Petro y Francia, del realismo mágico y el genocidio a la Colombia de lo posible
Observatorio de la crisis Aram Aharonian 10 de agosto de 2022
Gustavo Petro, un economista, exsenador y exguerrillero del Movimiento 19 de Abril (M-19) y Francia Márquez, una lideresa negra y ecologista de un pequeño poblado rural del Cauca, asumieron como presidente y vicepresidenta de Colombia para prometer que “es la hora del cambio, empieza la Colombia de lo posible”.
Un día antes de la ceremonia oficial Petro fue investido de manera simbólica por pueblos originarios, afrodescendientes y campesinos, quienes le pidieron paz en los territorios apartados, defensa del medio ambiente, protección de las minorías, cambios en las políticas de lucha antidrogas, defensa de los derechos humanos, renovación de las fuerzas armadas.
“Estamos aquí contra todo pronóstico, contra una historia que decía que nunca íbamos a gobernar, contra los de siempre, contra los que no querían soltar el poder”, destacó Gustavo Petro, quien dio a conocer un decálogo de compromisos ante el pueblo colombiano, y desde el primer instante demostró que no sólo es el nuevo presidente sino también el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Su primera medida fue ordenar a los militares llevar al acto de asunción la espada del libertador Simón Bolívar, robada por el M-19 en 1974 y devuelta en la década de los 90. El presidente saliente Iván Duque había negado la autorización para sacar de la espada del palacio presidencial y exhibirla durante la ceremonia de toma de posesión.
El mayor desafío que tiene el próximo gobierno colombiano es el de promover la paz, silenciar los fusiles, pero también, atacar las causas de la violencia armada como el hambre, la enorme desigualdad social y la garantía de derechos, que mucho tienen que ver con el abandono del Estado, el racismo, la plutocracia, la corrupción, el narcotráfico y el paramilitarismo que garantizan la producción y el envío de coca a Estados Unidos.
Es hora del cambio, de la Colombia real, tan lejos y tan cerca del realismo mágico de Gabriel García Márquez y del genocidio del uribismo. El optimismo y la esperanza volvieron a Colombia y se notó en el rostro sonriente de la población blanca, afrodescendiente, indígena. Ancianos, mujeres y hombres de todas las edades, pero en su mayoría jóvenes, que coparon la Plaza Bolívar y las calles bogotanas. Sí, sí se pudo.
Un cambio de verdad, en medio de un complicado panorama de poderes fácticos, violencia, descomposición social y una oligarquía que ha mantenido el país bajo su férula durante casi toda su historia, que no ha dudado en recurrir a la guerra sucia contra toda aquel o aquello que cuestionara su poder y que no parece dispuesta a ceder sus privilegios de buenas a primeras.
“Uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia (…) tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida”.
Entre las primeras definiciones como nuevo presidente subrayó su voluntad de cumplir el Acuerdo de Paz de La Habana y abrir en diálogo con los grupos armados para terminar con seis décadas de conflicto violento, que dejó al menos 450 mil muertos, la mayoría civiles, sólo entre 1985 y 2018.
“Este es el Gobierno de la vida, de la paz, y así será recordado”, afirmó tras señalar que lo principal será “defender a los colombianos y colombianas de las violencias y trabajar para que las familias se sientan seguras y tranquilas”.
Y señaló que para que la paz sea posible se debe cambiar la política sobre los estupefacientes. «La guerra contra las drogas ha fracasado», dijo, en alusión a la política antinarcóticos apoyada económica y militarmente por EU.
Hizo un llamado a una Convención Internacional que acepte este fracaso de la política impulsada por Washington que ha llevado a los Estados a cometer crímenes y ha evaporado el horizonte de la democracia, así como su denuncia de la desigualdad, a la que calificó de un despropósito y una amoralidad.
Sorprendió que el gobierno estadounidense mandara una delegación encabezada por Samantha Power, administradora de la “agencia estadounidense de ayuda al desarrollo” USAID y no por el secretario de Estado. Una de las principales incógnitas que deberá despejar el nuevo gobierno, será el difícil equilibrio en la relación con EU, para no verse forzado a continuar siendo peón de la política exterior de aquel país en la región.
