Miedo, pandemia, libertad: Robert Kennedy Jr. en Berlín
Adriana Rossi. Especialista en geopolítica de los conflictos.
Gracus 30 de septiembre de 2020
Robert Kennedy Jr. abogado, ambientalista de larga trayectoria y antivacuna con posiciones moderadas, se presentó a la marcha de protesta en Berlín contra la cuarentena. En su discurso del 29 de agosto del 2020 se definió un berlinés más, como lo hizo durante su visita a la ciudad alemana su tío John Fitzgerald Kennedy hace 50 años.
Su alocución se centró sobre la libertad amenazada por poderes que se aprovecharían de un escenario de aislamiento impuesto por la pandemia del covid-19 sobre la base de un miedo inducido para esclavizar a las sociedades, al que hay que reaccionar. Berlín por su protesta masiva, que reunió a miles de personas, se habría transformado según Kennedy, en la primera línea contra el totalitarismo global.
Sus críticas se centraron sobre aquellos, se supone que se refería a los gobiernos, que descuidaron la salud pública, pero que fueron prestos a secundar intereses de grandes grupos económicos, aprovechando la oportunidad que les ofrece la pandemia para imponer a las sociedades la tecnología digital 5G, que vale la pena recordar es de origen china, la introducción de la moneda digital, que permitiría un seguimiento de todas las personas privándolas de su intimidad y vigilándolas, coartando su libertad, destruyendo democracia, clase media, aumentando desmesuradamente riquezas en manos de unos pocos, mientras se empobrece el resto del mundo. Especial atención dedicó a los gigantes estadounidenses del sector informático como Bill Gates, creador de Microsoft, nombrado más de una vez, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, y Jeff Bezos dueño de Amazon y del diario Washington Post, que se hicieron multimillonarios y tendrían el objetivo de dominar al planeta.
El discurso de Robert Kennedy aplaudido en varios tramos, revela una serie de ambigüedades a una atenta lectura, siendo una mezcla muy hábil de verdades y opiniones objetables.
El totalitarismo
Muchos son los intelectuales desde Naomi Klein, Yuval Noah Harari, Byun-Chul Han, Ignacio Ramonet y Atilio Boron, sólo para citar algunos, que han ido evidenciado desde el comienzo de la pandemia y la aplicación de medidas restrictivas y de vigilancia para frenarla, la peligrosa posibilidad de llegar a un control total de individuos y sociedades mediante la nueva tecnología digital que va a invadir y violar hasta nuestras intimidades, sobre la cual puso énfasis Kennedy.
De todas formas vale la pena recordar que ya estábamos por ese camino antes de la aparición del covid-19. No hay que olvidarse por ejemplo, que en Utah, EE.UU, hay un enorme centro de recolección y almacenamiento de datas de todo el mundo recopiladas en internet por algoritmos sobre la base de repetición de palabras consideradas clave. Se almacenan por 6 meses y luego se borran a menos que la frecuencia sea considerada sospechosa. En tal caso el emisor se convierte en “persona de interés” y se le hace un seguimiento más específico hasta llegar a un control a través ya no de un algoritmo sino de personal especializado, con el objetivo de proteger la seguridad. Es decir ya estábamos controlados y ese control se ha extendido y se fue profundizando cada vez más a través de todos los aparatos digitales que “delatan” dónde estamos, de qué hablamos, qué gustos tenemos, qué opiniones políticas manifestamos. El control del que habla Kennedy es más invasivo todavía pero ya estábamos transitando esa senda.
Kennedy afirma que la pandemia está siendo aprovechada para instituir ese control hacia el cual eventualmente ya íbamos, merced a un miedo que nos paraliza y no permite reaccionar. Sea cierto o no, bajar a la calle sin barbijo, no mantener la distancia como se hizo en Berlín y volver a una supuesta vida normal como era el mensaje implícito, es una forma falaz de revuelta. Es más bien una forma de insolidaridad hacia el próximo y una manifestación de individualismo. Mi derecho a la libertad en este caso tiene un límite que es el derecho del otro a no ser contagiado y posiblemente expuesto a la muerte. Esa concepción del derecho individual enarbolado nace de las entrañas mismas del neoliberalismo donde lo colectivo se borra de un plumazo.
La multitud, 38.000 personas reunidas en Berlín a la que se dirigió Kennedy, calificándola de vanguardia de la libertad, en realidad no parece representar una unidad de luchadores por ese ideal. Entre ellos estaban los negacionistas -“la pandemia no existe”-, los antisistema, los antipolítica, sin direccionalidad ideológica, sin ideas guías y propuestas alternativas, aquellos que en italiano se llaman “i qualunquisti”(1) , que terminan apoyando a cualquiera o preparando el terreno a proyectos antidemocráticos como enseña la historia. Y estuvo la extrema derecha, que sí protagonizó un hecho político intentando ocupar el Reichstag, la sede de la Cámara Baja de la ciudad-estado de Berlín, una derecha que no brilla precisamente por sus ideales de democracia y por ende de libertad. Son esos grupos que aunque minoritarios, se han convertido en un dolor de cabeza para muchas sociedades y gobiernos, en este caso el alemán. En Alemania tienen representación política en el parlamento federal, aunque menor respecto a las elecciones anteriores por divisiones internas y no por pérdida de simpatizantes y cuya ideología cala hondo en algunos estratos poblacionales, y que se ha infiltrado hasta los altos mandos del cuerpo de élite del ejército que actualmente están siendo investigados por las autoridades gubernamentales. ¿Kennedy no lo sabía? Parece un tanto improbable.
Su discurso ha sido hábil. Mezcló lo racional con lo irracional, es decir lo que conceptualmente puede llegar a ser una pesadilla orwelliana real, con una serie de apelaciones a los sentimientos y deseos hasta contradictorios que mueven a las personas, desde la insatisfacción que serpentea por el mundo donde se asiste a la concentración de riqueza en manos de pocos, que Kennedy evidencia y evidencia ese poderío innegable de los ricos que terminan manejando el mundo, a las otras que él no expresó pero que están subyacentes en determinados grupos como la sensación de malvivir, o el egoísmo de vivir bien a costa de… sintetizado por el “quiero respirar” de los manifestantes antibarbijo en España, y el odio y la búsqueda de chivos expiatorios para un malestar difundido, que derivan en el desprecio de clase, en el racismo o en la xenofobia.
Sus críticas se centraron sobre aquellos, se supone que se refería a los gobiernos, que descuidaron la salud pública, pero que fueron prestos a secundar intereses de grandes grupos económicos, aprovechando la oportunidad que les ofrece la pandemia para imponer a las sociedades la tecnología digital 5G, que vale la pena recordar es de origen china, la introducción de la moneda digital, que permitiría un seguimiento de todas las personas privándolas de su intimidad y vigilándolas, coartando su libertad, destruyendo democracia, clase media, aumentando desmesuradamente riquezas en manos de unos pocos, mientras se empobrece el resto del mundo. Especial atención dedicó a los gigantes estadounidenses del sector informático como Bill Gates, creador de Microsoft, nombrado más de una vez, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, y Jeff Bezos dueño de Amazon y del diario Washington Post, que se hicieron multimillonarios y tendrían el objetivo de dominar al planeta.
El discurso de Robert Kennedy aplaudido en varios tramos, revela una serie de ambigüedades a una atenta lectura, siendo una mezcla muy hábil de verdades y opiniones objetables.
El totalitarismo
Muchos son los intelectuales desde Naomi Klein, Yuval Noah Harari, Byun-Chul Han, Ignacio Ramonet y Atilio Boron, sólo para citar algunos, que han ido evidenciado desde el comienzo de la pandemia y la aplicación de medidas restrictivas y de vigilancia para frenarla, la peligrosa posibilidad de llegar a un control total de individuos y sociedades mediante la nueva tecnología digital que va a invadir y violar hasta nuestras intimidades, sobre la cual puso énfasis Kennedy.
De todas formas vale la pena recordar que ya estábamos por ese camino antes de la aparición del covid-19. No hay que olvidarse por ejemplo, que en Utah, EE.UU, hay un enorme centro de recolección y almacenamiento de datas de todo el mundo recopiladas en internet por algoritmos sobre la base de repetición de palabras consideradas clave. Se almacenan por 6 meses y luego se borran a menos que la frecuencia sea considerada sospechosa. En tal caso el emisor se convierte en “persona de interés” y se le hace un seguimiento más específico hasta llegar a un control a través ya no de un algoritmo sino de personal especializado, con el objetivo de proteger la seguridad. Es decir ya estábamos controlados y ese control se ha extendido y se fue profundizando cada vez más a través de todos los aparatos digitales que “delatan” dónde estamos, de qué hablamos, qué gustos tenemos, qué opiniones políticas manifestamos. El control del que habla Kennedy es más invasivo todavía pero ya estábamos transitando esa senda.
Kennedy afirma que la pandemia está siendo aprovechada para instituir ese control hacia el cual eventualmente ya íbamos, merced a un miedo que nos paraliza y no permite reaccionar. Sea cierto o no, bajar a la calle sin barbijo, no mantener la distancia como se hizo en Berlín y volver a una supuesta vida normal como era el mensaje implícito, es una forma falaz de revuelta. Es más bien una forma de insolidaridad hacia el próximo y una manifestación de individualismo. Mi derecho a la libertad en este caso tiene un límite que es el derecho del otro a no ser contagiado y posiblemente expuesto a la muerte. Esa concepción del derecho individual enarbolado nace de las entrañas mismas del neoliberalismo donde lo colectivo se borra de un plumazo.
La multitud, 38.000 personas reunidas en Berlín a la que se dirigió Kennedy, calificándola de vanguardia de la libertad, en realidad no parece representar una unidad de luchadores por ese ideal. Entre ellos estaban los negacionistas -“la pandemia no existe”-, los antisistema, los antipolítica, sin direccionalidad ideológica, sin ideas guías y propuestas alternativas, aquellos que en italiano se llaman “i qualunquisti”(1) , que terminan apoyando a cualquiera o preparando el terreno a proyectos antidemocráticos como enseña la historia. Y estuvo la extrema derecha, que sí protagonizó un hecho político intentando ocupar el Reichstag, la sede de la Cámara Baja de la ciudad-estado de Berlín, una derecha que no brilla precisamente por sus ideales de democracia y por ende de libertad. Son esos grupos que aunque minoritarios, se han convertido en un dolor de cabeza para muchas sociedades y gobiernos, en este caso el alemán. En Alemania tienen representación política en el parlamento federal, aunque menor respecto a las elecciones anteriores por divisiones internas y no por pérdida de simpatizantes y cuya ideología cala hondo en algunos estratos poblacionales, y que se ha infiltrado hasta los altos mandos del cuerpo de élite del ejército que actualmente están siendo investigados por las autoridades gubernamentales. ¿Kennedy no lo sabía? Parece un tanto improbable.
Su discurso ha sido hábil. Mezcló lo racional con lo irracional, es decir lo que conceptualmente puede llegar a ser una pesadilla orwelliana real, con una serie de apelaciones a los sentimientos y deseos hasta contradictorios que mueven a las personas, desde la insatisfacción que serpentea por el mundo donde se asiste a la concentración de riqueza en manos de pocos, que Kennedy evidencia y evidencia ese poderío innegable de los ricos que terminan manejando el mundo, a las otras que él no expresó pero que están subyacentes en determinados grupos como la sensación de malvivir, o el egoísmo de vivir bien a costa de… sintetizado por el “quiero respirar” de los manifestantes antibarbijo en España, y el odio y la búsqueda de chivos expiatorios para un malestar difundido, que derivan en el desprecio de clase, en el racismo o en la xenofobia.
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El Covid-19 como arma
El discurso de Kennedy se dirigió a una multitud que posiblemente haga disparar en los próximos días las cifras de contagios que están aumentando en Alemania por la relajación de medidas preventivas. Y Kennedy debería saberlo ya que viene de un país martirizado por una mala política de prevención.
El Covid-19 puede ser un arma de control totalitario pero también es un arma de “limpieza social”. El “que se mueran los necesarios”, o “que se mueran los que tienen que morir” -es decir los débiles, los viejos que estorban la economía, los pobres que necesitan salir a trabajar y se exponen y dentro de los cuales están las minorías étnicas, los inmigrantes, que son los que van engrosando las cifras de los decesos, en fin los indeseables de la tierra para un sistema de dominación autosustentable, sin reparto de riquezas, beneficios y derechos-, son expresiones que muestran un cinismo que no sólo se manifiesta a través de las palabras, sino a través del accionar y que siempre se escuda detrás del término libertad.
