Mozambique, en la primera línea de fuego
ALAI Guadi Calvo 16 de noviembre de 2020
Lo que tímidamente comenzó en octubre de 2017 con las primeras acciones del grupo insurgente, afiliado al Daesh global, conocido vulgarmente como al-Shabbab, por el grupo fundamentalista somalí, aunque su verdadero y cada vez más resonante nombre es Ansar al-Sunna (Seguidores del Camino Tradicional o Defensores de la Tradición), que opera primordialmente en la provincia de Cabo Delgado al norte de Mozambique, en estos momentos se ha convertido en una pesadilla, no solo para los pobladores de la región y las autoridades locales y nacionales, sino también para las fuertes inversiones que distintas empresas energéticas, particularmente la francesa Total, están realizando tras el descubrimientos de ricos yacimientos de gas y petróleo a unos sesenta kilómetros de la costa. Esta es la razón por la que el presidente Emmanuel Macron, después de las últimas acciones del grupo, está llamando, de manera desesperada, a la comunidad internacional a tener una respuesta acorde a la magnitud del problema.
Entre enero y septiembre, Ansar al-Sunna ha realizado cerca de 360 ataques, casi el doble de los perpetrados durante el mismo tiempo en 2019.
Ya consolidada su presencia entre la costa y la ruta principal que corre de norte a sur de Cabo Delgado, Ansar al-Sunna ha conseguido aislar a los militares, impidiéndoles su reabastecimiento. Con metódica persistencia se ha dedicado a destruir cualquier símbolo de la presencia del estado, como edificios administrativos, centros sanitarios, escuelas y torres de comunicación, convirtiendo en imposible la posibilidad gobernar distritos claves como Mocimboa da Praia, una ciudad de 30 mil habitantes que ha tomado en varias oportunidades y se ha mantenido hasta que los muyahidines se retiraron por voluntad propia, además de Quissanga y Macomia.
La toma de Mocimboa da Praia, en marzo último obligó a cerca de 50 mil civiles de la ciudad y poblaciones cercanas a abandonar el área, sumándose a los ya casi 400 mil desplazados. Según Médicos sin Fronteras solo en la última semana de octubre, unas 10 mil personas abandonaron la ciudad de Pemba, la capital de Cabo Delgado, en barco, lo que generó preocupación entre las autoridades sanitarias por el acceso a agua potable e higiene y en el marco de la pandemia, aunque en Mozambique, los números son relativamente bajos con 14 mil infectados y 105 muertos.
Las razones del rápido crecimiento del grupo integrista quizás se funde en que la mayoría de sus militantes (se cree que cuenta con cerca de mil hombres) son jóvenes de origen musulmán, de las provincias norteñas Cabo Delgado, Nampula y Niassa, donde se asienta la comunidad islámica que representan las provincias más pobres de Mozambique, con niveles de pobreza por encima del promedio nacional según funcionarios de Mozambique y datos del Banco Mundial, a pesar de su riqueza en recursos naturales, como madera, gas natural y piedras preciosas. Cabo Delgado es la provincia donde se asienta la mayoría de los miembros de los casi cuatro millones de la comunidad islámica, de los treinta millones de habitantes que tiene el país.
A la dotación de los jóvenes milicianos que se han incorporado en estos tres años de actividad del Ansar al-Sunna, según fuentes locales, habría que sumar los desertores de las Forças Armadas de Defesa de Moçambique (FADM). Esto debido a que las FADM, en general no cuentan con entrenamiento acorde a la problemática que deben enfrentar, carecen de recursos y apoyo logístico para lanzar operaciones, además de que carecen de una estrategia unificada de contrainsurgencia, lo que ha provocado que en muchas oportunidades sus efectivos caigan, casi inocentemente, en emboscadas en las que muchos han perdido la vida o han sido tomados prisioneros por enemigos muchos mejor pagos armados y entrenados. Entre sus fuentes de financiación se encuentran los giros que llegan desde las monarquías del Golfo Pérsico, además de los contrabandistas locales y los narcotraficantes que explotan la ruta de la heroína que atraviesa el país.
La mayoría de los jóvenes, quizá en toda África, decían haberse unido a las diferentes khatibas terroristas por la violencia ejercida por los gobiernos contra algún familiar o amigo. Así se manifestó el 71 por ciento de los ex combatientes entrevistados en un estudio realizado en 2017. Los expertos coinciden que este mismo fenómeno se expresa en los irregulares del Ansar al-Sunna.