«La guerra contra las drogas ha dejado un millón de latinoamericanos asesinados, durante estos 40 años, y deja 70 mil norteamericanos muertos por sobredosis cada año. La guerra contra las drogas ha llevado a los Estados a cometer crímenes y ha evaporado el horizonte de la democracia». resaltó.
¿Curioso?: la prensa hegemónica trató de minimizar el mar de ciudadanos que acompañó a la pareja presidencial en el acto de asunción de cargos y antes de cumplir 24 horas en el gobierno, le recordó que aún no había cumplido con sus promesas electorales…
El modelo
Se trata de ir desandando el modelo neoliberal arraigado desde hace décadas en Colombia y para ello el nuevo gobierno propone como primeras medidas para enfrentar la pobreza, que afecta a más del 45 por ciento de la población de unos 50 millones de habitantes, una ley contra el hambre y una renta básica, que figuran en el programa del Pacto Histórico. Cuatro de cada diez colombianos pasan hambre, señalan las encuestas.
El nuevo gobierno encuentra un país entre la crisis y la bancarrota, con un déficit fiscal que supera el siete por ciento del PIB. El Presidente Petro recordó que «el 10 % de la población colombiana tiene el 70 % de la riqueza, hecho que es un despropósito y una amoralidad» y por tanto se requiere de una reforma tributaria.
Para llevar a cabo medidas redistributivas se requiere recursos fiscales que deben ser provistos por una reforma tributaria. «Es simplemente el pago solidario que alguien afortunado hace a una sociedad que le permite y garantiza la fortuna», dijo.
Esta reforma tributaria puede tener un valor estimado de 12 mil millones de dólares, equivalente a 4 o 5 puntos del PIB y necesita redefinir la estructura tributaria que hasta ahora ha favorecido al gran capital. “Es decir, poner a tributar los patrimonios de los grandes potentados. No castigar a los sectores medios y pobres con mayores impuestos».
Recordó en su discurso que sus planes también contemplan educación universitaria pública gratuita, cambios al sistema de salud y subsidios para los ancianos pobres que no reciben jubilación.
Sus promesas económicas, incluida una reforma al sistema de pensiones y la prohibición de nuevos proyectos de exploración petrolera en favor de las energías renovables, provocaron nerviosismo en los empresarios e inversionistas, a pesar de que nombró ministro de Hacienda al reconocido economista José Antonio Ocampo. El mandatario también se comprometió a luchar contra la corrupción y el cambio climático e impulsar la industria nacional.
Aunque la izquierda no logró la mayoría de las 295 curules del Congreso, Petro consolidó una coalición con las fuerzas de centro y partidos tradicionales, como el Liberal, que le garantizarían la aprobación de sus reformas y la gobernabilidad.
El nuevo mandatario anunció que la igualdad de género es posible, y que se deben contemplar las tareas de cuidado, dado que las mujeres suelen dedicar el triple o cuádruple de horas a las mismas. «Es hora de combatir esas desigualdades y de equilibrar la balanza» dijo, y anunció que Francia Márquez dirigirá el Ministerio de la Igualdad.
El camino no es fácil: se trata de reconstruir el tejido social desgarrado por la consagración del egoísmo y el individualismo; de establecer puentes de diálogo en una sociedad contaminada por la retórica de odio y desprecio a la diferencia. Así, los sectores oligárquicos han legitimado su dominio por dos centurias.
Gobierno verde
Asimismo, el gobierno de Petro-Márquez encarará un futuro verde, apostando por un modelo sostenible, equilibrando la economía con la naturaleza. “Estamos dispuestos a una economía sin carbón y sin petróleo, pero poco ayudamos a la humanidad con ello. No somos nosotros los que emitimos los gases efecto invernadero. Son los ricos del mundo quienes lo hacen. ¿Dónde está el fondo mundial para salvar la selva amazónica?» se preguntó.
Gustavo Petro propuso cambiar deuda externa por gastos internos en favor de proteger el medio ambiente: «Si el Fondo Monetario Internacional ayuda a cambiar deuda por acción concreta contra la crisis climática, tendremos una nueva economía próspera».
