mundo desde un punto de vista esférico y global, ¿cómo valora lo que está ocurriendo con Rusia? ¿Putin nos está devolviendo a un mundo bipolar?
R. No, sin duda, no. Porque Putin no puede creer que Rusia es más importante que China. Esa ilusión no es realista ni siquiera para él. Seguirá siendo un mundo tri o pentapolar: Estados Unidos, China, Rusia, Europa… Tras la ruptura del orden bipolar en 1990 ya no hay espacio para grandes simplificaciones, la estructura multipolar crece y no hay forma de escapar de este patrón tan complicado. Putin pretende el liderazgo de lo que antes se llamaba el segundo mundo, pero sabe que el estilo de vida ruso no es atractivo. No tiene ningún encanto, ningún soft power en absoluto. Mientras EEUU, aunque se haya deshonrado por tantos errores, aún tiene ese lado encantador, el enorme poder de esa forma de vida. Nada es atractivo en las formas de vida de Rusia y China. Hasta la decadencia europea es aún lo más atractivo que hay en el mundo como forma de vida, seguida por lo que queda del sueño americano. Que ha destruido y decepcionado mucho, pero aún queda algo. Putin sabe bien que nunca podrá competir con los elementos del modo de vida occidental. Las únicas armas que tiene son la subversión, la corrupción, la desinformación y el discurso habitual contra la decadencia occidental. Sobre el aumento de subculturas homosexuales o la falta de voluntad de las mujeres occidentales de tener hijos, que también ocurre allí y eso le preocupa, en 20 años pueden perder 10 millones de habitantes. ¿Cómo pretender ser una gran potencia así? La UE sola tiene más de 400 millones de habitantes, es débil, es intensiva en consumo y no muy buena en combate, no tiene ningún esplendor militar, pero es reina en estilo de vida.
P. ¿Debemos asustarnos? ¿Usted está asustado por los movimientos de Putin en torno a Ucrania?
R. No realmente. Le llevo observando 20 años y sé que es capaz de cometer cualquier crimen si le resulta útil, pero ya ha conseguido su objetivo: desestabilizar a Occidente, crear preocupación y demostrar que Rusia aún merece atención por parte del resto de la humanidad, lo que probablemente era su principal objetivo. Seguramente se irá tan pronto como su sed de poder y sus ambiciones sean satisfechos, tras algún golpe simbólico.
P. Europa es atractiva, como dice, y atrae una inmigración que sin embargo rechazamos. Gente que escapa del cambio climático, de las sequías. ¿Cómo resolvemos esto?
R. Estamos en una gran contradicción. Según nuestro sistema de valores simbólicos, estamos obligados a mostrar una hospitalidad y generosidad que podríamos asumir, pero no queremos hacerlo. Sobre todo, en los países del Este. Su actitud es: hemos sufrido más de medio siglo bajo la represión rusa, nos han explotado durante décadas, ¿y ahora se nos pide compartir lo poco que hemos conseguido?
P. Tampoco la extrema derecha en Alemania, España, Francia quiere.
R. Sí, la atmósfera es comparable en todas partes. Hay una urgencia idealista por parte de sacerdotes, activistas o ciudadanos que quieren integrar al extranjero, feministas por ejemplo que acogen a víctimas de violencia sexual, pero es una contradicción porque no queremos lo que deberíamos y nunca lograremos que la mayoría de la población quiera lo que debe. Porque el kantianismo no está hecho para la gente común [ríe].
