Unasur: el último sueño integracionista
La Palabra Abierta Leonardo Parrini 20 de septiembre de 2019
Se dice que por naturaleza el ser humano tiene un sentido gregario de vivir en colectividad. De igual modo, las naciones tienden al sentido de integración como una forma de potenciar su presencia en un determinado contexto mayor, a nivel regional o mundial. Desde el sueño de Bolívar de hacer del continente una patria grande, un sola nación, la integración latinoamericana ha respondido a diversos momentos históricos en que los países han logrado, bajo tal o cual perspectiva ideológica, integrarse, unirse en torno a lo que se ha definido como interés común.
Esa integración latinoamericana ha estado condicionada por afinidades, por una visión de conjunto que identifica problemas y soluciones comunes a nuestra problemática política, social y económica. No obstante, nunca esa integración fue vista como un instrumento de desarrollo económico, de fortalecimiento de nuestras realidades productivas y de consumo, es decir, teniendo en claro que buenos son los ideales pero mejor son los cereales, como decía mi abuelo. Así, todos los intentos de integración regional latinoamericana han estado imbuidos de un romanticismo poco operativo. Talvez esa fue la primera debilidad de Unasur que fue prolifera en declaraciones, con buenas intenciones, pero poco efectiva en resolución y acciones prácticas de crear un bloque autosuficiente en capacidad de ser un buen interlocutor frente al mundo.
Hoy Unasur agoniza en el lecho de la desintegración regional, marcada por las diferencias más que por los comunes denominadores, lo que indica que la integración ha estado al vaivén de la correlación de fuerzas políticas continentales, cuya voluntad de acción gira como veleta de izquierda a derecha.
Ecuador, sede de Unasur, fue la primera nación en manifestar su decisión de abandonar el bloque. Con bombos y platillos, el país de la mitad del mundo ha anunciado su abandono de la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, y la entrega del edificio sede a otros propósitos dentro del Estado ecuatoriano. La decisión no sorprende, como toda ruptura se explica en un proceso de cambio, de giro ideológico de voluntad política distinta a la que motivó su integración a Unasur en mayo del 2008.
En lo inmediato, las posibilidades de continuar adelante con el proyecto de la UNASUR son pocas. Y, no obstante haberse anunciado también con bombos y platillos la creación de ProSur, la integración regional hoy podría ser una quimera. El efecto negativo no es tanto en lo que pueda surgir, sino en el daño causado a lo ya existente. A la decisión ecuatoriana se sumaron también Colombia, Chile, Perú y Paraguay. No es casual que sean los mismos que en el pasado intentaron quebrar los esfuerzos dirigidos a imponerle a América Latina un tratado de libre comercio afín a los intereses económicos de Estados Unidos. Son los países que, rompiendo las instancias de integración latinoamericana, se constituyeron en el denominado Grupo de Lima, para desde el interior del continente, sabotear el desarrollo de la Revolución Bolivariana en Venezuela. La nueva organización, ProSur, que pretender ser una respuesta al componente ideológico con el cual nació la UNASUR, corre el riesgo de hacer lo mismo con un sesgo, esta vez de derecha, lo que podría conducir a un mismo resultado más adelante. Esto confirma que la región sigue pensando en unirse por razones ideológicas y no por una conjunción de intereses de sobrevivencia concretas.
Unasur, en términos geofísicos, era una realidad tangible y auspiciosa. Abarcaba países que conforman una superficie de 17.7 millones de Km2, de los cuales 8 millones lo componen bosques. En aquel momento estas naciones contaban con una población estimada de 379 millones de habitantes. En la región integrada a Unasur se encuentra el 27% del agua dulce del planeta. La subregión dispone de reservas hidrocarburíferas para su desarrollo en el presente siglo, estando las mayores reservas conocidas en petróleo en suelo venezolano y con recursos tales como petróleo, gas, bosques, ríos, océanos, minerales y grandes extensiones de terrenos y abundantes en productos derivados de la agricultura. Todo eso se desvanece en términos de un beneficio común de sus países integrantes.
Los cambios ideológicos en los gobiernos en la región, con una notoria tendencia hacia la derecha en países como Argentina, Brasil, Ecuador y Chile, fueron despojando del consenso a Unasur, que ha permanecido sin secretario general desde 2017. Hoy, en una crónica de una muerte anunciada, Unasur se debate en una crisis irreversible que marca su desaparición. La decisión ya le había sido anunciada a la organización en una carta remitida por el ministro de Exteriores, José Valencia, a su homólogo boliviano, Diego Pary. La carta argumentaba “una profunda preocupación y desaliento” ante el “persistente escenario crítico” por el que atraviesa el organismo de integración regional desde la salida de seis países.
El destino de la sede
El destino de la sede física de Unasur corre la misma suerte del organismo que albergó en sus 20 mil metros cuadrados de superficie, y que fue construido a un costo de 44 millones de dólares. El edificio que se yergue, simbólicamente, en el complejo turístico de la Mitad del Mundo en Quito, debe ser revertido. Y eso no es sencillo porque esta sujeto a dos cláusulas de donación. La primera fue firmada por el exprefecto provincial Gustavo Baroja y el excanciller Ricardo Patiño, en 2010. La escritura dice que “en caso de que el Ministerio de Relaciones Exteriores (Cancillería) no destine el inmueble que recibe en donación en la construcción y puesta en funcionamiento de la sede administrativa y del centro cultural de la Secretaría de la Unasur, se revertirá su dominio al Consejo Provincial de Pichincha”. La segunda escritura firmada por el exministro de Relaciones Exteriores, Guillaume Long, y el exsecretario de Unasur Ernesto Samper, en 2016, dice que “si los países miembros deciden cambiar la sede a otro país o terminar el tratado constitutivo se revertirá el inmueble al Ministerio de Relaciones Exteriores”. La prefecta de Pichincha, Paola Pavón, fue clara al señalar que solicitó a la Cancillería ecuatoriana una reunión para iniciar el proceso de devolución de los terrenos. Según la funcionaria, se piensa construir en el lugar un museo o centro cultural de la memoria que incluirá a todas las naciones de la región. En otra versión se dijo que la polémica por la devolución del edificio de la Unasur tendrá que resolverla el Ejecutivo declarando los predios de utilidad pública. Si esto no funciona se podría vender el edificio con un precio base de $ 40 millones. Como en todos los romances fallidos, la separación espiritual implica una redistribución de bienes materiales.
Futuro integracionista
Unasur fracasa porque la voluntad política de las partes cambió respecto de sus objetivos iniciales: “construir una identidad y ciudadanía suramericana y desarrollar un espacio regional integrado”. La organización que surgió con la firma del Tratado Constitutivo de Unasur que entró en vigor en 2011, estuvo integrada originalmente por los doce Estados independientes de Sudamérica, cuya población conjunta de más de 400 millones de habitantes representaba el 68% de la población de América Latina. Como en todo divorcio los vástagos son los que quedan en la orfandad. La salida de Ecuador de Unasur, y la consecuente retirada de los países que han expresado su voluntad de abandonarla, representa la obsesión política por destruir todo lo conseguido por los regímenes progresistas.
A partir de los primeros años del nuevo siglo, aquello se ha hecho evidente con una patente percepción de que el regionalismo de los años noventa se estancó, toda vez que no pudo alcanzar las ambiciosas metas que en su inicio los bloques se habían propuesto. La etapa actual del pensamiento integracionista latinoamericano comienza con “la introducción de políticas proteccionistas” y la “reemergencia de un Estado más robusto que, sumados al estancamiento de los procesos de integración comercial, confirmaron la decadencia de la etapa liberal-económica de la integración latinoamericana, dando paso al denominado regionalismo postliberal”. Es decir, de la Alianza Bolivariana y Unasur.
El regionalismo postliberal -señalan los analistas-, a diferencia de las anteriores etapas del pensamiento integracionista latinoamericano, “se define en términos políticos al colocar como prioridad la búsqueda de nuevas estrategias de desarrollo atendiendo a los problemas de la región, pero ya no sólo en el ámbito económico, sino también y con mayor prioridad en los ámbitos político y social”.
En este sentido, se concluye que el fin de Unasur significa renunciar a la integración, más allá de la resolución de problemáticas comunes a los países de la región como el narcotráfico, la pobreza, la justicia social, la infraestructura y energía, defensa y seguridad, trascendiendo así lo económico hacia a la realización de un sueño que implica cobijarnos en el instinto gregario de identidad común y de futuro solidario.
Esa integración latinoamericana ha estado condicionada por afinidades, por una visión de conjunto que identifica problemas y soluciones comunes a nuestra problemática política, social y económica. No obstante, nunca esa integración fue vista como un instrumento de desarrollo económico, de fortalecimiento de nuestras realidades productivas y de consumo, es decir, teniendo en claro que buenos son los ideales pero mejor son los cereales, como decía mi abuelo. Así, todos los intentos de integración regional latinoamericana han estado imbuidos de un romanticismo poco operativo. Talvez esa fue la primera debilidad de Unasur que fue prolifera en declaraciones, con buenas intenciones, pero poco efectiva en resolución y acciones prácticas de crear un bloque autosuficiente en capacidad de ser un buen interlocutor frente al mundo.
Hoy Unasur agoniza en el lecho de la desintegración regional, marcada por las diferencias más que por los comunes denominadores, lo que indica que la integración ha estado al vaivén de la correlación de fuerzas políticas continentales, cuya voluntad de acción gira como veleta de izquierda a derecha.
Ecuador, sede de Unasur, fue la primera nación en manifestar su decisión de abandonar el bloque. Con bombos y platillos, el país de la mitad del mundo ha anunciado su abandono de la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, y la entrega del edificio sede a otros propósitos dentro del Estado ecuatoriano. La decisión no sorprende, como toda ruptura se explica en un proceso de cambio, de giro ideológico de voluntad política distinta a la que motivó su integración a Unasur en mayo del 2008.
En lo inmediato, las posibilidades de continuar adelante con el proyecto de la UNASUR son pocas. Y, no obstante haberse anunciado también con bombos y platillos la creación de ProSur, la integración regional hoy podría ser una quimera. El efecto negativo no es tanto en lo que pueda surgir, sino en el daño causado a lo ya existente. A la decisión ecuatoriana se sumaron también Colombia, Chile, Perú y Paraguay. No es casual que sean los mismos que en el pasado intentaron quebrar los esfuerzos dirigidos a imponerle a América Latina un tratado de libre comercio afín a los intereses económicos de Estados Unidos. Son los países que, rompiendo las instancias de integración latinoamericana, se constituyeron en el denominado Grupo de Lima, para desde el interior del continente, sabotear el desarrollo de la Revolución Bolivariana en Venezuela. La nueva organización, ProSur, que pretender ser una respuesta al componente ideológico con el cual nació la UNASUR, corre el riesgo de hacer lo mismo con un sesgo, esta vez de derecha, lo que podría conducir a un mismo resultado más adelante. Esto confirma que la región sigue pensando en unirse por razones ideológicas y no por una conjunción de intereses de sobrevivencia concretas.
Unasur, en términos geofísicos, era una realidad tangible y auspiciosa. Abarcaba países que conforman una superficie de 17.7 millones de Km2, de los cuales 8 millones lo componen bosques. En aquel momento estas naciones contaban con una población estimada de 379 millones de habitantes. En la región integrada a Unasur se encuentra el 27% del agua dulce del planeta. La subregión dispone de reservas hidrocarburíferas para su desarrollo en el presente siglo, estando las mayores reservas conocidas en petróleo en suelo venezolano y con recursos tales como petróleo, gas, bosques, ríos, océanos, minerales y grandes extensiones de terrenos y abundantes en productos derivados de la agricultura. Todo eso se desvanece en términos de un beneficio común de sus países integrantes.
Los cambios ideológicos en los gobiernos en la región, con una notoria tendencia hacia la derecha en países como Argentina, Brasil, Ecuador y Chile, fueron despojando del consenso a Unasur, que ha permanecido sin secretario general desde 2017. Hoy, en una crónica de una muerte anunciada, Unasur se debate en una crisis irreversible que marca su desaparición. La decisión ya le había sido anunciada a la organización en una carta remitida por el ministro de Exteriores, José Valencia, a su homólogo boliviano, Diego Pary. La carta argumentaba “una profunda preocupación y desaliento” ante el “persistente escenario crítico” por el que atraviesa el organismo de integración regional desde la salida de seis países.