La fórmula progresista logró derrotar a esa oligarquía que puso todo lo que tenía para mantenerse en el poder: dinero, drogas, carteles de la droga, instituciones del estado, todas las fuerzas políticas conservadoras, liberales derechistas con sus variantes, las fake news, el poder subrepticio estadounidense, medios de comunicación nacionales y extranjeros cartelizados. El triunfo no fue sólo de Petro: fue de un pueblo hastiado de tanta represión, corrupción, hambre… y sin futuro a la vista.
Pero una cosa es el gobierno y otro la toma de poder. Y para eso, tiene cuatro años por delante. Por ahora, déjenlos gobernar.
Ante la presencia de una decena de jefes de Estado, entre otros, Alberto Fernández (Argentina), Luis Arce (Bolivia); Gabriel Boric (Chile), Xiomara Castro (Honduras), Guillermo Lasso (Ecuador) exhortó Petro a que América latina sea una en proyectos concretos. «La unidad latinoamericana no puede ser mera retórica. ¿Hemos acaso logrado una red de energía eléctrica que cubra a toda América? Es hora de trabajar juntos», señaló.
Es sumamente alentador que Colombia rompa inercias centenarias para girar hacia el progresismo, sobre todo en el horizonte de la integración regional. Con sensibilidad social e impronta soberanista, esperamos que el nuevo gobierno colombiano sea un nuevo motor para encarar juntos los desafíos comunes del subcontinente latinoamericano y caribeño.
Un día antes de la ceremonia oficial Petro fue investido de manera simbólica por pueblos originarios, afrodescendientes y campesinos, quienes le pidieron paz en los territorios apartados, defensa del medio ambiente, protección de las minorías, cambios en las políticas de lucha antidrogas, defensa de los derechos humanos, renovación de las fuerzas armadas.
“Estamos aquí contra todo pronóstico, contra una historia que decía que nunca íbamos a gobernar, contra los de siempre, contra los que no querían soltar el poder”, destacó Gustavo Petro, quien dio a conocer un decálogo de compromisos ante el pueblo colombiano, y desde el primer instante demostró que no sólo es el nuevo presidente sino también el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Su primera medida fue ordenar a los militares llevar al acto de asunción la espada del libertador Simón Bolívar, robada por el M-19 en 1974 y devuelta en la década de los 90. El presidente saliente Iván Duque había negado la autorización para sacar de la espada del palacio presidencial y exhibirla durante la ceremonia de toma de posesión.
El mayor desafío que tiene el próximo gobierno colombiano es el de promover la paz, silenciar los fusiles, pero también, atacar las causas de la violencia armada como el hambre, la enorme desigualdad social y la garantía de derechos, que mucho tienen que ver con el abandono del Estado, el racismo, la plutocracia, la corrupción, el narcotráfico y el paramilitarismo que garantizan la producción y el envío de coca a Estados Unidos.
Es hora del cambio, de la Colombia real, tan lejos y tan cerca del realismo mágico de Gabriel García Márquez y del genocidio del uribismo. El optimismo y la esperanza volvieron a Colombia y se notó en el rostro sonriente de la población blanca, afrodescendiente, indígena. Ancianos, mujeres y hombres de todas las edades, pero en su mayoría jóvenes, que coparon la Plaza Bolívar y las calles bogotanas. Sí, sí se pudo.
Un cambio de verdad, en medio de un complicado panorama de poderes fácticos, violencia, descomposición social y una oligarquía que ha mantenido el país bajo su férula durante casi toda su historia, que no ha dudado en recurrir a la guerra sucia contra toda aquel o aquello que cuestionara su poder y que no parece dispuesta a ceder sus privilegios de buenas a primeras.
“Uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia (…) tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida”.
Entre las primeras definiciones como nuevo presidente subrayó su voluntad de cumplir el Acuerdo de Paz de La Habana y abrir en diálogo con los grupos armados para terminar con seis décadas de conflicto violento, que dejó al menos 450 mil muertos, la mayoría civiles, sólo entre 1985 y 2018.