P. ¿Y qué puede hacer la filosofía por este mundo?
“La desconfianza ha crecido, cualquiera puede ser portador del mal o de influencias tóxicas”
“Vladímir Putin ya ha conseguido su objetivo: demostrar que Rusia aún merece atención”
“Con la pandemia vimos algo increíblemente precioso: la belleza de los momentos vacíos”
R. Cuando me preguntan eso, intento esconderme tras las espaldas de Nietzsche, que dijo que nuestra misión es dañar a la estupidez. Si lo logramos, habremos cumplido al menos un capítulo. El otro lo compartimos con artistas y religiosas: desarrollar una mirada sobre el sentido o sinsentido de la vida y hacerlo algo más comprensivo. Pero esto no es necesariamente un trabajo analítico, sino una misión lírica, y este tipo de preguntas pueden ser contestadas por la poesía y cualquier otra forma de consuelo. Somos criaturas necesitadas de consuelo. O al menos de anestesia. Escribí hace 10 años Has de cambiar tu vida (Pre-Textos, 2012) con el capítulo ‘Revolución de Octubre’, que no se refiere a 1917 sino a algo que ocurrió en el Hospital General de Massachusetts, en octubre de 1847, la primera intervención bajo anestesia total, que hizo posible el mundo moderno de la medicina. Ahora somos pacientes de una forma distinta, somos operables hasta extremos increíbles. ¡A mí mismo me operaron hace una semana y aquí estoy!
P. Hablando de enfermedades, ¿hemos aprendido de la pandemia? ¿Ha cambiado algo?
R. Creo que sí. El nivel general de paranoia ha aumentado.
P. ¿Y eso es bueno?
R. No, no. En absoluto. La atmósfera de desconfianza ha crecido porque todo el mundo puede ser transmisor o portador del mal, de influencias tóxicas. Ya estaba en el aire mucho antes de la covid-19. Desde EEUU veníamos recibiendo un nuevo tipo de discurso social, un juego de lenguaje creado por el feminismo americano sobre la masculinidad tóxica. Eso nació hace 10 años o más. A cada persona complicada la llaman sociópata y están dispuestos a definir a los demás con características patológicas. La covid-19 solo ha exacerbado esa tendencia. Y por otro lado entendemos la importancia de la amistad, de la confianza, de la reflexión como cualidades meditadas de la vida, toda la sociedad se ha transformado en una especie de monasterio durante el confinamiento. Vimos algo increíblemente precioso: redescubrir la belleza de los momentos vacíos, la cualidad meditativa de la vida.
P. Al mismo tiempo hay una paradoja: creíamos vivir en un mundo interconectado en el que desayunamos kiwis de Nueva Zelanda y de repente nos dimos cuenta de que no había mascarillas. Y continúa el problema de los suministros. ¿Cuál es su reflexión sobre esa interconectividad que nos hace tan dependientes?
R. Un grupo de intelectuales con base en París publicamos hace tiempo lo que llamamos Declaración de Dependencia, dirigido a todo el mundo, para que la gente ya no crea en la ilusión de la independencia en un mundo en el que todo está conectado. Este es el momento de que esa declaración sea suscrita por todos los gobiernos del mundo. Los fallos de la cadena de suministros existían desde mucho antes.
P. Pero nos habla de nuestra vulnerabilidad y nuestros límites.
R. Sí. Vivimos en una especie de burbujas de alto rendimiento y una vez que sales de ella ves que es una ilusión para una minoría feliz. Solo tienes que dar un paso, salir del invernadero del capitalismo y darte cuenta de que no existe tanta interconexión. Lo contaba en En el mundo interior del capital.
P. ¿Cree que el capitalismo está en decadencia?
R. No, no creo. Puede llevar a situaciones decadentes, pero la decadencia solo es resultado del relajamiento. Si la gente se relaja profundamente, habrá decadencia, se desacostumbran al esfuerzo que te hace avanzar más lejos.
P. Usted ha sido profesor y está en contacto con jóvenes. ¿Cómo ve a las nuevas generaciones?
R. Hay muchos hambrientos de éxito, deseosos de ganar dinero lo antes posible, estudian empresariales, ingenierías y carreras pragmáticas, pero aquellos con los que estaba en contacto como profesor eran soñadores y románticos o cínicos que desde muy temprano se toman todo a broma. Algunos están preocupados por la seriedad, por el cambio climático. El único modo de escapar del resentimiento es comprometerse con una causa real.