Golpear sobre caliente
Durante estos últimos diez días los integristas mozambiqueños han producido más de ciento cincuenta bajas en la población civil. El lunes dos de noviembre en el claro de unos 500 metros, en la región boscosa en el distrito de Muidumbe, fueron encontrados los cuerpos de unas veinte personas, (cinco adultos y quince niños) asesinadas por miembros de Ansar al-Sunna. La mayoría de ellos participaban en un rito de iniciación masculina (el cincuenta por ciento de la población Mozambique practica el animismo) al momento de ser sorprendidos por las takfiristas, quienes habrían decapitado a la mayoría de las víctimas. Se cree que han sido parte de la misma khatiba que durante el fin de semana saqueó e incendió diferentes caseríos cercanos al lugar del hallazgo, para abastecerse de alimento y dinero, modalidad frecuente utilizada por los terroristas. En abril, los terroristas habían producido un hecho similar, donde mataron a cincuenta y dos jóvenes, que aparentemente se habrían negado a incorporarse a la insurgencia.
A principio de la semana pasada el naufragio de una nave sobrecargada de desplazados por la violencia extremista, provocó la muerte de cuarenta, de los setenta y dos pasajeros que transportaba la nave, preparada para embarcar treinta personas, como informó Médicos sin Fronteras, (MsF) organización que debió suspender sus operaciones en Mocimboa da Praia y Macomia a comienzos de 2020, dado el desborde insurgente. MsF en la actualidad trasladó sus operaciones a Pemba y Metuge, donde ha instalado campamentos para desplazados.
Los náufragos habían salido del puerto de Palma, cercano a la frontera con Tanzania. El accidente se habría producido por el choque con unas rocas en las proximidades de la isla de Ibo. La sobre carga de la nave es un pincelazo patético del grado de desesperación con que la población civil está viviendo el embate wahabita que no se detiene.
El martes nueve de noviembre, se conoció que, entre el viernes y el lunes anterior, al menos cincuenta personas habían sido asesinadas en la aldea de Muatide, después de que fuera tomada por los terroristas, quienes tras saquearla, la prendieron fuego, para después llevar a un campo de futbol cercano a unos cincuentas hombres que habían capturado, para decapitarlos y trozar sus cuerpos, al tiempo que las mujeres fueron secuestradas. La crueldad con que actúan particularmente este grupo, que recuerda las acciones más repugnantes de sus hermanos de Boko Haram de Nigeria, se ejecutan con la finalidad de advertir a sus futuras víctimas las consecuencias de no acceder a sus requisitorias o bien entregar sus bienes o incorporarse a sus filas.
Con el baya’t o juramento de lealtad realizado por Ansar al-Sunna al Daesh en 2019, sin duda ha puesto a la provincia de Cabo Delgado en el panorama de la “yihad” global. Esta provincia tiene más de trescientos kilómetros de frontera con Tanzania, un país que cuenta con una población de casi 21 millones de musulmanes, entre los cerca de sus sesenta millones de habitantes. La guardia fronteriza es escasa y es difícil controlar además los 550 kilómetros de costa sobre el Océano Índico. El crecimiento de la Willat de África Central del Daesh y la reactivación de la Fuerzas Democráticas Aliadas en la República Democrática del Congo, convierte a Cabo Delgado en un destino propicio para los muyahidines experimentados en otros frentes, lo que aumentará la capacidad del grupo local y pondrá definitivamente a Mozambique en la primera línea de fuego junto a vastos sectores del África Subsahariana.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
Entre enero y septiembre, Ansar al-Sunna ha realizado cerca de 360 ataques, casi el doble de los perpetrados durante el mismo tiempo en 2019.
Ya consolidada su presencia entre la costa y la ruta principal que corre de norte a sur de Cabo Delgado, Ansar al-Sunna ha conseguido aislar a los militares, impidiéndoles su reabastecimiento. Con metódica persistencia se ha dedicado a destruir cualquier símbolo de la presencia del estado, como edificios administrativos, centros sanitarios, escuelas y torres de comunicación, convirtiendo en imposible la posibilidad gobernar distritos claves como Mocimboa da Praia, una ciudad de 30 mil habitantes que ha tomado en varias oportunidades y se ha mantenido hasta que los muyahidines se retiraron por voluntad propia, además de Quissanga y Macomia.
La toma de Mocimboa da Praia, en marzo último obligó a cerca de 50 mil civiles de la ciudad y poblaciones cercanas a abandonar el área, sumándose a los ya casi 400 mil desplazados. Según Médicos sin Fronteras solo en la última semana de octubre, unas 10 mil personas abandonaron la ciudad de Pemba, la capital de Cabo Delgado, en barco, lo que generó preocupación entre las autoridades sanitarias por el acceso a agua potable e higiene y en el marco de la pandemia, aunque en Mozambique, los números son relativamente bajos con 14 mil infectados y 105 muertos.
Las razones del rápido crecimiento del grupo integrista quizás se funde en que la mayoría de sus militantes (se cree que cuenta con cerca de mil hombres) son jóvenes de origen musulmán, de las provincias norteñas Cabo Delgado, Nampula y Niassa, donde se asienta la comunidad islámica que representan las provincias más pobres de Mozambique, con niveles de pobreza por encima del promedio nacional según funcionarios de Mozambique y datos del Banco Mundial, a pesar de su riqueza en recursos naturales, como madera, gas natural y piedras preciosas. Cabo Delgado es la provincia donde se asienta la mayoría de los miembros de los casi cuatro millones de la comunidad islámica, de los treinta millones de habitantes que tiene el país.