“Este es el Gobierno de la vida, de la paz, y así será recordado”, afirmó tras señalar que lo principal será “defender a los colombianos y colombianas de las violencias y trabajar para que las familias se sientan seguras y tranquilas”.
Y señaló que para que la paz sea posible se debe cambiar la política sobre los estupefacientes. «La guerra contra las drogas ha fracasado», dijo, en alusión a la política antinarcóticos apoyada económica y militarmente por EU.
Hizo un llamado a una Convención Internacional que acepte este fracaso de la política impulsada por Washington que ha llevado a los Estados a cometer crímenes y ha evaporado el horizonte de la democracia, así como su denuncia de la desigualdad, a la que calificó de un despropósito y una amoralidad.
Sorprendió que el gobierno estadounidense mandara una delegación encabezada por Samantha Power, administradora de la “agencia estadounidense de ayuda al desarrollo” USAID y no por el secretario de Estado. Una de las principales incógnitas que deberá despejar el nuevo gobierno, será el difícil equilibrio en la relación con EU, para no verse forzado a continuar siendo peón de la política exterior de aquel país en la región.
«La guerra contra las drogas ha dejado un millón de latinoamericanos asesinados, durante estos 40 años, y deja 70 mil norteamericanos muertos por sobredosis cada año. La guerra contra las drogas ha llevado a los Estados a cometer crímenes y ha evaporado el horizonte de la democracia». resaltó.
¿Curioso?: la prensa hegemónica trató de minimizar el mar de ciudadanos que acompañó a la pareja presidencial en el acto de asunción de cargos y antes de cumplir 24 horas en el gobierno, le recordó que aún no había cumplido con sus promesas electorales…
El modelo
Se trata de ir desandando el modelo neoliberal arraigado desde hace décadas en Colombia y para ello el nuevo gobierno propone como primeras medidas para enfrentar la pobreza, que afecta a más del 45 por ciento de la población de unos 50 millones de habitantes, una ley contra el hambre y una renta básica, que figuran en el programa del Pacto Histórico. Cuatro de cada diez colombianos pasan hambre, señalan las encuestas.
El nuevo gobierno encuentra un país entre la crisis y la bancarrota, con un déficit fiscal que supera el siete por ciento del PIB. El Presidente Petro recordó que «el 10 % de la población colombiana tiene el 70 % de la riqueza, hecho que es un despropósito y una amoralidad» y por tanto se requiere de una reforma tributaria.
Para llevar a cabo medidas redistributivas se requiere recursos fiscales que deben ser provistos por una reforma tributaria. «Es simplemente el pago solidario que alguien afortunado hace a una sociedad que le permite y garantiza la fortuna», dijo.
Esta reforma tributaria puede tener un valor estimado de 12 mil millones de dólares, equivalente a 4 o 5 puntos del PIB y necesita redefinir la estructura tributaria que hasta ahora ha favorecido al gran capital. “Es decir, poner a tributar los patrimonios de los grandes potentados. No castigar a los sectores medios y pobres con mayores impuestos».
Recordó en su discurso que sus planes también contemplan educación universitaria pública gratuita, cambios al sistema de salud y subsidios para los ancianos pobres que no reciben jubilación.
Sus promesas económicas, incluida una reforma al sistema de pensiones y la prohibición de nuevos proyectos de exploración petrolera en favor de las energías renovables, provocaron nerviosismo en los empresarios e inversionistas, a pesar de que nombró ministro de Hacienda al reconocido economista José Antonio Ocampo. El mandatario también se comprometió a luchar contra la corrupción y el cambio climático e impulsar la industria nacional.
Aunque la izquierda no logró la mayoría de las 295 curules del Congreso, Petro consolidó una coalición con las fuerzas de centro y partidos tradicionales, como el Liberal, que le garantizarían la aprobación de sus reformas y la gobernabilidad.
El nuevo mandatario anunció que la igualdad de género es posible, y que se deben contemplar las tareas de cuidado, dado que las mujeres suelen dedicar el triple o cuádruple de horas a las mismas. «Es hora de combatir esas desigualdades y de equilibrar la balanza» dijo, y anunció que Francia Márquez dirigirá el Ministerio de la Igualdad.