En la lógica del discurso de Kennedy asoman contradicciones. Incita a una multitud que no tiene una idea unificadora a que los gobiernos hagan lo que la población quiere, se ensaña con Bill Gates obviando su posición en contra de la desigualdad refrendada por los bajos impuestos aplicados a las grandes fortunas en los Estados Unidos, mezclándolo con los otros dos multimillonarios a los cuales sólo lo acomuna una postura opositora a la política de Trump.
Y aquí viene la pregunta: ¿a qué apunta Robert Kennedy? Su discurso no parece ser inocente. Si lo hubiese pronunciado desde otro ámbito y no frente a una multitud que en nombre de la libertad reniega de limitaciones dictaminadas por razones sanitarias y que no parece inmutarse por mezclarse con grupos neofascistas y neonazis, como ya pasó en otras manifestaciones de protesta, hubiese tenido otra significación.
Kennedy de esta manera hizo que el covid-19 se transforme en un arma más, la que amplifica la confusión ya instalada gracias a la otra epidemia, la llamada infodemia, que puede derivar en caos en un posible escenario a futuro donde las transformaciones debidas a procesos preexistentes y a esta experiencia disruptiva de los acelera y pone en marcha otros, pondrán a prueba los poderes, las instituciones, las sociedades, la economía, la humanidad entera y donde el caos puede convertirse en un elemento más de una estrategia de poder que lo irá manejando de acuerdo a sus fines de dominación y que por ello mismo las sociedades tendrán que afrontar mancomunadamente.
El discurso de Kennedy se dirigió a una multitud que posiblemente haga disparar en los próximos días las cifras de contagios que están aumentando en Alemania por la relajación de medidas preventivas. Y Kennedy debería saberlo ya que viene de un país martirizado por una mala política de prevención.
El Covid-19 puede ser un arma de control totalitario pero también es un arma de “limpieza social”. El “que se mueran los necesarios”, o “que se mueran los que tienen que morir” -es decir los débiles, los viejos que estorban la economía, los pobres que necesitan salir a trabajar y se exponen y dentro de los cuales están las minorías étnicas, los inmigrantes, que son los que van engrosando las cifras de los decesos, en fin los indeseables de la tierra para un sistema de dominación autosustentable, sin reparto de riquezas, beneficios y derechos-, son expresiones que muestran un cinismo que no sólo se manifiesta a través de las palabras, sino a través del accionar y que siempre se escuda detrás del término libertad.
En la lógica del discurso de Kennedy asoman contradicciones. Incita a una multitud que no tiene una idea unificadora a que los gobiernos hagan lo que la población quiere, se ensaña con Bill Gates obviando su posición en contra de la desigualdad refrendada por los bajos impuestos aplicados a las grandes fortunas en los Estados Unidos, mezclándolo con los otros dos multimillonarios a los cuales sólo lo acomuna una postura opositora a la política de Trump.
Y aquí viene la pregunta: ¿a qué apunta Robert Kennedy? Su discurso no parece ser inocente. Si lo hubiese pronunciado desde otro ámbito y no frente a una multitud que en nombre de la libertad reniega de limitaciones dictaminadas por razones sanitarias y que no parece inmutarse por mezclarse con grupos neofascistas y neonazis, como ya pasó en otras manifestaciones de protesta, hubiese tenido otra significación.
Kennedy de esta manera hizo que el covid-19 se transforme en un arma más, la que amplifica la confusión ya instalada gracias a la otra epidemia, la llamada infodemia, que puede derivar en caos en un posible escenario a futuro donde las transformaciones debidas a procesos preexistentes y a esta experiencia disruptiva de los acelera y pone en marcha otros, pondrán a prueba los poderes, las instituciones, las sociedades, la economía, la humanidad entera y donde el caos puede convertirse en un elemento más de una estrategia de poder que lo irá manejando de acuerdo a sus fines de dominación y que por ello mismo las sociedades tendrán que afrontar mancomunadamente.
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