P. ¿Podemos salvar el planeta?
R. No. Nadie puede salvar el planeta porque el planeta no necesita un salvador. Es la civilización humana la que necesita nuevas políticas que hagan la vida humana sostenible en los próximos 20 o 100 años. No sabemos si esto es posible, hay una gran contradicción entre los imperativos de nuestra forma de vida y los imperativos de la gestión del clima. Deberíamos prepararnos para tiempos duros y especialmente los que viven esa forma de vida moderna, el consumo, la movilidad, los viajes, el lujo, el turismo, las ropas, y no quieren renunciar a ella.
P. ¿Es pesimista entonces sobre nuestra capacidad de cambiar?
R. No soy pesimista. Pero tienes que tomar a la gente por lo que es y a partir de ahí construir soluciones. Es aquello de que con la madera torcida de la humanidad no puedes construir algo recto, un concepto antropológico muy realista. Solo el realismo ayudará.
P. Usted ha escrito ¿Qué sucedió en el siglo XX? Dentro de 80 años, qué diría en un libro llamado ¿Qué sucedió en el siglo XXI?
R. El siglo XXI es aún una prolongación del XX. Y lo principal del XX fue el auge y caída del comunismo, fue un siglo perdido, de derramamiento de sangre e inmenso sacrificio de vidas.
P. ¿Y este? ¿Puede ver el fin del consumismo que practicamos?
R. En el mejor de los mundos posibles, podría ser el siglo en que esas bestias que llamamos imperios se domen mutuamente.
P. ¿Habla de destrucción mutua?
R. No solo de destrucción, sino de doma. El Estado nación tiene en su interior un poder civilizador para su población, pero en el exterior se sigue comportando como un depredador, como una bestia salvaje. La Tierra es una entidad que soporta cinco o siete construcciones poderosas de tipo imperial que compiten entre sí fuertemente. Y, en el futuro, ya que el bienestar en sentido generoso a largo plazo ya no es una opción, estas deben aprender el arte de la coexistencia y la doma mutua. Una bestia salvaje debe aprender a domarse a sí misma y a las demás. Y eso solo puede ocurrir en tensión con los demás poderes. Desde el momento en que la gran guerra esté excluida, el siglo XXI podría convertirse en una época de avance de la civilización, ya que la civilización no ha completado todo su camino porque aún hay un salvaje ahí afuera. Tal vez en 100 años entrevistes a un intelectual que te diga que el siglo XXI fue aún peor que el XX. ¡Espero que no!
Catedrático de Estética y Filosofía en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe durante largos años, Sloterdijk es probablemente el filósofo vivo europeo más importante junto a Jürgen Habermas. Es un pensador de enorme imaginación, versátil, mediático, capaz de tocar todos los temas y de meterse en todo tipo de charcos. Son legendarias ya sus polémicas con el propio Habermas y otros coetáneos en torno a temas como la fiscalidad, el feminismo o el Estado de bienestar. Enemigo de la corrección política, es un gran heredero de Nietzsche y Heidegger y, en su huida del academicismo y la mirada unívoca y simplista, ha bebido también del gurú Rajneesh Osho tras sus investigaciones en la India. Sloterdijk habla despacio, parece cansado y dudoso en un inglés que apoya en palabras francesas, alemanas y hasta españolas, pero cada frase es pura esencia digna de entrar en este gran plato que nos sirve nuestro tiempo.
PREGUNTA. En Ira y tiempo, usted describe la ira como un motor que impulsa la historia. ¿Qué papel está jugando la ira hoy?
RESPUESTA. La ira surge allí donde se impone la decepción. Y la decepción aumenta cuando las promesas no se cumplen. En la medida en que vivimos en un mundo de promesas y decepciones y en que no hay sociedades políticas que no generen decepciones, la ira siempre estará ahí. Y la alternativa a la decepción es la resignación, que es lo que hay en el Este, en Rusia. Rusia está poblada por gente que ha sufrido tales procesos de promesas y decepciones que ya no creen en nada. Son más cínicos, han elegido vivir sus vidas privadas y se contentan con que la política no les estorbe demasiado. Es una actitud que no es compatible con la vida en democracia. Esta necesita esperanza, una expectativa de que las cosas mejoren. Y si no hay mejora a la vista, la resignación se impondrá.