A la dotación de los jóvenes milicianos que se han incorporado en estos tres años de actividad del Ansar al-Sunna, según fuentes locales, habría que sumar los desertores de las Forças Armadas de Defesa de Moçambique (FADM). Esto debido a que las FADM, en general no cuentan con entrenamiento acorde a la problemática que deben enfrentar, carecen de recursos y apoyo logístico para lanzar operaciones, además de que carecen de una estrategia unificada de contrainsurgencia, lo que ha provocado que en muchas oportunidades sus efectivos caigan, casi inocentemente, en emboscadas en las que muchos han perdido la vida o han sido tomados prisioneros por enemigos muchos mejor pagos armados y entrenados. Entre sus fuentes de financiación se encuentran los giros que llegan desde las monarquías del Golfo Pérsico, además de los contrabandistas locales y los narcotraficantes que explotan la ruta de la heroína que atraviesa el país.
La mayoría de los jóvenes, quizá en toda África, decían haberse unido a las diferentes khatibas terroristas por la violencia ejercida por los gobiernos contra algún familiar o amigo. Así se manifestó el 71 por ciento de los ex combatientes entrevistados en un estudio realizado en 2017. Los expertos coinciden que este mismo fenómeno se expresa en los irregulares del Ansar al-Sunna.
Golpear sobre caliente
Durante estos últimos diez días los integristas mozambiqueños han producido más de ciento cincuenta bajas en la población civil. El lunes dos de noviembre en el claro de unos 500 metros, en la región boscosa en el distrito de Muidumbe, fueron encontrados los cuerpos de unas veinte personas, (cinco adultos y quince niños) asesinadas por miembros de Ansar al-Sunna. La mayoría de ellos participaban en un rito de iniciación masculina (el cincuenta por ciento de la población Mozambique practica el animismo) al momento de ser sorprendidos por las takfiristas, quienes habrían decapitado a la mayoría de las víctimas. Se cree que han sido parte de la misma khatiba que durante el fin de semana saqueó e incendió diferentes caseríos cercanos al lugar del hallazgo, para abastecerse de alimento y dinero, modalidad frecuente utilizada por los terroristas. En abril, los terroristas habían producido un hecho similar, donde mataron a cincuenta y dos jóvenes, que aparentemente se habrían negado a incorporarse a la insurgencia.
A principio de la semana pasada el naufragio de una nave sobrecargada de desplazados por la violencia extremista, provocó la muerte de cuarenta, de los setenta y dos pasajeros que transportaba la nave, preparada para embarcar treinta personas, como informó Médicos sin Fronteras, (MsF) organización que debió suspender sus operaciones en Mocimboa da Praia y Macomia a comienzos de 2020, dado el desborde insurgente. MsF en la actualidad trasladó sus operaciones a Pemba y Metuge, donde ha instalado campamentos para desplazados.
Los náufragos habían salido del puerto de Palma, cercano a la frontera con Tanzania. El accidente se habría producido por el choque con unas rocas en las proximidades de la isla de Ibo. La sobre carga de la nave es un pincelazo patético del grado de desesperación con que la población civil está viviendo el embate wahabita que no se detiene.
El martes nueve de noviembre, se conoció que, entre el viernes y el lunes anterior, al menos cincuenta personas habían sido asesinadas en la aldea de Muatide, después de que fuera tomada por los terroristas, quienes tras saquearla, la prendieron fuego, para después llevar a un campo de futbol cercano a unos cincuentas hombres que habían capturado, para decapitarlos y trozar sus cuerpos, al tiempo que las mujeres fueron secuestradas. La crueldad con que actúan particularmente este grupo, que recuerda las acciones más repugnantes de sus hermanos de Boko Haram de Nigeria, se ejecutan con la finalidad de advertir a sus futuras víctimas las consecuencias de no acceder a sus requisitorias o bien entregar sus bienes o incorporarse a sus filas.
Con el baya’t o juramento de lealtad realizado por Ansar al-Sunna al Daesh en 2019, sin duda ha puesto a la provincia de Cabo Delgado en el panorama de la “yihad” global. Esta provincia tiene más de trescientos kilómetros de frontera con Tanzania, un país que cuenta con una población de casi 21 millones de musulmanes, entre los cerca de sus sesenta millones de habitantes. La guardia fronteriza es escasa y es difícil controlar además los 550 kilómetros de costa sobre el Océano Índico. El crecimiento de la Willat de África Central del Daesh y la reactivación de la Fuerzas Democráticas Aliadas en la República Democrática del Congo, convierte a Cabo Delgado en un destino propicio para los muyahidines experimentados en otros frentes, lo que aumentará la capacidad del grupo local y pondrá definitivamente a Mozambique en la primera línea de fuego junto a vastos sectores del África Subsahariana.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC