Montoneros (Argentina)
TeleSur Carlos Aznarez 29 mayo 2020
Siempre recuerdo una nota aparecida en un periódico “progresista” de la época, cuando para desmarcarse de los trágicos hechos de la ocupación por parte de un grupo de militantes al Cuartel de La Tablada en enero de 1989, un conocido periodista “de izquierda” titulaba: “Me arrepiento de haber sido” y tras cartón iniciaba una serie de repugnantes acusaciones a los jóvenes y no tan jóvenes que habían sucumbido bajo las balas del ejército y la policía. El tipejo quería que no confundieran su pasado “izquierdista” con esos “delirantes” y no decía una palabra de los genocidas. En las antípodas de este pensamiento, yo en cambio me enorgullezco de haber abrazado las banderas del peronismo revolucionario y de sumarme a Montoneros, precisamente en este 50 aniversario del Aramburazo, que junto con el Cordobazo son dos fechas insignes en la lucha popular de nuestro pueblo.
Mucho se ha hablado del Aramburazo tratando de contar “otra historia” distinta a la real, pero lo que queda claro es que su ejecución (la del genocida y fusilador Aramburu) fue festejada en todos los barrios peronistas y por todos aquellos que habían sufrido durante años el rigor represivo de la dictadura que el ajusticiado en Timote representaba.
Fue un hecho fundacional, inscripto por sorpresa en la agenda de la Resistencia Peronista. Una manera de decir “aquí estamos, no nos han vencido”, ni los asesinados en el bombardeo del 16 de junio del 55 en Plaza de Mayo. ni los fusilamientos de José León Suárez, ni el plan Conintes, ni el 4161. Ni siquiera todos los caídos en la lucha que precedieron a ese 29 de mayo del 70.
En ese marco de una militancia dispuesta a devolver golpe por golpe, cómo no enorgullecerse de haber tenido compañeros y compañeras que estaban dispuestos a darlo todo por los otros, que eran los mejores de una camada de jóvenes que no eludían la formación teórica pero a la vez eran los primeros para instrumentar esas ideas mamadas libro a libro, charla a charla, en una práctica constante. Esos pibes y pibas que por un lado escuchábamos a Moris, a Tanguito o a Sui Generis y Los Jaivas, y entre trabajo y estudio, íbamos a militar donde hiciera falta, alfabetizando o peleando por la falta de agua en las villas miseria (igual que ahora) o dispuestos a sumar esfuerzo y sacrificio para pelear junto a los hacheros del Impenetrable y el Chaco santafecino o los cañeros tucumanos. Pero también todos ellos y ellas, dispuestos a empuñar las armas como las viejas montoneras federales para intentar abrir las puertas emancipatorias que la oligarquía y sus cómplices habían cerrado una y otra vez.
Eran tiempos en que ninguno de nosotros peleaba por cargos o por prebendas, sino por asaltar los cielos con todo, dar vuelta la tortilla definitivamente “para que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda”. Íbamos a cada uno de las iniciativas de militancia que nos tocara participar con la alegría de saber que teníamos una razón y una causa que no era inventada sino que correspondía a todo un proceso histórico de construcción revolucionaria. No éramos ni reformistas ni posibilistas, creíamos poco y nada en las elecciones, porque siempre que se quiso votar, nos proscribían.
Mucho menos nos convencían con la palabra “democracia” porque al igual que ahora se la usaba para enmascarar gobiernos represivos, autoritarios, alejados de cualquier sensibilidad popular. Reivindicábamos el peronismo porque era la expresión más palpable de haberle dado a los más humildes lo que nadie jamás hubiera imaginado, pero a la vez estábamos dispuestos y dispuestas a dar un salto cualitativo y pensábamos en vivir en una Patria Socialista. Leíamos a Galeano y Benedetti pero más aún los discursos de Evita con los que coincidíamos de la A a la Z. Y a su vez admirábamos a Fidel, el Che y la revolución cubana, el Vietnam del Tio Ho o la China de Mao, el gran timonel.
Y en ese andar, por supuesto, ser Montonero era una consecuencia de haber latido poco antes con las enseñanzas de la Resistencia Peronista junto con otros hermanos de lucha, como Cacho El Kadri, Gustavo y Pocho Rearte, o las “tías” que transportaban los caños en la bolsa del mercado, para que los sabotajes a las empresas tuvieran el color de la rebeldía contra el gorilaje. Era a la vez, haber participado en las manifestaciones picantes de cada uno de los 17 de octubre prohibidos, o en pintar en las calles “Perón o Muerte”, que era como decir “vamos con todo por la Revolución”. Ser montonero pasaba también por haber estado en las calles peleando contra la policía montada, arrojando clavos miguelitos en las huelgas, gritando para que aparezca el obrero metalúrgico Felipe Vallese secuestrado por la yuta o repudiar a punta de caños, cuando a Perón lo bajaron del avión en el aeropuerto brasileño de El Galeao. Ni qué decir de los días furiosos del Cordobazo, Sitrac-Sitram o el Rosariazo.