P. ¿Entonces la democracia necesita el enfado, la ira?
R. Sí. La democracia necesita un mínimo elemento de esperanza en que las cosas mejorarán en el futuro o al menos que las pérdidas no serán demasiado importantes. La ira y el enfado siempre estarán al alcance y pueden llevar a la decepción.
P. ¿Cómo definiría esta era? ¿Una era de odio? ¿De cinismo?
R. Lo que los filósofos alemanes llaman zeitgeist desde el siglo XVIII, el espíritu de nuestro tiempo es algo que escapa a toda definición. Pero aun así hay algo en el aire, y es que los europeos de hoy sienten cierto malestar por su debilidad política. Aunque muchos siguen creyendo en el compromiso político, una gran parte de nuestra población occidental ha elegido ya la resignación, ya no creen en la política. Un importante sector de la población en Europa ha elegido el privatism, la prioridad de la vida privada.
P. ¿Y crece? ¿Es una tendencia?
R. Lo importante es que esto ayuda a los políticos, porque tener enfrente a una población resignada vuelve su trabajo más sencillo. Mira Boris Johnson. Todo el mundo ha entendido que es un payaso, que hace lo que le da la gana y que sería un error tomárselo demasiado en serio. Es la versión irónica de la resignación, que cuadra muy bien con la mentalidad británica: siempre ha tenido una cierta dosis de mofa en la esfera política. Y lo mismo con los franceses, que siempre han sido líderes en revueltas y ahora están cansados.
P. Usted que ha explicado el mundo desde un punto de vista esférico y global, ¿cómo valora lo que está ocurriendo con Rusia? ¿Putin nos está devolviendo a un mundo bipolar?
R. No, sin duda, no. Porque Putin no puede creer que Rusia es más importante que China. Esa ilusión no es realista ni siquiera para él. Seguirá siendo un mundo tri o pentapolar: Estados Unidos, China, Rusia, Europa… Tras la ruptura del orden bipolar en 1990 ya no hay espacio para grandes simplificaciones, la estructura multipolar crece y no hay forma de escapar de este patrón tan complicado. Putin pretende el liderazgo de lo que antes se llamaba el segundo mundo, pero sabe que el estilo de vida ruso no es atractivo. No tiene ningún encanto, ningún soft power en absoluto. Mientras EEUU, aunque se haya deshonrado por tantos errores, aún tiene ese lado encantador, el enorme poder de esa forma de vida. Nada es atractivo en las formas de vida de Rusia y China. Hasta la decadencia europea es aún lo más atractivo que hay en el mundo como forma de vida, seguida por lo que queda del sueño americano. Que ha destruido y decepcionado mucho, pero aún queda algo. Putin sabe bien que nunca podrá competir con los elementos del modo de vida occidental. Las únicas armas que tiene son la subversión, la corrupción, la desinformación y el discurso habitual contra la decadencia occidental. Sobre el aumento de subculturas homosexuales o la falta de voluntad de las mujeres occidentales de tener hijos, que también ocurre allí y eso le preocupa, en 20 años pueden perder 10 millones de habitantes. ¿Cómo pretender ser una gran potencia así? La UE sola tiene más de 400 millones de habitantes, es débil, es intensiva en consumo y no muy buena en combate, no tiene ningún esplendor militar, pero es reina en estilo de vida.
P. ¿Debemos asustarnos? ¿Usted está asustado por los movimientos de Putin en torno a Ucrania?
R. No realmente. Le llevo observando 20 años y sé que es capaz de cometer cualquier crimen si le resulta útil, pero ya ha conseguido su objetivo: desestabilizar a Occidente, crear preocupación y demostrar que Rusia aún merece atención por parte del resto de la humanidad, lo que probablemente era su principal objetivo. Seguramente se irá tan pronto como su sed de poder y sus ambiciones sean satisfechos, tras algún golpe simbólico.