El destino de la sede
El destino de la sede física de Unasur corre la misma suerte del organismo que albergó en sus 20 mil metros cuadrados de superficie, y que fue construido a un costo de 44 millones de dólares. El edificio que se yergue, simbólicamente, en el complejo turístico de la Mitad del Mundo en Quito, debe ser revertido. Y eso no es sencillo porque esta sujeto a dos cláusulas de donación. La primera fue firmada por el exprefecto provincial Gustavo Baroja y el excanciller Ricardo Patiño, en 2010. La escritura dice que “en caso de que el Ministerio de Relaciones Exteriores (Cancillería) no destine el inmueble que recibe en donación en la construcción y puesta en funcionamiento de la sede administrativa y del centro cultural de la Secretaría de la Unasur, se revertirá su dominio al Consejo Provincial de Pichincha”. La segunda escritura firmada por el exministro de Relaciones Exteriores, Guillaume Long, y el exsecretario de Unasur Ernesto Samper, en 2016, dice que “si los países miembros deciden cambiar la sede a otro país o terminar el tratado constitutivo se revertirá el inmueble al Ministerio de Relaciones Exteriores”. La prefecta de Pichincha, Paola Pavón, fue clara al señalar que solicitó a la Cancillería ecuatoriana una reunión para iniciar el proceso de devolución de los terrenos. Según la funcionaria, se piensa construir en el lugar un museo o centro cultural de la memoria que incluirá a todas las naciones de la región. En otra versión se dijo que la polémica por la devolución del edificio de la Unasur tendrá que resolverla el Ejecutivo declarando los predios de utilidad pública. Si esto no funciona se podría vender el edificio con un precio base de $ 40 millones. Como en todos los romances fallidos, la separación espiritual implica una redistribución de bienes materiales.
Futuro integracionista
Unasur fracasa porque la voluntad política de las partes cambió respecto de sus objetivos iniciales: “construir una identidad y ciudadanía suramericana y desarrollar un espacio regional integrado”. La organización que surgió con la firma del Tratado Constitutivo de Unasur que entró en vigor en 2011, estuvo integrada originalmente por los doce Estados independientes de Sudamérica, cuya población conjunta de más de 400 millones de habitantes representaba el 68% de la población de América Latina. Como en todo divorcio los vástagos son los que quedan en la orfandad. La salida de Ecuador de Unasur, y la consecuente retirada de los países que han expresado su voluntad de abandonarla, representa la obsesión política por destruir todo lo conseguido por los regímenes progresistas.
A partir de los primeros años del nuevo siglo, aquello se ha hecho evidente con una patente percepción de que el regionalismo de los años noventa se estancó, toda vez que no pudo alcanzar las ambiciosas metas que en su inicio los bloques se habían propuesto. La etapa actual del pensamiento integracionista latinoamericano comienza con “la introducción de políticas proteccionistas” y la “reemergencia de un Estado más robusto que, sumados al estancamiento de los procesos de integración comercial, confirmaron la decadencia de la etapa liberal-económica de la integración latinoamericana, dando paso al denominado regionalismo postliberal”. Es decir, de la Alianza Bolivariana y Unasur.
El regionalismo postliberal -señalan los analistas-, a diferencia de las anteriores etapas del pensamiento integracionista latinoamericano, “se define en términos políticos al colocar como prioridad la búsqueda de nuevas estrategias de desarrollo atendiendo a los problemas de la región, pero ya no sólo en el ámbito económico, sino también y con mayor prioridad en los ámbitos político y social”.
En este sentido, se concluye que el fin de Unasur significa renunciar a la integración, más allá de la resolución de problemáticas comunes a los países de la región como el narcotráfico, la pobreza, la justicia social, la infraestructura y energía, defensa y seguridad, trascendiendo así lo económico hacia a la realización de un sueño que implica cobijarnos en el instinto gregario de identidad común y de futuro solidario.
20 de septiembre de 2019
24 de septiembre de 2019
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