Ser montonero o montonera era también haber militado en el Peronismo de Base y las FAP, reivindicando ayer como hoy, la alternativa independiente de la clase trabajadora y del pueblo peronista, sin burócratas ni traidores, organizándonos desde abajo y combatiendo. O ser testigos y protagonistas de las nuevas rebeliones obreras con la CGT de los Argentinos, o de las experiencias de prensa popular difundiendo o escribiendo en el diario Compañero, en el de la CGTA o en Cristianismo y Revolución, así como después en la Agencia de Noticias Clandestina.
No había tiempo para aburrirse en aquellos años, y así como en cada encuentro o en cada cita nos podíamos jugar la vida si la misma estaba cantada, supimos hacer de la clandestinidad cuando nos tocó sumergirnos en ella, una forma de aguantar con dignidad para eludir la derrota con la que nos amenazaba el enemigo. Así fuimos creciendo, poco a poco, madurando y endureciéndonos con cada caída de un o una compañera, llorando en silencio pero a la vez apretando los puños y prometiéndonos que seguimos y seguiremos.
Hoy, a 50 años de aquel lanzamiento insurrecto, seguimos abrazando las mismas banderas del nacionalismo popular revolucionario, el marxismo y el cristianismo de liberación. Honramos a nuestras y nuestros caídos. Recordamos a Fernando Abal, a Gustavo y Emilio, a Lino, a Carlón, al Sordo, al Cabezón, a Dardo, a Emilio Jauregui, Rodolfo Walsh y Paco Urondo, a Norma Arrostito y a la negra Diana Alak, al Turco Haidar y María Antonia, al negro Eduardo Marín, a Pelusa Carrica y a Irma, a la Pepa y a Patricia, pero también al gordo Cooke, a Alicia Eguren, a Cacho El Kadri, a Gustavo y Pocho Rearte, a Ongaro, a Jorgito Di Pasquale, a Ricardo de Luca y el gordo Garaicochea, a la Tía Tota, a Borro, Framini y Julio Troxler, al Robi y a Benito. A todos los compas del Movimiento Villero Peronista y a los del Frente de Lisiados Peronistas. Con ellos y ellas, hoy como ayer decimos LOMJE, que en lenguaje común es lo que sentimos: Libres o Muertos Jamás Esclavos.
Mucho se ha hablado del Aramburazo tratando de contar “otra historia” distinta a la real, pero lo que queda claro es que su ejecución (la del genocida y fusilador Aramburu) fue festejada en todos los barrios peronistas y por todos aquellos que habían sufrido durante años el rigor represivo de la dictadura que el ajusticiado en Timote representaba.
Fue un hecho fundacional, inscripto por sorpresa en la agenda de la Resistencia Peronista. Una manera de decir “aquí estamos, no nos han vencido”, ni los asesinados en el bombardeo del 16 de junio del 55 en Plaza de Mayo. ni los fusilamientos de José León Suárez, ni el plan Conintes, ni el 4161. Ni siquiera todos los caídos en la lucha que precedieron a ese 29 de mayo del 70.
En ese marco de una militancia dispuesta a devolver golpe por golpe, cómo no enorgullecerse de haber tenido compañeros y compañeras que estaban dispuestos a darlo todo por los otros, que eran los mejores de una camada de jóvenes que no eludían la formación teórica pero a la vez eran los primeros para instrumentar esas ideas mamadas libro a libro, charla a charla, en una práctica constante. Esos pibes y pibas que por un lado escuchábamos a Moris, a Tanguito o a Sui Generis y Los Jaivas, y entre trabajo y estudio, íbamos a militar donde hiciera falta, alfabetizando o peleando por la falta de agua en las villas miseria (igual que ahora) o dispuestos a sumar esfuerzo y sacrificio para pelear junto a los hacheros del Impenetrable y el Chaco santafecino o los cañeros tucumanos. Pero también todos ellos y ellas, dispuestos a empuñar las armas como las viejas montoneras federales para intentar abrir las puertas emancipatorias que la oligarquía y sus cómplices habían cerrado una y otra vez.
Eran tiempos en que ninguno de nosotros peleaba por cargos o por prebendas, sino por asaltar los cielos con todo, dar vuelta la tortilla definitivamente “para que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda”. Íbamos a cada uno de las iniciativas de militancia que nos tocara participar con la alegría de saber que teníamos una razón y una causa que no era inventada sino que correspondía a todo un proceso histórico de construcción revolucionaria. No éramos ni reformistas ni posibilistas, creíamos poco y nada en las elecciones, porque siempre que se quiso votar, nos proscribían.
Mucho menos nos convencían con la palabra “democracia” porque al igual que ahora se la usaba para enmascarar gobiernos represivos, autoritarios, alejados de cualquier sensibilidad popular. Reivindicábamos el peronismo porque era la expresión más palpable de haberle dado a los más humildes lo que nadie jamás hubiera imaginado, pero a la vez estábamos dispuestos y dispuestas a dar un salto cualitativo y pensábamos en vivir en una Patria Socialista. Leíamos a Galeano y Benedetti pero más aún los discursos de Evita con los que coincidíamos de la A a la Z. Y a su vez admirábamos a Fidel, el Che y la revolución cubana, el Vietnam del Tio Ho o la China de Mao, el gran timonel.
Y en ese andar, por supuesto, ser Montonero era una consecuencia de haber latido poco antes con las enseñanzas de la Resistencia Peronista junto con otros hermanos de lucha, como Cacho El Kadri, Gustavo y Pocho Rearte, o las “tías” que transportaban los caños en la bolsa del mercado, para que los sabotajes a las empresas tuvieran el color de la rebeldía contra el gorilaje. Era a la vez, haber participado en las manifestaciones picantes de cada uno de los 17 de octubre prohibidos, o en pintar en las calles “Perón o Muerte”, que era como decir “vamos con todo por la Revolución”. Ser montonero pasaba también por haber estado en las calles peleando contra la policía montada, arrojando clavos miguelitos en las huelgas, gritando para que aparezca el obrero metalúrgico Felipe Vallese secuestrado por la yuta o repudiar a punta de caños, cuando a Perón lo bajaron del avión en el aeropuerto brasileño de El Galeao. Ni qué decir de los días furiosos del Cordobazo, Sitrac-Sitram o el Rosariazo.
Ser montonero o montonera era también haber militado en el Peronismo de Base y las FAP, reivindicando ayer como hoy, la alternativa independiente de la clase trabajadora y del pueblo peronista, sin burócratas ni traidores, organizándonos desde abajo y combatiendo. O ser testigos y protagonistas de las nuevas rebeliones obreras con la CGT de los Argentinos, o de las experiencias de prensa popular difundiendo o escribiendo en el diario Compañero, en el de la CGTA o en Cristianismo y Revolución, así como después en la Agencia de Noticias Clandestina.
No había tiempo para aburrirse en aquellos años, y así como en cada encuentro o en cada cita nos podíamos jugar la vida si la misma estaba cantada, supimos hacer de la clandestinidad cuando nos tocó sumergirnos en ella, una forma de aguantar con dignidad para eludir la derrota con la que nos amenazaba el enemigo. Así fuimos creciendo, poco a poco, madurando y endureciéndonos con cada caída de un o una compañera, llorando en silencio pero a la vez apretando los puños y prometiéndonos que seguimos y seguiremos.
Hoy, a 50 años de aquel lanzamiento insurrecto, seguimos abrazando las mismas banderas del nacionalismo popular revolucionario, el marxismo y el cristianismo de liberación. Honramos a nuestras y nuestros caídos. Recordamos a Fernando Abal, a Gustavo y Emilio, a Lino, a Carlón, al Sordo, al Cabezón, a Dardo, a Emilio Jauregui, Rodolfo Walsh y Paco Urondo, a Norma Arrostito y a la negra Diana Alak, al Turco Haidar y María Antonia, al negro Eduardo Marín, a Pelusa Carrica y a Irma, a la Pepa y a Patricia, pero también al gordo Cooke, a Alicia Eguren, a Cacho El Kadri, a Gustavo y Pocho Rearte, a Ongaro, a Jorgito Di Pasquale, a Ricardo de Luca y el gordo Garaicochea, a la Tía Tota, a Borro, Framini y Julio Troxler, al Robi y a Benito. A todos los compas del Movimiento Villero Peronista y a los del Frente de Lisiados Peronistas. Con ellos y ellas, hoy como ayer decimos LOMJE, que en lenguaje común es lo que sentimos: Libres o Muertos Jamás Esclavos.
Sinopsis
Tras meses de planificación y en un operativo que duró menos de dos minutos, el 19 de septiembre de 1974 la guerrilla peronista emboscó y secuestró a los herederos de Bunge y Born, el principal grupo económico de la Argentina. Hace cuarenta años los montoneros cobrarían 60 millones de dólares, una cifra tan descomunal -un poco más de 260 millones de dólares a valores de hoy- que no ha sido superada en el mundo: sigue número 1 en la lista de los rescates más caros de la historia. |
Al testimonio exclusivo que Jorge Born brindó por primera vez para este libro, la investigación periodística de María O'Donnell suma la pista del dinero: desde que el Ejército y la Armada corrieron detrás del botín durante la dictadura hasta que Jorge recuperó algunos millones en una alianza oscura con uno de sus victimarios, Rodolfo Galimberti.
Con un ritmo narrativo que atrapa, la autora reconstruye la "Operación Mellizas" y presenta aristas ignoradas: por qué el padre de los secuestrados se negaba a pagar, cómo Jorge negoció desde su cautiverio la vida de su hermano primero y luego la suya, qué papel jugaron la revolución cubana y el banquero David Graiver en el movimiento de los fondos. Y cómo esta historia podría relacionarse con el indulto que Carlos Menem otorgó a Mario Firmenich por -precisamente- el secuestro de los hermanos. Born, un thriller de la realidad argentina, una historia atrapante que mezcla dinero y política, misterios y traiciones, y que llega hasta el presente para revelar hechos desconocidos. |
Especial 50 años de lucha revolucionaria
|