P. Europa es atractiva, como dice, y atrae una inmigración que sin embargo rechazamos. Gente que escapa del cambio climático, de las sequías. ¿Cómo resolvemos esto?
R. Estamos en una gran contradicción. Según nuestro sistema de valores simbólicos, estamos obligados a mostrar una hospitalidad y generosidad que podríamos asumir, pero no queremos hacerlo. Sobre todo, en los países del Este. Su actitud es: hemos sufrido más de medio siglo bajo la represión rusa, nos han explotado durante décadas, ¿y ahora se nos pide compartir lo poco que hemos conseguido?
P. Tampoco la extrema derecha en Alemania, España, Francia quiere.
R. Sí, la atmósfera es comparable en todas partes. Hay una urgencia idealista por parte de sacerdotes, activistas o ciudadanos que quieren integrar al extranjero, feministas por ejemplo que acogen a víctimas de violencia sexual, pero es una contradicción porque no queremos lo que deberíamos y nunca lograremos que la mayoría de la población quiera lo que debe. Porque el kantianismo no está hecho para la gente común [ríe].
P. ¿Y qué puede hacer la filosofía por este mundo?
“La desconfianza ha crecido, cualquiera puede ser portador del mal o de influencias tóxicas”
“Vladímir Putin ya ha conseguido su objetivo: demostrar que Rusia aún merece atención”
“Con la pandemia vimos algo increíblemente precioso: la belleza de los momentos vacíos”
R. Cuando me preguntan eso, intento esconderme tras las espaldas de Nietzsche, que dijo que nuestra misión es dañar a la estupidez. Si lo logramos, habremos cumplido al menos un capítulo. El otro lo compartimos con artistas y religiosas: desarrollar una mirada sobre el sentido o sinsentido de la vida y hacerlo algo más comprensivo. Pero esto no es necesariamente un trabajo analítico, sino una misión lírica, y este tipo de preguntas pueden ser contestadas por la poesía y cualquier otra forma de consuelo. Somos criaturas necesitadas de consuelo. O al menos de anestesia. Escribí hace 10 años Has de cambiar tu vida (Pre-Textos, 2012) con el capítulo ‘Revolución de Octubre’, que no se refiere a 1917 sino a algo que ocurrió en el Hospital General de Massachusetts, en octubre de 1847, la primera intervención bajo anestesia total, que hizo posible el mundo moderno de la medicina. Ahora somos pacientes de una forma distinta, somos operables hasta extremos increíbles. ¡A mí mismo me operaron hace una semana y aquí estoy!
P. Hablando de enfermedades, ¿hemos aprendido de la pandemia? ¿Ha cambiado algo?
R. Creo que sí. El nivel general de paranoia ha aumentado.
P. ¿Y eso es bueno?
R. No, no. En absoluto. La atmósfera de desconfianza ha crecido porque todo el mundo puede ser transmisor o portador del mal, de influencias tóxicas. Ya estaba en el aire mucho antes de la covid-19. Desde EEUU veníamos recibiendo un nuevo tipo de discurso social, un juego de lenguaje creado por el feminismo americano sobre la masculinidad tóxica. Eso nació hace 10 años o más. A cada persona complicada la llaman sociópata y están dispuestos a definir a los demás con características patológicas. La covid-19 solo ha exacerbado esa tendencia. Y por otro lado entendemos la importancia de la amistad, de la confianza, de la reflexión como cualidades meditadas de la vida, toda la sociedad se ha transformado en una especie de monasterio durante el confinamiento. Vimos algo increíblemente precioso: redescubrir la belleza de los momentos vacíos, la cualidad meditativa de la vida.
P. Al mismo tiempo hay una paradoja: creíamos vivir en un mundo interconectado en el que desayunamos kiwis de Nueva Zelanda y de repente nos dimos cuenta de que no había mascarillas. Y continúa el problema de los suministros. ¿Cuál es su reflexión sobre esa interconectividad que nos hace tan dependientes?