El camino no es fácil: se trata de reconstruir el tejido social desgarrado por la consagración del egoísmo y el individualismo; de establecer puentes de diálogo en una sociedad contaminada por la retórica de odio y desprecio a la diferencia. Así, los sectores oligárquicos han legitimado su dominio por dos centurias.
Gobierno verde
Asimismo, el gobierno de Petro-Márquez encarará un futuro verde, apostando por un modelo sostenible, equilibrando la economía con la naturaleza. “Estamos dispuestos a una economía sin carbón y sin petróleo, pero poco ayudamos a la humanidad con ello. No somos nosotros los que emitimos los gases efecto invernadero. Son los ricos del mundo quienes lo hacen. ¿Dónde está el fondo mundial para salvar la selva amazónica?» se preguntó.
Gustavo Petro propuso cambiar deuda externa por gastos internos en favor de proteger el medio ambiente: «Si el Fondo Monetario Internacional ayuda a cambiar deuda por acción concreta contra la crisis climática, tendremos una nueva economía próspera».
La fórmula progresista logró derrotar a esa oligarquía que puso todo lo que tenía para mantenerse en el poder: dinero, drogas, carteles de la droga, instituciones del estado, todas las fuerzas políticas conservadoras, liberales derechistas con sus variantes, las fake news, el poder subrepticio estadounidense, medios de comunicación nacionales y extranjeros cartelizados. El triunfo no fue sólo de Petro: fue de un pueblo hastiado de tanta represión, corrupción, hambre… y sin futuro a la vista.
Pero una cosa es el gobierno y otro la toma de poder. Y para eso, tiene cuatro años por delante. Por ahora, déjenlos gobernar.
Ante la presencia de una decena de jefes de Estado, entre otros, Alberto Fernández (Argentina), Luis Arce (Bolivia); Gabriel Boric (Chile), Xiomara Castro (Honduras), Guillermo Lasso (Ecuador) exhortó Petro a que América latina sea una en proyectos concretos. «La unidad latinoamericana no puede ser mera retórica. ¿Hemos acaso logrado una red de energía eléctrica que cubra a toda América? Es hora de trabajar juntos», señaló.
Es sumamente alentador que Colombia rompa inercias centenarias para girar hacia el progresismo, sobre todo en el horizonte de la integración regional. Con sensibilidad social e impronta soberanista, esperamos que el nuevo gobierno colombiano sea un nuevo motor para encarar juntos los desafíos comunes del subcontinente latinoamericano y caribeño.
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"Nunca antes en la historia colombiana se había visto una barrida de generales tan grande como la que acaban de hacer el Presidente Gustavo Petro y su ministro de Defensa, Iván Velásquez. De la Policía salieron 24 generales; en el Ejército, 16 tienen que colgar el uniforme; seis en la Fuerza Aérea e igual número en la Armada.
Gustavo Petro sacó a 52 generales para conformar su cúpula en el revolcón más grande del generalato en la historia reciente del país. Quiere una tropa libre de corrupción y mandos que no conspiren contra el gobierno y la Constitución.
Eso significó por ejemplo, que en la Policía solo queda un Mayor General, Henry Armando Sanabria Cely, que fue nombrado como director de la Policía. Los demás son brigadieres formados, pero con menos de un año de experiencia en la categoría de generales. Algo parecido ocurre en el Ejército, donde se cuentan con los dedos de una mano los mayores generales."
Continua...
Gustavo Petro sacó a 52 generales para conformar su cúpula en el revolcón más grande del generalato en la historia reciente del país. Quiere una tropa libre de corrupción y mandos que no conspiren contra el gobierno y la Constitución.
Eso significó por ejemplo, que en la Policía solo queda un Mayor General, Henry Armando Sanabria Cely, que fue nombrado como director de la Policía. Los demás son brigadieres formados, pero con menos de un año de experiencia en la categoría de generales. Algo parecido ocurre en el Ejército, donde se cuentan con los dedos de una mano los mayores generales."
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