R. Un grupo de intelectuales con base en París publicamos hace tiempo lo que llamamos Declaración de Dependencia, dirigido a todo el mundo, para que la gente ya no crea en la ilusión de la independencia en un mundo en el que todo está conectado. Este es el momento de que esa declaración sea suscrita por todos los gobiernos del mundo. Los fallos de la cadena de suministros existían desde mucho antes.
P. Pero nos habla de nuestra vulnerabilidad y nuestros límites.
R. Sí. Vivimos en una especie de burbujas de alto rendimiento y una vez que sales de ella ves que es una ilusión para una minoría feliz. Solo tienes que dar un paso, salir del invernadero del capitalismo y darte cuenta de que no existe tanta interconexión. Lo contaba en En el mundo interior del capital.
P. ¿Cree que el capitalismo está en decadencia?
R. No, no creo. Puede llevar a situaciones decadentes, pero la decadencia solo es resultado del relajamiento. Si la gente se relaja profundamente, habrá decadencia, se desacostumbran al esfuerzo que te hace avanzar más lejos.
P. Usted ha sido profesor y está en contacto con jóvenes. ¿Cómo ve a las nuevas generaciones?
R. Hay muchos hambrientos de éxito, deseosos de ganar dinero lo antes posible, estudian empresariales, ingenierías y carreras pragmáticas, pero aquellos con los que estaba en contacto como profesor eran soñadores y románticos o cínicos que desde muy temprano se toman todo a broma. Algunos están preocupados por la seriedad, por el cambio climático. El único modo de escapar del resentimiento es comprometerse con una causa real.
P. ¿Podemos salvar el planeta?
R. No. Nadie puede salvar el planeta porque el planeta no necesita un salvador. Es la civilización humana la que necesita nuevas políticas que hagan la vida humana sostenible en los próximos 20 o 100 años. No sabemos si esto es posible, hay una gran contradicción entre los imperativos de nuestra forma de vida y los imperativos de la gestión del clima. Deberíamos prepararnos para tiempos duros y especialmente los que viven esa forma de vida moderna, el consumo, la movilidad, los viajes, el lujo, el turismo, las ropas, y no quieren renunciar a ella.
P. ¿Es pesimista entonces sobre nuestra capacidad de cambiar?
R. No soy pesimista. Pero tienes que tomar a la gente por lo que es y a partir de ahí construir soluciones. Es aquello de que con la madera torcida de la humanidad no puedes construir algo recto, un concepto antropológico muy realista. Solo el realismo ayudará.
P. Usted ha escrito ¿Qué sucedió en el siglo XX? Dentro de 80 años, qué diría en un libro llamado ¿Qué sucedió en el siglo XXI?
R. El siglo XXI es aún una prolongación del XX. Y lo principal del XX fue el auge y caída del comunismo, fue un siglo perdido, de derramamiento de sangre e inmenso sacrificio de vidas.
P. ¿Y este? ¿Puede ver el fin del consumismo que practicamos?
R. En el mejor de los mundos posibles, podría ser el siglo en que esas bestias que llamamos imperios se domen mutuamente.
P. ¿Habla de destrucción mutua?
R. No solo de destrucción, sino de doma. El Estado nación tiene en su interior un poder civilizador para su población, pero en el exterior se sigue comportando como un depredador, como una bestia salvaje. La Tierra es una entidad que soporta cinco o siete construcciones poderosas de tipo imperial que compiten entre sí fuertemente. Y, en el futuro, ya que el bienestar en sentido generoso a largo plazo ya no es una opción, estas deben aprender el arte de la coexistencia y la doma mutua. Una bestia salvaje debe aprender a domarse a sí misma y a las demás. Y eso solo puede ocurrir en tensión con los demás poderes. Desde el momento en que la gran guerra esté excluida, el siglo XXI podría convertirse en una época de avance de la civilización, ya que la civilización no ha completado todo su camino porque aún hay un salvaje ahí afuera. Tal vez en 100 años entrevistes a un intelectual que te diga que el siglo XXI fue aún peor que el XX. ¡Espero que no!